Once (*)
WILLIAM
Anna parece tener la completa intención de ignorarme. Cruza frente a mí sin siquiera dirigirme una mirada. Llevábamos un par de días del mismo modo, no hablaba, no me miraba y cuando intentaba conversar con ella, monosílabos era todo lo que recibía por su parte.
—¿Vas a ignorarme por siempre? —cuestiono mientras me apego a un costado de la barra de la cocina. Ella se encuentra dándome la espalda, acomodando algunos de los trastes limpios en la alacena sin mostrar el mínimo interés en mis palabras. —Creo que esto está siendo demasiado, Anna —pronuncio con fastidio.
Ella detiene sus movimientos por unos instantes, comienzo a creer que girará para encararme, pero termina por ignorarme otra vez.
—Te he dicho que lo siento tantas veces en los últimos días que ya perdí la cuenta —mascullo con impaciencia —sé que fui un idiota, no debí de expresarme de esa manera ¿de acuerdo? No pensé que...
—Olvidemos lo que pasó —pronuncia de pronto interrumpiéndome. Se gira hacia mí, mientras coloca una sonrisa fingida en el rostro. Luego, vuelve a darse la vuelta.
—¡Con un carajo, mujer! —grito. Ella se sobresalta, camino hacia donde se encuentra y tomo uno de sus hombros para poder darle la vuelta y conseguir que quede frente a mí. —Estoy intentando arreglar las cosas contigo ¿es tan condenadamente difícil que trates de entender? Me equivoque, estoy consciente de eso y me estor esforzando demasiado para intentar solucionarlo. —pronuncio. —Pero necesito que pongas de tu parte, porque de lo contrario no llegaremos a ningún sitio.
Ella suspira, eleva los brazos apartado mis manos de los costados de su cuerpo.
—Debiste ser sincero —reprocha —en cuando te levantaste esa mañana debiste decirme la verdad. Y no decir que había sido "increíble" —murmura haciendo comillas con sus dedos —y luego decir frente a tus amigos que no significaba nada. Merezco respeto, William y no voy a permitir que nadie se exprese así de mí.
—Lo siento, te juro que estoy diciendo la verdad cuando te lo digo —sentencio. —No quise que te sintieras de ese modo, nunca fue mi intención y lo que dije en la mañana, fue verdad, todo fue verdad.
Ella me mira con desconfianza. Permanece en silencio un par de segundos antes de bajar la mirada.
—Necesito que digas algo —pido —lo que sea.
—No va a volver a suceder —afirma elevando la mirada de nuevo —si queremos poder llevarnos bien, no podemos estar haciendo eso.
—Bien, como quieras —respondo. —Solo quiero dejar en claro que para mí el hecho de que estuviésemos juntos fue increíble, no quiero que lo dudes.
Una ligera sonrisa se apodera de sus labios, muerde su labio inferior mientras retrocede algunos pasos y su solo gesto, ocasiona algo en mí.
—Entonces creo que coincidimos en lo mismo —susurra. Doy un par de pasos en su dirección, la cercanía entre nosotros aumenta la tentación que tengo por besarla. Así que dejo de mirarla a los ojos para observar sus labios.
El ligero tono rosa sobre ellos solo hace que quiera acercarme aún más, Anna no parece tener intención alguna de apartarse, o de impedirme que elimine la escasa distancia entre nosotros.
Así que lo hago, me inclino hacia su cuerpo colocando mis manos a los costados de su rostro y uniendo nuestros labios. Sabía tan bien, algo se remueve en mis entrañas cuando ella rodea mi cuello con sus manos, como si algo explotase en mi interior.
—¿Esto quiere decir que aceptas mis disculpas? —cuestiono mientras la observo con una sonrisa tirando de mis labios.
—Esto quiere decir que tienes mucho trabajo por hacer para recompensarme —masculla con una sonrisa antes de esquivarme para encaminarse hacia las escaleras.
La observo subir, sin ser capaz de quitar la sonrisa que tira de mis labios ante el pensamiento de que Anna, tal vez significaba un poco más de lo que yo mismo estaba dispuesto a admitir.
(...)
El ambiente cálido había regresado a la casa, luego de la pequeña reconciliación que habíamos tenido, Anna había permanecido más tiempo en casa a comparación de los últimos dos días.
—Creí que ibas a abandonarme —bromeo mientras coloco el recipiente con palomitas entre nosotros.
—No puedo abandonarte, aunque quisiera —responde ella con diversión —debes saberlo ya.
—Bueno, creo que el contrato dice que debemos estar casados, más no que debemos de vivir en la misma casa —le recuerdo.
Ella se gira por completo hacia mí.
—¿Esta es una forma sutil para decirme que me estás echando de tu departamento? —cuestiona empleando un fingido tono de incredulidad.
Una carcajada brota de mi cuerpo al escucharla preguntar aquello.
—Claramente no te estoy echando de mi departamento —aclaro —no sería capaz.
Ella sonríe, sube los pies sobre la cama mientras adopta una postura más cómoda.
—¿Cuál es tu color favorito? —inquiere.
—¿Qué? —ella rueda los ojos al mismo tiempo que lleva un puñado de palomitas a su boca.
—Estamos juntos desde hace más de dos meses y no sé nada sobre ti —masculla. —sigues siendo un desconocido.
—No soy un desconocido —me defiendo.
Ella eleva una de sus cejas, niego un par de veces con una sonrisa divertida tirando de mis labios.
—Me gusta el color gris —confieso.
—¿El gris? ¿A quién le gusta el color gris? —cuestiona con extrañeza —es demasiado opaco y...oh, ahora entiendo porque prácticamente todo el departamento es color negro y gris —pronuncia.
—No quisiste cambiar el color —le recuerdo —no me culpes por eso. —me defiendo —¿y el tuyo?
—El rojo, en definitiva. Todas las variantes del color rojo son mis favoritos —afirma.
—Eso explica la gran cantidad de labiales que dejas en el baño, todos parecen ser del mismo color —pronuncio —¿Por qué tener tantos del mismo tono?
—No son del mismo tono —se defiende. —todos son diferentes.
—Sí, bueno, como digas —pronuncio soltando una risa.
El silencio nos consume, ambos regresamos nuestra atención a la película que se reproduce frente a nosotros, sin embargo, tras un par de minutos, ella toma el control para ponerle pausa.
—Liam —una sonrisa ladeada se apodera de mis labios cuando escucho la forma en la que me llama.
—¿Si?
—¿Había alguien más? —cuestiona.
La observo con confusión, ladeando la cabeza mientras intento comprender su pregunta.
—¿Cómo? ¿A qué te refieres?
—Antes de que tu padre te dijera sobre nuestro compromiso. Antes de todo esto ¿había alguna otra chica? —inquiere, su voz sale prácticamente en un hilo, tan bajo que, si no fuera por el silencio que hay entre nosotros, no hubiese sido capaz de escucharla.
No había nadie más, eso era más que claro, pero no sabía cómo explicar el estilo de vida que llevaba sin que terminase creyendo que era alguna especie de vividor.
—Si la hay necesito saberlo —dice —para saber que hacer o que decir cuando...
—No —pronuncio interrumpiéndola —no la hay.
Ella parece algo aliviada ante mi respuesta.
—¿Nadie? —insiste.
—No me consideraba un hombre hecho para los compromisos —confieso dejando de mirarla —No solía tener nada serio con nadie, creo que esa fue la principal razón de mis padres para hacer esto. No tenía planes de boda, ni de formar una familia —continúo —nada de eso estaba en mis planes. No lo consideré ni por un segundo.
—Y de pronto te has convertido en todo un esposo —pronuncia ella con una sonrisa.
—Así es —afirmo. —¿Qué me dices de ti? ¿Tengo a alguien por lo cual preocuparme? —cuestiono.
Ella niega.
—No hay nadie más —afirma.
—Me alegra escuchar eso —pronuncio —porque no soy muy bueno compartiendo.
Anna golpea mi brazo con fuerza, haciéndome soltar un pequeño quejido mientras la observo.
—¿Por qué siempre terminas golpeándome? —cuestiono con indignación.
—¡Porque no puedes estar diciendo esas cosas! —exclama antes de golpear mi brazo de nuevo.
—¿Me golpearás por decir la verdad? —cuestiono. Cuando ella hace el ademán de volver a golpearme elevo las manos. —Bien, de acuerdo. —Si quieres que comparta solo tienes que...
—¡William! —reprende mientras toma una de las almohadas para estamparla contra mi cuerpo.
Pronto yo también me encuentro tomando una de las almohadas para defenderme, el sonido de nuestras risas llena la habitación haciéndome sentir bien, tanto como probablemente no me había sentido antes, Anna conseguía esto, conseguía hacerme sentir bien con pequeñas acciones, sin darse cuenta, ella comenzaba a cobrar más importancia en mi vida de la que siquiera yo pude haber imaginado.
ANNA
Empujo las puertas de madera y me adentro al edificio color marrón de la casa hogar. Los pequeños al verme aparecer corren hacia mi encuentro, en pocos segundos me encuentro totalmente rodeada por los pequeños niños que la fundación ha recibido.
Me es imposible no plasmar una sonrisa en mi rostro cuando los tengo a mi alrededor, cada que estoy con ellos es como si todo lo ajeno a este lugar desapareciera. Verlos completamente bien y felices era la única motivación que necesitaba para poder seguir adelante con esto.
—Hola mis pequeñines ¿Cómo están? —Cuestiono abrazando a unos cuantos que se encuentran más cerca de mí.
— ¡Bien! —El grito unísono se escucha por todo el lugar, seguido de algunas risas por parte de las voluntarias.
—Me alegra eso —Respondo —Dejen coloco mi bolso y abrigo en la mesa y en un momento iré a jugar.
Todos asienten y regresan corriendo por donde momentos antes habían llegado.
—Hola a todos —Digo saludando a cada uno de los voluntarios que se encuentran en la casa hogar. Ellos me responden con una sonrisa, todos menos la señora Marín.
Ella había estado a mi lado desde que este lugar se fundó, era la encargada de recibir a los niños cuando llegaban y de atenderlos. Era una buena persona sin duda alguna y había sido una excelente compañera en todo este tiempo.
—No pude felicitarte por tu boda —pronuncia cuando ingreso a la habitación que habíamos acondicionado como oficina. —Pero te deseo lo mejor.
—Gracias —respondo con una ligera sonrisa en el rostro —pero ahora dime ¿qué pasa? ¿Por qué luces como si algo malo estuviese pasando?
La expresión en su rostro me hace comenzar a sospechar que algo no está bien.
—El último mes no ha estado tan bien como hubiésemos esperado —confiesa —las donaciones disminuyeron demasiado, y el apoyo que el gobierno da se ha visto recortado —informa. —Y los niños siguen llegando, las voluntarias han estado aquí más tiempo del que deberían. Anna, a este paso...
—No —me apresuro a responder —no vamos a cerrar.
—¿Sabes lo que pasará si algún supervisor llega? —inquiere. —¿Si se da cuenta de que no estamos tan bien como ellos suponen?
Nos habíamos estado esforzando durante los últimos meses para conseguir las donaciones suficientes que nos permitieran mantenernos por el resto del año. Pero en este punto parecía no ser suficiente.
—Estoy haciendo todo lo que está en mis manos —respondo en un suspiro. —Intento creer que conseguiremos mantenernos a flote.
Ella coloca una de sus manos sobre mi hombro.
—Lo sé, sé qué haces todo cuanto está a tu alcance —murmura. —y todos aquí estamos muy orgullosos de eso.
—Hay otro asunto que debo decirte —confiesa tras algunos segundos. —En la madrugada llegó una pequeña, este caso es algo diferente, la dejaron justo en la puerta del edificio, no debe tener ni siquiera un mes de nacida. Es por mucho la más pequeña que ha llegado hasta ahora.
Un nudo se forma en mi garganta. La gente piensa que trabajar en este círculo hace que te acostumbres a la llegada de nuevos niños, sin embargo, no es mi caso, tampoco el de Martha. Cada que un pequeño es encontrado en las puertas de la casa hogar es el mismo sentimiento que me invade, la misma impotencia porque sabía que, aunque estábamos haciendo nuestro mayor esfuerzo, estas cosas no dejarían de suceder.
— ¿Dónde está? —Cuestiono.
—En los cuneros. La encontramos alrededor de las dos de la mañana debido a sus llantos, no me sorprende que haya pescado alguna enfermedad puesto que la noche era muy fría.
A penas termina de hablar me encuentro caminando hacia la habitación en donde se encuentran los cuneros. Camino con paso rápido ansiando llegar hasta el lugar.
Martha me sigue los pasos, empujo la puerta de cristal y me adentro al lugar cruzando a lado de las cunas, Martha me indica el lugar en donde la pequeña se encuentra, así que camino hasta ahí para colocarme justo a su lado.
Sonrío en cuanto mi vista se posa en un pequeño bulto cubierto con una suave manta rosa. Tengo el instinto de abrazarla por lo que la tomo entre mis brazos con suma delicadeza, ella se remueve entre mis brazos antes de arrugar el rostro y emitir un leve llanto.
— ¿Dejaron alguna nota? —Cuestiono mirando a Martha.
—Un trozo de papel, indicando que su nombre es Sol.
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