Capítulo 19
Perdón aceptado y cena de negocios
Llegaron a la empresa a los veinticinco minutos de haber salido del hotel. Ella, se bajó del auto sin su ayuda y tomó el bolso en la mano. Cerró la puerta del asiento trasero, y esperó a que él fuera por delante de ella.
Keith, la presentó ante los demás empleados y luego la llevó dentro de su oficina. Le dijo que me sentara donde más quería, y a partir de allí, él se dispuso a trabajar en el proyecto que estaba llevando a cabo.
Si Cassy sabía que iba a ser de esa manera, le hubiera negado ir a su empresa, se sentía como una estatua sin poder hacer nada y solamente mirar alrededor de su bonita y muy masculina oficina.
—¿Quieres que te ayude en algo?
—No, gracias.
—¿Una taza de café?
—Me la traerá mi secretaria.
—Pero puedo traértela yo también.
—De acuerdo, tráemela tú, entonces.
—Enseguida te la traigo —le dijo ella, y él se reclinó en su silla giratoria.
Unos diez minutos después, ella volvió a su oficina.
—Aquí tienes —le contestó apoyando la taza sobre una servilleta que había puesto en su escritorio.
—Gracias.
—No fue nada, ¿quieres que te traiga algo más?
—No, nada más, siéntate, por favor.
—Está bien —le dijo y lo hizo.
Ella, no sabía qué hacer, no hacia ruidos y ni tampoco se removía en el sillón como para llamarle la atención. Lo único que hacia era verse las uñas, tan pulcras que las tenía, pintadas de rojo y no tan cortas.
—Cassandra.
—¿Qué? —le preguntó, alzando la vista hacia él.
—¿Me ayudas con algo?
—Lo que quieras, Keith.
—¿Ves el archivador de allí? Necesito que saques las carpetas del primer cajón, ¿puedes revisarlas y separarlas por fechas?
—¿Por fechas?
—Sí, algunas son del año pasado y otras de este año.
—Está bien, lo haré.
—Los necesito para hoy a la tarde.
—Bueno, ¿para qué hora? —le preguntó.
—Para las cinco.
Apenas él le dijo el horario, ella volvió a sentarse en el sillón de cuero negro, y se dedicó a realizar la tarea asignada por su marido. Unas horas después, ya eran casi las tres de la tarde, ni él y ni mucho menos ella habían levantado la cabeza en sus cosas. Cassie, ya estaba sintiéndose sofocada de calor, se desabrochó el moño de la blusa y desabotonó los dos primeros botones, se remangó, desabotonando los botones de los puños, y se abanicó con una de las carpetas vacías.
—Keith... —lo llamó casi sin levantar la voz.
—¿Qué pasa? Estás pálida —le dijo y de inmediato fue a sentarse a su lado y la abanicó con la carpeta vacía que tenía en una de sus manos.
—Necesito algo de azúcar, o algo dulce, por favor, me siento muy débil.
—Ya mismo te traigo algo dulce —le respondió y salió de su oficina.
—Señor Astrof, ¿está todo bien?
—Mi esposa no se siente bien, enseguida vuelvo.
—Sí, señor —le respondió ella y volvió a su trabajo.
Keith, volvió a los pocos minutos, con una taza con azúcar dentro de la misma y una cuchara de café. Se volvió a sentar al lado de ella y le dio en la boca el azúcar para que lo comiera.
—Estás demasiado abrigada todavía —le dijo quitándole él, el cinturón de su cintura y desabotonándole unos botones más la blusa.
—No me siento tan débil ahora.
—Aun así, creo que exageraste en vestirte así, no hace frío ya, dentro de poco empieza la primavera, ya casi se ha ido el invierno —le dijo y mientras tanto le quitó también las medias de nylon de los muslos.
—Siento una languidez terrible en el estómago.
—Son las tres y dieciséis, creí que era más temprano, no has comido nada.
—Y tú tampoco.
—Yo soporto sin comer por horas, tú no, ¿qué quieres comer?
—Cualquier cosa estará bien.
—¿Hamburguesa?
—Está bien, doble de cuarto de libra con queso.
—A mí también me gusta esa, le diré a Alexa que las vaya a comprar.
—Bueno.
Un poco más tarde, volvió a sentarse a su lado nuevamente.
—Ya casi termino con los papeles —le respondió ella.
—Deja eso ahora Cassandra, no hay apuro.
—Sí lo hay, los necesitas para hoy a la tarde, y ya es la tarde.
—No me hagas enojar, Cassandra.
—Creí haberte escuchado decirme que todavía lo estabas.
—No empieces otra vez con eso.
—Lo siento, en serio, lo siento por todo, por esto y por decirte mi edad, cuando creías que tenía la mayoría de edad, por favor solo dime si quieres que me vaya y lo haré —le dijo ella casi sollozando y le tocó su mejilla con una de sus manos.
—No quiero que me pidas perdón, si vamos a dejar las cosas en claro, yo soy el que te tiene que pedir disculpas a ti principalmente, reaccioné muy mal cuando me dijiste la edad que tenías, no estuvo bien de mi parte, me cuesta creer que tengas veinte y no veintiuno.
—Dentro de un par de meses los tendré.
—Sí, lo sé, y no quiero que te vayas para Beverly Hills, me he portado como un bruto ésta mañana en el desayuno, lo siento.
—Perdonado, no quiero que dejes de tocarme.
—A mí me está matando no tocarte.
—Hazlo, porque necesito que me toques, Keith, porque sinceramente, siento como si la primera vez contigo jamás la hubiera tenido —le expresó sinceramente y tocaron a la puerta.
—Pase —respondió él.
—Traigo las hamburguesas.
—Gracias, Alexa.
—De nada —le dijo ella, mientras dejaba la bolsa sobre la mesa—, ¿se siente mejor, señora Astrof? —le preguntó muy amable.
—Sí, gracias, por favor, llámame Cassandra.
—Está bien —le dijo con una sonrisa genuina—, buen provecho.
—Gracias —le dijeron ambos y ella se retiró de la oficina.
—Me gusta, es muy agradable —le comentó ella sobre su secretaria.
—Lo es, hace años que la conozco, siempre ha sido así con las personas, incluso con Margot. ¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias, necesitaba comer algo.
—¿Quieres irte ya?
—Todavía no terminé con lo que dejé.
—Mañana lo puedes seguir —le dijo y volvieron a tocar a la puerta—, pase.
—Señor Astrof, el señor Marshall, está en la línea 5, necesita hablar con usted.
—De acuerdo, gracias Alexa.
—Con permiso —le dijo y se retiró nuevamente de su despacho.
—Sí, señor Marshall, sí, calculo que dentro de una semana y media a más tardar dentro de dos semanas, ya estará listo todo, sí, no, no puedo, tendrá que esperar para más adelante, me voy de luna de miel, está bien, ¿en dónde? Sí, lo conozco, ¿y a qué hora? De acuerdo, a las ocho y media allí estaremos, hasta luego —le dijo y cortó la llamada—, hoy tenemos cena con uno de los empresarios que conociste en Beverly Hills.
—No pude evitar escuchar que a más tardar dentro de dos semanas se termina el proyecto.
—Sí, si hago que se apuren los empleados, en una semana y media ya estará todo listo.
—¿De qué es el proyecto?
—Un nuevo barco de gran tamaño. Éste empresario que acaba de llamar, es inglés, y ha venido aquí porque está interesado en llevar este barco al mercado inglés.
—¿Y cómo hará para trasladar el barco a Inglaterra?
—Primero hará una presentación mostrando el modelo y dando un detallado itinerario de las cosas que tiene, luego se verá si las personas de su circulo están interesados en mi barco o no.
—¿Y si no es lo que esperabas? No quiero ser pesimista, pero si no lo aceptan, perderás mucho dinero en esto, Keith.
—Si no arriesgo, no gano, y no es la primera vez que hago algo semejante, tuve pérdidas, pero tuve ganancias y muchas también, así qué, ya estoy curtido en esto.
—Me parece bien entonces —le dijo sonriéndole.
—¿Quieres que nos vayamos ya?
—Como tú quieras.
—Vámonos mejor, podemos ir caminando hasta el hotel si te sientes mejor.
—Está bien, lo que tú quieras, Keith —le dijo poniendo las medias dentro del bolso y volvió a colocarse la chaqueta.
Unos minutos después, salieron de su empresa, y caminaron por el centro de Nueva Orleans.
—¿Vamos a comprarte algo para ésta noche?
—Tengo ropa ya.
—Quiero comprarte un bonito vestido.
—¿Acaso no puedo ir con falda y blusa?
—Me gustan cómo te sientan los vestidos.
—Me gustan las faldas y los pantalones también.
—Me gustan tus piernas, Cassie.
—No estás más enojado conmigo.
—No.
—¿Sabes algo? Los que me han visto antes de entrar a tu empresa creerán que entre tú y yo ha pasado algo, porque no tengo más puestas las medias de nylon.
—Pueden pensar lo que quieran, al fin y al cabo somos marido y mujer.
—Pero solo una vez lo hemos hecho, y no quiero eso.
—Sabes lo que sigo pensando.
—¿Piensas llevarme de luna de miel y no me tocarás?
—Puede que vayamos luego de tu cumpleaños.
—Eso no es justo, Keith, juegas muy sucio.
—Lo sé y me gusta —le dijo riéndose perversamente.
—Cretino.
—Insistente y acosadora.
—Me haces desear.
—¿Qué te hago desear?
—Estar otra vez entre tus brazos —le expresó sinceramente, ella se puso toda colorada y él le esquivó la confesión para preguntarle otra cosa fuera de tema.
—¿Te gusta ese vestido? —le preguntó para que mirara el escaparate.
—Es lindo.
—¿Quieres ver si tienen talla para ti?
—Parece caro.
—Nueva Orleans de por sí ya es cara, ven, entremos al local —le dijo y la hizo pasar a ella primero.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte?
—He visto el vestido verde de la vitrina, ¿quería saber si habría alguna talla para mí?
—No creo que haya talla para ti.
—¿Hasta qué talla viene?
—Hasta el seis.
—Soy un seis.
—Es tamaño normal.
—¿A qué te refieres con tamaño normal?
—Es un seis, pero medida chica.
—Quiero probármelo igual.
—Veré qué puedo hacer —le respondió casi de mala manera y fue al depósito.
—Prefiero que nos vayamos del local —le dijo Keith.
—No, no me iré hasta no probármelo —le contestó y la dependienta volvió.
—Lo siento, no me queda más ese talle.
—Gracias —le contestó y se fueron de allí.
—Te dije que era mejor irnos.
—Tú insististe en entrar.
—Porque creí que tendrían tu talla.
—Tienen mi talla, el problema es que no le he caído bien.
—¿Por qué lo dices? Sí ni siquiera te conoce.
—¿Por qué lo digo? Es obvio, ¿no? Te comen con los ojos, Keith, y odian verte conmigo.
—Me doy cuenta de eso, pero no puedo hacer nada al respecto, ven, vayamos a la próxima tienda.
Caminaron unas calles más al centro de la ciudad bulliciosa, y entraron a una tienda prestigiosa y cara. Los atendieron muy bien y Cassie revisó las perchas de los vestidos de cóctel, y Keith le mostró otro que tenía en su mano sostenido de una percha.
—¿Qué te parece este? Es bonito, me gusta el color para ti.
—¿Estás loco? Es un Lanvin y es carísimo encima.
—Cassandra, todo aquí dentro es caro.
—Lo sé, pero no puedo dejarte que me compres el vestido, deja que vaya con una falda y una blusa de las que me has comprado antes.
—Yo quiero verte con un vestido corto —le contestó él y ella se sorprendió.
—Está bien, tú ganas.
—Pruébatelo y me lo muestras.
—Está bien.
—Ven, por aquí, querida —le dijo la mujer que la estaba atendiendo tan amablemente.
Entró al probador, se desvistió y se colocó el vestido corto de color verde oscuro tirando a un color petróleo. Apenas se lo terminó de ajustar por el cierre hasta la mitad que tenía en la espalda, ella salió del vestidor con los zapatos puestos también.
—Me gusta mucho cómo te queda, ¿y a ti?
—Sí, es lindo.
—Cassandra, deja que te lo compre, por favor.
—De acuerdo, Keith.
—Gracias —le dijo él y ella volvió a entrar al vestidor para quitárselo.
Apenas salió del mismo, con la ropa puesta, le entregó el vestido a la dependienta y ésta misma lo llevó a la caja registradora para envolverlo en un bonito paquete y meterlo dentro de una bolsa de cartón con el nombre de la marca, mientras que otra mujer le cobraba a Keith tres mil trescientos cuarenta dólares por el vestido.
Cassie, se sentía como si hubiera cometido algún asesinato y sería la culpable. Aquella compra tan elevada y exagerada de Keith hacia ella por un vestido que solamente pagabas la marca en sí, la había hecho sentir miserable.
—Faltan los zapatos, la cartera, y los accesorios.
—Por favor, Keith, ya no más, de veras, te agradezco el vestido, pero no quiero más cosas.
—Por favor, acéptamelas como una disculpa por todas cosas que te he...
—No, no vuelvas otra vez a lo mismo, Keith, no quiero volver a ese tema nuevamente, ya te has disculpado conmigo y he aceptado tu disculpa, ya no sigas, por favor.
—Pero te faltan más cosas.
—No me falta más nada, me arreglaré con las cosas que puse en la maleta, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, Cassie.
Llegaron al hotel, subieron a la suite una vez que su marido le dieron la llave magnética, y ella entró primero por la caballerosidad de él.
Keith, dejó que ella se diera una ducha primero, y a los quince minutos, salió con una toalla y otra como turbante en su cabeza.
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