Capítulo 25
Donatela jugó sucio
Cada decoración que Cassandra hacia o ponía, Donatela con discreción se las cambiaba de lugar, y de zona. Esa tarde salieron relativamente temprano de allí.
La pareja saludó a la decoradora, y al salir del barco, caminaron por el puerto. La brisa de verano estaba golpeándoles en la cara como un cálido susurro.
Keith la tomó de la mano, y se sonrieron.
—No te gusta Donatela, ¿verdad?
—No, pero no puedo hacer nada al respecto.
—Puedo echarla.
—No quiero que pierda su trabajo por cosas sin importancia.
—Escuché algo de las preguntas que ella te hacia a ti.
—¿Y?
—Y me parece que has sido excelente en las respuestas, sobre todo en la última respuesta, que le dijiste que era una falta de respeto en como se metía demasiado en la pareja.
—Y es lo que sigo creyendo, Keith, y realmente es un grano en el trasero —le respondió y él se partió de la risa, echando su cabeza hacia atrás y riéndose estruendosa y abiertamente también.
—Seguro que lo dices por lo molesto que puede llegar a ser uno, ¿verdad?
—Obviamente que sí —le dijo ella y él le dio un tirón para apretarla contra su cuerpo macizo.
—¿Sabes algo? Billy quiere que cuando el barco éste terminado, nosotros estemos con su esposa y él en un fin de semana navegando, ¿qué me dices?
—Suena bien —le dijo pasando sus brazos y manos alrededor de su cintura.
—¿Verdad que sí suena bien? Suena muy, pero muy bien.
—Así es, Keith.
Siguieron caminando, hasta el centro de la ciudad para tomarse un taxi y volver al hotel Four Seasons.
Los días iban pasando, y con los mismos seguía la decoración del barco. Una tarde, en donde ambas mujeres seguían decorando el barco y viendo la mala actitud y la poca profesionalidad con que Donatela trabajaba, Cassandra terminó por cansarse de ella.
—¿No crees que ya fue más que suficiente el estar poniendo cada cosa que yo acomodo o ubico en otro lugar, Donatela?
—Yo no estoy haciendo eso, Cassandra.
—No mientas, te vi varias veces hacerme eso, no te hagas la estúpida conmigo.
—No me faltes el respeto porque yo no te lo estoy faltando a ti.
—De un principio me faltaste el respeto, desde tus preguntas, pasando porque te comes con los ojos a mi marido, hasta hacerle sonrisitas. Más te vale que te quedes en donde estás, porque si intentas algo con él soy capaz de arrancarte los ojos, y tú misma te estás faltando el respeto fijándote en un hombre casado —le dijo muy seria y sin alterarse.
—Careces de varias cosas que hacen a una mujer femenina.
—Puede que tengas razón, pero lo que a mí me sobra a ti te falta.
—¿Lo qué?
—Sentido de la ubicación, decencia y amor, Donatela, sobre todo, te falta amor.
—No me digas que tú te casaste con él por amor.
—Así es.
—No me lo puedo creer, ¿una joven casi adolescente enamorada de un hombre mucho más grande que ella? Es increíble, cualquier mujer mataría en tu lugar, y no solo por la intimidad, sino por todas las cosas que se podría comprar a costa del dinero de su marido.
—Creo que te has desubicado, Donatela, no hablaré de esto contigo, no te conozco, y tampoco quiero conocerte, sinceramente no me caíste bien apenas te conocí.
—Eres muy poco femenina, eres por demás vulgar, y el sentimiento es mutuo, arrastrada —le dijo, y Cassadra le dio vuelta la cara de una fuerte cachetada.
—Primero: te lavas la boca bien con agua y jabón, segundo: no sé porqué me dices éstas cosas, y tercero: será mejor que te vayas de aquí.
—No eres la dueña de esto, y tú no me pagas el sueldo —le respondió, y Keith bajó a la sala de estar del barco.
—Ya has escuchado a la señora Astrof, Donatela, junta tus cosas y vete de aquí, te haré llegar el resto del dinero.
Ella no tuvo más alternativa que juntar sus cosas e irse de allí con mucha vergüenza. Y él volvió a girar su rostro hacia su esposa.
—Y tú, gracias.
—¿Por qué? —le preguntó confundida al respecto.
—Por no considerarme jamás una mina de oro —le dijo y ella fue corriendo hacia él.
—Te quiero —le dijo ella, abrazándolo por su cuello.
—Y yo a ti —le contestó dándole un beso en sus labios y Cassie se lo correspondió.
—Gracias a ti también —le confesó mirándolo a sus enigmáticos ojos.
—¿Por qué?
—Tú sabes bien porqué, por no abandonarme, y por no alejarte de mí tampoco.
—Te adoro, te adoro demasiado como para alejarme de ti y como para dejarte abandonada —le dijo besándola—, ¿lista para terminar de decorar el barco?
—Eso creo.
—Ve entonces, creo que en unos pocos días más, ya todo se terminará, ¿verdad?
—Así es, en muy pocos días ya estará listo todo.
Se separaron y cada uno volvió a su trabajo.
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