Capítulo 1. Solo un trago.
«¡Dios mío!, necesito un trago o tan siquiera un cortito sorbo del dulce elíxir de la uva; sí, sí, sí por San Lorenzo, patrono del vino, ese embriagante líquido que me devuelve el alma al cuerpo», pienso al saber lo que necesito para hacer que las horas transcurran más rápido.
Miro el reloj colgado en la pared frontal de mi oficina, dejo llevar mis ojimieles hacia arriba en señal de sincera frustración como sí eso hiciera adelantar el tiempo o al menos hacer danzar con más rapidez el tic tac del reloj, pero por todas las copas de vino del mundo; todo es inútil porque para mal de mis males son escasamente las cuatro menos diez de la tarde de un viernes cualquiera. Lamentablemente, aún estoy dentro de estas cuatro paredes de vidrio que me separan de la oficina de mi «controlador» jefe.
«Describir esa monumental musculatura andante es algo complejo y agobiante para mi tranquilidad mental, si es que aún la tengo»; cosa que dudo. En fin, concentrémonos un poco para que me entiendan. Esa perfección de hombre físicamente no está nada mal; «algo así como para rechuparse con descaro los dedos luego de rozar su piel», pienso aun en contra de mis deseos e instintos de protegerme de él... Bueno, continuemos, ya saben alto como para llegarle escasamente hasta la altura de su pecho, «allí donde el corazón retumba con cada latido».
¡Dios!, sus manos son grandes y lo mejor es que su dedo anular está vacío, es decir; libre y disponible, según yo, una romántica empedernida. Su perfume con olor a madera añejada, pimienta y quién diablos sabe a qué más embriagaría a cualquier ser que tenga la oportunidad de olerlo... «Siento el calor en mis mejillas al sonrojarse tan solo al imaginarme pasar endemoniadamente lento la punta de mi juguetona lengua por cada poro de esa piel bronceada para identificar bien esa esencia embriagante tan varonil que deja en cada rincón por donde pasa». Y la voz, pero que, ¡demonios!, imposible de soportar dejándonos a las féminas una de dos: amarla u odiarla... «¿Qué en cuál grupo estoy?; indiscutiblemente en el segundo».
Pero, continuemos en lo que, a nosotras, y algún que otro diablillo, nos interesa; De piernas largas, con muslos gruesos y pisadas que marcan huellas al andar. De la cintura ni hablemos, pues, según la secretaria del piso nueve, tiene un tablero en lugar de abdominales. Si no fuera por su endemoniado carácter; ese que lo hace rudo, feroz e inquebrantable sería un bombón de chocolate que me lo comería a pequeños mordísqueles cada noche y que lo lamiera en las madrugadas llenas de insomnio sensuales con tal que no se me acabe... «Así es él; mi obtuso, irrespetuoso y cavernícola jefe».
Yo, por otra parte, no soy una monja mojigata ni una mansa paloma. ¡Oh! No, no, no ni lo sueñen, de eso nada, la vida está para vivir, así que a pesar de trabajar como publicista en una empresa que está abriéndose camino a pasos agigantados en el mundo de la aeronáutica, siento que parte de mi libre y urbana vida la pierdo cada vez que escucho los reproches y desaires de mi «obstinado» jefe, pienso con amargura, pero con resignación. Su lema favorito es: "Corre, apúrate, lo quiero para ayer".
Pero como lo igual no es trampa desde hace dos años mi lema es: "Corro, me apuro y bebo una copa de buen vino".
Además, soy de las que creen firmemente que las almas gemelas existen, «y la mía viene en una botella alargada coronada con un corcho», admito sin vergüenza alguna... Es más; brindo por tal romántico y sensual pensamiento «elevo una hermosa copa de cristal para luego llevarla imaginariamente a mis rosados labios; los que están ansiosos por sentir el avasallante calor de otra boca».
Solamente, anhelo una copa de un buen vino con cuerpo y carácter que me permita mitigar mi cansancio y frustración, o tan siquiera que aleje al menos por un tiempo el estrés acumulado, el que dure el saborear, catar y disfrutar una copa de vino «o un par de ellas», pienso como siempre en alargar la experiencia, mientras decido dónde voy a comer. «Sí, en definitiva; adoro los viernes», afirmo para mis adentro. Para esto estudié y ahora someto mi veinteañero cuerpo a más de cuarenta horas semanales de exhaustas jornadas de trabajo bajo el yugo de mi «insoportable» jefe.
No me considero una "cuaima"; ya saben ese tipo de mujer/amante/esposa o su peor es nada que parece más una espina envenenada clavada bajo una uña infectada o una piedra dentro del zapato preferido, que una compañera ideal.
Soy una mujer fácil de complacer o hacerla feliz; porque déjenme decirles que sí, sí, sí soy feliz, puedo darme en los dientes al ser de las pocas personas en el mundo que saben lo que quiere, cuándo lo quiere y con quién lo quiere, de hecho; prefiero disfrutar de una exótica copa de vino acompañada o mejor dicho complementada con una afrodisiaca cena de primera clase tipo gourmet en un restaurante lujoso o en una concurrida calle parada delante de un truckfood. Lo importante es que esa comida sea suculenta, deliciosa, y que solo con el simple hecho de que sea la mezcla perfecta para que mis papilas gustativas se activen, motivándome a cerrar los ojos para maximizar la experiencia, lo que fácilmente comparo con un orgasmo «Simple... ¿Verdad?»
Fácil, lógico y sencillo ... ¿Verdad?, pues, no, para el «trabajólico» de mi jefe no hay nada mejor que quemarse las pestañas y derretir el culo en la silla de la sofocante oficina, mientras que amase una fortuna. La cual, según a mi parecer, la va a disfrutar el amante de su "todavía inexistente esposa", porque, ¡carajo!, ese espécimen humano no tiene la menor idea de los placeres de la vida. Pues, que se joda caminando con su culo derretido, porque el mío está redondito y bien cuidado.
Río al imaginar quién de los dos se ve mejor andando por el mundo... «Yo, no tengo la menor duda quién»... ¿Y ustedes?
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