Treinta y tres (*)
WILLIAM
Unos movimientos hacen que abra los ojos. Cuando lo hago, la luz me pega de lleno en la cara obligándome a cerrarlos de nuevo. ¿Quién había abierto las cortinas?
—Buenos días, dormilón —la voz de Anna se cuela por mis oídos, abro los ojos de nuevo para conseguir mirarla, ella lleva puesta una de mis camisetas que había traído antes de nuestra llegada a la casa, y unos cortos shorts quedan ocultos bajo la tela blanca de la camisa.
Su cabello se encuentra sujeto en un moño despeinado, y emboza una sonrisa cuando nota mi mirada sobre ella.
—Buenos días —respondo. Un bostezo brota de mi boca mientras extiendo una de mis manos hacia su dirección, invitándola a venir a la cama conmigo. Ella niega con la cabeza, sin embargo, no borra la sonrisa de sus labios y se acerca hasta la cama.
Una sonrisa ladeada se apodera de mis labios cuando se acurruca contra mi pecho, permanece así, por largo rato antes de hablar nuevamente.
—He visto el armario —pronuncia ella apartándose de mi cuerpo —Parece ser que pensaste en todo, comenzaba a cuestionarme que es lo que iba a ponerme —confiesa soltando una risa.
Se incorpora, cruzando las piernas sobre el colchón y fijando la mirada en mí.
—Había que estar preparados —murmuro cerrando los ojos por un par de segundos mientras un nuevo bostezo abandona mi boca.
La noche anterior había sido por mucho, la más increíble de mi vida. Anna despertaba en mí una locura inimaginable, un deseo que me volvía loco, la quería para mí, quería estar con ella de este modo siempre.
A un año de nuestro matrimonio, los sentimientos hacia ella parecían haber incrementado de intensidad, la amaba, lo hacía con una locura inmensa que nunca me creí capaz de sentir.
Habíamos disfrutado de nuestro matrimonio tanto como nos fue posible, alejándonos de problemas familiares, estableciendo nuestra distancia porque no permitiríamos que eso arruinara nuestra felicidad.
—Anoche fue completamente increíble —pronuncio abriendo los ojos de nuevo. Ella sonríe, asiente con lentitud antes de responder.
—De las mejores de mi vida —asegura. Se inclina hacia adelante, consiguiendo dejar un beso en las comisuras de mis labios, antes de brincar fuera de la cama.
—Tenemos que levantarnos —indica tomando una de mis manos para jalar hacia adelante.
Plasmo una mueca en los labios, formando un ligero mohín. Lo único que quería ahora, era permanecer en cama con mi esposa. No quería nada más.
—¿No podemos quedarnos un rato más en cama? —inquiero.
—Tienes que ir a la empresa —me recuerda —y yo tengo que ir a ver cómo están las cosas en las fundaciones. He estado lejos durante bastante tiempo.
Elevo la espalda del colchón, consiguiendo que la sabana que cubría mi torso se deslice hacia abajo. Soy consciente de la mirada traviesa que Anna me dedica, abro las piernas, tomándola de la cintura y consiguiendo que ella quede justo en el medio.
—Podemos quedarnos aquí, en nuestro nuevo hogar y repetir lo de hace unas horas ¿no crees que es una mejor idea que ir al trabajo? —inquiero.
—No me tientes, William Blake —pronuncia envolviendo mi cuello con sus brazos. Se inclina, consiguiendo unir nuestros labios y disfruto de su sabor, antes de sentir sus manos contra mi pecho, alejándome. —De verdad tengo que ir a trabajar.
La apego a mi cuerpo de nuevo, dejándome caer sobre el colchón y su risa, al caer sobre mí me llena por completo. Une nuestros labios, se acomoda sobre mi cuerpo y el roce de su piel contra la mía, amenaza con hacerme volar la cabeza. Mis manos viajan por debajo de la tela de la camisa que lleva puesta, sintiendo la suavidad de su piel.
—Me encantaría quedarme de esta manera todo el día —asegura apartándose —pero tenemos responsabilidades que atender. —me recuerda.
Se incorpora, acomodando la camisa en si sitio mientras sonríe.
—Anna...
—Y deberías ponerte algo —reprende señalándome —Que Montserrat vendrá aquí en cualquier momento y no me agrada la idea que te vea como dios te trajo al mundo —pronuncia con diversión. —Date prisa —pide antes de lanzar un beso en mi dirección y luego sale, dejándome con una genuina sonrisa en el rostro.
(...)
Un par de horas más tarde, Anna se encuentra guardando a prisa las cosas necesarias para ir a la casa hogar, Montserrat la espera, sentada en una de las bancas del comedor mientras bebe un café con tranquilidad.
—Listo, creo que tengo todo —afirma colgándose el bolso en uno de sus hombros, camina hasta colocarse frente a mí y luego de inclina para dejar un casto beso sobre mis labios —Adiós, cariño.
—Adiós, te amo —pronuncio. Ella sonríe, dedicándome una mirada sobre su hombro y un "yo también" antes de salir.
Me había ofrecido a llevarlas hasta la fundación, sin embargo, ellas habían asegurado que no era necesario. Observo la hora en el reloj que cuelga de la pared, no estaba seguro de si tenía algún pendiente que requiriera mi presencia en la empresa, así que decido marcarle a mi secretaria para confirmar.
Cuando obtengo una respuesta negativa, decido quedarme en casa.
Faltaban varios muebles por traer, puesto que la casa había sido una especie de regalo sorpresa, no nos habíamos tomado el tiempo para empacar todas las pertenencias en cajas para poder trasportarlas, así que necesitaría mucha ayuda.
Termino de desayunar y me incorporo para llevar todos los trastes al fregadero, los lavo todos y los ordeno a un lado para después dirigirme al baño para tomar una ducha.
No me demoro mucho, lo hago en el menor tiempo acostumbrado para poder dejar todo listo antes de que Anna regrese, después de un día largo de trabajo creo que lo último que se desea hacer, es el aseo.
Le había enviado un par de mensajes a John para preguntarle si estaba disponible para ayudarme con la mudanza, tras una respuesta negativa de su parte, llamo a Dann.
La llamada me manda directo al buzón de voz.
—Grandioso ¿Dónde están cuando uno los necesita? —inquiero con fastidio mientras vuelvo a marcar el número para llamarlo.
El responde esta vez.
— ¿Hola? —La voz adormilada de mi amigo que se escucha del otro lado de la línea me hace saber que acabo de despertarlo.
—Hola, Dann —saludo mientras me dejo caer sobre el cómodo sillón de la sala —¿Estás ocupado hoy? Me preguntaba si podías venir a ayudarme con la mudanza, un par de manos extra no me vendrían mal.
Lo escucho maldecir y por un momento, temo haber llamado en un mal momento. Aguardo en silencio, esperando por una respuesta.
—¿Todo en orden? —inquiero al notar que no parece tener intención alguna de responder.
—Espérame en tu departamento —pide —mantenerme ocupado hará que mi mente se despeje —confiesa. Antes de que siquiera pueda responder algo, cuelga la llamada.
Salgo de la casa, tomando las llaves que se encuentran justo en la mesa del comedor mientras me aseguro de cargar lo necesario conmigo. No me toma demasiado tiempo llegar al departamento, la escasez de tráfico es un factor para hacer que, en menos tiempo del pensado, me encuentre estacionando fuera de mi hogar.
Reconozco el auto de Dann estacionado a un par de metros, en cuanto bajo del auto, él lo hace igual. Lleva puestas unas gafas de sol oscuras, mantiene su semblante serio aun cuando lo saludo.
—¿Todo bien? —inquiero cuando estoy frente a él.
—Jamás una chica me había dejado botado William ¿Puedes creerlo? —inquiere, retengo la risa que amenaza con brotar de mis labios solo porque esta vez luce verdaderamente afectado.
Eso era nuevo.
—¿Te dejaron botado? —inquiero intentando ocultar el tono divertido en mi voz. —¿Cómo es eso?
—Amanecí solo en mi cama —pronuncia pasando una mano por su cabello. —La chica con la que pasé la noche solo se fue —y por alguna razón, parece molestarle demasiado ese detalle, aun cuando durante toda su vida, Dann había hecho exactamente lo mismo.
—Ya te pagaron con la misma moneda ¿Eh? —Cuestiono soltando una ligera risa.
—Eres un imbécil —masculla, deja un empujón contra mi cuerpo antes de darse la vuelta. Parpadeo, intentando comprender que es lo que ocurre con él.
—¡Dann, hey, espera! —lo tomo del brazo antes de que pueda conseguir subirse al auto —Amigo solo bromeo, lo sabes.
—Como digas, William —masculla con molestia mientras se sube al auto. Mis intentos por hacer que baje son inútiles, mantiene los cristales cerrados aun cuando dejo leves golpes contra el cristal.
—¡Vamos, Dann! —pido —¡No te enojes! —grito. Me veo obligado a apartarme cuando el retrocede el auto, y se marcha, sin decir absolutamente nada más.
—Bien hecho William —Hablo para mí mismo dejando caer mis brazos a mis costados. —Bien hecho.
ANNA
Miro todos los documentos que se encuentran frente a mí. En ellos se encuentran listas de padres que quieren y esperan adoptar, en el último año las adopciones se habían incrementado en un gran porcentaje, todo parecía ir demasiado bien.
— ¿Cuándo es la próxima cita con los señores Watson? —Cuestiono. Martha teclea algo en la computadora que se encuentra frente a ella, misma en donde también llevamos los registros.
—La próxima semana —Informa. Asiento y sigo mirando las listas hasta que siento un ligero jalón en la falda de mí vestido.
Bajo la vista para encontrarme con Dana, una pequeña niña de cabello castaño quien me mira con una pequeña sonrisa en su rostro.
—¿Qué sucede cielo? —Cuestiono poniéndome en cuclillas para quedar a su altura.
—¿Quieres jugar conmigo? — cuestiona con un tono tan dulce que no puedo resistirme.
—Yo me encargo de todo esto, ve con ella —Martha me sugiere con una sonrisa y asiento.
—De acuerdo, vamos —Tomo la mano de la pequeña mientras ella me conduce al grupo de niñas que se encuentran en el jardín.
Todas sueltan un chillido en cuanto me ven llegar de la mano de la pequeña, ninguna de ellas excede los cinco años y pronto tengo a varias niñas rodeándome.
La tarde pasa tranquila, con ellas riendo y luciendo tan felices con las coronas y bolsos de juguete que hay en el jardín. En algún punto, Dana regresa a mi costado.
—Maestra —la observo cuando se deja caer a mi costado, acomoda la falda de su bonito vestido antes de elevar la mirada y centrarla en mí.
—¿Qué pasa, amor? —inquiero.
—¿Voy a tener una mamá? —mi corazón da un vuelco furioso cuando ella pregunta eso de manera inesperada —Hoy conocí a dos personas —eleva la mano, mostrando con sus dedos el número que acaba de mencionar.
—¿Conociste a dos personas? —inquiero con suavidad.
Asiente.
—¿Ellos van a ser mis papás? —retengo la respiración, y mi mente intenta encontrar una respuesta para dar.
¿Cómo le decías a una pequeña niña, que nada de eso era seguro?
Las parejas en ocasiones se arrepentían al último momento, o expresaban su deseo de cambiar la edad del niño que deseaban adoptar. Era difícil ver a los pequeños esperando, por unas personas que probablemente no regresarían por ellos. Los hogares temporales no funcionaban siempre de la mejor manera, ninguno culminaba siempre en una adopción.
Dana me observa con atención, con una mirada curiosa e inocente que no soy capaz de responder por largo rato.
—Probablemente, cielo —susurro —Hay unos padres esperando por ti, solamente que tal vez, no los has conocido todavía. —aseguro extendiendo una de mis manos para acariciar su cabello —pero lo harás.
Sabía que no debía decir algo como eso, no podía. No debía alimentar ilusiones pero, ¿qué le dices a una niña que expresa su deseo por tener una familia? Decir la realidad, a veces no era la mejor opción.
Ella parece olvidar el tema, pronto se ha incorporado y va con el grupo de niñas que juegan a unos metros de nosotros. Sin embargo, yo no lo olvido.
Un suspiro tembloroso brota de mis labios mientras las miro reír, me incorporo, cerrando los ojos por un par de segundos antes de salir. Ignoro los llamados de Martha cuando cruzo por su lado, y también el de un par de voluntarias que lucen preocupadas, simplemente salgo del edificio, necesito un poco de espacio.
Mi cuerpo choca contra el de alguien, no me percato que estoy más afectada de lo que siquiera he imaginado hasta que mi voz sale inestable, intentando formar una disculpa.
—¿Cariño? —la cálida y preocupada voz de William me envuelve, él me sostiene con firmeza, mientras sus ojos me miran con detenimiento —¿Estás bien? —inquiere —¿Qué...?
No lo dejo terminar de hablar, me lanzo a sus brazos escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.
—Ann...—la suavidad de su voz me envuelve, me regresa un poco de tranquilidad —Ann, ¿Qué es lo que ha pasado?
—¿Cómo miras a la cara a un niño y le dices que tal vez no tenga padres? —mi voz se rompe. Will adopta un gesto comprensivo, sin embargo, no responde.
Lo miro, esperando por una respuesta que sé no es capaz de dar.
—¿Cómo haces algo como eso? —pregunto en un sollozo.
—No tengo idea, mi amor —pronuncia acariciando los costados de mi cuerpo. —No tengo idea de cómo hacer algo así. —confiesa. —Y tampoco puedo imaginar lo duro que esto es.
—El mundo es tan injusto —reclamo cerrando los ojos. Las manos de William se colocan a los costados de mi rostro, haciéndome mirarlo.
Centro la mirada en él, en la manera en la que me observa, la cual es suficiente para regresarle a mi cuerpo algo de confort.
—Es tan injusto —concede —pero para eso, existen personas como tú. No eres la única haciendo este trabajo maravilloso, Ann. Estos niños te tienen, eres un ángel para ellos.
Mi visión se vuelve borrosa y retengo la respiración intentando controlar las emociones en mi interior.
—Eres un ángel para ellos, y para cualquiera que se cruce en tu camino —aparta las manos de mi rostro solo para atraerme hacia él. Puedo sentir el latir de su corazón, la manera en la que me abraza y apega a su cuerpo, es todo lo que necesito.
Es todo lo que necesito para saber que William Blake, se ha convertido en mi ángel también, en mi refugio, es el sitio al que sé puedo acudir cuando siento que todo va mal.
Él me hace sentir bien, trae calma a mi cuerpo, él me hace sentir amada, William es mi hogar, mi sitio seguro.
Y no quiero apartarme nunca de él.
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