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Capítulo 19

Estoy en la casona tomando un té del cielo, sentada con Carmen y conversando sobre la belleza de nuestras camelias.

—Pronto te vas a ir —dice ella con cariño—, a una misión muy especial... Estoy orgullosa de ti.

—Gracias... Estoy emocionada, pero aún no sé nada del alma que me tocará guiar.

—Estos días he acudido a un llamado —me comenta—, ha sido Camelia, nos ha llamado a Violeta y a mí.

—¿Sí? ¿Está todo bien? —pregunto y ella asiente.

—Sí... solo que... cuando abusaron de ella, le hicieron mucho daño físico, ¿sabes? —inquiere—. No puede tener hijos...

—Oh...

—Quizás es por eso por lo que se volcó tanto en Ian y en Paloma, porque sabía que era lo más cercano de ser madre que podía estar —comenta—, pero ama mucho a Ferrán y desea darle un hijo.

—Lo comprendo —digo con cariño.

—Un hijo es la extensión del amor humano —explica—. Por lo que ha acudido a nosotras... Nos llamó una noche que no podía dormir, nos pidió que intercediéramos por ella por un milagro.

—¡Un milagro! —exclamo y Carmen asiente.

—Los milagros se suceden todo el tiempo —explica—, pero no todos los humanos son capaces de verlos ni de creer en ellos, piensan que es mejor atribuirlo a las coincidencias o al destino.

—¿Qué se necesita para que se de el milagro que Camelia espera? —pregunto con verdadero interés—. ¿Podemos hacer algo desde aquí?

—Sí y no... Es Camelia quien necesita perdonar, sanar esa herida que le dejaron esas personas —comenta—, cuando ella lo haga, su cuerpo abrirá los conductos necesarios para que se dé el milagro.

—¿Y cómo ella sabrá eso? —inquiero.

—Ella ya lo está haciendo, solo que es un camino lento. Ella y su amiga han creado una organización para ayudar a mujeres víctimas de abuso, trabajando por los demás, se está curando su alma y el perdón llegará a ella en cualquier momento. Mientras tanto, Violeta, yo, su padre y otras almas importantes para ella estamos en oración.

—¿Me puedo sumar? —inquiero y ella asiente.

—Por supuesto, debes hacerlo, eres su alma gemela —explica—, pero no es por eso por lo que te contaba esto...

—¿Entonces?

—Camelia será madre y tendrá un hijo, el alma ya ha sido asignada, solo falta saber cuándo bajará.

—Lo comprendo —digo de inmediato.

—Exacto...

—¿Puedo hacerlo? —inquiero con emoción.

—Puedes... y pronto te llamarán.

La emoción que me embarga es intensa, aquí en el Cielo nunca es demasiado, siempre puedes llenarte de más amor y de más emoción. Espero ansiosa el momento, que llega en un instante de mucha paz.

Siento un llamado, pero no es la voz de Ferrán ni de Paloma, ni de mi madre o Naomí. Es Camelia...

Voy junto a ella, puedo sentir que es el aniversario de mi muerte en la tierra y ella, como todos los años, ha venido a verme, solo que esta vez está sola. Ferrán y Paloma no están con ella.

Me lee una carta, dice que es una respuesta a la que yo le había dejado antes de morir, siente que debió haberlo hecho antes, pero que ahora es el momento ideal. Me dice muchas cosas hermosas y la siento más cerca que nunca. Su frase: «Estamos unidas de una manera que la transitoriedad de la vida no es capaz de entender, nos une un amor que va más allá del mundo» me llena el pecho de ilusión. Su alma sabe, incluso desde allá, que somos una sola.

Durante mucho tiempo Camelia ha sentido mucha admiración por la Abril que fui en vida, pero recién ahora se anima a aceptar lo que siente. Dice que me ama, que me agradece todo lo que yo hice por ella en la tierra y por haber creído en ella antes que nadie más.

—Yo también te amo, hermana —digo y le toco la mano.

Ella menciona algo, está esperando un hijo, se acaba de enterar y siente mucha emoción. No ve la hora de decírselo a Ferrán, ninguno de los dos pensó que fuera posible y llevaban mucho tiempo en tratamientos. Esta vez funcionó.

Su carta y la mía son la extensión de ese pacto que hicimos acá, y me lleva a la comprensión plena de cómo y hasta qué punto nuestra alma está en sintonía a pesar de los ocasos de la vida en la tierra.

En ese mismo instante, mientras aún sigo con Camelia, se hace presente un alma. Lo puedo sentir, pero no lo puedo ver.

—No puedes verme porque no estoy aquí, solo estoy en tu mente —me dice—, soy un alma pura, no puedo salir aún del rincón de los niños —explica.

—¿Tú serás el hijo de Camelia y Ferrán? —inquiero.

—He elegido esta familia porque yo soy el nexo final, lo único que faltaba para que el círculo del amor perfecto se cierre alrededor de todas las almas que forman esta familia de almas. He tenido una misión muy especial desde el inicio y ahora voy a ir a completar esa misión. Daré felicidad a mis padres y a mi hermana, y uniré en la tierra lo que ya se ha unido en el cielo.

—¿Qué quieres decir?

En ese mismo instante, soy absorbida por una especie de fuerza que nunca antes he percibido. Aparezco de nuevo en el instituto de formación oficial en el cual hago mi curso de preparación, mi abuelo está allí. Todos están allí, Violeta, Carmen, Uriel, papá y todas las almas que son de mi círculo y que están en el Cielo.

—Esta es una ceremonia oficial —dice mi abuelo con su sonrisa dulce—. Vas a recibir tus alas.

—¿Mis alas? —inquiero.

En ese instante lo comprendo todo, soy oficialmente un ángel de la guarda.

Todos levantan sus manos y las ponen hacia mí, una luz blanca emana de ellos y se dirige a mí, puedo sentir la energía del amor que me tienen, siento que floto, que entro a otra dimensión.

—Es un estado superior de consciencia —susurra Uriel.

Lo escucho con mi alma.

—Una luz blanca sale de algún lugar superior a mi cabeza y cae sobre mí como un rayo.

Entonces me miro a mí misma, brillo con una intensidad casi cegadora, igual a Uriel. Siento algo en mi espalda, son como unas caricias que envuelven todo mi ser.

Escucho la voz de Camelia que termina de leer su carta:

«Gracias por creer en mí antes que nadie más.
Que Dios te bendiga, Abril, donde quiera que estés.»

—La bendición de tu alma gemela te ayuda a ascender —me dice Uriel.

—Desde este momento eres un ángel custodio, un ser de luz, de amor puro —una voz que me envuelve por completo me susurra eso al oído—. Desde este momento estás aún más cerca de mi amor perfecto y puedes expandirlo a los demás a través de los humanos que estarán a tu cargo desde hoy y para siempre.

—¿Es Dios? —inquiero.

Pero no necesito respuestas, nunca tanto amor inundó mi corazón.

La intensidad de la luz baja y cuando me vuelvo a percatar donde estoy, me he transformado. Todos mis familiares aplauden.

—Estoy orgulloso de ti —dice mi abuelo con cariño y me abraza—. ¡Mi nieta es un ángel custodio! —exclama con orgullo ante todos.

Los demás aplauden con emoción.

Entonces, Uriel me toma de la mano, vamos hasta el rincón de los niños e ingreso por primera vez a la sala de almas asignadas. Allí están los niños que ya saben que nacerán.

—¿Cómo sabías que lo lograría? —pregunto a Uriel.

—Porque siempre lo supe, porque eres especial, porque siempre fueron más importantes los demás que tú misma... —responde.

Un niño corre hacia mí.

—¡Te estaba esperando!

Su voz es inconfundible, lo miro y le sonrío.

—¿Mateo? ¿Vas a nacer al fin?

—¡Sí! ¿Vendrás conmigo? —me pregunta y yo asiento.

—Por supuesto que sí.

—Lo sabía —responde él—, será divertido —afirma y yo lo abrazo.

Mi primera misión como ángel en la tierra está por comenzar.

FIN


Solo queda el epílogo.

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