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capitulo 23


Para su sorpresa, Elena apareció acercándose lentamente, era como si no la hubiera visto nunca antes, comprendió al instante que por primera vez la veía con ojos limpios, sin sentirse obligado con mentiras ni buscando motivos para estar con ella, ahora la veía con un cariño incipiente que si le daban vida lo haría crecer hasta convertirlo en amor, de esa manera la vio más hermosa que nunca, no se detuvo en su semblante cansado, ni me sus ojos hinchados por el llanto, ni en su pelo suelto y sin peinar, todo el conjunto era irresistible para él, se veía hermosa. Ella se había quitado el vestido de novia, usaba una franela de Gabriel que encontró en el closet de la habitación, aun así, su cuerpo escultural se revelaba haciéndole más difícil pensar en que podría verse obligado a renunciar a ella.

En silencio, Elena se sentó en una silla alta en la barra de la cocina quedando frente a Gabriel, él respetando su silencio tomó una taza, la llenó de café recién hecho, la endulzó sin preguntar poniéndole dos cucharadas de azúcar y se la extendió autoritariamente sabiendo que ella lo necesitaba tanto o más que él. Elena recibió la taza sorbiendo su contenido agradecida de lo bien que le sentaba en su estómago.

—La mujer de la fuente de soda en el hotel... —dijo rompiendo el silencio sin levantar la mirada de la taza en sus manos—, era ella verdad, tu mujer.

—Mi mujer eres tú —aclaró seriamente—. Pero sí, era ella.

—¿La amaste?

—sí. No te lo voy a negar, ella fue especial para mí.

—¿Todavía la amas?

—No. No quiero ni tenerla cerca de mí. Solo me hizo daño.

—Pero te sigues acostando con ella... —afirmó Elena como escupiendo las palabras mientras levantaba los ojos.

—He sido débil en ese sentido —respondió manteniéndole la mirada.

—¿Si tan solo supieras cómo me siento?

—sí. Lo sé.

—No, no lo sabes.

—Lo viví cuando la encontré en la cama con otro hombre.

—¡No! Eso solo fue solo la parte de la infidelidad, tú no solo me traicionaste, además me usaste y me engañaste... ¿Comprendes la diferencia? Incluso te burlaste de mí haciéndome creer que era importante para ti cuando la verdad es que menospreciaste todo lo que hice contigo.

—Eso no... Lo que hemos hecho, las veces que te hice el amor han sido especiales para mí, son cosas que un hombre sabe apreciar —Gabriel hablaba con un tono de voz suave mientras la miraba a los ojos tratando de inspirarle confianza—. Lo más importante es cuando una mujer te entrega su virginidad. Para mí fue un honor que tú me entregaras tu cuerpo esa primera vez.

Las lágrimas brotaron de nuevo en los ojos de Elena, lo amaba, y aunque la hubiera engañado Gabriel Mendoza era su hombre y a pesar de las circunstancias ahora también era su esposo. Pero no podía ni por esa razón olvidar tan fácilmente lo que le había hecho.

—Yo sé que te decepcioné en todos los sentidos, Elena, pero debes saber que estoy arrepentido —dijo para luego dar la vuelta a la barra y quedar cerca de ella, le quitó la taza de las manos sin que ella se resistiera al contacto supliéndola con sus propias manos—. Suplico tu perdón. Entendería que no logres perdonarme, yo mismo no pude hacerlo cuando me hicieron daño, mi orgullo y mi soberbia me ganaron en esa oportunidad, pero ruego que a ti no te suceda lo mismo... Permíteme enmendar mis errores y ganar de nuevo tu confianza.

—No sé si pueda, Gabriel... —dijo retirando las manos de las de él—. Además, ahora que mi padre se entere de lo que pasó querrá que anule el matrimonio de inmediato.

—Elena, eres una mujer ahora, ya no eres una niña y además eres mi esposa, esto no le concierne ni a tu padre ni a nadie más que a nosotros dos.

—¿Y qué quieres entonces? —preguntó impaciente.

—Que nos vayamos de viaje como teníamos planeado.

Elena lo miró con los ojos muy abiertos incrédula a semejante proposición.

—Qué... ¿Irnos de luna de miel? —dijo para luego ser atacada por una risa histérica.

—sí... ¡Elena, basta! —ordenó al ver que ella no paraba de reír—. ¡Escucha lo que te digo!

—Estás loco... ¡Estás loco! —le gritó a su esposo cambiando rápidamente de la risa al llanto, mientras se levantó de la silla y comenzó a caminar nerviosamente de un lado al otro gesticulando con las manos—. ¡De luna de miel, ja! ¡Qué sentido tendría! ¿para qué haría yo tal cosa? hacerle creer a todos que somos muy felices y luego llegar de la falsa luna de miel y divorciarnos.

—Yo no quiero divorciarme —aseguró Gabriel.

—Y qué demonios quieres hacer conmigo, Gabriel... No me amas, ¿lo olvidaste?

—¡No lo sé! —gritó exasperado—. Dame tiempo, mis sentimientos son confusos en este este momento. Solo sé que no quiero perderte y que estoy dispuesto a luchar porque me perdones y me des otra oportunidad.

Elena lo mirada atónita, no quería más mentiras, pero su exceso de sinceridad era muy duro de aceptar para ella.

—Me confiesas que no sabes sí lo que sientes por mí es amor, o cariño, o pasión o simplemente lástima... Que quieres tiempo para descubrirlo... —Elena hablaba como si estuviera pensando en voz alta evaluando la situación— y que pasará después, ¿todo el riesgo lo corro yo? Tú no tienes nada que perder, ¡tú ego te confunde, Gabriel!

—No, Elena, no quise decir eso. ¡No sería capaz de proponerte algo así!

Elena lo fulminó con la mirada y no hizo falta recordarle el motivo de la discusión. Gabriel se acercó plantándose frente a ella a pocos centímetros, pero sin tocarla creando esa tensión que la dejaba sin voluntad para plantear de nuevo su propuesta.

—Quiero que viajemos para conocernos de verdad, quiero que me conozcas como soy realmente, dame la oportunidad de enamorarte de nuevo y descubrir junto a ti como se llama esto que siento cuando estoy contigo y hacerte entender que sea cual sea el nombre de ese sentimiento, es suficiente para querer retenerte a mi lado.

Elena se perdió por un momento en el verde hipnotizaste de los ojos que tenía frente a ella, en el fondo sabía que por muy ofendida e indignada que estaba, no quería perderlo.

—¿Y si me engañas otra vez?

—No lo haré.

—¿Cómo sabré que eres sincero?

—Tendrás que confiar en mí.

—Tengo que poner mis reglas... —impuso queriendo dominar la situación—. No voy a tener sexo contigo, creo que eso lo tienes claro sin necesidad de que yo te lo diga, no me siento dispuesta a arriesgarme hasta ese punto.

—No lo haría, a menos que tú me lo pidieras...

Elena sintió alivio mezclado con decepción al escuchar a Gabriel decir que no intentaría tocarla, todavía más teniéndolo tan cerca de ella, pero sabía que era mejor así. En esos términos aceptó la propuesta, se irían a esa luna de miel y allí decidirían que pasaría con su matrimonio.

Horas más tarde, ya en el aeropuerto Elena pensó que era el momento de llamar a su padre para saludarlo como lo hubiera hecho en una situación más normal, no había hablado con él desde la boda el día anterior. Solo quería tranquilizarlo haciéndole creer que todo estaba bien.

—Papá —dijo al teléfono cuando Iván respondió.

—Elena, hija, ¿cómo estás?

—Estoy bien... Ya estamos en el aeropuerto —comentó tratando de disimular lo mejor que pudo el nudo que le oprimía la garganta.

—Que bien, hija, te deseo toda la felicidad del mundo... Pero cuando llegues hablaremos de esa forma de irse de la fiesta, ¡ni me saludaste!

—Lo sé, discúlpame...

—No es nada, Ele, disfruta mucho tu luna de miel.

—Gracias, papá —expresó casi en un susurro conteniendo el llanto.

—¿Estás bien, hija? —preguntó al percatarse del tenso tono de voz de Elena.

—Sí... Claro que estoy bien —mintió aclarando la voz—. Es solo la emoción.

Gabriel se mostró atento con Elena durante todo el viaje, procuró su comodidad en todo momento. Para ese vuelo había dispuesto de un avión privado que los llevaría a la isla de tórtola.

Después del aterrizaje en el Tórtola Beef AIsland aeroport, cogieron una embarcación hasta el Scrub Aislan Resort Spa and Marina donde pasarían las próximas tres semanas que duraría la luna de miel en las que decidirían su futuro.

El hotel era un lugar paradisíaco, rodeado de aguas cristalinas y de paisajes de ensueños, en la habitación encontraron arreglos de flores exóticas, frutas y una botella de champán. Elena no pudo evitar mirar a su alrededor con admiración, el lugar transmitía la paz que ella tanto necesitaba y agradeció en silencio estar allí. Las paredes eran completamente blancas, los muebles de madera daban la impresión de estar en una casa colonial, pero a la vez con todas las comodidades modernas. Al entrar a la habitación se encontró con un recibidor con dos sofás y un televisor de plasma, una barra de bar que ofrecía variedad en licores, a un lado una cocina con los mismos tonos madera, al fondo la recámara con una gran cama de tronco con cuatro postes sosteniendo un dosel abierto, grandes ventanales lo rodeaban todo, desde allí se podía ver la playa y el embarcadero.

En su mente, Elena ya había organizado todo para que Gabriel durmiera en uno de aquellos mullidos sofás de la sala, definitivamente no quería compartir la cama con él durante la noche porque sabía que a pesar de su dolor sucumbiría fácilmente al calor de su cuerpo, cuando salió de las profundidades de sus pensamientos se dio cuenta de que el botones ya se estaba retirando después de que Gabriel le diera una generosa propina.

—¿Te gusta? —preguntó Gabriel acercándose un poco a ella.

—Está bien... —respondió con un susurro evidenciando el cansancio que reflejaba su rostro.

—Te ves cansada.

—Lo estoy.

—Vamos a hacer algo, todavía es temprano —agregó mirando su reloj— vamos a bajar al restaurante, comemos algo y luego venimos para que descanses.

Elena lo pensó por unos segundos, sabía que podrían pedir que les llevaran lo que quisieran hasta la habitación, pero necesitaba relajarse, distraerse un poco, la actitud considerada de Gabriel le inspiró confianza. Aceptó la propuesta.

—Tienes razón. Vamos.

Durante el trayecto hasta el restaurante no se dijeron ni una palabra, él no hizo ningún intento de cogerla de la mano ni de acercarse a ella, daban la impresión de ser algo más como conocidos. Gabriel escogió una mesa un poco retirada, así gozarían de alguna intimidad. El restaurante del hotel le ofrecía una hermosa vista al mar, ya había caído la noche y a lo lejos se veían las luces del embarcadero y la luna reflejada sobre el mar dando a todo el ambiente un aire mágico y romántico. Todo el entorno tenía el mismo aspecto de la habitación, pisos de madera, techos altos y paredes blancas, todo muy amplio y hermoso a la vista. Gabriel pidió un escocés para él y vino blanco para Elena; mientras esperaban, ella buscó su teléfono móvil dentro de su cartera y sin importar la reacción de Gabriel comenzó a revisar sus mensajes.

—Menos mal que Julio ya había puesto el equipaje en mi coche —dijo queriendo llamar la atención de Elena.

—Claro... —respondió sin levantar los ojos de teléfono, pero enfatizando el tono sarcástico de su voz—. Uno nunca sabe cuándo debe salir corriendo de su propia boda —concluyó levantando la mirada para encontrarse con los fríos ojos de Gabriel, que, aunque hubiera querido responder, optó por mantenerse en silencio.

Segundos después el camarero colocó frente a ellos las bebidas que había ordenado Gabriel minutos antes, Elena seguía con su atención fija en la pantalla del móvil.

—¿Mucho que leer? —preguntó disimulando mal su impaciencia por sentirse ignorado.

—No. Son solo mensajes de ingenuos felicitándome por la boda. ¡Ja! Si supieran... —agregó burlándose de sí misma.

Gabriel suspiró profundamente buscando paciencia para lo que sabía que vendría los próximos días, pero en el momento decidió cambiar el tema.

—¿Habías venido antes a las islas vírgenes?

—No —respondió Elena posando el aparato que de ser por Gabriel lo habría tirado al mar en ese mismo instante— y tú... ¿Viniste con ella?

—No, Elena... —dijo controlando su creciente mal humor—. Escogí el lugar porque no había venido antes...

—¡Qué bien!, gracias, que considerado.

—¿Quieres comer algo en especial? —Lo único que quería era cambiar el rumbo que estaba tomando la conversación a toda costa, no sabía cuánto tiempo más podría controlar su carácter.

—No. Lo que quiero es sufrir de amnesia.

—¿Quieres olvidarte de mí entonces?

—Quizás...

—Tienes tres semanas para decidir. No te apresures.

Elena no esperaba tanta dureza en la respuesta de su esposo, después de la manera como lo había arruinado todo, todavía tenía el descaro de insinuar que ella tenía el tiempo contado para decidir sí perdonarlo o no, ¿cómo podía ser tan descarado como para conservar su actitud soberbia en esa situación?

—¿Y si no decido en tres semanas?

—Decido yo por ti.

—¡No puedes obligarme a nada! —dijo con los ojos llenos de rabia.

—No, no puedo. Pero es así de sencillo; yo quiero seguir a adelante contigo, sé que me he portado como un cerdo y por eso te pedí que viviéramos aquí, para probar que en estas tres semanas puedo convencerte de que puedes confiar en mí de nuevo, y lograr que me des otra oportunidad. Pero sí no lo haces, tendré que seguir con mi vida y tú con la tuya. Es así así de simple.

—Y yo pierdo todo... ¿No es así?

—Yo te perdería a ti —indicó seriamente—. Y creo que es mucho más de lo que tú estás poniendo en juego.

—¿Te importaría perderme? —preguntó más calmada.

—Sí no me importara no hubiera insistido en venir.

—Siempre tan elocuente.

—Voy directo al grano, eso ya deberías saberlo.

Elena no supo que decir, bebió un sorbo de vino y reconoció para sí misma que esa parte de la personalidad de su marido, siempre la había fascinado, le daba el aspecto de seguridad que tanto admiraba en él y que en parte fue lo que la hizo enamorarse ciegamente, supo en ese momento que si quería salvar su relación con Gabriel debía bajar la guardia, no llegaría a ningún lado con ironías ni pesadeces, se propuso ser más receptiva a lo que su Gabriel le ofrecía. Según él, sinceridad. Pero eso lo dejaría para después, el mismo había declarado que tendría tres semanas... no tenía por qué apurarse, iba a hacerlo desesperar todo lo que pudiera antes de decidir si le daría alguna esperanza.

Al volver a la habitación, Gabriel buscaba la manera de romper el hielo, habían pasado muchos minutos desde la última vez que Elena le dirigiera la palabra. Se le ocurrió que otro trago podría relajarlos aún más, se acercó al pequeño, pero bien surtido bar a un lado del gran ventanal que llevaba al balcón. Examinó las botellas tomando una de escocés, sirvió un poco en un vaso.

—Quieres uno, Elena, te ayudará a dormir —afirmó ofreciendo su propio vaso.

—Quiero irme a descansar —caminó hasta la recámara dando a entender que sea retiraba definitivamente, pero salió unos segundos después con cobijas en las manos que dejó sobre uno de los sofás—. Que pases buena noche —dijo de nuevo usando ironía en su voz dejando a Gabriel sólo con su escocés consciente de cuál sería su cama.

Gabriel temía eso desde que llegaron a la isla. ¿Era realmente mucho pedir que ella compartiera la cama con él aun cuando le había dicho que no intentaría tocarla hasta que ella misma se lo pidiera? Pero en el fondo sabía que ella tenía razón de desconfiar, él mismo no estaba seguro de mantener su promesa teniéndola a su lado.

—Gracias, linda, y no te preocupes. Estaré bien —repuso sabiendo que no había nadie para escucharlo.

Para su sorpresa, Elena salió de nuevo de la recámara, se acercó a él y sin decir nada cogió el vaso de su mano, bebió el contenido de un solo trago arrugando la cara hasta que el ardor pasó. Para su desgracia el fuerte licor debilitó su voluntad, parecía que corría por sus venas relajando cada musculo tenso por los acontecimientos aflojándolos y poniendo en duda su determinación de irse a dormir y dejarlo solo, sus ganas de hacerlo rabiar ya no eran tan fuertes como unos segundos atrás. Se quedó de pie frente a él sin saber lo que quería ni lo que debía hacer.

—El día que te conocí me gustaste tanto... —confesó Gabriel aprovechando los segundos que ella le regalaba.

—Ya me lo habías dicho, solo que ahora no se sí debo creerlo.

—Te dije que no te mentiría más. Quiero que sepas que a pesar de lo que oíste, siempre me gustaste mucho, te deseaba y te deseo.

—No quiero que me hables de eso —dijo incómoda pero evidentemente más relajada por el efecto del alcohol.

—Debes descansar, linda, ve a dormir —ordenó en un tono suave y protector al que Elena obedeció sin pensar, obligando a sus pies a que la llevarán hasta la cama, cerró las puertas tras de ella y echó el cerrojo con fuerza haciendo evidente para el que la puerta permanecería cerrada para él esperando molestarlo. Por segunda noche consecutiva dormiría en un sofá.

A la mañana siguiente Gabriel despertó más descansado, una sensación de optimismo lo invadió haciéndolo sentir más ligero y hasta con ilusión de disfrutar de sus vacaciones, a pesar de que hasta ese momento las cosas no habían sido fáciles entre él y Elena. cogió su reloj de la mesa del centro del recibidor, vio la hora, eran más de las diez de la mañana, buscó a Elena a su alrededor, al no verla pensó que dormía aún, fue hasta la recámara y comprobó que la puerta no estaba cerrada con seguro, tocó suavemente mientras la abría con cuidado, pero nadie respondió.

—Elena, ¿puedo pasar?

Continuó sin recibir respuesta, decidió entrar del todo para comprobar que la recámara estaba vacía. Buscó en el cuarto de baño obteniendo el mismo resultado, definitivamente estaba solo. Fue hasta la mesita de noche a un lado de la cama, descolgó el teléfono y marcó a la recepción. Fue una atenta señorita del otro lado de la línea quien le informó que la señora Mendoza ya había bajado y que en ese momento se encontraba en el área de la piscina. Gabriel se molestó un poco, comenzaba a creer que Elena se comportaba como niña malcriada y nunca tuvo paciencia para los niños y menos si querían llamar la atención comportándose con malcriadez, pero pensó que era mejor aprovechar el tiempo dándose una ducha.

Alrededor de media hora más tarde, salió en busca de su escurridiza esposa con el humor renovado, casi bueno. Pasó por el restaurante cerca de la piscina y pensó que después de ver a Elena tomaría un abundante desayuno.

Finalmente la encontró, como dijo la recepcionista ella estaba tomando el sol a un lado de una de las piscinas del complejo, usaba un pequeño bikini blanco que la hacía ver absolutamente irresistible con la luz del sol calentando su piel, el cuerpo de Gabriel reaccionó de inmediato al estímulo visual que su esposa ofrecía sumado al deseo contenido, todo el conjunto le hizo dudar de sus fuerzas para mantener su promesa de esperar a qué ella tuviera la iniciativa con la que le permitiría poseerla de nuevo. Trató de contener esos pensamientos mientras recorría los escasos metros que quedaban entre ellos, al llegar se sentó en una tumbona a su lado.

—Buenos días... —saludó Gabriel sin dejar de admirar indiscretamente el cuerpo de su esposa.

—Buenos días —respondió ella tratando de ser lo más fría posible obviando la mirada lasciva que Gabriel prodigaba a su cuerpo.

—¿Descansaste?

—sí, bastante bien.

—Yo también, gracias por preguntar —dijo de nuevo con ironía.

—No pregunté.

—¿Quieres hacer algo especial hoy?

—¡sí! —fingió emoción—. Quiero pensar que estoy de vacaciones y que no te conozco.

Elena ponía a prueba el carácter de Gabriel sin saber que él estaba dispuesto a soportarlo algún tiempo más, no le daría el gusto de verlo fuera de sus casillas. Al menos, no todavía, aunque no estaba acostumbrado a los desprecios de nadie, sabía que debía aguantar un poco más con gallardía, al menos hasta que ella se desahogara a un poco, sabía que se lo debía.

—Quisiera comer algo... ¿Me acompañas?

—No. Ya desayuné.

tras unos segundos se levantó resignado y se fue a desayunar solo en el restaurante al aire libre cerca de donde estaba Elena, desde allí podría verla y seguir disfrutando de su hermosura sin ser blanco de su desprecio, sin saber que apenas le dio la espalda a su esposa, ella no pudo evitar aspirar profundamente el olor de su perfume a la vez que lo veía caminar alejándose de ella con esa seguridad casi magnética que le volvía la voluntad de gelatina —que guapo es—, pensaba mientras lo veía alejarse, su cuerpo, delgado y fuerte, lo imponente de toda su estampa la estaba haciendo flaquear en su deseo de castigarlo y mantenerse alejada de él aunque fuera por unos días más, —es mío, mi esposo, no importa cuánto amó a esa mujer...—, pensaba, de pronto Gabriel se giró desde la distancia como si hubiera oído sus pensamientos para regalarle a su esposa una sonrisa ladeada, juvenil y juguetona que dejó a Elena completamente impactada.

Pocos minutos después de que Gabriel se alejara, unos turistas que también tomaban el sol en la piscina cerca de donde estaba Elena decidieron acercarse para admirarla sin que se diera cuenta, uno de ellos un hombre joven y jovial que se atrevió a buscarle conversación, el otro bajito y callado solo se limitó a escuchar y observar a dónde conduciría la audacia de su amigo, era evidente que la intención del joven era probar hasta donde podría llegar con la hermosa y solitaria chica, había visto antes a Gabriel hablar con ella pero por la forma fría en la que se te trataron le restó importancia descartando que fueran pareja, Gabriel observaba la escena desde la distancia esperando a ver cómo se desenvolvía la situación, apenas y terminó de comer sin quitarle los ojos de encima a su esposa cuando decidió que era hora de acercarse y dejar bien en claro que ella era suya. Caminó lentamente con la mirada fija en el visitante, sin ningún protocolo se inclinó sobre Elena besándola en los labios sin darle tiempo de reaccionar, ella al verse tomada por sorpresa respondió el beso siguiéndole la corriente a Gabriel.

—Hola... —dijo Gabriel al incorporarse y tendiendo le la mano en forma de saludo al extraño que hablaba con su esposa— Gabriel Mendoza, el esposo de Elena.

El visitante respondió cortésmente al saludo desembarazándose a los pocos minutos de la pareja argumentando que su amigo y acompañante tenía prisa, dejándolos solos de nuevo.

—¿Y eso que fue? —preguntó Elena molesta refiriéndose al beso.

—Cómo que ¿qué fue? —devolvió la pregunta bastante serio—. Ciertamente nuestro matrimonio no comenzó bien, pero eres mi mujer te guste o no, y no voy a permitir que cortejen a mi esposa. Eres mía, solo para mí.

—¿Me guste o no? Perdóname, pero que yo recuerde a quien no le gustaba la idea de estar casado era a ti, y sería bueno que sepas que no todas las mujeres somos infieles, yo no tengo la culpa de tus malas experiencias del pasado —Elena se esforzaba por mantener el llanto a raya, le hubiera gustado gritar y salir corriendo, pero sabía que debía enfrentar la situación sí quería resolverla -eres el hombre más desfachatado que conozco.

Gabriel se quedó en silencio por unos segundos, prefería no responder a lo que él catalogó como un golpe bajo de Elena.

—Vístete —dijo con voz ronca.

—¿Para qué? —preguntó sorprendida por el cambio que había dado la conversación.

—Tenemos un paseo organizado.

—Paseo... ¿A dónde?

—A Road Touwn —contestó secamente dejando bien claro que no aceptaría negativas.

Elena no pensó en negarse, la verdad era que ya se había aburrido de estar sola en la piscina, así que se puso su minivestido rojo con el que había llegado más temprano, se calzó las sandalias y siguió a Gabriel hasta la marina del hotel donde los esperaba un hermoso yate que los llevaría al puerto deportivo de Road Beef.

Durante el recorrido por mar Elena no pudo dejar de emocionarse por la belleza del paisaje luciendo relajada y tranquila, la brisa salada y tibia la hacían sentir viva, renovada, se sentía como en una burbuja donde el engaño de Gabriel no podía tocarla, pero esa agradable sensación duró poco tiempo, solo aquel que necesitó para recordar que él era su esposo y que viajaba a su lado alterando cada fibra de su cuerpo y de su alma confundiendo el amor con el rencor y el odio con el deseo. Al llegar a puerto, los esperaba un auto a disposición de ellos para continuar con el recorrido.

—¿A dónde vamos? —Quiso saber Elena al subirse al convertible blanco.

—A Road Tauwn... es la capital de la isla de Tórtola —Gabriel como siempre con tono de voz seguro

—Ah... ¿Y sabes cómo llegar?

—Me dieron las instrucciones —contestó mostrándole el GPS, mirándola brevemente detrás de sus gafas de sol.

—Para ti todo es tan fácil... —agregó Elena con evidente fastidio.

—Claro que... no me molestaría para nada perderme contigo en una playa solitaria —bromeó obviando el tono de voz de su esposa y sonriendo pícaramente.

—¡Basta, Gabriel! —exclamó Elena entre dientes frustrada por la actitud jocosa de su esposo.

—Pero si es verdad, a ti, ¿no te gustaría?

—No.

—Parece que me odias... —dijo una poco más serio.

—No te odio... ¡Pero en este momento te detesto!

—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó mirándola fijamente mientras arrancaba el auto.

—No quiero hablar de eso ahora.

—Está bien... No hablaremos de eso. Sabes, aquí atracan los cargueros de vez en cuando. No es habitual, pero a veces mandamos algunos de los pequeños con envíos desde Europa.

—¿Qué cargueros? —preguntó Elena confundida por el cambio de tema.

—Los nuestros...

—Ah. Los de tu familia.

—Nuestros Elena.

—La empresa de mi padre los fábrica para ustedes y les hace mantenimiento... De allí en más, yo no tengo nada que ver.

—Si te empeñas en verlo así... —dijo encogiéndose de hombros.

—Tenemos un acuerdo prenupcial... ¿Recuerdas?

—Tonterías, solo papel. Lo que es mío, siempre será tuyo.

—¡No son tonterías, Gabriel! Menos ahora que no sabemos cómo vamos a terminar...

Gabriel la miró sonriendo ampliamente.

—¿De qué te ríes? —preguntó Elena realmente intrigada sin encontrar nada chistoso en la conversación.

—De que al menos ya le das el beneficio de la duda a nuestra relación.

Elena abrió la boca para responder, pero en ausencia de argumentos la cerró de nuevo mirando a su esposo de reojo incómoda por haber sido descubierta en sus más íntimos pensamientos.

Recogió su cabello para evitar que se enredara con el viento, su corto vestido ondeaba con la brisa que entraba al coche, Gabriel no podía evitar mirarla de reojo mientras conducía pensando lo mucho que la deseaba y que debía conseguir doblegar su enojo cuanto antes para terminar con esa situación tan molesta que lo tenía condenado al celibato. Se veía tan hermosa, fresca, juvenil, sensual... Su piel sonrojada por el sol era toda una tentación difícil de superar. No podía creer que esa mujer tan especial era suya y por increíble que pareciera era la que tenía más lejos de su alcance. Se reprochaba una y otra vez sus actos, ideaba maneras de lograr que lo perdonará, pero siempre llegaba a la misma conclusión, debía ser sincero con ella, sí podía le ocultaría algunos detalles para no poner en evidencia lo bajo de sus acciones, pero con respecto a sus sentimientos le diría siempre la verdad.


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