
Capítulo 24: Bienvenido a WhidHouse.
Cody.
Las lágrimas me nublaban la vista y me caían por las mejillas. Chillé y con el pie aporreé la puerta de la furgoneta en movimiento, pero la puerta era tan dura que no hacía más que lastimarme a mí mismo. Por eso estaba entrando en pánico, y no podía dejar de gritar a todo pulmón:
—¡Por favor! ¡Alguien ayúdeme! —grité, y golpeé una y otra vez la puerta trasera.
Pero fue inútil; aunque sabía que era imposible que la puerta se moviera, tenía que intentarlo a como diera costa.
Cada vez que la furgoneta doblaba a una esquina, me golpeaba a un lado con las paredes, pero me levantaba como podía sin mis manos, y volvía a pedir auxilio a gritos y a aporrear el vehículo en busca de mi libertad. Empecé a jadear y a quedarme sin aliento, pues sentía que me faltaba aire. Hasta que finalmente me derrumbé en el suelo con otra doblada en la esquina, siendo mi espalda la que amortiguó el golpe. Solté un quejido, pero esta vez no pude levantarme y me quedé llorando en silencio, mientras que por mi cabeza pasaba el rostro de Kai Parker.
¿Por qué él estaba aparcado frente a mi casa? ¿Y por qué parecía que había estado espiándonos toda la noche?
—Joder. —solté temblorosamente, sin dejar de llorar.
La furgoneta siguió en movimiento por un rato, hasta que de pronto se detuvo y yo me quedé tumbado en el suelo, jadeando. «Todo se acabó, Cody», me dije a mí mismo sin poder dejar de llorar en ningún momento. «Scott», pronuncié su nombre en mi mente, y eso nada más ocasionó un dolor indescriptible en mi pecho.
Y durante unos angustiosos momentos de incertidumbre, donde escuché las pisadas de esos hombres en el exterior, la puerta se abrió de golpe y me arrancó un jadeo. Yo quería decir algo, pero me había quedado mudo. Los enfermeros se lanzaron hacia mí y me sujetaron con fuerza. Me estremecí y me bajaron del vehículo. La cabeza me dolía por tanto haber llorado, y torcí el rostro al salir al exterior y encontrarme con un lugar completamente diferente alejado de los edificios que veía mayormente. Estaba en medio de la nada atrapado en un circuito cerrado con nada más que el bosque rodeándonos. Un enorme edificio clínico se postraba ante mis ojos luciendo asquerosamente blanco, rodeado de altos arbustos y árboles, se levantaba al final de un sendero de piedra.
Habían muchas más furgonetas aparcadas en el estacionamiento, dentro del lugar que era rodeado por unos refinados portones negros. El sitio me provocó náuseas, y tan sólo de ver la apariencia que tenía me dieron ganas de salir corriendo, y eso intenté, empujando a los enfermeros. Pero me tenían bien sujeto con la camisa de fuerza, y no pude hacer más que ver como me llevaron a rastras hacia el edificio blanco. Pude ver que en la puerta del hospital, en la parte de arriba, había un cartel que decía con letras negras: «HOSPITAL PSIQUIÁTRICO WHIDHOUSE».
Al entrar me dí cuenta que el hospital lucía nuevo, bastante a mi parecer, era como si lo hubieran fundado hace algunos años. O, había sido bien cuidado. Pero sentí mayor repulsión al ver ese color blanco en las paredes y en el suelo. Había una gran recepción, todo estaba ordenado y limpio; olía a clínica por los cítricos. Pude ver como otros enfermeros paseaban por ahí con algunos pacientes, que me miraban de pies a cabeza.
—Esto es un error, deben dejarme ir, por favor. —dejé escapar de mis labios, recuperando el control y girándome hacia mis enfermeros, mirándoles las caras con ojos llorosos—. Deben escucharme, yo no estoy aquí por mi propia voluntad, yo...
—Nadie está aquí por su propia voluntad, chico. —uno de los enfermeros respondió, y comenzó a caminar conmigo hacia un pasillo alargado, donde habían muchos cuadros de figuras de poder: como presidentes y políticos.
Me estremecí con mayor violencia, pero al final cedí y dejé que me arrastraran hacia la habitación del fondo, donde había una refinada puerta de madera como la de un palacio. Los dos hombres la empujaron y entraron conmigo, mostrándome lo que parecía ser la oficina del superior. Habían muchos muebles de cuero y de madera, todo perfectamente cuidado. Las paredes estaba teñidas de rojo caoba, y habían cabezas de animales colgando como una especie de trofeo. Y entonces cuando miré el escritorio frente a mí, mis ojos se encontraron con la figura de una mujer cuarentona que me sonreía espeluznantemente. ¿Por qué no dejaba de sonreír?
—Buenas tardes, bienvenido a hospital WhidHouse. —me habló con un tono refinado, apoyando los codos del escritorio para entrelazar sus dedos—. Por favor, tome asiento, muchacho. —me pidió, y su tono de voz sonó más como una orden que otra cosa. En otra situación no hubiera obedecido, pero me vi obligado porque estaba metido en este lugar y debía demostrar que no estaba loco. Por eso respiré hondo, y me senté en el sillón frente al escritorio, diciendo enseguida que me senté:
—Esto es un error, yo fui internado a la fuerza. —mi voz casi tembló, y la miré con desesperación. Ella seguía sonriendo—. Mi familia decidió meterme en este lugar, ¡y ellos tienen planeado irse del país y dejarme aquí! ¡Por favor debe ayudarme! —le supliqué, a punto de llorar.
—Oh, pequeño. —ella ladeó la cabeza, mirándome como a un bebé indefenso—. Estás tan confundido como todos los que han pisado el hospital WhidHouse. —me arrulló asquerosamente, y yo me desconcerté en mi asiento—. No te preocupes, en este lugar estarás a salvo, nosotros te cuidaremos.
—Debe escucharme. —insistí, enterrando la punta de las uñas en el refinado asiento de cuero—. Esto es un error—
—No es un error, es una bendición que tus padres te hayan internado en el WhidHouse, aquí arreglaremos todos tus problemas, jovencito. —me interrumpió con orgullo en su voz, y yo repetí frustrado:
—Le he dicho que es un error, yo no—
—Usted está a salvo con nosotros.
—¡Le he dicho que es un error! —le grité en un enfado de que estuviera ignorándome, golpeando el escritorio con la punta de mi pie, y entonces los enfermeros se acercaron para sujetarme y la mujer no hizo más que sonreír, ni siquiera se estremeció ante mi patada. Por eso me calmé, y me mordí el labio.
—¿Lo ves? Son claros indicios de que hay algo mal en esa cabecita tuya. —me habló como si fuera mi madre, y después sacó de sus gabinetes una carpeta amarilla que dejó en el espacio frente suyo. La abrió y comenzó a leer—: Así que tu nombre es «Colby Gilbert», internado por esquizofrenia.... mmm... interesante.
«Cody. ¡Es Cody!», estuve a punto de gritar en medio de la rabia que estaba aguantándome, pero me mordí la lengua.
—Mis padres son los dementes —hablé con insistencia, con ojos llorosos—, usted no puede dejarme en este lugar, por favor..., y mi nombre es Cody.
—Shhh, sé que estás confundido. —la mujer sonrió aun más, como si eso fuera posible—. Pero ya verás que aquí sanarás, y entre más pronto lo hagas podrás salir. No estarás aquí para siempre.
—¿Podré salir? —cuestioné con un brillo en mis ojos, inclinándome hacia ella—. ¿Puedo irme?
—Siempre y cuando hayas pasado por los medicamentos y las terapias. —señaló, enseñando los dientes en su sonrisa.
«Mierda», dije en mi mente y miré hacia otro lado, mientras que ella hablaba de lo agradables que eran las áreas del asilo entre otras estupideces. Hasta que sacó una especie de dibujos oscuros de mi expediente, y me dijo:
—Puedes pensar en nosotros como un lugar de seguridad y protección. —mencionó, y en ese momento mis ojos se posaron sobre la enorme ventana que estaba detrás de su escritorio y que mostraba el exterior, enseñando un enorme jardín botánico con muchas flores y estatuas de ángeles; sin embargo, lo que llamó mi atención fue que un paciente estaba corriendo desnudo por ahí y que un enfermero se abalanzó sobre él, y lo golpeó en la cara, dejándolo inconsciente—. Nos gusta creer que esta clínica es como una gran familia en la que puedes quedarte el tiempo que sea necesario, porque recuerda que siempre, nosotros les trataremos con amor. —finalizó, y me quedé lívido en el sillón, viendo como ese enfermero arrastraba por el brazo a ese paciente desnudo.
—Oh, guau. —musité, mirándola de nuevo—. Estoy muy agradecido de que se preocupen por las personas con problemas mentales..., pero yo debo salir de aquí. —repetí como por milésima vez.
—Mmm, ¿Colby?
—Es Cody, señora. —le aclaré, y ella asintió.
—Como sea. —se encogió de hombros—. Te quedarás aquí hasta que cumplas con tus tratamientos, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —sonreí falsamente, deseando que la tierra me tragara.
—Bueno, muchachos, es mejor que me dejen a solas para hacer la primera prueba de terapia. —les habló a sus camaradas, quienes me soltaron y salieron de la oficina para dejarnos a solas. Luego ella se dirigió hacia mí—: Colby, haremos la prueba del dibujo, supongo que se te hace familiar.
—Es cody. —musité, queriendo salir corriendo.
—Bueno, Colby, comencemos. —dijo, y entonces tomó la primera ficha oscura, enseñándome el dibujo que tenía sobre ella—. Colby, ¿qué ves aquí?
Me quedé inmóvil en la silla, mirando con ojos abiertísimos como de alguna forma se dibujaba un cadáver.
—Un oso comiendo miel. —respondí, sonriendo falsamente.
«Muy bien, Cody. Sé inteligente para salir aquí pronto».
—Mmm interesante. —ella asintió, y anotó algo en mi expediente, luego me enseño otra ficha diciendo—: ¿Y ahora qué ves?
Me costó respirar un poco al darme cuenta de que mis ojos veían era a una persona apuñalando a otra.
—Dos personas abrazadas. —sonreí con naturalidad, sintiendo como el corazón me latía a toda prisa—. ¡Oh! Parece que se quieren mucho.
—Okay, Colby. —ella asintió, sacando otra ficha—. ¿Y ahora qué ves?
—Lo que veo es a un padre jugando en el parque con su hijo. —contesté sonriente, sintiendo un escalofrío por la columna vertebral al ver que lo que realmente veía, era a una persona abusando de un niño sobre una cama.
—¡Oh, estupendo! Has hecho un buen trabajo, Colby. —la mujer me aplaudió, y se levantó de su asiento con los tacones, acercándose a mí para darme un apretón de hombros y sonreírme más de cerca.
—¿Entonces ya me puedo ir? —cuestioné con un brillo en mis ojos, viendo como la mujer me quitaba la camisa de fuerza.
—No, al contrario, te quedarás con nosotros. —acabó diciendo, y de pronto sentí un pinchazo en el cuello y cuando pude reaccionar, noté que esa mujer me había inyectado algo en el cuello con una aguja. Quise gritar pero de mis labios no salió nada, y lentamente las cosas comenzaron a ponerse borrosas, hasta que acabé cayéndome de rodillas en el suelo, mirando como esa extraña mujer en tacones se paraba frente a mí, diciendo con esa inquebrantable sonrisa—: Ponte cómodo, porque nunca te irás de aquí.
***
Alguien me despertó sacudiéndome ligeramente del brazo, era una molestia que me resultaba familiar. Porque de tantos años de conocerlo, sabía que no era nadie más que Scott, quien me despertaba de esa manera tan brusca. Por eso abrí los parpados y miré hacia arriba, esperando encontrarme con el rostro del moreno, pero, en su lugar, me encontré con unos ojos oscuros y un rostro desconocido.
Me levanté sobresaltado y tuve que reprimir un grito tras darme cuenta que realmente había sido internado en un asilo mental y que no había sido una pesadilla. Me asusté tanto al ver a ese hombre que me eché para atrás, pegándome contra el espaldar de la cama y mirando con ojos abiertísimos que estaba en una habitación muy al estilo loquero, nada más había una ventana; que daba hacia el jardín, y dos camas una al lado de otra.
—Siento haberte asustado, muchacho. —me habló ese hombre con un tono grave, mirándome desde a un metro de mí, sentado en la misma cama que yo—. No tengas miedo, puedes confiar en mí, yo soy Barry. —sonrió con calidez, pero había algo extraño en su mirada desconcertante, creo que era porque tenía los ojos disparejos; mirando a direcciones contrarias.
Dejé de respirar y sentí un enorme peso en el pechó, como si algo pesado me hubiera caído encima. Pero aun así traté de guardar la calma, al bajar la mirada y darme cuenta de que me habían cambiado de ropa. Tenía la misma que ese hombre de barba de Santa Claus y sombrero de vagabundo: una camiseta y un pantalón azul. Ambas piezas iban en conjuntos con las zapatillas blancas de enfermeras. ¡Qué horrible!
—Tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí. —hablé apresuradamente, y me bajé de un salto al ver que la puerta metálica estaba abierta de par en par. Por eso estuve a punto de salir corriendo, pero ese hombre me tomó del brazo, y me habló torpemente:
—¿A dónde vas con tanta prisa?
—¡Me largo! —grité, y me deshice de su agarre.
—Te harán daño si intentas escapar. —él mencionó, casi en un susurro—. Lo mejor es adaptarse, si quieres yo te enseño el lugar. —me sonrió.
Me quedé en silencio por un segundo, y cuando me dí cuenta que estaba perdiendo el control me calmé. Respiré hondo, y asentí. Luego comencé a seguir a ese hombre que tendría unos cincuenta y tanto, era un anciano, pero todavía podía caminar por su cuenta y no lucía en malas condiciones, pero su mirada era escalofriante. Me dijo que nos encontrábamos en «la hora feliz», cuando podíamos salir a caminar a donde quisiéramos: al comedor, al jardín o incluso a la sala de recreación. Cada una de esas cosas quedaban en bloques diferentes, y él fue enseñándome cada una poco a poco, mientras que me hablaba de que debía de obedecer las reglas. No le conté nada sobre mí, y sólo caminé a su lado en todo momento mirando a los demás internos, que lucían más escalofriantes que ese hombre. Unos hablaban solos, otros con sus juguetes y otros simplemente no hablaban.
De pronto, entramos a lo que parecía ser la cafetería del lugar, donde había un enorme comedor, para unas cien personas. Las mesas eran blancas con gris, los pisos blancos al igual que las paredes, y habían lamparas a lo extenso del techo. Al final de todo, se encontraba la cocina, en donde había una señora sirviendo un plato de algo que parecía ser como un trozo de carne, luego puso algo de arroz al lado.
—Esta es la famosa cafetería del WhidHouse. —sonrió el anciano, dando vueltas como un niño—. ¿Verdad que es linda?
—Bastante. —contesté con una sonrisa forzada, pasmado en la entrada.
—¿Qué te parece sí comemos algo? —sugirió el hombre, y me tomó del brazo antes de que pudiera responder, llevándome hacia el fondo—. Mis Doctores dicen que no debo comer mucho o me saldrá panza y no podre levantarme de la cama. ¡Pero al diablo! —se echó a reír mientras andábamos.
—¿Y cuánto tiempo llevas aquí...? —le pregunté por lo bajo, una vez nos detuvimos en la pequeña cola para pedir una bandeja; eso me recordó al colegio.
—Sesenta años. —respondió como si nada, y yo casi me estremecí por sus palabras.
—¿Habla... en serio, señor? —titubeé.
—¿Tengo cara de mentir? —dijo, mirándome fijamente, o haciendo el intento; porque sus ojos miraban a cada extremo de la habitación.
—No, señor. —sonreí, nerviosamente.
—Llegué a este lugar siendo bastante joven..., mis padres me internaron. —comentó mirando a través de los ventanales como el sol se estaba ocultando, mientras que yo miraba a los demás pacientes en el lugar.
—¿Tus padres te internaron...?
—Sí, porque era homosexual. —contó con melancolía, y yo me giré hacia él sin saber qué decir—. Ellos jamás lo aceptaron, y mírame aquí muchos años más tarde.
—¿Y por qué no se ha ido? —indagué, sutilmente.
—Ya no tengo lugar a dónde ir, no soy más que un anciano. —se encogió de hombros, con ojos llorosos.
—Oh..., lo siento... mmm.
—Barry.
—¿Barry?
—Mi nombre es Barry. —él mencionó de nuevo, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Y el tuyo, muchacho?
—Soy Cody.
—Un gusto, Cody. —él asintió, y me extendió la mano para que se la estrechara—. Me alegra que seas un buen muchacho, porque seremos compañeros de cuarto.
Luego de hacer la cola nos sentamos en la larga mesa para pegar bocado, pero yo no le había dado ni una sola probada a mi bandeja. No tenía hambre, y tampoco me sentía bien para hacerlo. No podía sacarme de la cabeza que mis padres no creyeron en mí en ninguno momento, y por eso sólo quería encogerme y llorar en la cama. ¿Por qué me habían hecho esto?
—¿No vas a comerte eso, chico? —me preguntó el anciano, limpiándose los residuos de la boca con una servilleta y mirando mi bandeja de comida llena—. No has tocado tu plato desde que nos sentamos.
—Lo siento..., no lo comeré. —dije sin ánimos, arrimando frente a él la bandeja—. Mejor comelo tú.
—Lo aceptaré, pero deberías de comer..., no te conviene bajar de peso. —él musitó, dándole una probada a mi plato—. Acá son estrictos con el peso de las personas, creo que a la directora no le gusta que bajemos de peso. Supongo que es porque ella está gorda. —se echó a reír.
—¿La directora es esa mujer de tacones y cabello de cebolla? —le pregunté, apoyando mis codos de la mesa metálica.
—Sí, ella es realmente una perra con todo el mundo, su nombres es «Miss WhidHouse». —me explicó, masticando la comida.
—¿"WhidHouse"? ¿Cómo el asilo?
—Sí, su familia fundó este lugar.
Asentí ante ese dato curioso, y sin poder procesar que había terminado en este sitio en un parpadeo, solté sin rendirme:
—No me importa nada de eso, o que ella sea una perra..., yo me iré de este lugar. Sea como sea, saldré de aquí. —dije con el pecho levantado, mirando por las ventanas del asilo con seguridad—. Hay alguien allá afuera que me está esperando, y no puedo seguir dándome el lujo de hacerlo esperar.
—¿Es una chica? ¿Tu novia? —él me preguntó, interesado.
—Mmm, algo así. —musité, sonrojandome un poco—. Es mi mejor amigo..., es una larga historia, señor Barry.
—El muchacho del que me había enamorado también era mi mejor amigo..., y éramos tan felices juntos antes de que nuestros padres se enterasen. —murmuró, con esa tristeza en su mirada, y yo me encogí en el asiento sintiendo una sensación incómoda en el pecho, que me hizo mirar hacia otro lado cuando por alguna razón me proyecté en ese hombre. Dios mío. Él llevaba sesenta años aquí, ¿era éste mi destino?
—Lo siento tanto... —respondí en consuelo, mirando por encima de mi hombro—, pero yo no me quedaré de brazos cruzados. Saldré y estaré con Scott.
—Suerte, muchacho, la necesitaras.
—Sí, señor Barry. —asentí, y en ese momento mis ojos se cruzaron con los de una paciente que estaba recostada de la pared, al otro extremo de la habitación. Era una mujer bastante enorme de piel oscura, obesa y con una mirada espeluznante.
—¡No la mires, muchacho! —de pronto escuché al anciano, y aparté enseguida la mirada de esa enorme mujer negra. Regresé la cabeza hacia el frente y vi que el anciano tenía el rostro sudoroso—. Ella es «Brenda Soyers», y no le gusta que nadie la miré fijamente. —soltó apresuradamente, y de pronto se quedó mudo mirando detrás de mí con ojos enormes. Entonces, noté que una enorme sombra cayó sobre mí, y cuando miré lentamente hacia mis espaldas me encontré con la figura de esa aterradora mujer.
—¿Cómo te atreves a mirarme? —ella escupió con la voz grave de un hombre, y yo me quedé helado en el asiento. Los demás pacientes se quedaron en silencio y comenzaron a mirar la escena.
—No..., estás equivocada. —musité, sin mirarla a los ojos—. Disculpa, chica. —susurré, sintiendo como el corazón me latía a toda prisa.
—¿Disculpa? ¡No vuelvas a mirarme, blanquito de mierda! —me gritó en la cara, y entonces me tomó fuerte del pelo antes de estrellar mi cabeza contra la mesa metálica, ahogué un chillido y de repente todos en la habitación comenzaran a cantar en una voz:
—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
—¡Levanta tu flacucho trasero y dame cara, blanquito! —protestó la enorme mujer y con una fuerza sorprendente me empujó con una mano hacia el suelo, y yo aterricé sobre mi trasero, espantado.
La miré desde el suelo con horror, y comencé a retroceder arrastrándome como un gusano, viendo como ella se acercaba lentamente. Sus ojos fríos me miraban como si fuera una cucaracha, y los gritos de los demás pacientes que nos habían rodeado en un circulo, se metían en mi cabeza.
—Fue un accidente lo juro. —hablé con un tono tembloroso, viéndola acercarse a mí con ojos enormes.
—¿"Accidente"? Los accidentes no existen, blanquito. —gruñó, y echó su pierna hacia atrás para patearme. Pero cuando estuvo a punto de hacerlo, una severa voz resonó en la habitación, mucho antes de que los guardias llegaran para detener esto.
—Lo vuelves a tocar, Brenda, y acabarás como el otro sujeto. —de pronto habló Barry, con una voz espeluznante, parándose de su asiento y mirando directo a los ojos a esa mujer negra que me quería moler a golpes.
—B-Barry. —Brenda soltó, con lo que parecía ser miedo—. Lo siento..., no sabía que ese chico estaba contigo. —dijo, y apartó la mirada de ese hombre, para darse la vuelta y casi salir corriendo hacia otro lugar, dejándome desconcertado en el suelo. Después el circulo que habían hecho de pelea comenzó a disolverse, y cuando se acercaron los guardias ya no estaba ocurriendo nada.
Barry se acercó para ayudarme a levantarme, y entonces noté que su mirada había vuelto a ser como antes: aterradora pero no siniestra. Eso me desconcertó y aun más por las palabras de amenaza que usó con esa mujer.
—¿A qué te referías cuando dijiste que ella acabaría como "ese sujeto"? —le pregunté con un tono bajo, y él miró hacia otro lado y se alejó para salir de la cafetería, ignorando por completo la pregunta que le había hecho, dejándome aun más desconcertado. ¿Por qué se había alejado de esa manera?
***
Había tenido varias terapias grupales que consistían en hacer dibujos o contar tus problemas personales; siempre mentía en cada una de esas cosas, queriendo aparentar ser el más normal de todo. Y luego de todo eso, finalmente fue hora de dormir. Barry me acompañó de regreso, hablándome sobre lo mucho que amaba a ese muchacho de su juventud. Él pensaba que se había unido a la milicia o algo así.
Cuando entramos a nuestra habitación los guardias nos encerraron, no podíamos escapar en lo absoluto y tampoco habían objetos punzantes con los qué lastimarnos. Los dos nos recostamos en nuestras respectivas camas, y aunque no quería ceder a este lugar, no pude hacer más que acostarme cansado. No podía pensar en nada ahora, y por eso me metí en el edredón soñoliento. Cerré los parpados, y recé para que el sueño no tardara en llegar y me llevara lejos de ahí, para que así pudiera soñar con Scott.
Barry estuvo hablando por un largo rato sobre su vida en la juventud, antes de estar en el asilo, pero, en un punto me dejé llevar por el sueño y me encogí en el colchón. Lentamente mi cuerpo se fue sumergiendo en el sueño, hasta que estuve a punto de caer rendido y así hubiera sido, sino me hubiera despertado una brusca sacudida en mis piernas. Me levanté exaltado en medio de la penumbra, y miré entre la oscuridad como la esbelta silueta de Barry estaba parada a mis pies, mirándome con ojos enormes.
—¿Qué sucede, Barry...? —le pregunté, inquieto por la forma en la que me observaba. Era espeluznante.
—¿Quieres saber qué le pasó a mi anterior compañero de cuarto? —de pronto murmuró, dando un paso hacia mí.
El cuerpo se me congeló, y por alguna razón sentí que el miedo se apoderó de mí al ver la enorme sonrisa en sus labios.
—¿Quieres saber, Cody...?
—¿Qué, Barry? —musité, aferrándome a las sabanas.
—Lo asesiné. —respondió de golpe, y los dos nos quedamos inmóviles en medio de la oscuridad—. Yo no quise hacerlo..., pero las voces me dijeron que lo hiciera.
—¿Las voces...?
—Sí, yo escucho voces..., y ahora mismo ellas me estás diciendo que te mate. —finalizó, y el corazón me dio un vuelco. Miré a un lado de mí; por si había algo con qué defenderme, pero cuando apenas miré hacia un costado, él se abalanzó sobre mí como un animal. Un grito se escapó de mis labios, comenzamos a luchar sobre la cama, y ese hombre me dio un golpe en la boca haciendo que me cayera de espaldas. De esa manera se subió encima mío violentamente y rodeó mi cuello con sus manos, y entonces comenzó a estrangularme mientras que yo me estremecía.
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