Decido no contar las horas que nos toma culminarlo, solo permanezco pendiente de estar dentro del lapso estipulado, miro hacia la pantalla de mi computadora satisfecha con lo que veo. Como regalo; estiro mi entumecida espalda hasta hacer sonar cada vértebra en ella; elevando mis brazos con los dedos entrelazados hacia el cielo, mientras cierro los ojos buscando algo de relajación antes de salir de mi oficina. Cuando una clemencia inaudible invade mis pensamientos «Por San Lorenzo, merecemos un aumento salarial o al menos un bono de producción luego de sacarle del barro las patas de pollo a mi «irritante» jefe», sentencio luego de recordar el cómo despotricó ayer de nosotras, las féminas, es por ello que lo degradamos de gallo desplumado a pollo.
Así que han sido un total de veintiocho horas de una extenuante jornada creativa, después de retomar el proyecto, para este momento estoy compartiendo el ascensor con un hombre mayor, de tal vez, sesenta y cinco años; elegantemente vestido coronado con una boina y un bastón que sin duda alguna usa como accesorio de elegancia.
—Buen día —ofrezco con una sincera sonrisa al desconocido.
—Buen día, mi bella doncella —responde muy caballerosamente –permítame ayudarle– se ofrece al verme llevar las muestras de los catálogos.
—No, no se preocupe, no son pesados, pero mil gracias por la intención —respondo lo más cortés posible sin restarle mérito a su gentileza —Ojalá los hombres de esta generación aprendan algo de cortesía, eso nos facilitaría mucho la vida a las mujeres— refunfuño en voz baja, por lo que mi acompañante de cabina se limita a asentir con un ademán de cabeza y una media sonrisa de esas que afirman con experiencia bañada en picardía.
—A mi hijo, definitivamente, pude enseñarle muchas cosas, pero de cortesía no aprendió nada —reconoce a fuerza, casi a carcajada, mientras juguetea con el bastón; logrando obtener mi atención.
—Pues, su hijo y mi «insoportable e inhumano» jefe se pueden dar la mano —Me quejo graciosamente, mientras estallábamos ambos en risotadas sin control ni vergüenza ajena.
Al abrirse las puertas del ascensor, como era de esperarse, él me hace un gentil gesto con la mano indicándome que saliera primero, gesto que no dudo en disfrutar.
—Buen día —ofrecemos los dos a Rita, la secretaria de dirección, la cual solo se limita a dar un frío movimiento de cabeza, restando importancia a nuestra presencia.
—Creo, mi caballeroso amigo, que debemos incluir a algunas féminas en esa lista de seres poco corteses y carentes de gentilicio —susurro al acercarme a su oído, ambos afirmamos con un cómplice guiño de ojos.
Nuevamente, insisto con unos buenos días pronunciados con altanería, de tal manera que Rita me preste atención. Luego que ella se digna a elevar, aunque sea un poco, esa respingada nariz, le tanteo la posibilidad de reunirme, ahora, con mi «troglodita» jefe; a lo que se me informa que está ocupado con unos inversionistas.
Ante tal negativa solo me resta conformarme —bien, no hay problema, aquí le dejo la muestra de los catálogos, por favor debe entregárselo antes de las cuatro de la tarde —giro sobre mis talones y con un elegante gesto me despido de mi caballeroso amigo.
Cuando estoy recogiendo, apuradita, el desastre esparcido sobre mi escritorio para estar completamente lista, apenas el tic tac del tiempo marque el momento de salir de esta empresa, lo cual estaré más que feliz de hacerlo. Cuando termino de ordenar giro sobre mis talones hasta inspeccionar cada rincón, comprobando que están según mis estándares, solo me resta mirar la hora en la pantalla de la computadora.
Agradezco a Dios que solo falten cinco minutos para las cuatro de la tarde, pero como la vida es injusta, y el futuro no es de color rosa, escucho a mi «frustrante» jefe gritar mi nombre, exigiendo presentarme en su oficina.
¿Cómo explicar lo que siento en mi interior?; compararlo con un volcán en erupción es una epifanía... Ni un tsunami lograría mojar tanto como lo que intenta explotar dentro de mí.
Solo me queda recordarle a Diosito que llevo esperando más de un año que me conceda mi simple e inofensivo deseo... «Solo dos meses Diosito, solo dos meses... Sin voz, solo dos meses», suplico a la par que mi bruxismo hace acto de presencia.
Por todos los sabores de vino y copas del mundo, pero ¿qué, ¡coñas!, le pasa a este tipo?, que no sabe hacer otra cosa que gritar como pollo huyendo de ser el ingrediente principal de la cena.
«¡Dios mío!, ¿y ahora qué?», resoplo a la par que me incorporo para dar los pasos necesarios hasta llegar a la puerta de vidrio esfumado de la oficina de mi «bramón» jefe.
En esta ocasión intento mantener un paso normal, aunque yo misma siento que mi taconeo es ligeramente apresurado, y es que, ¡diablas!, cada minuto cuenta y no me pagan sobretiempo como para querer estar aquí por más tiempo del contratado. Además, eso del trabajo de grupo, la entrega incondicional a la empresa, la consideración a los colegas, y no sé qué tantas habladurías inventadas por los poderosos para tenernos bajo su yugo; todo eso me sabe a manipulación, extorsión y persuasión empresarial... Eso, eso no va conmigo, no señor, la vida es demasiado corta como para desperdiciarla; porque si al haber vamos para trabajo en equipo están los tríos, para la entrega empresarial está mi fanatismo a los juguetes sexuales, y para consideración está el tiempo que dedico a mis conquistas ocasionales, ya saben, ¡diablas!, esas que no van a la formalidad ni mucho menos al matrimonio., pero que nos entretienen y nos preparan para cuando llegue el indicado ... o ¿me equivoco?, no creo, ¿verdad, diablas?
Pero, en fin, en un abrir y cerrar de ojos, mis nudillos golpetean suavemente, sobre el frío e inerte vidrio, para mal de mis males debo, aunque no quiera esperar pacientemente que me indiquen el poder entrar... Pero, claro, como es de esperarse, la respuesta viene, a mí, a gritos. Así que buscando paciencia en donde no la tengo, poso mi mano sobre el metal alargado que hace de manija, tras un largo y profundo suspiros entro a la oficina.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro