CAPÍTULO XLI: OSADÍA
El fuego comenzó a desatarse detrás de la puerta de la habitación en la que Hank se encontraba, y eso lo hizo recordar muchas cosas. Como quien ve su vida pasar frente a sus ojos justo antes de morir, la memoria de Hank lo llevó a lo que ocurrió después del accidente de avión, el horrible evento que lo dejó tan inseguro y temeroso de la vida.
Después de sobrevivir al accidente, Hank se convirtió en una persona muy odiada, él mismo llegó a pensar que no merecía vivir, en muchas ocasiones pensó en quitarse la vida, incluso escribió varias cartas de suicidio, todas dirigidas a Kenneth, pero jamás se atrevió a entregárselas, eligió vivir con ello, y ser repudiado día y noche hasta que quizás eso lo libre de su culpa.
Hank logró dejar de pensar en eso, pero jamás se perdonó a si mismo el no haber ayudado a las personas que sobrevivieron al accidente junto con él, nunca se defendió de los ataques de otros porque sentía que lo merecía, su culpa no hizo más que crecer la noche que escapó del hospital, casi provoca un incendio que pudo lastimar a personas inocentes, esa culpa fue lo que lo orilló a vivir en el bosque como un animal, ya que si no podía tomar su propia vida para saldar cuentas, al menos renunciaría a seguirla viviendo.
Hank pasó años en el bosque ignorando su pasado, negándose a salir del mismo, se convencía de que así las cosas estaban a mano, pero todo cambió cuando se enteró que Darlene había perdido el control del cuerpo de Anne, y la ayuda de Kenneth le recordó que el pasado sirve únicamente para aprender de lo que fue y el futuro para esforzarse por lo que puede ser.
Hank se encontró con Anne, juntos vencieron a Darlene y estaban ansiosos de ir en busca de una mejor vida, pero no pasaron ni 2 horas antes de volver a caer en una pesadilla, más para Hank, pues nunca le hizo frente al trauma del accidente de avión.
Hank eligió ignorar los gritos de ayuda, el olor a cuerpos calcinados y cerrar los ojos ante la horrible escena, vivió así tanto tiempo, pero frente a él se encontraba el origen de su trastorno, pues, luego de que James cerrara la puerta con seguro una luz de color naranja invadió la habitación, una vez más, las llamas del infierno y Hank se veían cara a cara.
Hank cerró los ojos, deseando estar en un mejor lugar, pensando en que nada era real y sólo se trataba de una pesadilla, buscó un recuerdo feliz, algo que lo haga sentirse mejor, y volvió al momento en el que conoció a Anne, el día que cantaron frente al hospital, esa misma noche se quedaron hablando hasta las tantas, desde ese día algo los unió. Hank recordó en cada noche en la que Anne le hizo compañía, y aunque durante un tiempo se sintió confundido y creyó estar enamorado de Lucy, lo cierto es que algo dentro de él siempre sospechó y deseó que Anne fuera la que se quedara con el control del cuerpo.
Claro que también apreciaba a Lucy, Matilda y Livi, no quería perder a ninguna, pero Anne era especial para él, la felicidad que sintió al saber que ella sí era la entidad anfitriona lo hizo sentirse seguro de sí mismo, y más aún al ver cuánto ella había cambiado.
—Es cierto Anne. —Dijo Hank para sí mismo—. Hace poco te prometí que no volvería a dejarme dominar por el miedo, es cierto que aquel día yo no podía hacer nada, pero ahora puedo hacerlo, no dejaré que nadie muera frente a mis ojos, NUNCA MÁS.
Hank entonces le soltó una fuerte patada a la barra de metal de la camilla, lo hizo una, y otra, y otra vez, mientras sentía que el calor de la habitación aumentaba, Hank estuvo a punto de rendirse, pero al ver que el fuego estaba por entrar bajo la puerta, se le ocurrió una idea.
Tomó una de la oficina, la acercó al fuego y cuando se encendió la utilizó para quemar la correa que lo ataba a la camilla, finalmente pudo liberarse, pero faltaba algo, la parte más complicada, atravesar el fuego.
Hank se puso frente a la puerta, casi podía oír como si detrás de ella lo llamaran, las voces que pidieron ayuda ese día, los insultos, las amenazas, todo vino a su mente en un instante.
Hank se armó de valor, usó la camisa de fuerza para cubrir la parte superior de su cuerpo y levantó la camilla, la puso frente a él como si se tratara de un escudo.
—No voy a huir. —Dijo Hank, preparándose para correr—. ¡NUNCA más!
Hank se mentalizaba para lo que estaba a punto de hacer, y sintió como si el tiempo se ralentizara, ahora sus recuerdos viajaron todavía más en el pasado, vio a Kenneth, su madre, padre, hermanos, y a Zawash.
Tantas cosas que Hank vivió, cómo empezó su amor por la música, eso fue lo que lo unió a Anne, lo difícil que fue ganarse la amistad de Lucy, la bondad de Matilda, el espíritu joven de Livi.
Demasiados recuerdos golpeaban a Hank, no quería morir, pero no sabía que se encontraba detrás de la puerta, quizás llamas tan calientes intensas como el mismísimo gehena, tal vez no sobreviviría, pero al menos estaba feliz por no morir siendo un cobarde.
—¡NO! —Gritó Hank—. ¡No moriré! ¡Si tengo que elegir entre vivir como un cobarde o morir como valiente, me niego a escoger!... Si yo muero... James asesinará a Anne, voy a sobrevivir ¡A toda costa! ¡AAAHHHHHHH!
Hank comenzó a correr hacia la puerta con todas sus fuerzas, no tenía idea de lo que le esperaba detrás, pero eso no le importaba, se negaba a seguir viviendo como un cobarde, y peor a morir como uno. simplemente
Hank, estando a pocos pasos de la puerta dio un salto para tomar más impulso, no paraba de gritar para demostrar su osadía. Hank recordó una de tantas frases que Kenneth solía decir, ya que él viajaba mucho, y le gustaba adoptar expresiones de otros países. Pero había una en específico, una frase que Hank y Kenneth solían decir siempre que iban a hacer alguna estupidez.
Justo antes de que la camilla que Hank usaba como escudo toque la puerta, él gritó con mucha más fuerza aquella célebre frase que muchas veces lo motivó a lanzarse sin miedo.
—¡Arrecho nunca muere! Y si muere... ¡¡¡MUERE ARRECHO!!!*
*Frase célebre Ecuatoriana, cuyo significado puede variar, pero puede interpretarse como: El valiente nunca pierde, y si pierde, lo hace con valor.
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