Nueve (*)
ANNA
Sabía que no tenía razón para sentirme de esta manera, sin embargo, no podía dejar de pensar en que William Blake era un completo idiota.
Lanzo con brusquedad mi bolso contra el sillón mientras intento dejar de sentir la punzada en el pecho. Me reprochaba a mí misma el haber sido tan ingenua como para siquiera atreverme a pensar que el hecho de que nos hubiésemos acostado, era razón suficiente como para que algo cambiara entre nosotros.
Me veo en la obligación de incorporarme cuando los golpes en la puerta se escuchan.
—Vine lo más rápido que pude —pronuncia Montse mientras ingresa al departamento —te escuchabas bastante molesta por algo ¿qué ocurrió? —cuestiona mientras ambas regresamos al sillón. —¿Qué fue lo que hizo?
Tomo una profunda inhalación antes de atreverme a mirar a mi amiga, intento encontrar las palabras adecuadas para responder, pero no las hallo, no quería que pensara que me estaba comportando como una chiquilla.
—Fue una estúpida —mascullo al momento que cierro los ojos y apego mi espalda al respaldo del sillón —Realmente una estúpida.
—¿Y se puede saber la razón? —cuestiona con curiosidad.
La observo sin decir absolutamente nada, ella me mira con detalle y al cabo de unos segundos, una exclamación brota de sus labios.
—¡No puede ser! —exclama mientras me mira con una pizca de incredulidad y de sorpresa —No me digas que Will y tú...
—Si —la interrumpo. —Y fue probablemente el mayor error que pude cometer. —pronuncio con tono mortificado. —No significó nada para él y aunque sé perfectamente que no tenía por qué hacerlo, no deja de sentirse como si solo fuese un juego.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —inquiere. —¿Él te lo dijo?
—Ese es el problema, que al despertar dijo que fue completamente increíble y que no se arrepentía, que ahora soy su esposa y eso no fue un error. Pero luego, lo escuché hablando con sus amigos sobre que lo que ocurrió no había significado nada, que no sentía ningún afecto hacia mí y que lo que pasó, fue solamente producto del alcohol en su sistema —la amargura tiñe mi voz aun cuando intento disimularlo. —No fue más que un polvo para él. Y sé que no tengo derecho para sentirme como lo hago...
—Hey, no —me interrumpe —tienes todo el derecho del mundo a sentirte de esta manera —asegura. —Él no fue sincero contigo, no puede ir por la vida diciendo una cosa, pero afirmando otra delante de sus amigos.
—¿No crees que le estoy dando demasiada importancia a esto? —cuestiono. —Es decir, es evidente que William no tiene ningún sentimiento hacia mí, pero...
—El hecho de que no tenga sentimientos hacia ti no le da el derecho a expresarse de la manera en que lo hizo —pronuncia —Sobre todo delante de sus amigos, sin decir nada a ti.
Un largo suspiro brota de mis labios mientras cierro los ojos.
—Anna, no intentes minimizar la forma en la que te sientes solo porque creas que estás exagerando todo —Montse toma una de mis manos mientras me observa —Will fue un idiota al expresarse de esa manera, lo menos que mereces es una disculpa.
No respondo, dejo caer mi cabeza mientras tomo una profunda inhalación. No sé con exactitud cuánto tiempo permanecemos en silencio, sin hacer absolutamente nada, hasta que la puerta de la casa se abre.
Distingo a Will entrar por ella y de manera inmediata el enojo parece regresar a mi cuerpo, pese a eso, soy consciente de la preocupación que hay en su rostro.
—Anna... —Me incorporo al momento en el que él pronuncia mi nombre.
—Vamos de salida —informa Montse —Anna pasara la noche en mi casa, supongo que no tienes problema con eso —le dedico una mirada agradecida a mi amiga antes de tomar mi bolso. No digo nada más, sin embargo, cuando cruzo por su lado, Will toma mi brazo en un agarre firme, impidiéndome caminar.
—Necesito hablar contigo —masculla —serán solo algunos minutos. Por favor.
—No tenemos nada de qué hablar —sentencio —todo está claro.
—Nada está claro, así que definitivamente tenemos que hablar —insiste sin soltar mi mano. Mis intentos por librarme son en vano, puesto que él me sostiene con firmeza. —Suéltame, Will.
—No hasta que hablemos —pronuncia.
Lo duro de su mirada me indica que no tiene intención de soltarme, tensa la mandíbula mientras me sostiene la mirada.
—Suéltala ahora mismo William Blake, o no respondo de mis actos —la voz amenazante de Montserrat parece ser suficiente para que Will suelte mi brazo.
Ninguno dice nada más, le doy la espalda y salgo a paso rápido del departamento. No es hasta que estamos en el auto de Montserrat, que siento que la tranquilidad vuelve a mi cuerpo.
—¿De verdad voy a quedarme esta noche en casa de tus padres? —Inquiero con algo de diversión.
—Si quieres si, sabes que ellos te adoran —me recuerda —mi madre estará encantada de recibirte.
—Lo sé, es solo que no creo que sea buena idea. William puede llamar a mis padres y...
—Oh, por favor —responde —No eres una adolescente que se escapó de casa —añade. —Tengo una idea ¿por qué no vamos a divertirnos esta noche? —Inquiere —yo invito —afirma.
—Bueno, creo que ante esa sugerencia no puedo negarme— afirmo.
Montserrat sonríe con satisfacción mientras enciende el auto y pronto nos encontramos rumbo a su casa.
WILLIAM
Anna parecía no tener intención alguna de escucharme, había llamado a su celular y también le había enviado varios mensajes, sin obtener ninguna respuesta.
—Realmente soy un idiota, John —mascullo mientras suelto un suspiro frustrado. Había terminado por venir a la casa de mi mejor amigo al no encontrar ningún otro sitio al cual ir para intentar despejar mi mente.
—Oh, sí. Definitivamente —Afirma. La mirada de fastidio que le dedico es suficiente para hacerlo reír. —¿Qué quieres que te diga? No puedo decir que no lo fuiste cuando no es verdad. William si yo fuera Anna probablemente estaría igual de enojado, es decir, estuvieron juntos y tú lo que dices es que no significa nada para ti, que, aunque estás en todo el derecho de expresarlo, creo que no fue la manera correcta. ¿Cómo crees que debe sentirse? Yo me sentiría como la mierda, sinceramente.
—Ya lo sé ¿de acuerdo? —inquiero con fastidio —No tienes que recordarme cómo ha de sentirse porque eso solo hace que me sienta mucho más culpable.
Me incorporo nuevamente y comienzo a caminar de un lado a otro. Dirijo mi mirada hacia la ventana del apartamento y me percato que ha comenzado a oscurecer. Miro el reloj de mi muñeca, Anna lleva más de doce horas fuera de la casa y no me agrada la idea de que no saber con exactitud en que sitio se encuentra.
—¿Estás preocupado por ella? —cuestiona John con diversión.
—Claro que estoy preocupado por ella —afirmo —Salió hace más de doce horas con su amiga sin decirme a donde. John, no soy un imbécil ¿de acuerdo? Aprecio a Anna, somos amigos y realmente me arrepiento de lo que dije en la oficina.
—¿O sea que no es verdad? ¿Lo que ocurrió significa algo para ti? —cuestiona cruzándose de brazos.
—No, es decir, no lo sé —mascullo. —Hace poco más de dos meses nunca imaginé que pudiera estar casado, siendo un esposo y preocupándome por una chica. Pero ahora estoy aquí y aunque me cueste admitirlo, la aprecio. Anna se ha convertido en una amiga.
—Bueno, entonces deberías decírselo y disculparte —afirma John —Es todo lo que ella necesita escuchar.
—¿Lo crees? —inquiero.
—Lo creo —responde —Realmente creo que ella es una buena chica, no es interesada y no parece dispuesta a arruinarte la existencia —bromea. —Así que lo mínimo que merece, es que te disculpes con ella.
—Lo haré —pronuncio —Me disculparé con ella. —él sonríe, parece satisfecho con mi respuesta y tras un par de minutos, me marcho.
Quería estar en casa, había una probabilidad de que llegara al departamento y quería estar ahí cuando eso sucediera, aún si tenía que quedarme la noche entera en vela.
(...)
El sonido de la puerta hace que abra los ojos sobresaltado. Un dolor en mi espalda se hace presente cuando intento incorporarme y no es hasta este momento en el que me percato que me quedé dormido en el sillón de la sala.
Una risa hace que me talle los ojos y camine hasta la puerta, me alarmo en cuanto veo a Anna caminar hacia mi tambaleante, me apresuro hasta llegar a ella en el momento justo en el que se traba con sus pies y la recibo en mis brazos.
El aliento a alcohol me golpe, clara señal de que ha estado bebiendo.
—¿En dónde estabas? —cuestiono mientras la tomo en brazos.
—No es algo que te importe —masculla soltando una risa.
—Eres mi esposa, creo que es razón suficiente para que me importe.
—Una esposa a la cual compraste —masculla.
—Anna, no te compré, por Dios —respondo con fastidio —el alcohol nubla tu mente.
Cuando la dejo sobre la cama, es cuando me percato de la ropa que lleva. Tiene puesto un vestido de seda rojo, demasiado ajustado y corto para mi gusto, el maquillaje en su rostro es ligero, y me descubro a mí mismo observándola más de lo que debería.
—¿Estuviste en un club, no es cierto? —inquiero mientras le quito los zapatos —espero que recuerdes que tenemos una imagen que mantener. —le recuerdo.
—No importa —responde soltando un bostezo.
—Claro que importa ¿es que acaso...? —detengo mis palabras cuando me percato de que se encuentra dormida. Sonrío mientras tomo sus zapatillas para dejarlas a un costado de la cama.
La observo por unos instantes más, no había ningún sentimiento romántico hacia ella, no estaba enamorado de Anna, pero había algo en mí que me hacía sentir la necesidad de demostrarle que no era verdad todo lo que dije en la oficina, claro que la apreciaba.
Y haría lo que fuese, para demostrarle que decía la verdad.
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