Capítulo 2. «¡Chiss, chiss, chiss!», secreticos.
¡Epa!... No se equivoquen conmigo, estoy realmente lejos de ser asexual. Estoy convencida de que soy heterosexual, aunque no me niego tal vez, solo tal vez, picaronamente a una futura experiencia en la homosexualidad, aunque hablando en serio creo que eso me convierte en bisexual... ¿Verdad? Pero eso no es relevante en mí aquí y ahora, lo importante al fin y al cabo es que; si soy hetero, homo o bisexual, sigo siendo yo, Lena, una latina criada en las costas del mar Caribe, mi piel fue pincelada con los infinitos matices del color bronce tropical por cada briza que bailó sobre mí en los amaneceres y en los ocasos de mis felices días.
Mi amor por el vino es mi herencia cultural, la que, me corre por la sangre como regalo de mi padre Enzo Muziotti; italiano de pura cepa, pero endemoniadamente enamorado de las curvas latinas, la briza caribeña y el aroma tropical.
Disfruto de dos o tres copas de vino cada viernes en la noche en el Bar de Tito desde hace más de tres años. «¡Chiss, chiss, chiss!, un secretico; él que me cuida es el dueño del bar». Don Pedro, un hombre de familia que no permite que nadie se me acerque ni se me insinúe con buenas, malas o dudosas intenciones... ¿Por qué me cuida como si fuera una de los suyos?, pues, la respuesta es fácil de contar: porque sin saber ayudé a su amada, muy amada, esposa, a dar a luz a su primer bebé. Yo aún le digo que no fui de gran ayuda solo sostuve la mano de Mirian, me calé sus insultos, gritos y apretujones de manos a la par que ella intentaba controlar las contracciones mientras daba a luz en un centro comercial cualquiera al cual yo había ido a comprar un par de cosillas que necesitaba «pilas nuevas para mi consolador íntimo, pero reconozco que ese día adquirí mi primera mariposa vaginal, ¡Ups, Ups, Ups!; ya saben chicas cositas que una necesita para esas noches donde el compañero es una almohada y el calor de las caricias masculinas lo dan las sábanas de seda», pienso con timidez y algo de rubor en mis mejillas.
Volviendo a mí, aquí y ahora, en lo que respecta a mis compañeros laborales, pues ellos, son; digamos algo predecible y tradicionalmente machistas. Un ejemplo cristalino como el agua; es que ellos organizan salidas todos los viernes con cualquier excusa para embriagarse como salvajes. Los muy tontos creen ciegamente que sus parejas les son fieles mientras ellos toman, comen, ríen y se divierten sin ellas. Pues déjenme contarles algo que pocas podemos admitir sin meternos en líos maritales; y es que ese retrógrado pensamiento está lejos de la cruel y triste realidad. Escuchen esto mis confiados, predecibles y sexistas colegas; el ochenta por ciento de sus parejas están rogando que llegue el viernes para disfrutar de sus fantasías sexuales con el amante de turno; bien sea el profesor de música del hijo, el vecino callado, el repartidor de pizza, el universitario que alquila a dos cuadras de su casa o el banquero viudo de la sucursal del centro de la ciudad... En fin; el amante de turno... «¿Sí se entiende?... ¿Verdad?», repaso la lista mentalmente, mientras que ustedes, mis ingenuos colegas, se emborrachan, ríen como si los chistes de mal gustos se acabaran esa noche e intentan sin éxito conquistar al menos por una ocasión a alguna colega.
Teniendo conocimiento de lo antes expuesto, no me pueden culpar de siempre lograr evadir esas tan poco atrayentes, aburridas e inútiles reuniones los viernes en la noche. Detalle que no pasa desapercibido para el ojo de águila que tiene mi «inexpresivo e insoportable» jefe. A lo que él, sí, él ha intentado por todos los mil y un métodos evitar mi ausencia, pues peor para él, porque no es algo que a mí me mueve el piso, pienso segura de mí misma. Así que, pues yo, Lenna Muziotti, jamás ni nunca dejaría de ir un viernes al Bar de Tito para relajar mi cuerpo y mente. Duélale a quien le duela, se amargue quien se amargue o simplemente se arreche quien se arreche; «total, ¿qué me pueden hacer... Despedirme?... Por San Lorenzo espero que no».
Respiro profundo para darme cuenta de que mi día laboral aún no ha terminado, así que estrujo mis ojimeles ojos rogando que le tic tac del reloj se apure, pero antes que ese milagro ocurra escucho un —Lenna Sofía Muziotti venga a mi oficina —grita o ¿debo decir chilla?, mi «inaguantable» jefe diez minutos después de haber iniciado mi matadora jornada laboral hoy. Haciendo que mi sangre se active luego de un relajante fin de semana. Pero, en fin, al mal tiempo, buena cara... aunque sea una hipócrita.
«Dios, sí, así es el lunes en la mañana, no puedo imaginarme como me llamará el viernes», un escalofrío recorre mi espalda mientras le reprocho mentalmente con unas increíbles ansias de hacer callar ese tormento que tiene por voz. Nunca había odiado tanto la voz de un hombre; esa voz seca, profunda e inhóspita que sale de su varonil garganta. «¡Chiss, chiss, chiss!, otro secretico»; Mi deseo de fin de año de hace un par de años atrás fue que quedara mudo por un par de meses, claro, ese deseo no se ha cumplido, pero todavía guardo las esperanzas que un día Diosito se apiade de mí.
Me levanto con total parsimonia de mi cómoda y elegante silla ejecutiva, resignada, pasando mis delgadas manos sobre la tela de la falda para eliminar cualquier arruga, secando el sudor de las palmas de mis manos, a la par que voy dando profundas bocanadas de aire para tener mi autoestima lo más elevada posible y poder encarar a esa «cosa» con el cargo de mi jefe.
Aunque, nos separa una gruesa pared de vidrio, me tomo todo el tiempo necesario para hacer que él entienda de una vez por todas que no tiene control sobre mí. Con una sonrisa falsa en los labios dejo ver mis dos hileras perladas de dientes, mientras internamente me lo imagino dando vueltas, vueltas y vuelta sobre un asador como si fuera un lechón en plena cocción en víspera de navidad, o mejor aún, como la cena de unos caníbales. Mi sonrisa aumenta al verlo con la manzana metida en la boca... Supongo que, al menos así, no oiría sus desagradables gritos, ¿verdad?
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