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Prólogo.

Lunes, 12 de Marzo de 2018.

Presente.


Nuevo año. Nuevo inicio.

Era una soleada mañana en Virginia, cuando las puertas metálicas de uno de sus institutos; se abrieron al instante, que un pequeño y delgado chico las empujó para entrar, con inseguridad en su rostro. Notando, en ese momento, lo que él más temía: todos clavaron sus miradas sobre él, cuando lo vieron entrar por primera vez al edificio.

A pesar, de que el instituto era un colegio católico y bastante religioso en el que se tenía que usar un estricto uniforme que consistía en una camisa blanca con corbata, chaqueta escolar y pantalones. Tenía muchas personas que aparentaban ser estudiantes modelos, cuando realmente eran arrogantes niños de papá y mamá.

El pequeño adolescente sintió que todos a su alrededor intentaron intimidarlo, ya que era el muchacho nuevo. Algo, que lograron conseguir fácilmente, ya que Jayden Cooper era una persona bastante insegura de sí misma.

Fue por eso, que el pequeño Cooper caminó nerviosamente por los pasillos; abarrotados de estudiantes, con su bolso en el hombro, directo a su aula de clases. Las manos le sudaban, y su cuerpo le temblaba un poco; era evidente que estaba nervioso, y las miradas arrogantes que se dirigían hacia él no ayudaban mucho. Era su primer día en el instituto católico "Ave María", y no era el tipo de chico que le gustaba ser el centro de atención.

Con aquel paso tembloroso y asustadizo que cargaba, caminó hasta la entrada de su aula con la cabeza mirando hacia los pies. Entonces, cuando estuvo frente a la refinada puerta blanca; que tenía un símbolo de una cruz en medio, sin pensar tocó tres veces por educación. Nadie salió en respuesta, así que el pequeño adolescente no dudó en abrir tímidamente la puerta, encontrándose con muchos más pares de ojos que voltearon a verlo automáticamente: logrando que Jayden desviara la mirada con timidez. Todos lo miraban, y él sentía pánico por eso, además, había llegado realmente tarde.

«¿Por qué me quedé esperando el desayuno de mamá?», se regañó mentalmente, mientras que yacía en el umbral de la puerta, intentando no mirar a nadie fijamente a la cara.

- Usted debe ser el jovencito, Jayden Cooper. ¿No?- Le preguntó repentinamente el profesor, que yacía sentado elegantemente sobre su escritorio, mirando al pequeño adolescente con ojos distantes-.

Jayden sintió que se moría de vergüenza, por haber llegado tarde a su primer día, e intentó mantener sus ojos puestos sobre el monje que yacía en el escritorio, y que era su profesor. Pero se le hacía difícil.

- Si...- Susurró el muchacho tímidamente-.

El monje asintió, sin apartar sus juzgadores ojos de él, y le dijo:

- Es su primer día de clases, jovencito. ¿Le parece llegar tarde?

- No, lo siento...- Volvió a susurrar en respuesta, queriendo que la tierra lo tragase-. No volverá a pasar.

El monje respiró hondo, y se acomodó los lentes que tenía, diciendo:

- Aquí en nuestro amado instituto Ave María, cumplimos estrictamente con los horarios de clases, y eso mismo querremos de usted, joven Cooper.

El pequeño adolescente asintió, y el monje finalmente cedió.

- Se lo voy a dejar pasar, solo porque es nuevo- dijo, mirando hacia el frente con cierta indiferencia, y añadió con una perfecta sonrisa hipócrita-: ¡Bienvenido a nuestro colegio católico: Ave María!

Jayden tragó saliva nerviosamente, y volvió a asentir con la cabeza. «Vaya bienvenida que he tenido.», pensó con ironía, y antes de que el monje le dijera algo más, levantó la mirada y buscó un asiento disponible, entre el montón de gente uniformada y perfecta que yacían sentadas en sus refinados puestos. Entonces, cuando finalmente logró encontrar un pupitre en el fondo, caminó enseguida hacia él, con la cabeza agacha, y con muchas miradas juzgadoras sobre sí.

Se sentó de golpe en el asiento con su bolso, y soltó todo el aire que tenía acumulado y que no sabía que había estado conteniendo. Mientras, que trataba de concentrarse en la clase de Inglés, que el monje anciano daba. Sin embargo, segundos después, una voz extremadamente ronca y firme se escuchó hablándole a su lado; provocando que él volteara nerviosamente y se encontrara con un esbelto chico rubio que tenía una mirada penetrante, y que lo observaba fijamente.

Ese muchacho era demasiado alto y robusto, para parecer un chico de segundo año como Jayden.

- Muévete o te muevo- Habló el rubio con autoridad en su ronca voz, parado junto al pupitre del pequeño con una postura desafiante.

Sus penetrantes ojos verdes estaban clavados sobre el pequeño muchacho, algo que logró intimidarlo, y asustarlo. Jayden no entendía lo que pasaba, por eso solo levantó una ceja, perplejo, y contestó en un tartamudeo:

- ¿Q-Qué?

- ¡Qué te muevas, Zuricata!- Soltó de golpe el rubio, y tomó al más pequeño del brazo con sus grandes manos para tirarlo al suelo, sin discreción alguna frente a la clase. Todos clavaron sus ojos sobre aquella escena, y ahogaron unas grandes carcajadas, ya que uno de los estrictos monjes se encontraba dando su clase-. Te dije que te movieras- Añadió el mayor, y le dedicó una sonrisa perfecta y arrogante al menor en el suelo, antes de sentarse en el mismo lugar en dónde él yacía antes sentado.

Jayden se sintió frustrado por no haber podido defenderse, y tuvo ganas de llorar cuando notó leves risitas en los labios de todos esos niños perfectos y religiosamente hipócritas, que lo miraban fijamente en tono de burla.

De pronto, la envejecida y firme voz del monje se escuchó, y todos fingieron seriedad, e hipocresía: como los niños perfectos que eran.

- ¡Caleb Raeken, ¿qué está pasando?!- Espetó el profesor, fulminando al mencionado rubio con la mirada-. Usted como de último año debe mostrar ejemplo, en nuestras católicas aulas de clases no se permiten ese tipo de aberraciones. Además, recuerde que está aquí, única y exclusivamente para hacer el examen que se había perdido- Le recordó con indiferencia, y Jayden lentamente bajo perfil se levantó del suelo con un alivio en su rostro, al saber que ese ogro de último año no iba a estudiar con él-. No vino aquí para interrumpir la clase dada por Jesucristo, y maltratar al prójimo- Dijo, y el rubio agresor palideció un poco-, sus calificaciones son malas, y casi siempre está en detención. ¡Su comportamiento es una completa aberración!

El rostro del enorme rubio se frunció en una mueca, casi nerviosa, y Jayden notó que habían gotas de sudor cayendo por su frente. Él parecía estar nervioso.

- ¡Pero viejo, fue culpa de esa Zuricata!- Exclamó Caleb con sorpresa en su rostro, señalando con su dedo indice indiferentemente al menor junto a él-. Me levanté solo un segundo para pedir un lápiz prestado, y viene ese niño nuevo a sentarse en mi asiento, y sobre mis cosas- Agregó, sin dejar de apuntar a Jayden con arrogancia-.

Entonces, el muchacho más bajo frunció levemente el ceño por las estúpidas excusas de ese enorme rubio de último año, notando en ese momento que todo lo que él decía... era verdad. Jayden no lo había notado, porque estaba tan nervioso que ni siquiera vio lo que había en el asiento. Pero, todas las cosas de Caleb estaban primero que las de él.

- Lo siento, Raeken- Lo interrumpió el monje-. Pero, no pienso discutir con usted, así que le agradezco que se retire de esta sagrada aula, y vaya a leer la biblia en el salón de detención- Gruñó el monje de lentes, y al rubio agresor junto a Jayden casi se le salieron los ojos de sus cuencas-.

- ¿Qué?- Jayden notó como él se puso más pálido-. ¿Iré a detención de nuevo?

- Si, y llamaremos a tus padres otra vez- Le respondió el monje, y el enorme rubio se quedó mirándolo como si no lo pudiese creer-. Usted no merece hacer el examen, así que largo de mi clase- Le ordenó autoritario desde su escritorio, sonriendo casi satisfactoriamente al ver que ese rubio asentía y salía-.

Pero, todo había sido un grave error, ya que segundos antes de que ese enorme rubio saliese del aula con su bolso en el hombro y la cara roja de impotencia; y cubierta de sudor. Jayden, notó fácilmente que él se había girado para verlo, y susurrarle: «Nos vemos cuando salgas de clases, Zuricata.»

El corazón le dio un vuelco al pequeño adolescente, quien sintió como sí el aire se le fuera por un momento, cuando miró a ese enorme e intimidante rubio salir por esa refinada puerta. No lo puedo creer, y pensó: «Es mi primer día de clases en este nuevo instituto, y ya quieren volver abusar de mi como lo hacían en mi anterior escuela... cuando era una bolsa de boxeo y nadie hacía nada para ayudarme...»

Por otro lado, mientras que el pequeño Jayden Cooper se encontraba en problemas con uno de los matones del instituto: Ave María. Otro joven adolescente, que yacía en el auto que su padre conducía, miraba hacia el exterior de la ventana con la sensación de querer salir corriendo, y no ir a ese mismo colegio católico.

Cody Gilbert no tenía ganas de retomar sus estudios, ni mucho menos en un instituto religioso como el: Ave María. Sin embargo, por más que él quería salir corriendo, se obligó a mantener la compostura, y a aceptar que esa sería su nueva vida ahora. «No entres en pánico.», pensaba una y otra vez. Además, tenía que estar agradecido de que por fin su padre lo había inscrito en un instituto, así, él no podría estar en su casa pensando una y otra vez, en todo lo que había ocurrido en Lawndale antes de que huyeran a Virginia.

También, así podría estar ocupado en la escuela, y no estaría mucho en casa: discutiendo con su madre. Como lo había hecho desde hacía cinco meses que llegaron a la ciudad, y dejaron toda la vida que tenían en Lawndale.

Cuando Cody volvió a aceptar que esa sería su nueva vida, y que tenía que olvidar todo lo que había pasado el año pasado en Lawndale: las ganas de llorar lo atacaron con los recuerdos. Aquellos momentos en los que solo tenía en mente a una sola persona que se negaba a olvidar desde hace cinco meses.

Ese moreno de torpe y radiante sonrisa: su mejor amigo Scott.

Aquel chico que aún hacía latir su corazón como nunca, y de quién había perdido contacto completamente al irse del pueblo. No, porque pasara, si no, porque él lo quería así, ya que de camino a Virginia, cuando el castaño aún iba en carretera con sus padres: tomó su celular, y bloqueó a su mejor amigo de todas sus redes sociales para no saber nada de él. Cody jamás volvió a hablar con Scott, y por su propio bien se obligó a tampoco pronunciar su nombre.

El castaño muchacho respiró hondo un par de veces, y se ajustó la corbata de su refinado uniforme: que le había parecido horrendo, e incómodo. Aún así, el hecho de que se tenía que usar uniforme en ese nuevo instituto, no fue problema para que él usara su típico suéter rojo sobre todo lo que tenía puesto.

Entonces, cuando Cody tuvo pensado en ver en su celular vídeos de Dross en Youtube; para distraerse, notó que repentinamente su padre había aparcado frente al enorme instituto católico.

- Parece una gran iglesia...- Murmuró el castaño para sí mismo, mirando con ojos distantes la gran edificación cristiana que tenía su nuevo instituto-.

- Estamos aquí, Cody- Le habló su padre, quien había intentado animarlo en todo el camino rumbo a la escuela-. ¿Te sientes bien? Te veo un poco... triste- Agregó Greg, mirando a su hijo por el retrovisor del auto con una pequeña sonrisa nerviosa-.

Y aunque, el castaño no estaba en su mejor ánimo, con todo el cariño que aún le tenía a su padre, intentó devolverle la sonrisa, sin mucho éxito. Mientras, que Greg salía del auto para ir a abirle la puerta a su hijo, y darle un fuerte abrazo.

- Sé que es tu primer día, y no estás en tus ánimos- Le dijo su padre dulcemente, tomando de adentro el bolso de su hijo en una mano, mientras que todavía abrazaba fuerte a Cody-. Pero sonríe, amigo.

- No te preocupes por mi, papá- Contestó el castaño con una muy leve sonrisa, correspondiendole finalmente el abrazo a Gregory, y tomando su bolso de la mano de su padre-. Sonreiré por ti.

- Cody... yo... sé que lo he dicho miles de veces, pero, perdóname por haberte obligado a irte de Lawndale. Entiendo, que extrañas tu antigua vida, y lo siento- Mencionó su padre con arrepentimiento, una vez que se separó de su hijo y lo miró a la cara-. Por eso espero que me perdones...

- Tranquilo, no te preocupes por mi. Tú solo concéntrate también en tu primer día de trabajo, que yo estaré bien, papá- Contestó Cody con una sonrisa más marcada, golpeando a su padre levemente en el hombro-. Te quiero papá, nos vemos en la cena- Añadió, dedicándole una gran sonrisa a Gregory, para luego encaminarse con ese mismo paso seguro y osado que tenía, rumbo a su poco colorido instituto: similar a una iglesia-.

Obviamente, no sin antes, darle una mirada a lo que era su madre; quien seguía sentada en el co-piloto retocándose el maquillaje, e ignorando por completo a su hijo como lo hacía desde aquella discusión que habían tenido hace cinco meses.

El instituto por fuera se veía bastante espacioso, limpio y muy refinado. «Después de todo, es una escuela privada.», pensó Cody con cierta ironía, caminando hasta la entrada con la cabeza en alto, y entrando finalmente por las puertas metálicas se encontró con muchos de los ojos juzgadores del resto de los estudiantes refinados del Ave María; esperando conseguir que el castaño se sintiera incómodo. Algo, que no consiguieron, ya que Cody los ignoró y se puso la capucha de su suéter rojo de forma arrogante. No quería hacer amigos ahora, y esa era la forma perfecta para espantar a todos esos niñitos perfectos.

Los minutos pasaron, y ya el castaño se encontraba sentado en su respectiva clase, que recién había empezado porque el profesor, que era otro de los monjes: había llegado tarde. Por suerte, el castaño no se había sentido como un niño perdido, ya que antes de que llegara había investigado mucho por Internet sobre esa escuela religiosa de niños perfectos, y por eso conocía casi perfectamente sus instalaciones.

- Abran el libro en la pagina cincuenta y cinco, ese es el tema del que hablaremos hoy, clase- Dijo el profesor comenzando a dar indicaciones, mientras que yacía de pie frente a sus estudiantes, mirando sí todos en sus pupitres asentían como niños perfectos de Jesucristo-.

Algo, que todos obedecieron, a excepción de Cody; quien no quería escuchar a un monje hablar sobre Filosofía, y sin que él lo notase levantó su libro; como si fuera una cortina, para empezar a revisar discretamente todas sus redes sociales en su celular mientras que la clase seguía. Así, pasó el tiempo.

La hora de Filosofía se acabó en un parpadeo. El timbre sonó, y todos salieron al instante; siendo Cody el último en salir porque por haber estado tan distraído en Facebook no notó que ya era tiempo de irse.

«Ya quiero irme de esta aburrida misa.», pensó el castaño, mientras que al cabo de un gran rato se sentaba con su desayuno en las solitarias mesas del patio trasero. Para sorpresa de Cody, el patio del instituto era el único lugar que siempre permanecía solo, ya que los estudiantes normalmente se encontraban en la refinada cafetería.

Por eso el castaño tuvo todas las mesas a su merced, aunque eso lo hacía sentir más solo. Pero no le importó, y solo se sentó a desayunar para devorar su sándwich y su manzana. Mientras, que miraba sin nada más que hacer toda la zona del patio: el suelo cubierto de refinado césped, las redondas mesas, las maquinas de refrescos y dulces, y la gran cerca que dividía el campus del patio.

Tomó su roja manzana y le dio una mordida, para sin más que mirar, observar el azulado cielo. Sabiendo que por la lenta manera en la que comía, no llegaría a tiempo a su siguiente clase, pero no le importaba siquiera, él solo quería disfrutar tranquilamente de su comida. Por eso se quedó mirando cada detalle del cielo y las nubes; aturdiéndose un poco al mirar fijamente sin pensar al sol. Ocasionando que desviara la mirada bruscamente, y que casi se cayera de la mesa al ver aparecer repentinamente en una de las grandes esquinas del patio, la figura de la persona que nunca esperó volver a ver, la de ese pelirrojo: Kai Parker.

El corazón le dio un vuelco violento, y casi vomitó todo lo que había digerido, y por extraño que fuese: cerró los ojos, mientras que susurró una y otra vez que Kai Parker no estaba frente a él, y que solo era una alucinación por mirar fijamente al sol. Algo que había funcionado, ya que cuando los volvió a abrir, él ya no estaba.

Sin embargo, se encontró justo en lugar de Kai, a tres chicos que parecían estar en último año como él. Esos enormes muchachos, iban acompañados de un pequeño chico de segundo, que a plena vista era notable que él no quería estar con ellos, ya que lo estaban arrastrando de los brazos.

Entonces, Cody entendió lo que esos tres chicos iban a hacerle a ese niño, cuando vio que uno, el rubio de los tres, le dio un fuerte golpe en el estómago mientras que le gritaba:

- ¡Esto te pasa por haber hecho que llamaran a mis padres, Zuricata!

El castaño no pareció sorprendido por lo que estaba pasando a unos metros frente a él, en cambio, tomó su bolso y se dio la vuelta para irse de allí, cuando se levantó de la mesa. «No es mi problema si masacran a un niño de segundo.», pensó Cody sin importancia. Sin embargo, por alguna razón sintió cierta empatia al escuchar los gritos de dolor de ese niño. Por eso se giró de golpe, y sin pensar les arrojó con una fuerza sorprendente un bote de basura que se encontraba a su lado, y que se estrelló con violencia justo en la cabeza de aquel rubio agresor.

Entonces, Cody sonrió cuando vio que esos tres muchachos estaban cubiertos de los desechos de la basura, pero también supo que ahora estaba en problemas con ellos...



Martes, 09 de Enero de 2018.

Pasado.



La medialuna de esa noche brillaba fantasmalmente cuando dos personas irrumpieron silenciosamente en una de las casas de las afueras de Lawndale, en busca de respuestas y venganza.

- ¡Deja de llorar, idiota!- Gritó la pelinegra, mientras que apuntaba con una pistola directo al pecho de la mujer que lloraba violentamente atada a su sillón, y quien estaba siendo la víctima de esos dos asesinos enchaquetados-.

- Malia deja de gritarle, solo malgastaras saliva con esa perra- Interfirió el hombre enchaquetado con una mirada fría, que yacía observando toda la situación detrás de su cómplice-.

- ¡No digas mi nombre!- Se quejó la muchacha, volteando a ver con el ceño fruncido a su compañero, quien seguía mirando con profundo odio a la mujer que llevaba una cinta adhesiva en la boca para oprimir sus gritos, y se estremecía en un llanto sobre el sillón de su sala de estar-.

- Sabes que igual ella no vivirá para contarlo...- Le recordó el hombre ensombrecido, sacando una pistola que tenía oculta en su chaqueta negra, y haciéndole una seña con la cabeza a su compañera para indicarle que ya debían terminar con todo eso-.

Por eso la muchacha cuyo nombre era Malia, retiró bruscamente la cinta adhesiva de los labios de la mujer, quien se retorció de pavor, y suplicó entre un violento llanto para que le perdonasen la vida.

- Por favor, no hagan esto. ¡Por favor! ¡Ya les dije todo lo que sé!- Dijo la mujer bañada en lágrimas, con la cara pálida y ojos rojos-. ¡Perdónenme la vida!

- Lo siento, pero no me dijiste exactamente en dónde está mi amigo...- Le interrumpió abruptamente el hombre, levantando su pistola para apuntar directo en la frente a la mujer que había atado a su sillón-, y cariño, yo no doy segundas oportunidades- Mencionó, y antes de que su víctima pudiera decirle palabra alguna, él jalo del gatillo-.

El fuerte disparo le retumbó en los oídos; y sonó fuertemente por toda la casa, pero no le importó ese pitido, y por eso miró con satisfacción como la sangre cayó por doquier, y como le había volado los sesos a esa pobre mujer en venganza.

- ¿Ocultaste todas las evidencias para que la policía no nos encuentre?- Habló el hombre al cabo de unos minutos, sin apartar la vista de toda la sangre que había caído en el suelo, las paredes y el sillón-.

- Si, y ya regué toda la gasolina en toda la casa, por si deseas quemarala también- Le respondió su compañera, guardando su pistola entre sus pantalones y sacando las llaves de un auto, agregando-: Nuestra siguiente parada será en Virginia, ¿verdad?

- Si, hay que visitar a los Gilbert, y en especial a Cody Gilbert...- Asintió fríamente el hombre, observando está vez, al cuerpo sin vida que yacía sobre el sillón-.

- ¿También los borraremos del mapa a ellos, Kai?- Le preguntó con curiosidad la muchacha, y el hombre pelirrojo asintió con una maliciosa sonrisa-.

Los Gilbert para Kai Parker se habían vuelto sus enemigos, y él los haría pagar por haberle arrebatado a su madre.





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¡Bienvenidos a "¿Amor Peligroso?"! Sinceramente espero que hayan disfrutado del prólogo y espero que me apoyen en esto. ¡Espero ver interés de su parte, y que les guste la historia!

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