
capitulo 28
Gabriel se encontraba reunido con su padre en su oficina, con ellos estaba el abogado de confianza que trabajaba para ellos desde hacía muchos años, un hombre experimentado de más de sesenta años, de rasgos fuertes y severos.
—Si las cosas se manejan de esta manera no tendremos de que preocuparnos, Alberto —aseguró el especialista en leyes bajo la mirada de los dos Mendoza.
—Yo también lo creo, pero debemos tener cuidado con lo que pidan para el arreglo, pienso que pueden querer aprovecharse.
—Papá, claro que van a querer aprovecharse, querrán sacarnos lo más que puedan, para eso tenemos a Richie, nuestro abogado estrella —dijo Gabriel señalando a el abogado sonriendo pícaramente— hizo su tarea y recolectó información interesante sobre la contraparte. Eso nos dará una carta con la que podremos jugar para frenar sus intenciones.
—Lo sé, Gabriel.
—Quédense tranquilos —pidió el abogado—. No llegaremos a juicio, pero de todas formas me gustaría que Gabriel o ti Alberto, me acompañe. Si un alto ejecutivo de la empresa además de mi persona está presente, con seguridad será más fácil negociar.
—Tienes razón. Irás tú, Gabriel —sentenció Alberto dando por seguro que su hijo no pondría objeción puesto que era sabido por todos que a Gabriel le apasionaban este tipo de retos.
Gabriel miró con frialdad a su padre, no tenía ganas de viajar en ese momento, no sabía bien por qué, pero tenía un firme deseo de quedarse con Elena. Pero por otra parte su lado profesional lo empujaba a ir y desatar el lobo hambriento de triunfos que era en el ámbito laboral.
—sí. Yo voy contigo, Richie, quiero terminar esto de una vez.
—¡Perfecto! Me encanta cuando nos ocupamos juntos de estas cosas, no te ofendas, Alberto, pero tu hijo tiene más astucia que tú para estos casos —aseguró Richie en medio de risas burlonas.
—¡Claro! Vayan y diviértanse... ¿Cuándo se van, Richie?
—Deberíamos estar allí el lunes, así nos preparamos bien. Espero que para el jueves podamos regresar. ¿Está bien para ti, Gabriel?
—sí. Saldremos el lunes.
Gabriel pensó en invitar a su esposa a ese viaje, pero desechó la idea sabiendo que no tendría tiempo para disfrutar la ciudad con ella, estaría sola todo el día. —Se aburriría— determinó.
Amanecía el lunes, Gabriel partiría a la ciudad de Nueva York en un par de horas, la noche anterior dejó todo preparado así que podía darse el lujo de quedarse un poco más en la cama con Elena. Sus cuerpos descansaban desnudos y entrelazados bajo las sábanas tras lo que podría llamarse una intensa despedida, si bien era cierto que Gabriel reconocía un fuerte sentimiento por ella su deseo era aún más grande magnificándose en la medida en que ella se entregaba sin reservas a él haciendo bastante difícil su despedida, en el corazón de él había una fuerza silenciosa que lo empujaba a abrazarla más y más fuerte cada vez, por primera vez no quería alejarse, quería quedarse allí con ella como si el tiempo se le fuera a acabar y tuviera que decidir en donde pasar el resto de sus días. Pero recobró su frialdad de pensamiento sabiendo que tenía un vuelo que abordar.
—Me tengo que levantar...
—¿Qué hora es? —preguntó abrazando más fuerte a su esposo.
Gabriel buscó en su mesita de noche su reloj para ver la hora.
—Son las seis y treinta, linda.
Dicho esto, le dio un beso rápido y se levantó para dirigirse directo a la ducha.
A Elena no le agradaba del todo la idea del viaje, sabía que solo era el primero de muchos y debía acostumbrarse, quería ir con él pero tenía en cuenta que en ese viaje no habría tiempo para estar juntos, además, agradecía el tiempo a solas para poder confirmar las sospechas de su posible embarazo, seguía creyendo que si lo estaba y se sentía afortunada de que su cuerpo no diera señales de cambios evidentes que Gabriel pudiera percibir, el crecimiento de sus senos no levantó sospecha, pero durante los últimos días se le hizo difícil disimular el dolor que le acusaban al tacto. En poco tiempo saldría de su duda y pensaría como afrontarlo con su esposo.
Gabriel ya había tomado asiento en el avión, esta vez viajaría solo puesto que su compañero de viaje estaba retrasado y llegaría un par de horas las tarde. Se estaba muy bien en ese asiento, viajar en primera clase siempre le había sido satisfactorio, reclinó un poco su butaca y miró a su alrededor como todo estaba impecablemente en su lugar, se sentía a gusto en esa especie de cubículo abierto en el que viajaría hasta la ciudad de Nueva York. Pensaba en Elena, en lo bien que estaban llevando su relación, —¿será amor? —, se preguntaba mientras analizaba sus sentimientos recordando el beso que ella le dio en la puerta de su apartamento para despedirse de él, recreaba la manera extraña de mirarlo cuando le deseó buen viaje y le dijo que lo esperaría con una sorpresa. Nunca imaginó que un recuerdo de Elena lo haría sentir tan en paz consigo mismo, hace unos meses no imaginó cuanto podía llegar a gustarle estar con ella en ese maravilloso oasis en el que convirtió su hogar, sin duda ella se había convertido en el centro de su equilibrio, le gustaba mucho su vida tal cual estaba en ese momento, pero en el fondo le quedaba un rincón oscuro donde él aún no se sentía seguro. —¿Me alcanzará siempre este romance color de rosas? —, —¿y sí ella parece de nuevo?— aún no habían pasado la prueba de fuego a la que tanto temían ambos y de la que ya no se hablaba con la esperanza de que nunca llegara, no quería traicionar a Elena trayendo de vuelta el recuerdo de la otra mujer, no quería traicionarse a sí mismo extrañándola. Inmerso en esos pensamientos no se dio cuenta de que el destino en una jugada casi macabra respondía súbitamente a sus inquietudes.
—Buenos días —saludó una mujer desde el asiento más próximo.
Gabriel se quedó petrificado al escuchar esa voz, incrédulo a su mala suerte volteó en dirección a ella sin responder al saludo y mucho menos creer lo que estaba sucediendo.
—María Teresa...
—Gabriel... —contestó ella igualmente sorprendida.
Ambos se miraron a los ojos sin saber que decir, Gabriel sintió una sensación familiar cuando su sangre comenzó a correr fuertemente por sus venas, ella lo seguía emocionado aunque esta vez de una manera distinta, ahora esa emoción lo ponía en contra de sí mismo, se había convertido en una droga que ya no quería seguir consumiendo desde lo más hondo de su corazón, ella representaba una tentación carnal, ya no había necesidad de ella en su alma, no quería, no sentía el deseo de correr a abrazarla ni de sentir su piel. Sintiendo el gozo de esta nueva seguridad sonrió discretamente a modo de saludo y se acomodó de nuevo en su asiento.
Tras el despegue María Teresa trató de iniciar una conversación.
—¿Cómo estás?
— Estoy bien —respondió Gabriel con frialdad.
—¿Y tu esposa?
—Perfectamente.
—Y... ¿La vida de casado?
—Insuperable —dijo sonriendo ampliamente con una satisfacción que no tuvo que fingir. Sonrisa que fue recibida como un golpe en el estómago por María Teresa.
—Me alegro mucho por ti —agregó llena de pedantería—. Yo estoy muy bien, gracias por preguntar...
—No pregunté —alegó Gabriel con naturalidad haciendo enfurecer a María Teresa que hubiera respondido con una grosería de no ser por la azafata que se interpuso entre los dos para servirle una bebida a Gabriel.
Elena salía de una farmacia cercana a su oficina, había comprado una prueba de embarazo después de un buen rato parada frente a un estante lleno de distintas marcas de la misma prueba sin saber por cual decidirse, por fin llevó una sin comprender realmente cual era la diferencia entre unas y otras, solo sabía que en la caja decía que tenía noventa y nueve coma nueve por ciento de eficacia, su rostro reflejaba una emoción evidente incluso para los desconocidos que pasaban a su lado y no podían evitar sonreírle. Llegando a su oficina pensó en hacerse la prueba de inmediato, pero le faltó el valor necesario y la guardó en un cajón de su escritorio.
Gabriel había aterrizado en la ciudad de Nueva York, ya estaba por salir del aeropuerto, un coche con chofer lo esperaba fuera para llevarlo a su hotel, se sentía orgulloso de sí mismo puesto que había logrado transitar todo el vuelo ignorando a María Teresa y sus intentos de llamar su atención con poses y miradas.
—¡Gabriel! —llamó casi a gritos para evitar que saliera del aeropuerto.
Al escuchar su nombre se detuvo por instinto y buscó con la mirada quien lo llamaba con tanto interés posando los ojos fríamente en su exnovia que se acercaba lo más rápido que sus zapatos de tacón alto le permitían.
—Perdona que te detenga de ese modo...
—¿Necesitas algo, María Teresa? —preguntó sin emoción alguna en el rostro.
—sí, necesito verte. Quería pedirte que nos viéramos.
Gabriel la miró casi con desprecio, ¿cómo se atrevía a pedirle eso? Al darse cuenta de la reacción que causó su propuesta trató de buscar la manera de apaciguar al hombre que estaba frente a ella.
—Solo como amigos...
—No será posible. Vengo por negocios y no tendré tiempo para nada más. Si me disculpas me están esperando.
Dicho esto, cogió de nuevo su maleta y se dio la vuelta para seguir su camino y alejarse de ella lo más rápido posible cuando sintió una mano pequeña sobre su brazo deteniéndolo, esto no lo esperaba, una cosa era ignorarla mientras mantenía la distancia y otra era sentir su contacto, esa corriente que traía a flote sensaciones que luchó por hacer desaparecer de su memoria. Se apartó de inmediato sacudiéndose de la mano que lo detenía preso de una turbación inesperada, aunque fuera solo por un instante aquel placer que lo llevó a hacerle tanto daño a la que ahora era la compañera de su vida había vuelto y se odiaba por eso.
—¿Qué es lo que quieres? —gruñó furioso.
María Teresa comprendió que había logrado romper con la frialdad de Gabriel y se aprovechó de eso para abogar por su causa.
—No te molestes, por favor, solo quería hablar contigo. Tenía pensad un café o una comida. Como los buenos amigos que fuimos alguna vez.
—No quiero ser tu amigo. No quiero nada contigo. Soy un hombre casado y feliz, no te entrometas de nuevo.
—Está bien, Gabriel, entiendo tu posición y la respeto. Perdóname si te incomodo. Pero si cambias de opinión búscame, tengo el número de teléfono de siempre, voy a estar aquí hasta el domingo.
—Adiós, María Teresa.
Gabriel siguió su camino dejándola sola de pie en medio de la gente que entraba y salía mientras ella lo veía alejarse deleitándose con su figura y su porte tan atractivo y varonil.
Habían pasado dos días desde que Elena compró la prueba de embarazo, pero seguía guardada en el cajón de su escritorio, cada vez que sentía que era el momento perfecto para hacerla algo se inventaba para postergarlo. No dormía bien pensando en que debía llevarla con ella a casa y hacerla allí, pero el día siguiente pensaba todo lo contrario y la dejaba de nuevo donde estaba. Para ella ya casi no había dudas, sus pechos hinchados y doloridos junto con los antojos extraños que había comenzado a sentir le indicaban que una vida estaba creciendo dentro de ella, se reía sola al recordar el día anterior en que le puso tanto picante a su comida que le salieron lágrimas, lo más extraño fue que sintió una agradable sensación de placidez al comerlo, o como esa misma mañana en la que solo podía pensar en pizza mientras comía una barra de chocolate que había comprado en el camino, —sí sigo así me voy a poner como una vaca—, pensaba, pero rápidamente desechó el pensamiento con la idea de que eran los primeros antojos que su bebé producía en ella, esta idea la puso tan feliz que dejó de importarle su figura, —ya veré como me quito el sobre peso después—, —¡si es para traer mi hijo al mundo lo pasaré feliz!—.
Nada podía sacarla de su relación pasional con la barra de chocolate, nada excepto su teléfono móvil sonando.
—¡Hola, amor! —tragando a prisa luego de ver en la pantalla que era Gabriel quien llamaba.
—Buen día, linda, ¿cómo estás?
—¡Excelente! Extrañándote mucho —confesó chupándose los dedos.
—No seguirás sufriendo, linda, no me quedo hasta el viernes. Vuelvo mañana.
Elena se quedó petrificada, solo tendría hasta el día siguiente para salir de dudas con respecto a su embarazo, se sintió presionada y su estómago dio un vuelco que por poco la hace vomitar sobre su escritorio.
—¿Elena, me estas oyendo?
—Claro... Claro que te oigo. ¡Qué bueno que llegas mañana! ¿A qué hora llegas?
—Al final de la tarde, firmamos el acuerdo temprano así que me dará tiempo de descansar un rato antes de irme al aeropuerto.
—Qué bueno que vuelves antes. Me haces tanta falta... -dijo con voz aterciopelada.
—Y tú a mí, linda.
—Te amo.
—Mañana estaré allí. Ahora tengo que dejarte, pequeña. Tengo trabajo todavía.
—Está bien —dijo Elena triste igual que todas las veces que no recibía la respuesta que esperaba.
—Te llamo luego.
—Si. Adiós.
—Adiós.
Tras esa conversación a Elena le volvieron a atacar las dudas, de cómo iba a convencer a su esposo de amar a su hijo sí no estaba segura de que la amara a ella, solo le quedaba confiar en que eso nacería instintivamente en él, podía aceptar que no fuera solo un hombre romántico con las palabras, pero deseaba que la prueba diera positivo y que él se alegrara por eso sin necesidad que ella tuviera que pedirlo. Sumida en sus temores decidió que era hora de salir de dudas, se haría esa prueba y haría frente a cualquiera de los dos resultados que podía arrojar, pensando así cogió la cajita rectangular que llevaba días esperando para ser usada y se dirigió al baño cuando sintió de nuevo su teléfono repicar dentro del bolsillo de su pantalón, vio en la pantalla que era su amiga Claudia, no quería hablar con ella de los últimos chismes de la sociedad ni quería tener ningún tipo de conversación trivial cuando estaba a punto de descubrir sí su vida iba a cambiar radicalmente. Pero algo la hizo cambiar de opinión en el íntimo momento y contestó la llamada.
—Hola...
—¡Hola, Ele! ¿Cómo estás?
—¿Bien, amiga, y tú? —preguntó por cortesía mirando fijamente a la cajita que tenía en su mano.
—¿Te pasa algo, amiga?
—No. ¿Por qué?
—Te noto extraña. Si estás ocupada te llamo más tarde.
—No —dijo más como un ruego—. Es que... Tengo un problema.
Elena no se pudo contener más tiempo, la carga se sentía pesada y compartirla de seguro la aliviaría, le contó todo a Claudia, sus temores, sus sospechas, el miedo a la reacción de su esposo.
—Espera. No debes estar sola, yo voy a acompañarte en esto, cualquiera que sea el resultado debes tener a alguien que te apoye.
—Gracias, amiga —soltó en un suspiro de alivio—. Te agradezco tanto... Me sentía muy sola.
—Ya no lo estarás. Vamos a hacer algo, vamos a encontrarnos en el café de siempre, el que queda allí cerca, ¿sabes? Donde hacen un delicioso capuchino...
—Sí —interrumpió ansiosamente—. ¡Sé perfectamente cual es!
—Ok. Nos vemos en veinte minutos. Estoy cerca.
—Yo salgo para allá de inmediato. Gracias otra vez.
—Tonta —soltó Claudia por toda respuesta cerrando la llamada.
Elena regresó a su escritorio, cogió su cartera poniendo dentro la prueba de embarazo. Al salir dio instrucciones a su secretaria de llamarla solo en caso de emergencia.
—Creo que no vuelvo en todo el día —anunció— si mi padre llama, le dices que estoy ocupada, o que estoy hablando por teléfono, o que me secuestraron los marcianos... ¡O lo que quieras!
—¡Entendido! —respondió Lorena riendo de lo que su jefa trataba de hacerle entender mientras la veía alejarse rápidamente.
Claudia ya había llegado cuando Elena llegó al sitio de la cita, estaba esperándola en una mesa apartada al fondo del local, esperaba a su amiga con una sonrisa tierna que Elena agradeció.
—Hola, Clau... —saludó al mismo tiempo que se lanzaba en los brazos de su compañera.
—¿Por qué no me habías contado antes? ¡Debiste llamarme!
—No quería parecer tonta —aseguró sentándose frente a Claudia—. ¿Te imaginas cómo me siento al pensar que estoy embarazada y que mi esposo quizá no quiera al bebé?
—Bueno, Ele, quizá y te estés adelantando —dijo suavemente cogiendo a su amiga de las manos.
En ese momento un camarero bastante guapo se acercó a ellas ofreciéndoles la carta bajo la intensa y atrevida mirada de Claudia.
—Gracias —contestaron al mismo tiempo.
Ambas dieron una rápida ojeada a la carta, Elena realmente no leía nada, solo paseaba la mirada por sobre las letras que habían impresas allí, Claudia se dio cuenta y propuso algo rápido.
—Tomemos un té. Necesitas relajarte.
—Un té estará bien, pero no sé si podré relajarme.
Claudia hizo todo lo posible por distraer a Elena de sus pensamientos, hablaron de cosas sin importancia, le contó a su amiga sobre la última fiesta en la que estuvo, chismes de amigos en común que Elena ya casi no frecuentaba después de su matrimonio. Poco a poco la conversación hizo el efecto relajante que debía hacer en los nervios de la joven.
—Bueno, ya estoy más tranquila. Es ahora o creo que no será nunca.
—Entonces vamos.
Elena sentía que las piernas se le habían convertido en trapos, el camino al baño se le hizo muy largo, pedía en silencio que no hubiera nadie allí para tener algo de intimidad. Pensaba que estaba loca porque pudiendo hacer la prueba en su casa o en la oficina prefirió hacerla en un baño público como si fuera una adolescente temerosa de ser descubierta. —Está vacío—, pensó con emoción y alivio al entrar al baño de damas, sacó la cajita de su cartera entregándosela a Claudia para más comodidad quedándose solo con la prueba en las manos, nunca había estado tan nerviosa, abrió la caja, sacó el dispositivo que tenía dentro de ella examinándolo cuidadosamente bajo la mirada curiosa de Claudia que se mantenía en absoluto silencio.
Era del largo de un lápiz con una pequeña ventana cuadrada en blanco, luego buscó las instrucciones y las leyó llegando a la conclusión de que lo único que debía saber era que sí aparecía una rayita en la pequeña ventana cuadrada era negativo, si aparecían dos, era positivo. El resto de la información sobre la efectividad de la prueba y cientos de cosas más le tenía sin cuidado. Entró en el cubículo y sin más demoras se dispuso a orinar como indicaban los gráficos, sobre la parte esponjosa de la prueba. Salió del cubículo arreglándose la ropa y con expresión de incertidumbre.
—¿Qué pasó? —preguntó Claudia con los ojos abiertos como platos.
—No sé. Hay que esperar unos segundos.
—Esperemos entonces... ¿Pero que debe salir?
—Una rayita sí es negativo. Dos si es positivo.
Elena sostenía la prueba en sus manos sin atreverse a mirarla. La incertidumbre la había paralizado, en pocos segundos confirmaría lo que su cuerpo le decía a gritos, que llevaba dentro de ella el hijo del hombre que amaba.
—Déjame ver... —soltó Claudia arrancándole la prueba de las manos.
Claudia se quedó viendo fijamente la pequeña ventanita donde anunciaba el resultado con el rostro completamente inexpresivo.
—¿Qué dice? —preguntó Elena con apenas un hilo de voz.
Claudia se tomó un segundo más para responder presa de la emoción.
—¡Vas a ser mamá, es positivo!
Elena cerró los ojos en un mudo agradecimiento, sintió como la felicidad dio paso en un segundo a la euforia y la euforia dio paso a la fuerza, comenzó a sentirse extrañamente poderosa, como sí la certeza de esperar un bebé le diera la fuerza de enfrentar al mundo entero.
—Elena... —llamó Claudia extrañada por la reacción tan silenciosa de su amiga.
—Clau... Voy a ser mamá... ¡ESTOY EMBARAZDA! —gritó llena de emoción exteriorizando aquel maravilloso sentimiento que la poseía.
La vida fue perfecta, al salir del baño de la cafetería Elena vio todo con otros ojos, todo era hermoso, maravilloso, los colores eran más brillantes para ella, tenía el efecto felicidad en sus venas y lo estaba disfrutando. Todos los temores se disiparon, se disipó la duda acerca de la reacción de Gabriel, ya no importaba lo que diría al respecto, el bebé ya existía, crecía dentro de su vientre dándole la seguridad de que todo estaría bien, Gabriel tendría que aceptarlo y punto, de no ser así sería él quien saldría perdiendo.
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