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Capítulo 09

¿Denuncia?


Dos meses habían pasado desde que Cassie se divorció de su marido. Y desde hacía muy pocas semanas atrás, estaba rearmando su vida amorosa con Anton, el hombre que le entregó su número telefónico aquel día en donde él compró la camisa. Era muy atento y caballero con ella, y estaba feliz, pero su felicidad no estaba completa porque a pesar de todo, seguía enamorada de su ex marido.

Él fue quién la invitó a salir cuando volvió a la tienda en busca de una nueva corbata. Y desde aquel día, estaban intentando tener algo.

En Beverly Hills, Keith, recibió a un amigo de la infancia en su despacho de la empresa, y entre charlas, tocaron el tema del divorcio y Cassandra.

—El otro día, vi a tu exesposa.

—¿Sí? ¿Dónde?

—En el centro comercial. Cerca de aquí.

—¿Qué estaba haciendo?

—¿Por qué lo quieres saber?

—Porque me interesa.

—Estaba tomada de la mano de un hombre, y al parecer se la veía muy feliz.

—¿En serio?

—Sí, se reía y se veía resplandeciente.

—Conmigo jamás se rió.

—Tú nunca quisiste tener nada con ella, que es diferente, Keith. ¿Por qué te importa tanto, ahora?

—Porque me equivoqué del error que cometí. Y porque tarde o temprano volverá a mí.

—¿A qué te refieres? —le preguntó muy curioso su amigo y mirándolo con atención.

—Estoy muy seguro que en estos momentos, Cassandra, está teniendo una gran sorpresa de mi parte.

—No te sigo.

—En pocos minutos lo sabrás.

Por otra parte, Cassandra, no daba crédito a lo que estaba leyendo, aquellos papeles que su ex marido le hizo llegar no podían ser verdad. Y antes de irritarse sola, prefirió hacerlo frente a Keith. De inmediato tomó un taxi para dejarla minutos luego, frente a la empresa del dichoso de su ex esposo. Una vez dentro de la compañía, subió al piso donde se encontraba, y abrió las puertas con furia contenida.

—Te dije que iba a venir enseguida —le contestó a su amigo, mientras sonreía.

—¿¡Qué son estos papeles!? —le gritó furiosa.

—Hola, ¿cómo estás?

—Deja la amabilidad de lado, Keith. No te queda bien. Solo dime, qué son estos papeles —le dijo golpeándolos contra su escritorio.

—Ya sabes lo que son, es una denuncia.

—¿Por adulterio? ¿De qué adulterio me estás hablando?

—Del que me estás haciendo, ¿o me equivoco? Sé que sales con alguien.

—Y eso no te da derecho a nada para enviarme algo así.

—¿Crees que no? Me estás engañando.

—No digas estupideces. Nos divorciamos, no puedes hacerme esos planteos.

—¿Eso crees? ¿Que nos divorciamos?

—Firmamos los papeles.

—Falsos. Y hasta donde sabía, tú y yo, seguimos casados.

—Estás inventando. No puedes hacer una cosa así.

—Pero la he hecho. Te guste o no, seguimos casados.

—No puedes verme feliz, ¿verdad?

—Tu felicidad me pertenece. Tu felicidad está junto a mí.

—Eres un egoísta. Jamás te importé. Si no me dejas, voy a denunciarte por acoso, y por haberme hecho firmar papeles falsos, no creo que a tu abogado le convenga y a ti tampoco. Me siento mareada —dijo poniendo la mano sobre su frente.

—¿Te sientes bien? —le preguntó, Keith.

—No me toques —le gritó, echándose atrás—. No te atrevas a tocarme porque te aseguro que te denuncio por violación —volvió a gritarle, y él abrió los ojos con desmesura.

—Será mejor que me vaya —dijo en un segundo plano el amigo de Keith y cerró la puerta a sus espaldas.

—¿Por qué lo hiciste? No tienes ningún derecho en hacerme esto. Quiero ser feliz, es lo único que pido —le respondió secándose las lágrimas—. Con Anton, estoy muy bien, solo quiero a alguien que me quiera y estoy intentando olvidarte. Me hiciste mucho mal, Keith. ¿Cómo le digo a mi pareja que aún sigo casada? Te mereces quedarte solo, y todo mi odio. Lo que me has hecho es imperdonable.

Antes de que alguno de los dos siguiera hablando, alguien golpeó a la puerta, y entró. Era Brigitte.

—¿Cassandra? ¿Qué haces aquí?

—No te interesa, Brigitte —le contestó, tomó los papeles del escritorio, y se retiró del despacho.

—¿Qué pasó? —le preguntó a Keith.

—Como te dijo tu hermana, no te interesa. ¿Qué necesitas? —le preguntó secamente.

—Que me firmes estos papeles —le dijo, entregándoselos—. La verdad, es que no sé lo que le has visto a mi hermana, pero por si quieres saberlo, yo soy mucho más mujer que ella —le dijo, insinuante y provocadora, y él levantó la vista del papel.

—¿Quieres que te despida, Brigitte? Porque si eso es lo que buscas, con todo gusto lo hago.

Ella, tomó los papeles ya firmados, y se retiró de la oficina a las apuradas. Él, se reclinó contra el respaldo del sillón, y echó la cabeza hacia atrás. Sonrió al saber que todo estaba yendo de maravillas, como lo había planeado.

La joven, tomó otro taxi, donde la llevaría a la casa que su ex marido tenía en esa zona. Para hablar con una de las únicas personas que verdaderamente la entendía, Corina. Apenas la mujer de mediana edad abrió la puerta, ella se abrazó a su cuello, llorando a mares.

—¿Cassandra? ¿Qué haces aquí? —le preguntó, dejando de lado la formalidad.

—Quiero hablar contigo, por favor —le respondió con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Ha pasado algo?

—Keith, me hizo firmar un divorcio falso. Sigo casada con él.

Corina la hizo pasar al interior de la casa, para prepararle un humeante té y de paso, charlar tranquilas. Y pronto, Cassie, le estaba contando todo lo que había sucedido, más que estaba saliendo con alguien.

—No sé cómo le diré a Anton que no puedo salir más con él. Eso me tiene muy preocupada.

—Puedes omitirle el que sigues casada.

—¿Y qué le digo? —la miró con preocupación.

—Puedes decirle que aún tienes recuerdos de tu ex marido, y que por el momento es mejor dejar las cosas como están.

—Es posible, prefiero decirle eso, antes que decirle que sigo casada con él. Creo que me iré, no quiero que me encuentre aquí. Gracias por todo, Corina —le dijo, dándole un beso en su mejilla, y saliendo de la casa.

Volvió a su casa, mucho antes de que Keith llegara a la suya. Aquel mismo día, por la noche, tenía una salida con Anton, y ni siquiera se había vestido.

—Cassie, ¿por qué no te has cambiado de ropa? —le preguntó frunciendo el ceño.

—Anton, necesito decirte algo. Estas semanas fueron muy lindas contigo, pero a pesar de todo, aún sigo recordando a Keith, y es preferible que nos distanciemos, tú no te mereces esto que te estoy haciendo, y es mejor para ambos que dejemos las cosas como están, tú te mereces a una mujer que te ame por sobre todas las cosas, y yo me resignaré a no poder tener algo con alguien, porque todavía sigo queriendo a mi ex marido.

—Creí que por lo menos me querías.

—Y te quiero, eres un gran hombre, pero no puedo quererte más que como amigo, sé que nos hemos besado, pero...

—Pero no es lo mismo. Lo sé.

Cassandra, recordó las escasas veces en que su marido la había besado, escasas veces en las cuáles siempre sentía nervios y mariposas en la boca de su estómago, algo que con Anton no sentía.

—Lo siento mucho, Anton. De veras, perdóname.

—Gracias por decírmelo —le dijo besando su mano—. Solo me gustaría que sigamos en contacto.

—Sí, lo haremos —le contestó sonriéndole.

Ella, terminó por darle un beso en la mejilla al hombre, y él se retiró de su casa. La joven al verlo irse con su auto, entra al interior de la casa, sube las escaleras y se adentra en su recámara.

Acabo de romper con Anton, ¿estás conforme? —le envió un mensaje de texto a su marido.

Me parece bien, prepárate, te pasaré a buscar ahora mismo —le envió.

No acordamos nada, así qué, no lo harás —le terminó de escribir.

Claro que sí lo haré —le escribió.

Eres insufrible —le contestó.

En diez minutos quiero que salgas de la casa con tus cosas —le volvió a enviar.

Me llevará más de diez minutos sacar todo —le escribió.

Haz lo posible por ser puntual —le texteó.

Metió el teléfono móvil dentro de su cartera y comenzó a preparar las cosas. No podía creer lo que estaba haciendo una vez más, volver con él solo porque en verdad jamás se había divorciado de él. Y para no llevar las cosas a un juicio que estaba segura perdería, prefirió esperar a que la pasara a buscar.

—¿Qué haces con esas cosas? —le preguntó su padre.

—Me voy. Vuelvo a Beverly Hills.

—¿Acaso no te divorciaste de tu marido?

—Sí, pero lamentablemente quedarme aquí es un completo caos, y le pedí que me llevara a alguna otra parte.

—Brigitte me contó que habías ido hoy a la empresa.

—Tenía que arreglar unos asuntos con mi ex. Y no te metas en lo que no te importa.

—Sigo siendo el dueño de la casa, y me tienes que contar las cosas.

—No asuntos míos. Deje de respetarte cuando me golpeaste por no querer darte dinero para pagar las deudas.

—Siempre te he golpeado, no es la primera vez que lo hago porque no me das dinero.

—Esta vez fue diferente, y si me disculpas prefiero salir de aquí —le contestó seria y salió de la casa, esperando fuera a su esposo.

Solo unos pocos minutos después, la pasó a buscar su marido. Metió el bolso en la parte trasera y ella se metió en el asiento del acompañante.

Ninguno de los dos habló dentro del auto, y para Cassandra era lo mejor.

—¿Cómo lo tomó tu familia?

—Ni siquiera me hables.

—Sabes muy bien que jamás te firmaré el divorcio —le contestó aferrando sus manos en el volante.

—Lo que no entiendes es que quiero ser feliz, y tú lo único que me hiciste fue hacerme daño. Siempre me lo has hecho. No quiero seguir más casada contigo.

—¿Por qué no?

—¿Encima me lo preguntas? Ya te di la respuesta. No quieras tener siempre la razón, no quieras que todos giren a tu alrededor.

Aparcó el auto en una zona solitaria, y con poca luz, solo para volver a hablarle de lo que tenía pensado hacer.

—Hagamos una cosa.

—¿Qué quieres ahora?

—Te confieso que siempre me has gustado, y no tienes idea lo que me cuesta entender que tú no eres como las demás mujeres que se me acercaban a mí, por dinero.

—Eres un imbécil.

—Sí, lo sé, no es novedad, quiero pagar la deuda de tu padre.

—No tienes porqué, y estás completamente loco si lo quieres hacer.

—Yo la pago, pero tú tendrás que darme algo a cambio.

—¿Qué quieres de mí?

—La noche de bodas.

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