Capítulo 40.
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El chico de cabello castaño lentamente acomodó su máscara, diciéndose a sí mismo que ya extrañaba aquellos días en que el viento frío pegaba contra su cuerpo, en el que se podía sentir libre e independiente, sin seguir órdenes ni nada parecido, sólo disfrutando de la compañía de su colega en el bajo mundo del asesinato. Pero, ésta vez, alguien más rondaba por su vida: Emily.
Aquella rubia bastante tierna y al mismo tiempo testaruda e indiferente a su entorno, le había puesto el mundo de cabeza. Sabía que su gusto iba más allá de las palabras expresadas cuando estaban juntos o que se acumulaban en su mente; ésto era diferente a alguna de esas cosas. Él comprendía bien que nunca había sentido aquel calor en el pecho por nadie más, y al mismo tiempo le asustaba el control que ella ejercía sobre él.
Saltando de sus pensamientos, su compañero de hazañas y matanzas le palmeó el hombro, avisándole de la presencia de alguien más.
Frente a ellos dos, una espesa nube de humo negro se hizo paso, dándoles a entender que frente a ellos se encontraba aquella criatura a la que asociaban con el infierno y todo lo que éste conlleva. <Zalgo.> Susurró la mente de Masky, y entonces comprendió que su repentino encuentro no anunciaba más que problemas.
Él tomó forma, una muy indescriptible para ambos. Los miró mientras éstos tomaban posición para atacarle en cualquier instante, mientras éste sólo se limitó a posar sus orbes en la máscara de Masky.
---Lamento mucho lo de tu novia... Enserio.--- Susurró la criatura, enseñando ese conjunto de voces que hablaban a la vez. Masky pudo reconocer un atisbo de ironía en su voz.
---¿A qué te refieres?--- Soltó él con rabia.
---Tal vez deberías averigüarlo por ti mismo. Si fuera tú me daría prisa, o los animales devorarán el pútrido cuerpo de tu amada...--- Susurró con voz ronca, mientras soltaba una leve risa malévola. Masky comprendió al instante: le había hecho daño.
Sin darle tiempo de soltar ni una palabra más, el chico corrió por el profundo bosque, buscando alguna señal de la chica.
"No, no, no..." Susurraba su voz mientras recorría el perímetro. No podía perderla, no podía permitirlo. No quería admitirlo, pero ella era lo único bueno que le quedaba.
Se detuvo un instante para recobrar el aliento, y al bajar un poco la mirada, un lacio cabello rubio yacía en el suelo, iluminado únicamente por la luz de la luna que se filtraba entre los árboles.
Pasó saliva levemente, pero ésta pareció no poder pasar por el gran nudo que sentía en la garganta. Se acercó a donde pudo divisar aquel cabello, y la escena que vió a continuación, rompió su alma en mil pedazos, que ahora yacían desperdigados por todo su débil cuerpo.
Ahí estaba ella, con el estómago abierto de par en par, cubierta de su propio juego de tripas, haciendo parte de un show sangriento que le rompió el corazón al chico.
Él, sin saber como más reaccionar, cayó de bruces al frío suelo, llevando su mano a la muñeca de la fallecida chica.
Sintió las lágrimas caer por sus mejillas sin parar; no podía detenerlas aunque quisiera.
Retiró su máscara con brusquedad y la tiró a su lado, disponiéndose a mirarla una última vez sin nada que pudiera perturbarlo.
Acercó su mano a la cara de ella, que ahora tenía los ojos cerrados y los labios morados por el frío y la falta de vida. Ya no volvería a besarla, ni a ver sus orbes azules, y en parte, eso fue lo que más lo golpeó por dentro.
Sus oídos dejaron de reproducir los sonidos de la zona aledaña, para dar paso a un largo pitido, que sólo le permitía sentir su pecho subir y bajar debido a los sollozos y los hipidos que soltaba.
De la nada, soltó un grito desgarrador, mientras más lágrimas caían. Estaba dolido, y no iba a ocultarlo.
Abrazó sus rodillas y simplemente observó el cuerpo de ella. No le causaba asco, simplemente quería que volviera a despertar y le dijera aquellas palabras dulces que tanto quería, pero, ya no seria posible.
Hoodie llegó a grandes zancadas al lado de su compañero, y le dio leves palmadas en la espalda a modo de consuelo. Veía el cuerpo de la mujer y sabía bien quién era el responsable, pero por ahora, no podían hacer nada.
Ahora, todo había acabado.
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