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capitulo 26


Rato después, cansado de tanto pensar en el futuro, Gabriel fue a acostarse al lado de su esposa, la veía dormir y se preguntaba sí de verdad lograrían tener un futuro feliz, lo único que le quedaba claro era que en ese momento solo quería abrazarla, hacerle el amor; temía el hecho de que podía perderla en cualquier momento, quería demostrarle que la quería a su lado, pero solo sabía hacerlo de una manera. Iba a disfrutar eso últimos días que les quedaban antes de regresar gozando de su compañía y dándole lo que sea que tenía para ella. Comenzó por acariciar delicadamente su rostro, admiraba cada detalle de ella, sus facciones perfectas, delicadas; su cuello fino y largo, bajó lentamente a su busto delineando las curvas que ondeaban su pecho. Elena iba despertando lentamente de su sueño al sentir las suaves caricias que iban bajando hacia su vientre, para cuando llegó a su entrepierna ya estaba completamente despierta, alerta y respondiendo fogosamente a los deseos de Gabriel

El chófer de la familia Mendoza había ido a buscarlos al aeropuerto, el viaje de regreso fue bastante tranquilo, fue poco lo que hablaron sobre las expectativas que tenían con su llegada. En casa de Gabriel los esperaban sus padres y el padre de Elena para darles la bienvenida con un ambiente festivo y alegre inocentes de la turbulenta luna de miel que habían atravesado, solo Alberto se veía un poco reservado, apenas menos emocionado que los demás, consciente de que algo grave había acaecido, disimulaba su ansiedad porque su hijo le contara cada detalle de lo que había pasado el día de la boda.

Los tres salieron a recibirlos apenas supieron que habían llegado. Los abrazos llegaron en abundancia junto con las sonrisas y los besos llenos de amor paternal, en especial los de Iván para su hija que sin querer rompió en llanto al sentirse protegida por los brazos de su padre quien atribuyó esas lágrimas a la emoción natural de la ocasión.

—Ya... Ya, Ele ¡voy a creer que ese marido tuyo te está haciendo sufrir! —dijo en broma Iván sin percatarse de la mirada llena de furia que dirigió Alberto a su hijo.

Cogió el rostro de su hija entre sus manos haciéndola parecer de nuevo una niña a lo que ella respondió con una tranquilizadora sonrisa que hizo que Gabriel se relajara al comprobar que no contaría nada de lo que había sucedido.

—Tranquilo, papá, ¡es solo la emoción de verte!

—Hola, Iván... —saludo Gabriel sido correspondido por este con igual cariño con el que saludó a su hija.

—¡Gabriel! hijo ¿Cómo estás?

—Muy bien. Contento de haber vuelto.

—Elena, cariño... —comentó Inés con los brazos abiertos hacia su nuera.

—¡Inés!

Elena abrazó a su suegra con auténtico cariño.

—Te ves hermosa, hija, ese bronceado te queda divino... —indicó Inés.

—¡Bienvenida a tu casa, linda! —saludó Alberto dándole un beso a la nueva esposa de su hijo.

—¡Gracias, Alberto! —respondió con un efusivo abrazo.

—¿Qué hacemos aquí todavía? ¡Entremos, estoy tan feliz de que ya estén en casa! —agregó Inés cogiendo de un brazo a Elena para entrar hasta la sala seguidas por el resto del grupo.

—Y bien... cuenten, ¿cómo lo pasaron? —preguntó Iván alternando miradas a su hija y a su yerno apenas estuvieron acomodados en los cómodos asientos de la sala.

—Bien —repuso escuetamente Elena.

—Solo bien... —Alberto miró fijamente a su hijo tratando de hacer de su falsa sonrisa algo y natural—. ¡Esa no es la respuesta para describir una luna de miel!

Para Elena no pasó desapercibido el tono de sospecha de su suegro, miró a Gabriel en busca de apoyo.

—Papá... —interrumpió Gabriel—, estamos cansados... Eso es todo. El viaje fue estupendo, unas vacaciones realmente maravillosas, ¿verdad, Elena?

Gabriel aprovechó el momento para coger la mano de su esposa que estaba a su lado estrechándola para darle fuerzas.

—¡Claro que sí! —contestó más animada—. Todo fue excelente. La isla es bellísima, los paisajes paradisíacos...

—¡Me tienes que contar todo! —agregó Inés emocionada—. ¡Quiero ir con tu suegro, tienes que asesorarme en todo!

—Claro que sí... —respondió Elena agradecida de que se cambiará el centro de atención de la conversación—. Hay tanto que hacer... ¡Los paseos, las playas, los paisajes!

—Y entonces, muchachos... —interrumpió Iván levantando un poco la voz para tener la atención de todos—. Me disculpan, pero tengo que preguntar... ¿Solo vinieron ustedes dos? ¿Ósea no habrán traído un nietecito por ahí?

—¡Papá, que dices! —exclamó Elena azorada por la pregunta tan impertinente de su padre.

—No sería de extrañar... estuvieron casi un mes afuera y para nadie es un secreto que tuvieron lo suyo antes de la boda...

A pesar de que no le había gustado para nada el comentario de su padre, Elena no podía molestarse con él, lo amaba demasiado y lo justificaba por el hecho de que él ni siquiera sospechaba la posición de Gabriel ante la a posibilidad de un hijo.

—¡Sería un sueño! —expresó Inés suspirando de ilusión.

—No, Iván... —respondió Gabriel ante la sorpresa de Elena que pensó que su esposo preferiría quedar fuera de esta conversación—, todavía no vienen nietos en camino, pero cuando llegue el momento te prometo que serás tú el primero en saberlo...

—¡De verdad sería tan hermoso! ¿No lo crees, Alberto? —preguntó Inés.

—Cada cosa a su tiempo, están recién casados. Yo en lo personal les recomendaría esperar un poco —opinó Alberto ante la pregunta de su esposa.

—No te preocupes, papá... —comentó Gabriel por respuesta al comentario de su padre—. El mejor momento será cuando lleguen, ni antes ni después

Elena admiró en silencio a su esposo preguntándose si de verdad él estaba cambiando, hubiera esperado una rotunda negativa de su parte en ese asunto, en cambio se veía relajado y abierto a la posibilidad.

Durante la cena Elena disimuló a duras penas la preocupación que sentía, aunque se mostraba atenta y sonriente igual que siempre, por momentos sus ojos se llenaban de preocupación al no evitar recordar lo que había sucedido la última vez que estuvieron allí, pero sabía que debía aprender a vivir con sus miedos y sus recuerdos si quería vivir en paz.

—¿Elena, linda, no te gusta la comida? —preguntó Inés al darse cuenta de que casi no había comido.

—Sí... ¡Me encanta! Es que de verdad estoy cansada, pero todo está delicioso, gracias —y de verdad así lo pensaba, apreciaba mucho el hecho de que su suegra preparara sus platos favoritos para esa noche, lomo de res al vino, arroz salvaje y ensalada de endivias. Pero ni por eso podía dejar de pensar en que en cualquier momento podría presentarse aquella mujer y hacer un infierno en sus vidas. ¿Qué haría en ese caso? No le quedaría otra opción que enfrentarlo, enfrentar a esa mujer, a la familia de Gabriel y a su padre. Alberto siempre suspicaz y en conocimiento de la situación se dio cuenta de todo y se prometió en silencio tener una seria conversación con su hijo esa misma noche.

Se hacía tarde, la cena ya había terminado, habían hablado acerca de los planes de la pareja, y hasta habían tocado temas de negocios que competían a ambas familias que en vista del reciente parentesco se animaban a plantear futuras sociedades en las que sólo Alberto se mostraba cuidadoso y poco comunicativo.

Llegó el momento en que Iván debía retirarse y por primera vez Elena sintió el cambio en su estado civil, su padre se iría a casa y ella se quedaría allí en su nuevo hogar, con un esposo del que no sabía realmente que esperar. Todo tomó un matiz irreal alrededor de ella, por un segundo prefirió poder irse con su padre y dejar de lado todo aquello que la hacía sufrir y temer por su futuro; pero justo en el momento que sintió que su mundo se quebraba, cuando su padre la soltó de un tierno abrazo, sintió a Gabriel a su lado rodeándola con un brazo por encima de sus hombros dándole ánimo y fuerzas recordándole con ese gesto por qué se quedaba.

—Cuídala mucho, muchacho, dijo Iván tomando a su yerno por un hombro.

—Lo haré.

—Adiós, papá... —agregó Elena con un nudo en la garganta.

—Ningún adiós, hija —añadió Iván—, deja el melodrama, solo cambiaste tu dirección, nada ha cambiado, siempre serás mi hija. Me voy, tengo una cita...

Elena sonrió a su padre, pero se quedó con la duda de si realmente tendría una cita o sería una historia inventada como excusa para hacer del momento menos difícil, ¿tendría su padre una novia? Se preguntaba dejando a un lado su propia nostalgia nacida de las circunstancias en las que se encontraba, parada en el umbral de la puerta junto a su esposo vio partir a su padre deseando que fuera cierto el hecho de que tuviera con quien compartir por fin su vida.

—Vamos, pequeña —susurró Gabriel a su oído justo antes de besar su sien.

Elena le respondió con una mirada dulce pero que reflejaba dolor y nostalgia. Adentro se un encontraron con viejo matrimonio Mendoza dispuestos a subir las escaleras para retirarse a su habitación.

—Nos vamos a dormir, muchachos... —dijo Inés—. Buenas noches.

—Buenas noches... —contestaron al unísono Gabriel y Elena.

—Sube tú —indicó de pronto Alberto a su esposa deteniéndose en la mitad de la escalera—. Quisiera hablar algunas cosas con Gabriel, sí Elena no le importa...

—Por mí no hay problema —contestó Elena a su suegro que esperaba por su aprobación—. Así voy sacando algunas cosas de las maletas, ¿está bien? —preguntó a su esposo antes de seguir el camino hasta la planta superior de la casa.

—Está bien... —repuso con ojos inquisidores a su padre sabiendo perfectamente que lo que él quería era un resumen de todo lo que había pasado entre ellos desde el día de la boda, para regañarlo como cuando era un chiquillo y recordarle lo que estaba en riesgo

Inés en cambio protestó.

—Alberto, acaban de llegar de viaje... ¿No puedes esperar a mañana para hablar de trabajo?

—Solo serán unos minutos, Inés... Ahora subimos... —tranquilizó Alberto a su esposa.

—¡Ah...! Pero, Elena...

—No te preocupes por mí, Inés... De verdad no me importa.

—Está bien —dijo su suegra más tranquila al ver la reacción de ella—. Pero no tarden.

—No lo haremos, querida...

Alberto abrió el camino hasta su estudio, después de él entró Gabriel asegurándose que la puerta estuviera bien cerrada de manera de que nadie pudiera oír lo que ellos hablaran.

—¿Qué le pasa a Elena? —preguntó Alberto sin rodeos.

—¿Qué tiene? Está normal —respondió Gabriel sentándose con actitud soberbia frente al escritorio de su padre en un intento de esquivar la pregunta.

—¡Gabriel, no me escondas nada quiero saber que está pasando entre ustedes!

Perdida toda esperanza de ocultarle a su padre los detalles de lo que había ocurrido entre él y su esposa después de la boda no le quedó otra que relatar los hechos sin omisiones, relató con tristeza lo que sucedió con María Teresa el mismo día de la boda, los temores de Elena, y todo lo que habían vivido posteriormente, las discusiones, las peleas y que al final pudieron llegar a un acuerdo que ambos sabían que no era garantía de nada.

—Ahora entiendo —agregó Alberto después de escuchar la verdad de la situación—. ¡Eres una bestia! —dijo como escupiendo cada palabra.

—Lo sé.

Gabriel admitió la verdad en las palabras de su padre, se sentía peor que eso.

—¡Te lo tomas tan a la ligera, Gabriel, que me dan ganas de darte una paliza como si fueras adolescente!

—Me la merezco...

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Tratar de ser el mejor esposo. Las cosas están bien en este momento. Sé que la quiero y que quiero que se quede a mi lado para hacerla feliz.

—Pero ella no confía en ti.

—También lo sé, pero con el tiempo me ganaré de nuevo su confianza. Ya verás.

—Qué iluso eres, hijo... ¿tú crees que eso es muy fácil, y María Teresa, que harás con ella?

—Espero que no me busque... Pero si lo hace, tendré que ponerla en su lugar. Ella solo me ha traído problemas, fui un Imbécil cada vez que me dejé llevar por ella.

—Menos mal que por lo menos eso lo tienes claro.

Alberto pensaba en las palabras que debía decirle a su hijo, quería ayudarlo, pero sus errores iban más allá de lo que estaba a su alcance, si las cosas salían mal arruinaría la vida de una buena muchacha que lo amaba y que para colmo era la hija de su socio.

—Hijo..., solo puedo decirte que debes ser sincero contigo mismo... ¿Tú amas a Elena?

—Quizá... No lo sé. Solo sé que la quiero, que quiero protegerla, cuidarla de que nadie le haga daño, quiero verla feliz. Cada vez estamos mejor como pareja.

—Pero no la amas.

—¡No lo sé! ¿Cuál es la diferencia? —preguntó removiéndose incomodo sobre su asiento.

—La diferencia está en que más allá de quererla y querer cuidarla como tú dices, es que cuando amas no puedes vivir sin esa persona, ella se convierte en el centro de tu vida, te duele respirar si ella no está a tu lado para compartirlo todo, los días comienzan cuando la ves despertar junto a ti y no pueden terminar sin el calor de su piel en tu cama. ¿Sientes algo parecido por ella?

Gabriel se quedó en silencio, no sabía que responderle a su padre, todo había pasado tan rápido entre ellos, no quería mentirle ni a su padre ni a sí mismo dando una respuesta al azar.

—Lo ves, Gabriel... estás muy confundido.

Gabriel se levantó lentamente de la silla.

—Me voy a acostar, nos vemos mañana en la oficina.

—¡No! —gritó Alberto sorprendiendo a su hijo.

—Cómo que no, ¿por qué?

—Mañana se tomarán el día libre. Los dos.

—Llevamos casi un mes de vacaciones...

—No me importa señor sabelotodo, la empresa ha salido adelante sin ti en este mes, podemos esperar un día más —dijo con sarcasmo—. Lleva a tu esposa de paseo, llévala de tiendas, ver si quiere redecorar la habitación en donde se quedarán esta temporada, cómprale una casa... —decía Alberto gesticulando con impaciencia—. Lo que sea... Solo ocúpate de que sea feliz. Es lo menos que se merece después de haber tenido la desgracia de casarse contigo.

Y así lo hicieron, Elena tras el primer impulso de negarse puesto que ella siempre fue muy responsable con su trabajo, terminó por aceptar el día de ocio con Gabriel, siempre cautelosa y procurando no emocionarse demasiado con el incierto futuro de su relación. Aceptó conocer a un agente inmobiliario que Gabriel contactó esa misma mañana, una mujer reconocida por tener los mejores inmuebles de la ciudad, ella los llevaría a conocer varios apartamentos donde compartir su vida juntos, no es que no se sintieran a gusto viviendo con Inés y Alberto, pero ambos sabían que lo mejor era estar solos.

La mañana se fue muy rápido visitando las propiedades que la agente inmobiliaria tenía para ofrecerles, Gabriel siempre exigente solo quiso ver tres de las opciones que la profesional le había ofrecido inicialmente, la última opción fue la que más le gustó a ambos, era un apartamento nuevo, tenía varias habitaciones, amplios espacios, salón recibidor, un comedor en el que fácilmente cabría una mesa para ocho comensales, balcones con vista al mar, hermosos pisos de mármol... Amplio y lujoso.

—¿Qué te parece? —preguntó Gabriel a Elena.

—Es muy bonito. ¿A ti te gusta verdad?

—Sí. Siempre y cuando tú lo quieras. Es mi regalo de bodas... Pienso que podríamos vivir aquí mientras tanto, he pensado en construir una casa más adelante.

Gabriel hablaba suavemente mientras cogía las manos de Elena entre las suyas en un intento de sembrarle confianza en sus intenciones. Elena por su parte temerosa, no quiso dar su opinión; realmente le gustaba mucho el lugar, le hubiera encantado vivir allí con Gabriel como un matrimonio normal, sería un sueño comenzar una vida juntos sin los temores que la acechaban continuamente, habría aceptado de inmediato, pero prefirió no dejarse llevar por sus sentimientos.

—Creo que debemos pensarlo un poco antes de tomar una decisión como esta, Gabriel.

—Porque, linda, este es mi regalo de bodas para ti... Es mi manera de demostrarte que quiero estar contigo.

—¿Porque me amas? o porque ya que estamos en estas, ahora debemos salir adelante...

En ese momento se acercó la agente inmobiliaria con una gran sonrisa, ella había estado esperándolos en otra habitación por varios minutos.

—¿Qué les pareció? ¿es de su agrado el apartamento? ¡Si no es así, tengo más opciones para ustedes!

—Sí, gracias —respondió fríamente Gabriel sin dejar de mirar a Elena—. El apartamento es perfecto. Pero mi esposa quiere pensarlo unos días.

—Está bien, no se preocupen tómense él tiempo que necesiten... Si llegan a decidir algo, sólo háganmelo saber y procedemos con la compra.

—Lo haremos.

Gabriel llevó a Elena a almorzar en un pequeño restaurante italiano al que a él le gustaba mucho visitar, era un lugar íntimo y de apariencia antigua, algo oscuro, pequeñas mesas alumbradas con velas daban una sensación acogedora y romántica. Gabriel escogió sentarse en un rincón donde no serían interrumpidos por el pasar de la gente que entraba y salía del local.

—¿Qué te pasa Elena? —interrogó Gabriel— Estás distinta.

Ella lo miró con fingida sorpresa.

—Nada, mi amor... ¿Qué puedo tener distinto? A ver cómo te lo explico... Estoy recién casada con un hombre que se dio cuenta de que siente algo por mí que es parecido al cariño el mismo día de nuestra boda, boda que planeó con toda frialdad para olvidar y mantener alejada a una novia infiel, que por cierto jamás alejó. Ahora no sé qué va a pasar con mi vida ya que esa novia infiel prometió buscarlo incluso el día que nos casamos... Ahora solo es cuestión de tiempo para que ella aparezca de nuevo y probemos si lo que mi esposo dice sentir por mí es suficiente para que la rechace... ¿Cómo pretendes que me estas circunstancias yo pueda tener alguna ilusión con apartamentos o casas? ¿Qué pasa sí antes de que esos planes se hagan realidad ella aparece de nuevo y tú no puedes negarte a lo que sientes por ella? ¿Qué me quedaría hacer a mí con lo que hayamos construido juntos hasta ese momento?

Gabriel escucho a su esposa sin interrumpir hasta que dejó de hablar.

—Elena, yo he sido sincero contigo, pero no puedo dejar de ser quien soy. Estoy haciendo todo lo que sé hacer para construir una relación sana contigo, pero no soy un hombre paciente. Si tú no estás dispuesta a darme un voto de confianza y me permites acercarme a ti, nada de lo que yo haga será suficiente para que esto funcione, lo dejo a tu criterio. O me das una tregua, o lo nuestro estará perdido. No porque yo quiera, sino porque ni siquiera lo habríamos intentado.

La franqueza y la frialdad de Gabriel como siempre, dejó a Elena confundida con sus propios sentimientos.

—¡Es que tengo miedo, Gabriel! —dijo casi a punto de llorar—. Desde que pisamos la ciudad siento que solo es cuestión de tiempo para que ella aparezca y te alejes de mi lado... Un día me ha parecido un año.

—Confía en mí. Por favor —pidió cogiéndola de las manos—. Sé que no me he ganado tu confianza, pero quiero hacerlo.

—Y si...

—Si vas a vivir con duda —interrumpió— torturándote todo el tiempo es mejor que me aparte de ti de una vez. No quiero que tu vida a mi lado sea así, quiero verte feliz, quiero que te sientas en paz, no podría soportar verte siempre nerviosa e insegura por mi culpa.

Elena comprendió que su esposo tenía razón, ¿tendría que estar a su lado para vivir una tortura? O le daba realmente la oportunidad de enmendar sus actos, o desistía de una vez y pedía el divorcio.

—No quiero rendirme... —indicó Elena con un hilo de voz casi inaudible— pero prométeme que siempre serás sincero conmigo.

—Pero, si eso es lo que quiero hacer... No puedo prometer cosas que no puedo dar, no soy un hombre en exceso cariñoso, no estoy preparado para darme al cien por cien porque aún sigo herido, pero si te puedo asegurar que quiero cambiar todo eso, y quiero darte la oportunidad a ti de que obres ese cambio y me enseñes a vivir en paz. Que me enseñes a amar de nuevo.

Elena se sentía confundida, amaba a su esposo, pero sus palabras eran dolorosas además de sinceras, en base a esa sinceridad tomó una decisión.

—Gabriel..., te amo —añadió llena de dulzura viéndolo a los ojos—. Te amo con toda mi alma, pero, aunque quisiera olvidar todo lo ha pasado entre nosotros, ahora estoy tan herida como tú.

Estas palabras taladraban en la consciencia de Gabriel y en un segundo comprendió en su totalidad a Elena y lo que sentía en su corazón, supo que debía esforzarse al cien por cien si quería que ella lo perdonará y que sí lo hacía tendría a la mejor mujer del mundo a su lado ya que él mismo no pudo perdonar a María Teresa por menos de lo que él le había hecho.

—Linda, perdóname... Me comporté como un idiota —confesó mientras secaba suavemente una lágrima que comenzaba a correr en el rostro de Elena.

Los siguientes segundos Elena se perdió en el verde de sus ojos olvidando todo lo que había pasado entre ellos, esos ojos seductores eran los de su Gabriel, su amado, allí no había recuerdos dolorosos ni engaños, solo él, solo ella.

—Entiendo que esperes lo peor de mí —dijo mientras besaba una de sus manos haciendo gala el toda su astucia y experiencia de seducción para derribar todas las barreras de su esposa—. Pero prometo que voy a demostrarte que digo la verdad.

Elena debilitada en su desconfianza, sentía como crecía una urgente necesidad por un beso, una caricia. Se dejó llevar por ese sentimiento y respondiendo a un impulso su acercó a él besándolo con ternura en los labios, un beso aparentemente casto para los ojos de los que podrían estar observando, pero lleno de pasión entre ellos y promesas que encendieron sus cuerpos nublando sus pensamientos.

Sin pensarlo mucho más, Gabriel se levantó extendiendo una mano a Elena.

—¿Nos vamos? Pero si no hemos almorzado aún —indicó Elena sorprendida.

—Comeremos después —propuso Gabriel mirándola con picardía.

En ese momento Elena se sintió hipnotizada, iría con él hasta el fin del mundo sí se lo pidiera, lo veía tan apuesto, fuerte y seguro de cada movimiento que hacía que pensara que cualquier precio que tuviera que pagar era poco para estar con él.

Iban rumbo a su refugio favorito, donde había comenzado su relación. La casa de playa se había convertido en una caja de pandora para Elena, allí ella guardaba sus secretos, sus recuerdos más bellos y los más dolorosos, en cambio para Gabriel siempre había sido su sitio favorito para escaparse, así que no hubo necesidad de hablar, ambos sabían a donde irían.

Minutos después de llegar ya estaban ambos dando rienda suelta a sus deseos entregándose mutuamente sin reservas, compartiendo sus cuerpos, sus caricias, sus fluidos sin distinción de sabores ni olores, todos placenteros y excitantes. El cuerpo más grande y fuerte de Gabriel fijaba las pautas y como en un baile donde el hombre con su fuerza dirige a la mujer en sus pasos, ella agregó con su belleza gracia y sutileza a cada movimiento. Gabriel perdido en este torbellino de sensaciones, maravillado por esta mujer que había aprendido tan bien a entregarse sin barreras, había descubierto que el sexo podía ser una danza intensa y maravillosa, en su pecho sintió un poco el temor que sentía ella de que todo pudiera terminar, espantado por ese pensamiento desarrolló una necesidad imperativa de conservarla a su lado, pero ya no por deber. Gabriel por fin sintió que había llegado a puerto seguro.

Las semanas pasaron en un ambiente de adaptación para ambos, comenzaron con una rutina de trabajo en la que Gabriel se vio obligado a pasar menos tiempo en las oficinas de los aserraderos, tanto porque sus obligaciones en la empresa de su padre así lo requerían y tanto porque no les pareció ético pasar tanto tiempo juntos en el sitio de trabajo, cada uno seguía manteniendo sus cargos y desempeñándolos con total profesionalidad y eficiencia, pero cuando estaban juntos, sobre todo para Elena, era más difícil poner atención en sus deberes laborales. La presencia de su esposo la mantenía inquieta, estaba siempre pendiente de Gabriel, de que hacía, de a dónde iba, no por celos o desconfianza, esos sentimientos habían comenzado a quedar atrás, lo hacía porque tenerlo cerca la hacía sentir inquieta, ansiosa. Sí antes él tenía el poder de alborotar todos sus sentidos, ahora ni ella misma sabía cómo describir su necesidad por él, por tenerlo cerca.

Habían comprado para los dos aquel apartamento que tanto les había gustado, Elena había estado bastante ocupada decorándolo, comprando muebles, y, sobre todo, soñando con formar allí una familia junto al hombre que amaba.

Por su parte Gabriel se había comportado todo ese tiempo como un esposo devoto, a su manera se había entregado en cuerpo y alma a hacer que el matrimonio funcionara como un matrimonio normal, cada vez estaba más seguro de que Elena era la mujer con la que quería pasar el resto de su vida, ella había hecho un hogar para él donde se sentía tranquilo y casi se podría decir que feliz, en ella encontró una mujer siempre bien dispuesta a complacerlo en lo que él necesitara o pidiera, bastaba que él llamara su atención para que ella dejara todo de lado para atenderlo, y todo eso sin dejar de ser la mujer moderna y profesional que admiró desde el principio, solo en su interior, en lo más recóndito de su corazón sentía el temor de que todo aquello que sentía no fuera suficiente para corresponder la devoción que Elena le profesaba, sabía que a pesar de que ella nunca más tocó el tema de María Teresa tenía guardado el miedo de que apareciera de nuevo para arruinar lo que habían construido hasta ese momento.

El día en que por fin pudieron instalarse en su nuevo departamento fue como una fiesta para Elena, ese día no trabajó, se dedicó por entero a terminar con los pocos detalles que quedaban por arreglar, había dejado para el final el arreglo de las cosas personales de ambos, para ayudarla contrató a una señora quien desde ese momento en adelante sería la encargada de la limpieza y la cocina. La había escogido a ella porque a pesar de haber entrevistado a varias candidatas para el puesto, fue ella, la señora Rosa quien ganó de inmediato su confianza. Ambas estaban afanadas en terminar con todos los detalles, Elena quería que su nuevo hogar fuera perfecto, cuidaba cada elemento, que todo estuviera limpio y ordenado para cuando llegara su esposo, el repicar de su teléfono móvil la distrajo de sus tareas.

—¡Hola! —contestó mientras seguía colocando zapatos de tacón alto en su lugar, justo encima de los deportivos.

—Hola, linda, ¿cómo va todo? —preguntó Gabriel al otro lado del teléfono.

—Hola, mi amor, muy bien, ya casi está todo listo, esta noche dormimos en nuestro hogar —dijo sonriendo como sí Gabriel pudiera verla.

—¿Estas feliz?

—Mucho, ¿y tú?

—Claro que sí...

—¿Te pasa algo, Gabriel? estás serio... ¡Más de lo habitual!

—No, nada. Realmente estoy muy contento, pero el día ha sido pesado, eso es todo.

—¿Vienes temprano?

—Eso espero...

—Ok... aquí voy a estar esperándote. Te amo.

—Chao, nos vemos más tarde.

Elena colgó el teléfono algo decepcionada, a pesar de los meses que habían pasado juntos y que todo parecía estar bien entre ellos dos, ella aún sentía que Gabriel tenía reservas con sus sentimientos, era un marido atento y apasionado pero mezquino al momento de expresar amor, seguía deseando escucharlo decirle que la amaba, algunas noches de pasión pensó ilusamente que lo oiría pronunciar un —te amo—, pero solo había silencio en medio de palabras sueltas llenas de promesas pero sin esa deseada declaración, sabía que él la quería, nadie podía dudarlo, pero estaba comenzando a dudar que algún día llegara a amarla como ella lo amaba, con ese pensamiento sus ojos se llenaron de nostalgia y tristeza, y de celos, celos de esa mujer, enloquecía por saber sí a ella si le había dicho abiertamente que la amaba, temió pasar el resto de su vida con esa duda.

El timbre sonó sacando a Elena de sus pensamientos, pensó en pedirle a la señora Rosa que viera quien era, pero prefirió verlo ella misma.

—¿Quién es? —preguntó extrañada puesto que no esperaba a nadie.

—¡Inés!

Elena abrió la puerta feliz de que fuera su suegra la primera en irla a visitar.

—¿Hola, hija, como estas? —saludó Inés dándole un beso en la mejilla— ¡El portero me ha visto tantas veces que ya ni me anuncia!

—Me parece excelente... ¡Esta es tu casa!

—Gracias, linda, eres un encanto —dijo mientras caminaban hacia la sala—, ¡Elena, todo te ha quedado hermoso!

—Gracias, Inés. ¿De verdad te parece que está bien el decorado?

—Perfecto, de verdad que es una mezcla entre tus gustos y los de Gabriel —aseguró mientras se sentaba en el recibidor.

Realmente Elena se había esmerado mucho en la decoración del apartamento, había escogido colores cálidos para darle a su hogar un ambiente acogedor, tenía la misma tendencia moderna y minimalista de la habitación de Gabriel en la que habían comenzado su vida de casados luego de la turbulenta luna de miel, a ese estilo le agregó detalles femeninos que marcaban sus gustos y su presencia como fina cristalería, cuadros de paisajes boscosos de artistas de su preferencia, piezas de plata y flores frescas que se había preocupado en llevar cada vez que iba antes de ese día en que se quedaría definitivamente.

—¿Qué tal Rosa? —pregunto Inés.

—Excelente, me ha ayudado muchísimo.

—Que bien, te va a hacer mucha falta su ayuda. ¿Y Gabriel, está satisfecho?

—Creo que sí, le hablé hace pocos minutos. No es que esté brincando de la emoción, ya lo conoces... pero está contento.

Elena no pudo evitar cambiar su semblante al hacer ese comentario, Inés se había convertido casi como en una madre para ella y no le ocultaba sus sentimientos ni sus temores con respecto a su matrimonio, ella misma le contó todo lo que pasó el día de su boda con Gabriel y luego en su luna de miel, casi se arrepiente por la discusión tan fuerte que tuvieron madre e hijo por esa causa que solo bajó su intensidad con el pasar de los días y el comportamiento impecable de Gabriel para con ella. Inés al darse cuenta de la preocupación en el rostro de su nuera la tomó de las manos en un gesto maternal.

—¿Qué pasa, Elena?, ¿todavía tienes dudas?

—No lo sé, Inés. Quizá solo sea que Gabriel es así por naturaleza, no desconfío, sé que él aprendió a quererme, pero es un hombre poco cariñoso. Siempre galante, gentil, pero poco dado al romance que todas las mujeres esperamos de los hombres, es algo que no se bien como describir...

—Te entiendo, Gabriel siempre fue así.

—¿Y con ella también?

Inés no sabía cómo responder, sabía a quien se refería su nuera, inevitablemente rememoró aquella lejana época, ella recordaba muy bien como era su hijo cuando estaba de novio con María Teresa, era por mucho el más enamorado de los hombres, siempre dispuesto a manifestar su cariño con un abrazo, o un beso furtivo, los " te amo" siempre en boca sin importar quién lo pudiera estar oyendo.

—La verdad querida es que él siempre fue así —mintió—. Solo que ahora es más maduro, eso influye.

—Claro —dijo Elena poco convencida.

—Bueno, a ver esta mañana no tuvimos tiempo de hablar, cuéntame de la fiesta a la que fueron el fin de semana.

Inés estuvo con Elena alrededor de una hora, antes de irse se aseguró de que no le hiciera falta nada a la joven en la que ella pudiera ayudar, luego se fue dejándola sola y pensativa.

—Señora Elena... —interrumpió Rosa.

—Dime, Rosa.

—Ya todo está listo en los closets si quiere revise para ver si es todo de su gusto.

—Gracias, Rosa, ya voy.

Elena prefirió no seguir pensando en ese segundo en el que su suegra pareció titubear en su respuesta recordando con emoción que ese sería el primer día en que dormiría en su nuevo hogar y que tenía planes especiales para hacer de esa noche una noche digna de recordar. Fue a su habitación, observó todo, llena de satisfacción por los resultados, revisó que todo estuviera en orden, su ropa, la de Gabriel... En ese momento reconoció para sí misma que le gustaría pasar más tiempo en casa y ocuparse ella misma de todos esos detalles, en un futuro le gustaría ser como Inés y dejar los astilleros de su padre de lado, pero rechazó ese pensamiento cuando recordó que su padre contaba con ella para retirarse en un futuro, ya vería como arreglárselas para poder estar pendiente de cada detalle para que su esposo se sintiera siempre feliz a su lado.

Se dio un baño, se vistió con ropa casual pero sexy, arregló su cabello y maquillaje, cuando estuvo satisfecha con la imagen que le ofrecía el espejo fue a la cocina a revisar lo que Rosa preparaba de comer, ella no era muy buena con esos menesteres así que prefirió asignarle esa tarea a la señora más experimentada.

Mientras Gabriel salía de la oficina, había terminado hacía pocos minutos una reunión con su padre, pensaba que ese día comenzaría realmente con la vida de matrimonio con Elena, ese día llegaría por primera vez a su casa, tenía muchas emociones encontradas, le hacía ilusión el que Elena hubiera puesto tanto empeño y trabajo en hacer un hogar para los dos, pero las dudas seguían presentes, temía no corresponder debidamente a todo ese esfuerzo y dedicación, era un hecho cierto que cada día se sentía más unido a ella en todo sentido, no tenía nada que reprocharle ni había nada que ella hiciera que no fuera de su gusto, pero la prueba de fuego que aclararía sus sentimientos no había llegado todavía, Gabriel sabía que era solo cuestión de tiempo que María Teresa apareciera de nuevo y eso lo mantenía intranquilo, en ese momento se desatarían los nudos que tanto le pesaban en la mente y en el alma.

Elena estaba sola, Rosa se había ido dejándola en su paraíso repleto de esperanzas e ilusiones. Trató de distraerse mirando su teléfono móvil, había correos de la oficina y mensajes de amistades felicitándola por su nuevo hogar, respondió a cada una de ellas agradeciendo por los buenos deseos y prometiendo una invitación en los próximos días para que conocieran su nuevo domicilio, tendría que consultarlo con Gabriel, pero estaba segura de que él no se negaría. El timbre interrumpió sus pensamientos por segunda vez en el día, dejó su teléfono de lado y fue a la puerta extrañada de que por segunda vez alguien tocara sin ser antes anunciado por el portero del edificio.

—¿Quién es?

—Gabriel.

Elena se apresuró a abrir la puerta a su esposo sorprendida por el hecho de que él no trajera su propia llave.

—¿Puedo pasar? —preguntó bromeando.

—Adelante... ¡Estás en tu casa!

Gabriel entró lentamente como para ponerle suspenso al juego que había comenzado, se fijó con agrado lo hermosa que se veía su esposa allí parada en el marco de la puerta con la sonrisa más grande y expresiva que él hubiera visto jamás. Apenas entró se vio rodeado por los brazos emocionados de Elena y a él mismo rodeándola a ella fuertemente por la cintura pegándola a su cuerpo.

—¡Bienvenido!

Como respuesta acercó su boca a la de ella en un exigente beso. Elena feliz de estar por fin juntos en su hogar se soltó del abrazo de Gabriel tomándolo de la mano para seguir la línea de juego que él había comenzado dándole un paseo por su propia casa.

—Muy bien, señor Mendoza permítame mostrarle —dijo tratando de imitar a una guía turística mientras señalaba cada espacio—. Este es nuestro recibidor.

—Muy bonito... Me gusta.

—Me alegro mucho, sobre todo después del trabajo que me tomó decidir entre los colores que me diste en la lista de tus preferidos...

Tras dar unos pasos y atravesando un amplio corredor llegaron a otra estancia.

—Este es nuestro comedor...

—Muy agradable también —comentó más para sí mismo mientras recorría la habitación con la mirada para luego fijarse en Elena detallándola más a ella que a lo que ella le estaba mostrando.

Era imposible no hacerlo, estaba hermosa, tenía una mezcla de juventud, belleza y erotismo vestida de esa manera que a cualquier hombre le hubiera interesado muy poco los temas de decoración, ella sabía que Andes enloquecía cuando se ponía esos shorts tan cortos y tacones altos, Gabriel dejó sobre la mesa las llaves del auto que aún tenía en la mano, Elena siguió su juego a sabiendo por su mirada que él no querría jugar mucho tiempo más.

—Esta, es la cocina...

Gabriel la había seguido hasta allí con su mirada en sus piernas, en su cintura, en sus pechos apenas cubiertos por la blusa de escote profundo...

—Ya siento que algo comienza a calentarse, linda...

Inquieto por la exigencia de su deseo Gabriel llevó una mano al pecho de ella, Elena esquivó con coquetería la mano para seguir tentándolo aún más, siguió su recorrido con él a sus espaldas que mientras caminaba se desprendía de su americana dejándola tirada descuidadamente en el suelo y comenzaba a desabotonar su camisa.

—Y esta, es nuestra habitación... —añadió Elena muy suavemente mirándolo a los ojos con atrevimiento y pasión.

La invitación no formulada fue aceptada de inmediato puesto que desde que él entró al apartamento ya sabía que quería hacer, como lo haría y dónde. Se acercó a Elena, acarició suavemente su cabello desde la cabeza hasta las puntas a la altura de su cintura, allí las cogió enrollándolas en su mano lentamente hasta llegar a su cuello sin quitar ni un segundo la mirada de sus ojos, esa mirada altiva, posesiva, y lujuriosa que todavía la ponía a temblar desde lo más profundo de su ser.

—Vamos —susurró Gabriel en el oído de su esposa.

—¿A dónde?

—A estrenar nuestro nuevo hogar...

Horas más a tarde habían hecho el amor apasionadamente en cada habitación, en el orden en que Elena se las había mostrado, terminando igualmente en la habitación donde reposaban sus cuerpos abrazados sobre la cama.

—¡Mi amor, olvide la cena!

Gabriel la miró con intriga, casi sorprendido.

—Pasas muy rápido del modo amante al modo esposa.

—¡Eso soy, tu amante, tu esposa, ¡y todo lo que se te ocurra! —dijo robándole un rápido beso—. ¿Eres feliz?

—Tendría que ser una bestia para no reconocer que soy un hombre muy afortunado.

—Bestia sí eres —bromeó—. Y afortunado también, pero eso no responde mi pregunta.

—Claro que lo soy —respondió Gabriel sabiendo que Elena tenía razón.

—Te amo.

Como siempre el silencio fue la respuesta a su declaración de amor, ya no esperaba otra cosa, se estaba acostumbrando a esa situación, se decía a sí misma que simplemente su esposo era así, no le gustaba decirlo y punto, no estaba dispuesta a perder momentos de felicidad a su lado por el sueño de escucharlo decir esas mágicas palabras que tanto esperaba oír, ya estaba convencida que a él no le gustaba pronunciar determinadas palabras y punto, se lo decía a sí misma una y otra vez y se lo seguiría diciendo, que lo importante eran los hechos, aunque muy dentro de ella le hacía falta escucharlo, aunque fuera una sola vez.


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