Capítulo 08
Divorcio en puerta
El domingo no hubo miras en discutir sobre su divorcio, tampoco, Cassie quería sacar a colación lo que había pasado entre los dos apenas se habían ido todos, el sábado por la madrugada. El lunes fue un día rutinario, su hermana mayor se presentó en la empresa de Keith, su esposo. La tomó a prueba durante un mes sin goce de sueldo, ella lo aceptó, y ese mismo día comenzó a trabajar. Mientras él estaba en el trabajo, ella decidió llamarlo a su teléfono móvil. Por lo que no quería dejar pasar la semana.
—Hola, Keith, perdóname que te moleste.
—Hola, Cassandra, ¿qué pasa?
—Te llamo para decirte que no quiero esperar tanto tiempo con el divorcio.
—¿Estás muy apurada?
—Diría que sí.
—Está bien, déjame llamar al abogado y te aviso luego.
—Está bien, y gracias.
—De nada —le dijo y cortó la llamada.
Un rato después llamaron a la casa.
—Cassandra.
—Sí, dime.
—Mañana se pueden firmar los papeles.
—¿Tan rápido?
—¿Acaso tú no estabas apurada que no querías que pase de ésta semana?
—Sí, sí, es verdad, está bien, ¿y a qué hora?
—A las tres dijo que podía, anota la dirección.
—De acuerdo, supongo que te presentarás, ¿verdad?
—Así es.
—Perfecto entonces, ya anoté la dirección.
Al día siguiente, había sido todo muy normal entre los dos, el desayuno, y el almuerzo también, volvió a irse a su empresa, y ella aprovechó en vestirse. Se dió una ducha de agua bien caliente, muy rápido, y luego de secarse, se vistió tranquilamente.
Se puso un conjunto de ropa interior marrón chocolate, de encaje y satén, con breteles en el sostén. Medias de nylon marrón chocolate también hasta los muslos con puntilla de encaje al final de cada una.
Un pantalón leopardo, camisa grande de seda marrón chocolate también, metida de adentro del pantalón y se la aflojó, con los dos primeros botones desabrochados. Un par de botas de taco alto, con piel en el empeine y hasta los tobillos. Un par de aros largos, una cartera haciendo juego, y maquillada muy natural y sutil. Su pelo mitad recogido, y el desodorante de frutas. Se puso un abrigo marrón claro y salió de la habitación.
Ella saludó a Corina, y salió de la casa con un taxi que la estaba esperando. Le dio la dirección que le había dicho, y comenzó a ponerse más nerviosa e intranquila más de lo normal. Llegó cinco minutos antes de las tres de la tarde, y la recibió el abogado de la familia de su esposo. Keith, no había llegado todavía. Se sentó una vez que se dieron la mano y lo esperó. Y lo esperó. Y lo esperó.
—Son las tres y media, él no vendrá —le dijo pero para que el abogado lo escuchara también.
—Perdón por la tardanza, estaba en una junta —les dijo a ambos y él se sentó al lado de ella.
—Si ambos tienen alguna duda, pueden volver a releer los puntos acordados en los papeles.
—Creo que no hace ninguna falta —le contestó Cassandra—. Solo dígame dónde debo firmar.
—En las líneas debajo de cada hoja.
Cassandra sin titubeos, firmó cada hoja con su firma y aclaración, quería desligarse de él, quería correr de aquel matrimonio, y cuanto antes mejor. En la última firma, se sintió completamente libre al fin.
Dejó sobre el escritorio el bolígrafo, y se levantó de la silla.
—Gracias por todo —le dijo al abogado, estrechando su mano—, iré a tu casa para juntar mis cosas —le expresó a su ex marido mientras lo miraba a los ojos.
—Puedes hacerlo tranquila.
—Prefiero que antes de mañana esté todo lo mío sacado de tu casa.
—Puedes llevarte todo lo que quieras.
—No, nada de lo que está ahí es mío, Keith. Tengo muy pocas cosas allí, esas mismas recogeré y me iré.
—¿Dónde vivirás? —le preguntó preocupado.
—No te preocupes por mí. No lo has hecho antes, ahora no quiero que te sientas inquieto por saber en dónde viviré. Me las arreglaré, como siempre lo hice, de todas maneras, volveré a la casa de mis padres. Buenas tardes —les dijo a ambos y se retiró del estudio del abogado.
Dentro del estudio, ambos hombres se quedaron charlando como si nada hubiera pasado.
—Gracias.
—Ni siquiera me las des, no puedo estar haciendo esta clase de cosas, Keith.
—El pago que te di bien valió la pena. Puedes tomarte esas merecidas vacaciones con tu esposa.
—Tú deberías hacer lo mismo.
—Lamentablemente, estoy divorciado de ella ya —le respondió y se rio a carcajadas.
Cassie, había acabado de llegar a la casa, en donde abrazó a Corina, sintiéndose feliz y muy contenta.
—Acabo de divorciarme de Keith.
—¿Está segura de lo que hizo?
—Claro que sí, nunca me sentí tan feliz en mi vida —le respondió con una sonrisa—. Vamos Corina, podrás visitarme cuando quieras en la casa de mis padres.
—No es por eso por lo que estoy así.
—¿Entonces por qué es?
—Si lo abandona, yo dejaré de trabajar, el señor me contrató solo porque se casó.
—Keith ni siquiera sabe hacerse una taza de café, no creo que te despida. Y no creo que ninguna otra persona te contrate, eres demasiado atenta y amable como para que otras personas no te empleen.
—No es ese el motivo principal.
—¿Entonces, cuál es, Corina?
—He dicho que jamás lo iba a decir, pero esta situación me supera. Porque si te vas, es posible que yo deje de ver a mi hijo.
Cassandra, frunciendo el ceño, mirándola con suma atención y algo confusa, le habló nuevamente.
—¿Qué?
—El señor, es mi hijo.
—¿Eres su madre y te ha puesto como su mucama? —le preguntó la joven con horror.
—No, él no lo sabe. Jamás se lo dijeron sus padres.
—¿Por qué no?
—Yo no lo quise. Llegué a la familia Astrof, porque necesitaba un trabajo, ya estaba embarazada, y en aquel tiempo, no tenía ni siquiera para comer.
—Cuéntame, mientras te ayudo a prepararnos un té.
Ambas entraron a la cocina, y Corina, le contó toda la verdad.
—Como dije antes, no tenía para comer y estando embarazada era un riesgo enorme. Los padres adoptivos de Keith, me dieron un puesto de trabajo, el de su mucama, y la señora se hacía cargo de pagar todo lo que necesitaba para mi embarazado.
—¿No me digas que a cambio les diste al niño?
—No. La pareja en ese momento no podía tener hijos, y hacía cinco años que lo habían intentado sin ningún resultado favorable. Y como yo no podía cuidarlo, decidí por cuenta propia que lo mejor era darle una buena vida a mi hijo.
—Corina... —la nombró Cassie, sintiendo sus ojos vidriosos.
—La señora Allison, estaba muy contenta de poder criarlo como propio, y yo me conformaba con que él fuera feliz. La pareja es demasiado buena para ser verdad, porque casi nunca dejan en el mismo techo a la madre biológica con el bebé. Y la señora fue muy buena conmigo, me dejó permanecer en el trabajo, y dejó que me quedara para verlo crecer.
—Eso es lo más maravilloso que escuché en mi vida, Corina. Nadie hace algo así.
—Lo sé. Por eso le estoy totalmente agradecida a ella y a su marido. Cuando Keith se casó contigo, Allison sabía bien que su hijo iba a necesitar una sirvienta, y no dudó en ofrecerme este puesto. Ella sabe que lo adoro, y que quiero pasar tiempo con él, y sin titubeos lo hizo.
—Yo hablaré con él, para que te sigas quedando aquí, dejando al margen lo que me has contado.
—Gracias, Cassandra. Eres una mujer estupenda, es una lástima que Keith no lo vea de esa manera.
—Keith jamás me amó. Y yo no quiero seguir peleando por él. No vale la pena, y yo me haré más daño. Reniega de mi estatus social, yo no le veo el problema, pero las amistades que tiene y el entorno en el cuál se maneja, me hacen sentir incómoda y prefiero evitar todo eso.
—Has conocido a Margot.
—La perfecta Margot, sí.
—Mucho antes de conocerte y casarse contigo, ella fue su pareja.
—Sí, lo sabía.
—¿Qué crees que pasó entre ellos para que se pelearan?
—No lo sé, pero por lo visto se llevan bastante bien.
—Margot es escrupulosa, y haría cualquier cosa por colarse nuevamente en los pantalones de Keith. Lo cierto, es que ella lo avergonzó en público y le hizo creer que estaba embarazada.
—¿Qué clase de cosa hizo en público?
—No se comportó como era de esperarse, se comportó siendo poco señorita —le confesó pero Cassie la miró con confusión, frunciendo el ceño.
—No te entiendo.
—Hizo desastres en público, se emborrachó, dijo barbaridades, se rio de manera poco femenina, y se comportó como una vulgar. Y lo último fue el engaño del embarazo. Como discutieron, ella para no separarse de él, le inventó que estaba embarazada.
—¿Y luego qué pasó?
—Él se enteró de todo, y rompió con ella por definitiva. Margot, no es rica, es una simple mujer como tú, no tiene propiedades ni nada que a un hombre le pueda llamar la atención materialmente. Yo creo que por eso mismo, Keith se comporta así contigo, por miedo a pasar por lo mismo nuevamente. Y no se da cuenta de lo equivocado que está. Eres incomparable con Margot.
—Te agradezco mucho lo que me dices, Corina.
Las dos mujeres, se quedaron un rato más tomando una taza de té, mientras el dueño de la casa no estaba, y luego Cassie aprovechó en empacar sus pocas pertenencias, para irse antes de que él volviera a la casa.
Lo cierto, era que, la joven ya estaba teniendo algunas dudas con respecto a los papeles del divorcio que había firmado, porque si se acababa de enterar que posiblemente él se comportaba así con ella, por miedo a pasar por lo mismo, cabía una remota posibilidad que ella le demostrara que no era igual a Margot. Pero no quería volver con él, no quería ser tratada mal, solo quería cariño y esperaba encontrarlo en otro hombre.
Terminó de juntar sus cosas, y bajar las escaleras. Saludó con un fuerte abrazo y un beso a Corina, y abrió la puerta cuando se encontró con el rostro de su ex marido.
—¿Ya te vas?
—Así es. Ya que te veo, quiero preguntarte algo.
—¿Quieres ir al estudio?
—No, no quiero perder tanto tiempo. Solo quería saber qué harás con Corina.
—Lo que ella quiera hacer, se supone que estaba porque tú estabas aquí también, pero ahora que nos divorciamos, tenía pensado despedirla, o que vuelva con mis padres.
—Tus padres ya tienen a Tina, y Corina necesita el trabajo. No seas tan soberbio, y trágate el orgullo por un momento —le contestó con total soltura y él se la quedó mirando con atención.
—Está bien, la dejaré aquí.
—Te lo agradezco mucho. Bueno, eso era lo que tenía que decirte, ahora sí, me voy.
—¿Quieres que...
—No, no lo hagas ahora. Espero que seas feliz y encuentres a alguien que te quiera y que la quieras también. Merece que sea feliz, por lo menos es lo que yo esperaba de este matrimonio.
Cassie salió de la casa, donde ya la estaba esperando un taxi, para llevarla a la casa de sus padres, una zona muy alejada de donde estaba. Cuando el taxista la dejó frente a la casa, luego de pagarle, le abrió la puerta su hermana mayor.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó intrigada mientras cerraba la puerta a sus espaldas.
—Vengo a vivir otra vez aquí, o por lo menos hasta que consiga nuevamente empleo, y pueda solventarme los gastos.
—¿Y Keith?
—En su casa. Nos acabamos de divorciar.
—¿Estás loca?
—No. Ya no aguantaba más el matrimonio que tenía con él.
—Tenías todo lo que una mujer con dos dedos de frente puede querer.
—Sí, Brigitte, tenía de todo, pero lamentablemente no tenía el amor de mi marido y estaba cansada de esperar algo que nunca iba a llegar.
—Con todo el dinero que tiene, no necesitas nada de amor —le respondió con sinceridad y prefirió no responderle—. ¿Dónde piensas instalarte?
—En mi antigua habitación, a no ser que esté ocupada.
—No, sigue estando como la dejaste.
—Bueno, ¿cómo te está yendo en el nuevo trabajo?
—Bastante bien, salvo por algunas idiotas que me tienen de punto.
—Por favor, no hagas nada fuera de lugar, estás trabajando en la empresa de mi ex marido, y por lo menos deja que los demás se lleven una buena impresión de nosotros.
—Sí, hermanita —le contestó apretando con cariño fingido una de sus mejillas y al darse vuelta para seguir su camino, su hermana revolea los ojos.
—¿Los demás?
—Salieron.
—¿Adónde?
—No pregunté.
Brigitte salió de la casa, y Cassandra aprovechó en instalarse nuevamente en su vieja habitación.
Los días en que la joven se quedó en la casa de su familia, fueron un caos. Jamás se iba a imaginar que fuera de aquella manera. Su padre cada vez que volvía de trabajar, se ausentaba de la casa para volver luego de varias horas, destilando alcohol y humo de cigarrillo y aunque las discusiones estaban siempre presentes entre sus padres, la figura paterna nunca quería entrar en razones. Y aunque tenía muchas ganas de enfrentarlo, prefería no llevarse un mal trago como la última vez que había ido a la casa de Keith para pedirle dinero.
Cassie, había conseguido trabajo en una tienda de trajes de hombre. Luego de haber tirado curriculum en varios negocios, el único que se había interesado por ella había sido aquel local de ropa masculina. Tenía que conseguir dinero, y pronto, si no quería verse atada por definitiva con su familia. Porque sabía que tarde o temprano, su padre, iba a pedirle el poco dinero que le estaba quedando, para pagar sus deudas de juego.
Hacía solo dos semanas que estaba trabajando en aquella distinguida tienda, cuando un hombre con traje entró para comprarse una camisa.
—Hola —le dijo todo sonrisas—, buenas tardes.
—Hola, buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó ella con amabilidad.
—Estaba buscando camisas en colores claros.
—Si me sigue, le muestro.
—Será un placer —le respondió volviendo a sonreirle.
De aquella manera, ambos pasaron media hora más o menos, en donde él, al parecer no se decidía por una de las tantas camisas de color claro que le había mostrado.
—Creo que me llevaré las tres.
—De acuerdo.
—¿O tú qué me sugieres? ¿Cuál me regalarías? —le preguntó, mirándola a los ojos —. ¿Gris?
—Así es.
—¿Por qué?
—Es rubio, de ojos miel, llamará más la atención. Los colores oscuros le sientan muy bien a las personas de pelo claro.
—¿Acaso está flirteando conmigo, señorita?
—Lo menos que busco es flirtear con el cliente. Solo le sugiero lo que más le convendría, y obviamente, llevarse el producto.
—Bien, me has convencido. Me llevaré la gris.
—Perfecto, ¿cómo lo pagará? ¿En efectivo o con tarjeta?
—En efectivo.
—De acuerdo, gracias por su compra, señor.
—Fue un placer.
Luego de que el hombre pagara por su camisa, y se retirara de la tienda, la joven aprovechó en volver a acomodar las camisas en su lugar de origen. La cajera se acercó a Cassie, y le habló.
—Creo que le has gustado mucho, me dijo que te diera esto —le contestó, dándole una tarjeta personal con su número.
—¿Qué se ha creído ese tipo? ¿Que estoy desesperada por un hombre o qué? Estoy bien, sola.
—No, solo que le gustaste, ¿acaso no puede gustar de ti?
—Sí. Pero que me diera su tarjeta personal, es de imprudente. Y si cree que lo llamaré está muy equivocado.
—Que llames a un hombre porque él te dio su número telefónico, no significa que seas fácil, ni mucho menos.
—Tengo mis dudas al respecto. Pero como sea, no lo llamaré.
—Bueno, como tú prefieras.
La joven mujer, luego de horas de trabajo, volvió a su casa.
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