Capítulo 18
¿Planes de luna de miel?
Unas tres horas y un poco más después, ella se despertó con hambre. Para cuando se despertó, Keith ya estaba durmiendo a su lado, miró el reloj de mesa que marcaba la medianoche.
Salió de la cama muy despacio, y se acercó a la pequeña heladera de la suite, la abrió, y revisó lo que había dentro.
Tomó una lata de gaseosa y dos paquetes de snacks de queso.
Se sentó en la silla, y abrió uno de los paquetes y la lata también. Aunque no quiso hacer ruido, al abrir la gaseosa, fue inevitable.
—¿Qué haces despierta?
—Me has asustado, tengo hambre.
—¿Por qué no pides comida, al restaurante?
—¿Está abierto a ésta hora?
—Si mal no recuerdo, hasta la una y media de la madrugada lo está.
—No, me arreglaré con esto que tengo —le contestó la joven, él se levantó de la cama, y se puso el pantalón largo del pijama.
Salió de la habitación, y volvió un rato después con un carrito de comida.
—Como tú no ibas a llamar, lo he llamado por ti, me entregaron lo primero que tenían disponible —le dijo rotundamente y posó un plato frente a ella y quitó la tapa del plato.
—No te pedí que lo hicieras.
—Yo tampoco cené, así qué, sería muy bueno cenar tranquilamente.
—¿Por qué no cenaste?
—Porque no me gusta comer solo y porque no lo creí apropiado.
—No comes con mi boca y ni tampoco viceversa, y no es la primera vez que cenas solo, en la empresa almorzabas solo.
—Es diferente, ahora nos llevamos bien, y estás aquí y no quiero comer más solo —le dijo y ella agachó la mirada hacia el plato.
—¿Seguro que estamos bien? Porque hasta hace unas horas atrás, seguías enojado conmigo.
—No estoy enojado, estoy molesto, porque tendrías que habérmelo dicho.
—Es solo un número, nada cambia.
—Me siento como...
—¿Cómo qué? No me has hecho nada que yo no haya querido, Keith. Te amo, y me ha gustado mucho lo que me has hecho.
—Pero no voy a tocarte hasta que cumplas veintiuno.
—Quién contra ti, Keith —le dijo ella, moviendo la comida con el tenedor—, qué rico —comentó cuando degustó un pedacito de la comida servida en su plato.
—¿Era verdad? —le preguntó él, mirándola a los ojos.
—¿Qué cosa? —le preguntó mirándolo perpleja y sin entenderlo.
—¿Que te hice pasar una noche maravillosa?
—Sí, era verdad —le contestó sinceramente, sin poder mirarlo a sus ojos, y enfocó la mirada a la ventana.
—Mírame a los ojos, Cassandra —le dijo.
—¿Qué pasa, Keith? —le preguntó sintiéndose cohibida por demás y sintiendo sus mejillas y orejas arder de la vergüenza de aquel momento frente a él.
—¿Te gustaría ir de luna de miel a París?
—No lo creo para nada.
—¿Algún otro país entonces?
—No ha estado jamás en mis planes una luna de miel cara, mis planes en cuanto a luna de miel se refería, era de un solo fin de semana en algún lugar de Estados Unidos.
—Cassandra, vas a tener que acostumbrarte a ser rica.
—Lo sé, pero no es algo que esperé tener.
—Me imagino que no, pero se te dio así y no puedes darle la espalda.
—No me acostumbro al cambio.
—Debes de acostumbrarte al cambio, ¿quieres París u otro país?
—Prefiero Estados Unidos.
—París entonces —le dijo zanjando el tema del viaje.
—Yo no he dicho nada todavía.
—Pues yo sí. Nos iremos a París, te mereces una luna de miel.
—¿Por qué?
—Porque yo lo quiero. Y porque te amo.
La joven ni siquiera se atrevió a cuestionarle algo más, solo se dedicó a terminar de cenar, y luego volvió a la cama, él hizo lo mismo.
Ella solo esperaba que por lo menos le pidiera disculpas por la manera que tuvo en reaccionar como lo había hecho cuando supo sobre su verdadera edad.
—¿Por qué me miras así? —le preguntó ella.
—Porque eres muy bonita.
—¿No me dirás algo más?
—¿Cómo qué?
—Por ejemplo: como pedirme disculpas por la forma en que me hablaste antes, cuando supiste mi edad.
—Mañana tengo que ir a la empresa —le dijo, evitando su comentario.
—Veo cómo me ignoras —le contestó ella, molesta, y le dio la espalda.
—¿No quieres saber? Tengo una empresa aquí también, y necesito ir a visitarla para ver cómo va todo, y de paso quedarme a trabajar un poco.
—Buenas noches, Keith.
—Buenas noches —le contestó él, acercándose a ella—, dulzura —le dijo al oído.
De esa manera, él se quedó dormido, detrás de ella y abrazándola por la cintura, ella se terminó por dormir recordando las últimas palabras de él.
A la mañana siguiente, alrededor de las ocho y media, sonó el despertador, avisándoles que debían levantarse. El primero, fue Keith, quién de inmediato entró al baño para ducharse, mientras que ella se estiraba en la cama y decidía si iba o no a la empresa con él. Unos minutos después, Keith salió duchado y ella entró al baño con la ropa en sus manos, cerró la puerta sin dirigirle la palabra, y él aprovechó en pedir el desayuno en la suite.
Ella salió del baño, vestida con una falda tubo, una blusa, chaqueta, medias de nylon, zapatos de taco alto, y maquillada también. Se sentó frente a él, y se dispuso a desayunar con tranquilidad.
—Buenos días.
—Buen día.
—¿Irás conmigo?
—Primero decidí que no, pero luego lo pensé bien, y me dije que iría contigo, no quiero quedarme encerrada en la suite, me aburro y prefiero salir.
—Puedes ir al centro comercial y pasear sino quieres acompañarme.
—Prefiero ir contigo.
—Está bien, creo que es hora que conozcas la empresa y el mundo donde me manejo —le dijo y miró detenidamente lo que estaba usando su esposa—, estás demasiado recatada.
—Creí conveniente ponerme esto que algún vaquero.
—Creo que quieres causarles buena impresión, ¿verdad?
—No tanto por ellos, si no por ti, no quiero hacerte quedar mal.
—Ya veo.
—Es la verdad, por más que me vista bien, algo me delatará, y no quiero que te sigas enojando conmigo —le dijo y llevó un pedazo de omelet de queso a su boca.
—Ya te he dicho que no estoy enojado contigo.
—Pues parece que sí lo sigues estando.
—No lo estoy, estoy algo molesto que es diferente.
—Entonces, ¿por qué me sigues tratando con frialdad?
—¿Cómo quieres que te trate entonces?
—No lo sé, pero no así, no me gusta el trato frío hacia mí, si me compraste el pasaje para que viniera aquí era porque esperaba otra cosa de ti, no he venido para sentirme con la culpa de haberte dicho mi verdadera edad, creo que no fue bueno haber venido —le dijo seriamente y siguió comiendo.
—Si quieres, puedo comprarte un pasaje de vuelta a Beverly Hills, y me dejas de fastidiar.
—Estoy segurísima que lo harías.
—¿Quieres o no?
—No, no quiero.
—Pues entonces, no me molestes más con eso.
Ella terminó de desayunar unos minutos después, y volvió a entrar al baño para lavarse los dientes nuevamente y se puso por último el desodorante de frutas. Una vez que salió del baño, tomó un bolso rojo y metió sus cosas personales dentro.
Rato después, ya estaban yendo a la empresa con el auto del hotel. Su empresa quedaba en el centro de Nueva Orleans, donde estaban las grandes empresas y los altos e imponentes rascacielos. Había un bullicio de gentío desde una hora temprana aquel lunes, y lo mismo estaba segura que lo sería durante toda la semana de trabajo.
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