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Capítulo 22: La verdad sale a flote.

Cody.


Pude sentir como si hubiera perdido el control absoluto de mi cuerpo, y sólo me quedé inmóvil arrodillado en la acera. Dejé de respirar. Las cosas a mi alrededor se volvieron oscuras y perdí el sentido del oído. No podía escuchar nada, y por alguna razón todo se detuvo de una manera horrible.

—S-Scott... —sollocé sin poder escuchar mis propias palabras—. Scott... —lloré descontroladamente, y comencé a llorar fuerte. Escuché como Carol no podía calmar su llanto del otro lado de la linea, y cuando lo hizo, continuó:

—Si no piensas luchar por él, ¿por qué lo sigues buscando? No quiero que Scott se ponga mal de nuevo por tu culpa. Así que por favor, no vuelvas a llamar a este número. Deja en paz a mi hijo, Cody.

En ese momento sentí que mi mano comenzó a temblar violentamente, me zumbaron los oídos y me quedé en silencio cuando Carol me colgó la llamada sin más. No pude creerlo. Me quedé mirando la acera mientras que la pulga me preguntaba cómo me había ido, pero no pude responderle y sólo dejé caer el móvil de mis manos. Y cuando menos lo esperé, todo oscureció aun más y sentí que mi cuerpo cayó a un vacío, así dejándome inconsciente en la acera.



***



Me sentía flotando en medio de la nada, hasta que finalmente desperté. Entreabrí los ojos a medida que mi visión se acomodaba a la intensa luz, torcí el gesto por lo iluminada que se encontraba la habitación y enseguida me encontré con el color blanco siendo el protagonista en cada esquina de este lugar, la paredes lo eran, la cama donde estaba recostado, las sabanas, las cortinas. Y entonces, me dí cuenta que tenía unas agujas en los brazos y una maquina a mi lado derecho que me estaba proporcionando una especie de suero. De esa manera noté que estaba en un hospital.

—¿Cody? —escuché una tímida voz hablándome, y cuando me giré al asiento a mi lado me encontré con la figura de Jayden—. ¿Cómo te sientes? —dijo inspeccionándome con ojos de preocupación.

—¿Por qué estoy en el...? —murmuré, escuchando como mi voz salió extremadamente ronca y que el pequeño se levantó para extenderme un vaso de agua, así que, lo tomé débilmente y le dí varios sorbos para refrescarme la garganta—. ¿Qué fue lo que pasó? Todo oscureció de repente...

—Tuviste un ataque... —musitó el pequeño, mirando a su regazo—. Cuando te desmayaste comenzaste a tener un ataque..., no sabía si era por lo que acababas... acababas de escuchar. —dijo con miedo en su voz, y entonces yo me recosté de la almohada con mis recuerdos borrosos. Hasta que por mi mente pasó el rostro de la madre del moreno, y se me hizo un nudo terrible en la garganta al recordar lo que habíamos hablado por llamada—. Pero le pedí ayuda a unas personas que estaban pasando en su coche, y ellos nos llevaron al hospital, donde nos atendieron rápido. ¿Seguro que te sientes bien? —me preguntó de nuevo, inclinándose hacia mí como para asegurarse de que estaba en mis cinco sentidos.

Y aunque lo estaba, no pude hacer más que agachar la cabeza y sentir como mis ojos volvían a humedecerse por lo que me había enterado. El nudo se volvió mayor, y cuando la pulga estuvo a punto de poner su mano sobre mi hombro, la puerta de la habitación se abrió y me sorprendió ver a nada más que Malia entrando, ella sostenía una bandeja de comida y tenía una cómoda sonrisa.

—¿Alguien pidió servició al cuarto? —habló animadamente, cerrando la puerta con el pie y caminando hacia nosotros.

Me giré para ver a la pulga y éste respondió a la pregunta que tenía en mente al decir con timidez:

—Pensé que era mejor sí tus amigos sabían lo que te pasó. —dijo sonriendo de lado, y se acercó discretamente para murmurarme—: No te preocupes..., ella no sabe nada de lo que me contaste. Eso será nuestro secreto.

Le sonreí y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano, al tiempo que veía como la morena se acercaba a mí de manera animada para sentarse en la silla a mi otro lado, y en lugar de darme la comida, se la estuvo comiendo en cada paso que daba. El menor la fulminó con la mirada.

—¿No deberías de entregar el desayuno? —Jayden carraspeó.

—¿Ah? Cierto. —dijo Malia, entregándome la bandeja con una sonrisa torcida, y cuando escuché la palabra «desayuno», pude darme cuenta de que el menor tenía otra ropa, y miré hacia las ventanas para observar que era otro día. Había un día soleado a través de las ventanas y me quedé mirando el cielo azul.

—¿Pase toda la noche sin despertar? —musité, sorprendido.

—Sí, por eso estábamos asustados. —Jayden jugueteó con sus dedos.

—¿Estábamos? —enarqué una cejas, sentándome—. Supongo que hablas de tú y Malia, ¿no?

—Con respecto a eso... —la morena interfirió, mirando con incomodidad hacia una enorme ventana a un lado de la puerta que daba hacia el pasillo del hospital. Y cuando miré a través del vidrio sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago, al ver a mis padres hablando con la que parecía ser la madre del pequeño, aunque más bien, estaban discutiendo.

Me hundí en la cama al tener que verlos de nuevo, y me giré hacia el menor para recibir una respuesta de explicación del porqué ellos estaban aquí. Pero antes de que él pudiera decirme algo, el Doctor finalmente entró, haciendo que afuera dejaran de discutir y que en lugar de eso, entrasen para ver cómo me encontraba. El médico al verme despierto, exclamó:

—¡Oh, muchacho! Qué alegría verte despierto.

—Nos tenías preocupados. —interfirió mi madre, caminando sobre sus tacones con una sonrisa triste en sus labios pintados. Sentí que quise gritarle en ese momento, pero sólo agaché la cabeza hacia mis manos sin decir nada.

Sin embargo, el corazón se me detuvo cuando sentí una quinta presencia entrando a la habitación a parte de la madre de Jayden, y cuando miré sutilmente, me encontré con los fríos ojos de Norman. Él me estaba mirando con esa asquerosa expresión de niño bueno como antes. ¿Qué le ocurría a ése imbécil?

Me costó respirar al mirar su esbelta figura, y de manera instantánea los flashes de lo que ocurrió anoche pasaron por mi cabeza. Recordé la bañera cubierta de sangre, y cerré los parpados de golpe. El corazón se me aceleró, y respiré despacio para no perder la compostura ahora. Entonces abrí los ojos y le dí cara, encontrándome con que éste estaba cerrando la puerta y que clavaba sus ojos sobre mi piel.

—Hola, hermanito. —me habló por lo bajo, sonriéndome.

«Maldito psicópata».

—¿Te encuentras mejor, muchacho? —el Doctor volvió a hablar, mirando cómo iba el suero a mi lado.

—Eso creo... —susurré, mirando de nuevo mis manos. Viendo por el rabillo del ojo como mis padres se quedaban a un lado de mí, hablándome y fingiendo preocupación. Mientras que la madre de Jayden se había quedado a un lado de la puerta junto a lo que se hacía llamar mi hermano mayor.

—Me alegra que estés mejor —el anciano se sentó a un lado de mis piernas, con una planilla en mano—, porque déjame decirte que sufriste ese ataque por un cuadro de mala alimentación que has tenido estos últimos días. ¿Has comido bien, muchacho? Porque tus exámenes no dicen nada bueno.

—¡Claro que ha comido bien! ¿Cómo puede preguntarle eso? —respondió mi madre; mucho antes de que yo pudiera humedecerme los labios, mientras que mi padre volvía a permanecer sumiso colocando una mano en mi hombro.

—Lo pregunta porque no está seguro de que sean unos buenos padres. —cuestionó la madre de Jayden, cruzada de brazos.

—¿Disculpa? —mi madre pareció ofendida, y se llevó una mano al pecho—. ¿Cómo se atreve usted a meterse en nuestra vida...?

—Lo hago porque mi hijo es amigo del suyo, y me contó que Cody pasó la noche durmiendo en una banca frente a nuestro edificio. —contestó la señora con firmeza, y creo que a mis padres casi se les cayó la cara de vergüenza.

—¡Eso pasó porque él se escapó de casa! —mamá chilló de nuevo, haciendo el papel de la víctima.

—Señores, por favor, no discutan ahora que el muchacho despertó. —interfirió el Doctor, mirando a todos—. No sé qué clase de problemas ustedes estén teniendo, pero es grave cuando un menor de edad pasa la noche afuera en la calle. —el anciano miró a mis padres, y dijo—: Ustedes podrían meterse en problemas con la defensoría del niño, y hasta podrían ser demandados por padres negligentes. ¿Eso quieren?

—Pero, Doctor, ¿como usted se atreve a insinuar que nosotros somos malos padres? —replicó mi madre, con una mano en el pecho.

—Lo hago por el severo cuadro alimenticio del chico, que indica que podría hasta sufrir de anorexia. —señaló el anciano, y todos en la habitación se quedaron en silencio—. Desconozco los problemas que pasan en casa, pero espero que sean conscientes de que tienen a un hijo menor de edad que puede demandarlos si eso quiere. —mencionó, y por primera vez la idea pasó por mi cabeza.

—Cody jamás nos perjudicaría de esa manera... —mi padre tartamudeó, apretándome gentilmente el hombro—, y más cuando sabe que trabajamos duro todos los días por él y su hermano mayor.

Una sensación indescriptible se apoderó de mi cuerpo en ese momento, y con una rabia que estaba sintiendo levanté la cabeza y miré a mi padre, estando a punto de gritarle que podía irse al carajo. Pero en ese instante, mi madre se acercó y pasando una mano por mi espalda, metiendola en la bata del hospital, presionó sus uñas en mi piel, haciendo que reprimiera un chillido y la mirase con ojos abiertísimos. Ella estaba con esa expresión sufrida, envuelta en el papel de la madre del año, lastimándome para que no hablara.

—Repito y reitero que desconozco sus problemas familiares, pero me parece un caso de gravedad cuando un menor está pasando por una situación como ésta. —explicó el hombre, enseñando frente a todos los exámenes que me habían hecho, y que mostraban que todo estaba demasiado bajo. No me sorprendió, incluso cuando el anciano dijo que podría sufrir anorexia, porque la mayoría del tiempo no comía en casa porque mis padres estaban bastante peleados como para comprar comida para el frigorífico. Creo que ellos comían en la calle sin pensar en mí.

—Disculpe, señor. —carraspeó Norman, y me quedé inmóvil en el colchón cuando le miré acercarse con una encantadora sonrisa. Cualquiera pensaría que era una persona bastante normal—. Lo que mis padres no quisieron explicarle, es que... —pasó sus brazos detrás de la espalda, y me miró como si fuera un animal malherido—, mi pequeño hermano sufre de problemas mentales. —acabó diciendo con lastima, y yo me quedé lívido—. No es que hayan problemas en mi casa, o que el pequeño Cody sea un adolescente rebelde... El asunto acá, es que fue diagnosticado con esquizofrenia. —susurró ese final de frase como si se tratase de un secreto, y los demás comenzaron a mirarse las caras.

—¿Es eso cierto, Cody? —la madre de Jayden habló al cabo de un rato, mirándome con desconcierto.

Me quedé paralizado en el colchón, sintiendo como mi madre seguía enterrando sus uñas en mi espalda y me miraba de forma extraña. Pero aunque quise gritarle y empujarla fuera de mí, al encontrarme con los ojos de Norman, sentí tanto miedo que me helé en la cama, mirando con horror como sus ojos se habían vuelto enormes.

—¿Cody? —escuché al pequeño, llamándome.

—¿Es eso cierto? —interfirió Malia, por lo bajo.

—¡Claro que es cierto! —habló de nuevo mi madre, sonriendo hipócritamente. El Doctor pareció abrumado por lo que se acababa de enterar, y luego agachó la cabeza para disculparse con mis padres.

—No sabía sobre los problemas que tenían, discúlpenme. —acabó diciendo el anciano, y luego les pidió a todos que le acompañaran afuera para que me dieran un descanso, intenté hacerle una mirada al pequeño para que no creyera en esas mentiras. Pero él no volvió a mirarme y salió de la habitación a un lado de Malia.

Norman fue el primero en seguir al anciano. Luego mis padres salieron detrás del Doctor, y la madre de Jayden los siguió, quien no hacía más que mirar hacia el suelo, avergonzada. Entonces cuando la puerta de la habitación se cerró, sentí como los ojos se me humedecieron por la impotencia de cómo me estaban poniendo. Me estaban llamando loco, y sólo querían hacerle creer a todos que no tenía control de mí. El nudo en mi garganta volvió, y me cubrí la cara con las manos para retener las lágrimas.

«No era un enfermo mental».

«No era un enfermo mental».

«Todos ellos me lastimaron», comencé a repetir mentalmente una y otra vez, hasta que sentí un golpe en el estómago cuando de pronto los recuerdos de esos oscuros momentos comenzaron a pasar por mi cabeza. Entonces me quedé inmóvil en la colcha recordando cuando perdí el control e intenté ahogar a Verónica en los baños. Recordando cuando perdí el control y acabé lanzando a ese chico llamado Caleb por un pozo abandonado. Recordando así..., cuando estrangulé a mi gato.

Me quedé frío en ese instante, pero aparté mis manos de la cara cuando escuché el sonido de la puerta cerrándose. Y al mirar hacia el frente, no pude hacer más que enterrar la punta de las uñas en las sabanas, sintiendo como me volvía a costar respirar y me sudaba la frente. Porque era Norman.

—¿Por qué no has comido nada? Debes reponerte para regresar pronto a casa, hermanito. —señaló, mirando juguetonamente hacia la bandeja de comida sobre mi regazo que seguía sin tocar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le interrumpí siendo distante, dejando la bandeja en la silla vacía a mi lado—. Te dije que no quiero volver a verte, Norman.

—¿Aún sigues molesto por lo de anoche? —ladeó la cabeza, y dio más pasos hacia mí con esa expresión juguetona, o más bien espeluznante—. Sólo lo hice porque te amo, y no quería que acabaras perdiendo la cabeza.

—Eres un enfermo de mierda. —espeté, mirando con ojos abiertísimos como se acercó tanto hacia mí con la sutileza de un depredador, para sentarse a los pies de la cama y sujetarme de las piernas con una sonrisa enorme, diciendo:

—¿Soy un enfermo ahora? —miró como me tomaba los tobillos, y luego miró mi expresión de miedo—. ¿Luego de lo mucho que me decías que compartíamos los mismos gustos por la oscuridad? ¿Y por la perversión...? —sonrió aun más por esa última frase, y ahogué un grito cuando apretó más fuerte mis tobillos.

—No comparto nada contigo..., tú no eres más que un lunático. —le respondí de golpe, echando mi cuerpo contra el espaldar de la cama y moviendo mis piernas para que me soltara, pero eso no hizo más que Norman presionara.

—Yo no asesiné a mi gato a los siete años. —me recordó con malicia, y yo forcejeé con mayor violencia para que me soltara, logrando así, que él enterrase sus dedos en mis tobillos y me sujetara de tal forma que me estaba lastimando. El corazón se me desbocó, y no dejé de patalear más fuerte al tiempo que él luchaba conmigo, diciendo con un tono espeluznante y mirándome sin parpadear—: ¡Acepta que tenemos la misma oscuridad, y que somos el uno para el otro! ¡Acepta que me amas también, Cody! ¡Acepta que los dos estamos locos!

—¡Estás demente! —le grité a punto de llorar, y en medio del forcejeo logré liberar unas de mis piernas y patearle justo en medio de la cara, haciendo que él soltara un chillido y cayera hacia atrás, aterrizando sobre el suelo bruscamente—. ¡Nunca podré fijarme en un lunático como tú! —aullé, y me arrastré rápidamente hacia el control a un lado de los cables en mis venas, para llamar a las enfermeras. Sin embargo, él se levantó en un parpadeó y me jaló de un pie para que no lo hiciera, y de esa manera se abalanzó sobre mí, colocándome boca abajo y subiéndose sobre la cama. Intenté gritar pero Norman me cubrió la boca con la mano, utilizándola de mordaza. Y con la mano libre sostuvo mi cabello fuerte entre sus dedos, sentado encima de mí para inmovilizarme.

No podía respirar en lo más mínimo. Las lágrimas me saltaron de los ojos, y me sentía asfixiado por él. Escuché unas sonoras carcajadas de su parte, y grité cuando apretó fuerte su mano en mi pelo. Me estremecí con violencia debajo suyo, pero él era tan grande que me aplastó con facilidad, colocando sus largas piernas de lado a lado. Hasta que comenzó a recostar su cuerpo del mío, haciéndome sentir una asquerosa erección contra mi trasero y que llorase más fuerte cuando él me susurró al oído:

—Vuelve a ponerme un dedo encima como lo hiciste anoche, o como lo acabas de hacer ahora, hermanito... —dijo, y presionó más fuerte su pelvis contra mi trasero, haciéndome sentir el bulto de su erección—, y juro que cuando regreses a casa estaré esperándote para follarte..., y créeme que nuestros padres no van a creerte si luego les vas con el chisme. ¿Sabes por qué? Porque nadie te quiere, eres malditamente despreciable, y por eso estás solo.

Pude sentir como las lágrimas cayeron más fuerte y no pude hacer más que cerrar los parpados, sintiéndome la persona más indefensa en ese momento. Su cuerpo seguía aplastándose contra el mío, mientras que él se concentraba en torturarme haciéndome sentir su paquete entre las nalgas. La escena era tan perturbadora como perversa, y no podía moverme. Él comenzó a reírse espeluznantemente, y después me levantó la cabeza para acercar su cara a la mía y decirme a centímetros del rostro:

—¿Quieres saber un secreto de mí, Cody? —dijo al tiempo que yo abría mis parpados y nos mirábamos detenidamente—. Tú no has visto ni el 50% de lo que soy capaz de hacer, no sabes nada sobre mi locura..., y sí unos simples cuerpos mutilados en la bañera te espantaron... entonces no me provoques. Porque tú puedes ser el siguiente cuerpo hundiéndose en ése río. ¿De acuerdo?

No pude responder nada en ese horrible momento, y él no apartó sus perversos ojos de los míos, por los que parecieron ser los segundos más largos de mi vida. Las lágrimas en mis ojos se congelaron, dejé de llorar y sólo me quedé inmóvil mirando a ese espeluznante hombre que se hacía llamar mi hermano. Luego él escuchó unos sonidos afuera y se bajó de mi cuerpo, me miró por última vez y salió de la habitación.

Y aunque, le había visto cerrar la puerta a sus espaldas, seguía estando en la misma posición sobre la cama, estando boca abajo con la bata del hospital un poco más arriba de mis muslos, el cabello alborotado y los ojos humedecidos. No podía mover ni un solo de mis músculos, y fue entonces que me dí cuenta que estaba temblando. Estaba temblando violentamente. Porque Norman me asustaba.

Me asustaba muchísimo.



Jueves, 26 de Abril de 2018.



Habían pasado tres semanas aproximadamente desde que estuve internado en el hospital por estar gravemente mal en muchas condiciones físicas. Fueron las tres semanas más largas de toda mi vida, pero disfrutables de alguna manera. Las visitas eran de una hora por día y por eso casi nunca tenía que ver a mis padres; ademas, de que mis amigos solían venir incluidos en esa visita. Era más cómodo así, porque no quería quedarme a solas con ellos. Ni mucho menos con Norman. Él siempre había venido a las visitas, porque había regresado a casa.

—¿Cody? Es tu turno de tirar los dados. —la angelical voz de la pulga me sacó de mis pensamientos, y al regresar a la realidad me dí cuenta que me había quedado divagando en mi cabeza mientras que estábamos sentados en mi cama de hospital, jugando al ludo que había traído el pequeño de casa.

—Ah, sí. —musité, tomé los dados y los eché al tablero. Luego moví mis piezas casi sin emoción, y mis amigos no hicieron más que mirarme atentamente. Ellos habían estado bastante atentos a mí desde que mis padres soltaron aquella mentira sobre mi supuesta enfermedad, pero no habíamos tenido tiempo a solas para que yo pudiera contarles la verdad. Mis padres siempre estaban sentados en las sillas frente a mi cama, mirándonos hablar por una hora hasta que era momento de irse.

—¿Estás bien, Cody? No has estado muy animado durante estos últimos días... —me preguntó la morena, casi incómoda.

—Sí, no se preocupen. —les respondí con un tono claro a los dos, mirándolos con una ligera sonrisa—. Es sólo que... —recordé que ésta noche me darían de alta, y tendría que regresar a casa... con mis padres.

Y con Norman.

—¿Es solo que, qué? —cuestionó Jayden delicadamente, mirándome desde su asiento como si fuera menor que él.

—Nada, estoy divagando. —me reí.

—Siempre divagas. —murmuró Malia, moviendo sus piezas en el tablero.

—Pero sé que estarás bien, Cody. —Jayden habló de nuevo, sonriéndome.

—Sí, estaré bien, chicos.

Continuamos jugando en silencio, al menos así fue por mi parte. Desde que todo se había estado yendo a la mierda no tenía ganas de nada, era como si una parte de mí estuviera muerta. Y por las noches me encogía bajo las sabanas para llorar por lo que Carol me había dicho por llamada.

No podía dejar de pensar en que fue mi culpa lo que pasó con Scott.

Era mi culpa.

Mi culpa.

Mi maldita culpa.

—¿Cody? —el menor me sacó de mis pensamientos, nuevamente—. Es tu turno de nuevo, vamos.

—Ah, sí.

Tomé el dado de nuevo y lo eché desinteresado al tablero, mirando como el menor en ese momento sacaba su móvil y se texteaba por mensajes de Whatsapp con alguien. No me desconcertó eso, sino que tuviera una sonrisa bastante tonta mientras que lo hacía. Creo que también estaba sonrojado, y por eso le pregunté:

—¿Con quién hablas, pulga?

—¿Eh? —él se dio cuenta que yo miraba hacia su móvil, y se lo guardó de golpe en el bolsillo con manos temblorosas, exclamando—: ¡Con nadie!

—Pero si parecía que casi suspirabas de amor. —Malia rodó los ojos.

—No seas idiota. —Jayden bufó, sonrojado—. No era nada importante.

—Estás rojo como tomate. —señalé, serio—. Creo que sí era alguien importante.

—E-Era solo mi mamá preguntándome si anoche me había dado mi baño contra los piojos. —tartamudeó rascándose la nuca.

—¿Te das baños contra piojos? —Malia preguntó, soportando la risa.

—Mi madre es un poco sobre protectora conmigo. —el pequeño jugueteó con sus dedos, mirando al tablero.

—¿Un poco? —la morena arqueó una ceja—, si cuando fui a tu casa me pidió mi tarjeta de vacunas y las de los piojos, porque por alguna razón tenía miedo de que fuese a dejar algún virus en su casa.

—¿Qué tiene tu mamá en contra de los piojos? —dije, y el enano soltó un chillido de vergüenza y aceptó:

—¡Está bien! No era mi mamá.

—¿Entonces quién era, pulga?

—¿No es claro, Cody? —la morena interfirió, con una expresión divertida—. No es más que su novio.

—¿Novio? —enarqué una ceja—. Pulga, ¿estás viéndote con alguien? —le pregunté, interesado por la respuesta.

—¿Te refieres a en tono romántico, a un especialista médico, o si estoy teniendo alucinaciones? —él respondió apresuradamente, tirando el dado con sudor en el rostro.

—Cody, con él debemos ser más directos, está un poco pendejo el Jayden. —Malia rodeó a la pulga con un brazo, y le preguntó sin escrúpulos—: ¿Jayden estás follando con Caleb Raeken?

—Sí, ahora volvamos al juego, por favor. —él casi chilló, y no hizo más que concentrarse en el tablero del ludo.

—Espera, ¿tú y Sherk están saliendo? —repetí sin creérmelo, y él soltó más fuerte:

—¡Dije que volvamos al juego!



***



Me encontraba sentado en los asientos traseros del coche de las personas que se hacían llamar mis padres. Y desde que el auto había arrancado rumbo a casa, no había echo más que un sepulcral silencio. Yo no tenía pensado en dirigirles la palabra de nuevo, y ni siquiera les miraba a la cara.

Porque para mí, ellos estaban muertos.

No les había hablado ni siquiera cuando me preguntaron si me sentía mejor, o cuando me preguntaron si podría cargar por mi cuenta mi mochila; donde había guardado mi cepillo de dientes y algunas cosas para distraerme en el hospital. Además de tener mis libretas donde realizaba mis tareas del colegio, porque sí, había estado al día aunque no hubiera asistido estas últimas tres semanas.

Cuando salimos del hospital una fuerte tormenta nos recibió en el exterior, así que ahora me encontraba mirándola caer desde el interior del coche en movimiento. Las voluptuosas gotas de agua se deslizaban suavemente, conforme iban bajando por la ventana a mi lado. No podía dejar de verlas, pues se me hacía interesante y había logrado distraerme en todo el camino a la casa. Hasta que de pronto, la realidad me golpeó cuando el coche se detuvo abruptamente frente a la edificación grisácea de nuestra fea casa de ciudad. Pude sentir como me costó respirar de nuevo, y que las figuras de mis padres volviéndose hacia mí hicieron que apartara la mirada de la tormenta de afuera.

—¿Cómo te sientes, Cody? Fueron unas largas semanas en el hospital. —mi padre intentó hablar, pero yo lo interrumpí al colocarme la capucha del suéter, tomar la manecilla de la puerta y salir de golpe antes de que pudieran decirme algo más. Los dos se quedaron desconcertados, mientras que yo me eché a correr hacia la entrada de la casa debajo la lluvia que se azotó sobre mi cuerpo, empapándome.

La entrada se encontraba como a menos de diez metros, así que no tardé mucho corriendo en la acera, sintiendo como las gélidas gotas de lluvia me caían sobre la ropa, al mismo tiempo que los charcos iban mojando mis zapatos conforme avanzaba. Hasta que llegué a la puerta y giré la perilla, entrando de golpe y quitándome la capucha de mi suéter rojo con la mirada hacia el frente.

Entonces no pude evitar mirar con ojos abiertísimos hacia todos lados, buscando a ese hombre que se hacía llamar mi hermano con la mirada. Miré por las escaleras, por el pasillo y hacia la sala de estar. Pero no lo vi por ningún lado, y por eso decidí subir corriendo las escaleras para sólo encerrarme en mi cuarto y fingir que no seguía viviendo bajo el mismo techo que ésta familia.

Por eso me aferré a mi mochila y comencé a subir de dos en dos los escalones, ahogando un grito cuando de pronto la figura de Norman apareció estorbando en el medio de las escaleras, a unos metros frente a mí. Él estaba usando una de mis camisetas y mis pantalones de chándal. Nos miramos enseguida, y sentí una presión en el pecho cuando me sonrió, extendiendo sus brazos con dulzura.

—Bienvenido a casa, hermanito. —me habló como si esperase que lo abrazara, y cuando notó mi indiferencia dijo—: ¿Qué ya no hay abrazos para tu hermano mayor? Oh vamos, no te hagas el duro.

«Púdrete», quise responderle, pero me quedé inmóvil cuando escuché a mis padres entrando, ellos entonces se dirigieron hacia Norman.

—¿Ya está todo listo? —le preguntó mi padre extrañamente, sonriendo con timidez. A lo que mi asqueroso hermano me tomó del brazo, y me obligó a descender los escalones que había subido mientras que mis padres caminaban hacia la cocina y nosotros les seguíamos. Intenté soltarme de su agarre, pero él me sostenía de la muñeca muy fuerte.

—Cody, has pasado por tanto con nosotros que hemos decidido... —papá comenzó a hablar de nuevo al tiempo que entrabamos a la cocina, y yo me encontraba con la habitación cubierta de globos y un banquete en la encimera en honor a mí. Me quedé desconcertado en el marco de la entrada.

—¡Hemos decidido hacerte una buena bienvenida! —continuó mi madre, lanzando a los aires unos confetis que sacó de los gabinetes. Mientras que Norman me soltaba para comenzar a darme aplausos con papá.

—¡Bienvenido a casa, hijo mío! —exclamó papá.

—¡Sabes que te amamos, Cody! —sonrió mamá.

—¡Siempre serás mi querido hermanito menor! —soltó Norman.

De pronto sus aplausos y sus cínicas voces comenzaron a meterse en mi cabeza de una manera horrorosa. De tal manera, que acabé apoyándome con ambas manos del marco de entrada para no derrumbarme. Porque no podía creer cuan descarados estaban siendo cada uno de ellos.

—¡Oh, Cody! ¿Aun estás mal? —mamá quiso acercarse a mí, pero yo levanté una mano para que no lo hiciera.

—Está conmovido por la sorpresa. —Norman entrelazó sus dedos, sin dejar de sonreír en ningún momento.

—¿Cody? —papá dio un paso hacia mí, y yo le miré con ojos extremadamente abiertos—. ¿Qué sucede?

Entonces los aplausos se detuvieron y cuando la habitación estuvo más callada, me giré primero hacia mi madre, y con el tono más despreciable que pudiera darle le hablé con un marcado odio:

—Jódete. —luego me giré a papá y repetí—: Jódete. —terminando con la mirada puesta en Norman para decirle—: Y tú también jódete. —una sonrisa se dibujó en mis labios, y mirando a los tres grité fuertemente—: ¡SIMPLEMENTE JÓDANSE!

La sonrisa en sus rostros se desformó, y papá quiso arreglarlo todo al acercarse a mí sosteniendo un pastel de piña que tomó de la encimera.

—¿Por qué te comportas así? Mira lo que compre para ti, hijo, tu pastel favorito... —él dio unos pasos hacia mí, sonriendo con culpa.

—¿Mi pastel favorito? —me reí en su cara, apunto de llorar—. Vaya que tú y mamá sí que me han prestado atención. —dije con sarcasmo—. ¡Ése ha dejado de ser mi pastel favorito desde los ocho! ¡Odio la piña!

—¿Qué? Pero si antes te gustaba. —mamá habló, mirando hacia otro lado con vergüenza.

—¡Y eso fue hace años! —le grité con los ojos humedecidos, y entonces me dí cuenta que papá continuó caminando hacia mí, para detenerse a mi lado y extenderme el pastel con una sonrisa, diciendo:

—Lamentamos que ya no te guste la piña..., pero queremos ofrecerte este pastel como ofrenda de paz.

—¿"Ofrenda de paz"? —lo miré de pies a cabeza, indiferente.

—Tu madre y yo hemos estado de acuerdo en que no hemos sido una familia muy unida, cuando somos Gilbert's y posiblemente nuestros ancestros deben de estar mirándonos desde el cielo con decepción. ¿Qué le estamos haciendo a ésta grandiosa familia? No podemos hacernos esto.

—¿"Grandiosa familia"? —repetí lentamente con una falsa sonrisa, y mi papá sonrió con mayor comodidad al pensar que ya lo estaba pensando mejor, y en que aceptaría su ofrenda de paz. Pero no pude hacer más que sacar el pecho, y gritar fuertemente—: ¡LA FAMILIA GILBERT PUEDE IRSE A LA MIERDA! —entonces con rabia tiré al suelo el pastel que papá me extendía, y enloquecido por la cólera del momento me acerqué de golpe hacia la encimera para lanzar todos los platos al suelo, gritando, llorando y chillando—: ¡JÓDANSE! ¡VÁYANSE A LA MIERDA! ¡CADA UNO DE USTEDES, MALDITOS HIPÓCRITAS!

Lancé al suelo cada uno de los platos de comida con violencia; los platos se hicieron añicos al aterrizar, y estaba tan cegado por mis sentimientos que hasta tomé unos en mis manos y los estrellé contra la pared, gritando y llorando. Sin embargo, mi papá me tomó del brazo y me giró hacia él, con los ojos llenos de lágrimas, desconcertado.

—¿Qué estás haciendo, Cody? Basta, por favor... —me pidió, sin soltarme—. Estás asustando a tu familia. —sollozó, y entonces miré a sus espaldas encontrándome con que Norman estaba llorando descontroladamente mientras que mamá lo abrazaba, y me miraba como si fuera un psicópata.

Qué escenita la de ése par.

—¿Asustando a mi familia? —sonreí falsamente, y me recosté de la encimera sin dejar de llorar en silencio—. ¿Saben qué? —la voz se me volvió más indiferente, al tiempo que dejaba de llorar—. Desde los siete años no tengo familia. —solté de golpe, enterrando las uñas en la encimera—. ¡Desde mis siete malditos años no tengo familia! —repetí en un grito, y mi mamá interfirió, gritándome:

—¡¿Pero cuál es tu maldito problema con nosotros?! ¡Tu padre y yo te hemos dado todos los privilegios desde que eras pequeño y tú...!

—¡¿Todos los privilegios?! —le interrumpí, descontrolado—. ¡¿En serio piensan que ustedes fueron buenos padres?! —ensombrecido miré a mi padre, y luego a mi madre, y viceversa, diciendo—: Guau. Ustedes fueron tan buenos padres que no dudaron en dejarme solo al cuidado de un adolescente cuando yo tenía siete años. ¡Sólo siete putos años, maldita sea! ¡Siete!

—¿De qué diablos estás hablando? —mamá espetó, sin entender. Por eso me relamí los labios, y finalmente confesé:

—Lo que quiero decir; es que por culpa de ustedes Kai Parker me violó.

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