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Capítulo 13

Pasaje de avión y, cambios en la pareja


Una semana y media había pasado, en donde el matrimonio estaba cada día un poco mejor. Las discusiones habían cesado y las conversaciones entre ellos habían comenzado a surgir a menudo. Tres días antes de que Keith viajara a Nueva Orleans, él le dejó sobre la cama un sobre con el nombre de su esposa, antes de entrar al baño a ducharse.

Ella, entró a la recámara para ponerse la ropa de cama, y vio el sobre con su nombre sobre su lado. Curiosa, lo tomó en sus manos, y lo abrió, abrió los ojos con desmesura al comprobar que era un pasaje de avión a Nueva Orleans.

Keith, salió de la ducha con una corta toalla alrededor de su cintura, y ella lo miró cuando se fue acercando a la joven.

—¿Qué es esto?

—Tu pasaje para Nueva Orleans.

—Creí que ibas a ir solo.

—Para nada. Pensé llevarte conmigo.

—¿Por qué? —le preguntó curiosa.

—Porque quise y porque no quiero que te veas seguido con Anton —le dijo esto último en broma.

—No seas así, Keith —le contestó ella con una sonrisa.

—Es la verdad, acepto que tengas una amistad con él, pero no me gusta que una vez por semana almuerces o meriendes con él.

—No te queda bien ponerte así.

—Me matan los celos, porque sé que con él te ríes y pones buena cara, y conmigo eres lo contrario.

—Sabes bien que tengo mis razones.

—Razones que creo, no te pueden durar para siempre, Cassandra.

Ella, bajó la mirada hacia el pasaje que aún sostenía entre sus manos. Y lo miró nuevamente a él.

—¿Por qué?

—Porque quiero que vengas conmigo. No sé por cuanto tiempo me quedaré trabajando ahí, y necesito que estés a mi lado.

—¿Para qué me quieres cerca? No voy a poder ayudarte en nada, y no le veo el beneficio tampoco.

—Para mí sí lo es. Cassandra, parece que ahora tú quieres esconderte de la gente —le confesó él, y ella quedó sorprendida.

—De acuerdo, iré contigo —le dijo, poniendo un mechón de pelo detrás de su oreja, poniendo el pasaje dentro del sobre y lamiendo sus labios.

Cassandra dejó el sobre dentro del cajón de su mesa de noche, y cuando se giró para ir hacia el vestidor, él aún seguía frente a ella.

—¿Qué necesitas? —le preguntó intrigada.

Keith, no le respondió, solo llevó su mano hacia el rostro de ella, para quitarle el pelo de su cara, y mirarla mejor. Ambos se miraban mutuamente, en silencio, y Cassie solo esperaba que él se dignara a decirle algo.

No lo hizo, solo se acercó más a ella, y la joven tragó saliva con dificultad, mirándolo atentamente a sus ojos, los cuáles miraban a los suyos. Su marido acarició la mejilla, y levantó un poco la cara de su esposa. Pero, ella, antes de que él posara sus labios sobre los suyos, se separó, y se echó atrás.

—¿Por qué, Cassandra?

—No estoy preparada todavía.

—No te pedía intimar conmigo, solo que me dejaras besarte.

—No, tampoco.

—¿Por qué?

—Porque tú y yo no estamos del todo bien.

—Con Anton te besabas, ¿no?

—¿Por qué derivas la conversación hacia otra parte?

—Porque es la verdad, te besaste con él, estoy seguro que te has acostado con él también. Estaba bien que te había enviado la denuncia por adulterio entonces.

Keith había propasado un límite, y Cassie terminó dándole vuelta la cara.

—No me trates de ramera porque te arrepentirás, Keith.

—¿Me estás amenazando?

—No. Te estoy abriendo los ojos, que es diferente. No soy Margot, ya te lo dejé bien claro, solo te digo que no me digas más una cosa así. No tengo porqué soportar tus palabras de mal hablado. Ni siquiera tú pudiste quitar mi virginidad —le contestó molesta y seca, y pasó por su lado—. Olvídate de que vaya contigo a Nueva Orleans.

—Tú irás conmigo, quieras o no.

—No iré, y ya ponte algo más decente.

—¿No me digas que te da vergüenza verme así?

—Diría que sí. Y si no me crees, allá tú.

Cassandra se desvistió dentro del vestidor, y se puso un pijama corto. Acomodó la ropa, y luego entró a la cama. Cuando él entró a la cama, ella al seguir molesta, le da la espalda intentando dormir.

Dos días antes del viaje, las cosas seguían tensas entre la pareja. Y ninguno de los dos iba a aflojar para tratar de remediar la situación. Ella esperaba que por lo menos él se disculpara con ella, pero él no lo hacía.

—¿Y Corina?

—No vendrá. La he llamado para que no venga en estos días, no sé por cuánto tiempo estaremos allí, y prefiero llamarla al regreso.

—Me podía quedar con ella sin problemas.

—Te dije bien claro anoche que vendrías conmigo.

—Y yo te dije bien claro también, que no iré.

—Cassandra, en serio, no discutamos más, porque más lo hacemos y más nos alejamos. No quiero estar enojado contigo.

—Yo soy la que tendría que ofenderse y no tú. Anoche me humillaste nuevamente, insinuándome que me había acostado con Anton. Solo dos meses salí con él, no soy como las mujeres que tú solías frecuentar que en pocas semanas se acostaban contigo. Con Anton no he tenido más que castos besos.

—¿Lo amabas? ¿Lo sigues amando?

—¿Por qué lo quieres saber?

—Solo responde.

—Fuiste una pesadilla durante mi tiempo de soltera, y seguías siendo una pesadilla mientras salía con él.

—Nunca me olvidaste.

—No, nunca dejé de hacerlo. Y soy una idiota por sentirme así.

—No eres una idiota por sentirte así. Yo soy el único que no quiere intentar ver que tengo una gran mujer a mi lado —se levantó de la silla—, me iré a trabajar —le contestó y antes que ella protestara, él le dio un beso en el cuello—. Hasta pronto.

—Ya sal de aquí —le respondió ella molesta con él.

Él se fue riendo, y ella se quedó sola terminando de acomodar todo. Unas horas después, él llegó a la casa, y Cassandra se sorprendió.

—¿Qué ha pasado que viniste al mediodía? —le preguntó ella confundida.

—Nada. ¿Vamos a almorzar?

—¿Por qué?

—Porque son las doce y media, y porque tengo hambre.

—Ve solo entonces.

—Me acompañarás y se acabó. No seas tan arisca conmigo. Almuerza conmigo como disculpas por anoche —le dijo y Cassie terminó por ablandarse.

—De acuerdo, iré contigo. Iré a buscarme un abrigo y la cartera.

—Está bien.

Tiempo posterior, ambos entraron al auto, y él condujo hacia un restaurante, llegaron a la una y algo de la tarde, y se sentaron, esperando a que los atendieran.

—¿Te decidiste para venir conmigo?

—No, no lo haré.

—Supuse que sí, me aceptaste el almuerzo, creí que te irías de viaje conmigo.

—Una cosa es el almuerzo, una muy diferente es un viaje contigo, por tiempo indeterminado.

—Tienes miedo de quedarte más tiempo conmigo, ese es tu problema. Ahora, me doy cuenta.

—No te tengo miedo, no tengo miedo de quedarme más tiempo a solas contigo.

—Pues entonces, ven conmigo al viaje —le desafió, y ella, tragó saliva.

—De acuerdo, iré contigo —le respondió, sin querer dar el brazo a torcer.

Cassandra no estaba dispuesta a perder con él, y prefirió viajar con él antes que su marido creyera que era una completa cobarde.

Luego del amuerzo, la dejó en la casa, no sin antes decirle que comenzara a empacar todo lo necesario. Ella le asintió, y posteriormente, se bajó del auto.

Su marido se fue, ella subió las escaleras hacia la habitación, y se dispuso a elegir la ropa para ponerla dentro de la maleta. Pero antes de hacer eso, cayó en la cuenta, que no tenía maleta. Marcó el teléfono móvil de su marido, y esperó a que la atendiera, pero se arrepintió de llamarlo, y cortó la llamada. Se dedicó a elegir la ropa de su marido y luego la suya para dejarlas sobre la mesa que tenía el vestidor. Dos horas después, Keith llegó a la casa, y se encontró con ella dentro de la cocina mientras ponía agua fresca dentro del florero que él le había regalado por el día de los enamorados.

—¿Ya preparaste la maleta?

—De eso quería hablarte.

—Vi que tenía una llamada perdida tuya.

—Y ni te dignaste a devolvérmela.

—No me llamaste más, supuse que no era importante.

—En fin... No tengo maleta. Nunca me compré una.

—Vamos ahora entonces.

—Está bien.

Luego de que Cassandra, no se decidiera por alguna de las tantas valijas que había en la tienda, su marido terminó por comprarle una colección de maletas en color fucsia, desde la más pequeña hasta la más grande.

Una vez que llegaron a la casa nuevamente, él bajó del auto y le bajó las maletas nuevas.

—¿No quieres que te ayude?

—No, puedo solo.

—No tienes que demostrarme nada, Keith. Sé que eres fuerte, pero un poco de ayuda no te vendría mal.

—Quiero ser un caballero contigo, eso es todo.

—Puedes hacerlo de otra manera, y no así.

—Cada vez que intento ser caballero contigo, tú me tiras a morder.

—Sabes bien porqué te tiro a morder, porque haces y dices cosas que no tolero, terminas siempre diciéndome algo fuera de lugar, y termino molesta contigo.

—Ya te he pedido disculpas.

—Y lo sé.

—Pero tú no me las has aceptado.

—Ya te he perdonado.

—No me lo dijiste antes.

—Te lo digo ahora. Iré a empacar. Te he sacado ropa tuya también, pero no sé cuál llevarás.

—¿Por qué la sacaste?

—Para que después no pienses que soy una mala mujer o una desagradecida.

Entre los dos armaron las maletas, él la suya, y ella la de ella. En la valija más grande se había puesto toda clase de ropa más los calzados, y en la más pequeña, sus productos personales, como maquillaje, accesorios, y perfumes. Alrededor de las ocho y algo de la noche, cenaron, saltando la merienda, y luego de acomodar ella todo, se fue a dormir.

La mañana siguiente, la rutina fue la de siempre, ya ella vestida, desayunaron y él fue al trabajo. Poco antes de las doce del mediodía, su suegra y cuñada la invitaron a almorzar, ella aceptó y le avisó a su marido a través de un mensaje de texto. Eligió un abrigo y la cartera, y solo esperó a que la pasaran a buscar.

En el almuerzo, sacaron el tema del viaje a Nueva Orleans.

—Me parece muy bien que te hayas decidido a ir con él —le dijo su suegra—. Yo también solía ir con mi marido a sus viajes de negocios, me gustaba acompañarlo y a él le gustaba que estuviera a su lado también.

—Me siento extraña, es la primera vez que viajaré y todo lo veo nuevo.

—Es lógico. Pero las cosas entre ustedes cambiaron y sé que vas a disfrutar del viaje.

—Nos está costando cambiar, sobre todo a él, pero lo veo distinto y eso me pone más tranquila.

—Y eso es muy bueno. Por lo menos, mi hijo no te trata mal ahora.

—No, no me está tratando mal, por eso también decidí acompañarlo, para que no vea que soy reacia al cambio en nuestro matrimonio. Lo quiero, y siempre lo amé, y por sentir eso por él, estoy dispuesta a ir con él donde me pida que vaya —les dijo a las mujeres que estaban con ella, y Cassie escuchó una voz detrás.

—Gracias, sabía que me querías y me amabas, pero no tan así —le contestó un Keith sumamente satisfecho con escuchar aquella respuesta de los carnosos labios de su esposa.

Cassandra, ante tal vergüenza, no supo qué hacer o qué decir, solo se limitó a quedarse callada y viendo sus uñas pintadas. Él, se sentó a su lado, y tomó la mano de ella, para luego besarla. Ella al ver el gesto tan delicado y caballero que tuvo, le sonrió.

—Ya te pedí el almuerzo —le dijo su hermana.

—Gracias, Pam —le dijo él.

—No sabía que ustedes sabían que Keith vendría al almuerzo.

—Fue una pequeña sorpresa —le contestó su suegra.

—Ya lo creo que sí lo es —dijo la joven con una sonrisa en sus labios.

Una vez que volvieron del almuerzo, él dejó a su esposa en la casa, pero la muchacha antes de bajarse del auto, sorprendió a Keith, con un beso en su boca.

—¿Qué ha sido ese beso? —le preguntó él sorpendido, mientras la miraba a los ojos.

—Significa, que estamos bien —le respondió ella, con una gran sonrisa y se bajó del auto.

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