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Capítulo 17: Yo nunca podré olvidar.

Kai.


Lo tenía en mis brazos.

Después de un largo tiempo tenía al pequeño en mis brazos.

Había pasado tanto que había olvidado que no pesaba demasiado, pues cuando lo levanté del suelo fue como levantar a una almohada. Por su parte, él se acurrucó en mi pecho como un niño desconsolado. Podía sentir lo helado que estaba, y el ligero temblor en su cuerpo estrecho al mío. Me pregunté si todavía estaba aterrado por lo ocurrido hace unos segundos con ésos bastardos, y apreté la mandíbula con la mirada al frente, caminando hacia mi Nissan deportivo que había aparcado frente a la acera.

Con cada paso que daba hacia mi coche me maldecía a mí mismo, y tenía una sensación de ira por no haber llegado antes a la escena. Era una especie de culpabilidad. La sentía recorriendome de una manera lenta el cuerpo. Además, pude sentir como mis músculos se contrajeron, y como tuve ganas de echarme para atrás y de buscar a ésos cuatro hombres para matarlos; dispararles a cada uno hasta que se me vaciara el cargador, y viera a sus cuerpos caer contra el pavimento por las balas.

Muertos.

Los quería muertos.

Entonces tuve una sensación extraña en el pecho, y sentí que la rabia en mi interior estaba a punto de hacer erupción. No podía creer lo que ésos malditos hijos de puta estuvieron a punto de hacerle a Gilbert... «¡No, Kai! ¡No lo hagas, no lo pienses!», detuve mis pensamientos de golpe y me obligué a no pensar en nada de éso.

Apreté los parpados. Sin embargo, fue una de las peores decisiones que llegué a tomar en ese momento cuando en mi mente pasaron los recuerdos de ésa noche en breves flashes. Esa maldita noche que nunca había podido sacarme de la cabeza. Esa maldita noche que me recordaba todo el mal que causé una vez.

Esa maldita noche en la que empezó todo.

Me quedé paralizado. Y abrí los ojos enseguida cuando vi en la oscuridad la figura de un niño pequeño tendido de piernas abiertas en una enorme cama, suplicando entre sollozos que un adolescente no abusara de él.

Tragué en seco con la mirada perdida, y sentí que estaba cayendo en una oscuridad. Era un lugar que me hacía pensar en todas las cosas malas que había hecho en mi vida. Y no pude moverme. Dejé de respirar, y mis músculos se tensaron aún más cuando de pronto una ligera voz me habló de entre la penumbra:

—Tengo miedo, Kai...

Escuché la cantarina voz de Gilbert llamándome desde la realidad. Y cuando regresé en mí noté que ya había depositado su cuerpecito dentro del coche, pero en lugar de subir al asiento a su lado, yo estaba con el cuerpo rígido y con la cabeza en dirección hacia la boca del túnel. Mirando a la oscuridad con ojos abiertísimos, esperando ver la silueta de alguno de ésos bastardos para ir detrás de ellos.

Pronto noté cuan fuerte estaba crispando mis puños, y lo quebrado que estaba el tono del pequeño Gilbert. Entonces me giré y lo miré, tratando de controlar mi rabia. Él estaba encogido en el sillón, mirándome con ojos llorosos y abrazando su cuerpo por el frío que comenzó a pegar. Lucía como un ángel envuelto en ese uniforme blanco estudiantil, y tenía el cabello alborotado.

De un instante a otro el cielo se nubló por unos nubarrones negros y unas gotas anunciaron el inicio de una lluvia que cayó sobre nosotros. La primera gota me golpeó en la base de la cabeza, y cuando miré hacia arriba pude sentir las demás cayendo en mi rostro.

—Tengo... tengo miedo, Kai... —escuché de nuevo, casi en un hilo—. No... No vayas tras ellos. —susurró lloroso, y entonces reaccioné finalmente cuando él me tomó del brazo con necesidad.

Nos miramos a los ojos. Y había una indescriptible vulnerabilidad en esos orbes color whisky que me miraban.

—No puedo... No puedo dejarlos ir. —mi voz sonó áspera por el odio y sed de sangre—. Yo... si tan sólo hubiera llegado antes.

—No me dejes ahora, Kai... —sollozó, y yo me quedé mudo cuando de pronto él se inclinó de golpe y estrechó su cuerpo contra el mío, abrazando mis caderas como pudo. Escondiendo su cabeza en mi abdomen.

Me quedé abrumado frente suyo, sintiendo como el pequeño estaba abrazándome como nunca antes lo había hecho. Un dolor punzante me picó el corazón, y sin saber sí era correcto o no, acerqué mi mano hasta reposarla en su cabeza. No pude pronunciar palabra alguna, y sólo acaricié su cabello castaño en silencio sintiendo como la lluvia se hacía más fuerte y la brisa me desacomodaba el traje que llevaba.

Duramos así un corto momento, pero llegó a ser suficiente como para hacerme sentir ésas inhóspitas sensaciones que había sentido hacia él en el pueblo. Pude sentir como el ritmo de mi corazón se aceleró, pero tuve que hacer algo al respecto cuando me percaté de que nos estábamos mojando por la lluvia y que él estaba temblando más. Así que me quité el saco cuando nos separamos y se lo puse sobre los hombros.

—No quiero que pesques un resfriado. —hablé casi con sequedad, pero mirándolo lo más suave que pude hacerlo.

Él desvió la mirada de mi rostro, y se encogió como un pequeño niño en el asiento. Le miré agachar la cabeza y esperar de alguna manera a que me subiera a su lado. Y éso hice enseguida que cerré la puerta y rodeé el coche antes de subirme al piloto. Ninguno de los dos volvió a decir algo. Tomé el volante con ambas manos, retrocediendo lentamente para dar un volantazo y pisar el acelerador por las calles de la ciudad.

—Ponte el cinturón. —le pedí al mirar de soslayo que estaba simplemente encogido como antes.

No me miró, parecía tímido. Era una faceta nueva que me estaba mostrando y que no sabía que Cody Gilbert tenía.

Pero el castaño obedeció, abrochándose el cinturón de seguridad y saltando ligeramente por el sonido que esto hizo. Aquel sonido hizo que se estremeciera un poco, y entendí que seguía espantado por lo que pasó, pues no le importó que yo estuviera manejando a toda marcha por las calles, ni que hiciera caso omiso de todas las señales de tráfico. Sólo quería alejarme lo más rápido que podía de ése jodido puente, o podría regresar y matar a ese cabrones.

—¿Estás bien...? —le pregunté al cabo de un rato, al darme cuenta de que se había quedado con la mirada perdida en su regazo—. Mierda, pero qué digo. —espeté, apretando el volante—. Lo siento, Gilbert... —dije con un tono casi ahogado, para luego quedarme en silencio.

—Gracias. —de pronto escuché, bajito—. Si... sino hubieras aparecido, yo no sé qué habría... —un temblor se apoderó de su voz, y él volvió a llorar en silencio—. Tuve mucho miedo..., yo tuve... —repitió, cubriendose la cara con ambas manos.

Me mordí el interior de la mejilla y continué desplazándome entre los edificios, en dirección hacia donde sabía que estaba el vecindario de la casa de los Gilbert. Lo conocía por las otras veces en las que estuve estacionado afuera de la casa, esperando el momento indicado para... «No, Kai, no pienses en éso ahora», escuché de nuevo a mi subconsciente y meneé la cabeza. No sabía cómo le explicaría a Gilbert que había estado siguiendo a su familia todo éste tiempo.

Para proceder con mi jodida venganza

—¿Cómo fue...? —Cody murmuró, mirándome—. ¿Cómo fue que me encontraste...? ¿Me estabas siguiendo, Kai?

Tragué en seco. Podía sentir su mirada sobre mí, y que él esperaba una respuesta. No que lo evadiera ahora.

—Sí. —acepté, distante.

Gilbert se quedó en silencio, como si asimilara mis palabras.

—¿Desde cuándo lo haces?

—Desde que llegué a la ciudad.

—¿Hace cuánto llegaste...?

—Hace más de un mes. —confesé, y hubo un prolongado silencio en el coche por parte de los dos. Continué manejando por el camino que perfectamente me conocía rumbo a su hogar, y por alguna razón sentí que la tensión en ese momento era casi visible en el auto.

—¿Kai? —él preguntó entre dientes.

—¿Si?

—¿Vas a matarme?

Su pregunta me tomó por sorpresa y tuve que apretar la mandíbula para mantener el control en ese instante. Una capa de sudor me cubrió la frente, y cerré los parpados por un segundo para no pensar en ésa voz con sed de venganza que estaba en mi cabeza. No quería pensar en nada ahora. No podía hacerlo.

—Hazlo. —su tono sonó más tembloroso, y escuché como estaba llorando más fuerte a mi lado—. Sé que me odias por lo que le pasó a Jessica... —hizo una pausa en la que sentí como el corazón se me encogía al recordar el cadáver de mi madre. Mi cuerpo volvió a tensarse, y aceleré todavía más por la carretera—. Lamento..., lamento lo que le ocurrió. Realmente no sabía lo que mis padres le hicieron, y por eso entiendo que quieras vengarte de nosotros. —sonrió débilmente, sin dejar de llorar—. Por eso quiero que lo hagas, mátame si eso quieres. Mátame, Kai.

De alguna manera había olvidado cómo respirar, y pude sentir cómo mi cuerpo se tensaba hasta tal punto en que parecía congelado. Me había congelado en mi asiento, con los ojos abiertísimos mirando hacia el frente, acelerando todavía más. Mientras que las palabras de Cody resonaban en mi cabeza al igual que sus lamentos: «Mátame, Kai.», un nudo se me formó en la garganta. Y cerré los parpados, conduciendo a ciegas.

«Mátame, Kai.»

«Mátame, Kai»

Aceleré más.

«Mátame, Kai.»

Dejó de importarme cuan rápido estaba conduciendo con los ojos cerrados, y sentí el nudo de dolor subiendo por mi garganta. El cuerpo de mi madre se mostró en mis recuerdos, y volví a sentir la terrible sensación que tuve cuando me enteré que los Gilbert la habían asesinado.

Ellos mataron a mi madre.

—¡Mátame, Kai! ¡Sólo mátame! —escuché un fuerte llanto de Cody, mismo que me hizo volver a la realidad y al darme cuenta de la velocidad en la que íbamos, estando a punto de matarnos en la calle, frené rústicamente, agradeciendo que ambos teníamos el cinturón de seguridad puesto. El sonido que se escuchó cuando detuve el coche fue tan espantoso, que los dos nos estremecimos en nuestros asientos, jadeando. Con las miradas inmóviles hacia el frente, notando que habíamos acabado al otro extremo de la ciudad, cerca del barrio chino.

Segundos después sentí como mi cuerpo se descongelaba lentamente, y me dejaba llevar por una rabia que me hizo girarme hacia el adolescente, y gritarle con el tono más fuerte que pude hacerlo:

—¡¿Qué carajos estás diciendo, Cody Gilbert?! —mi rabia explotó, y apreté el volante en una sola mano mirando como él se encogía, llorando.

—¡Sólo te digo que me mates! —acabó respondiendo, acercando su rostro al mío como para demostrar que era éso lo que deseaba—. ¡Mátame, mátame, mátame! ¡Sólo mátame ahora, Kai! ¡Hazlo! —él no dejó de chillar violentamente, cerrando sus parpados al darse cuenta de lo ensombrecido que estuvo mi rostro por la rabia cuando me acerqué más a él, gritándole con ferocidad:

—¡No voy a matarte, maldita sea!

Los dos nos sacudimos en nuestros asientos por la tensión del momento, creo que habíamos dejado de respirar. Mi cuerpo estaba en dirección al suyo, y él esta temblado mientras que sus lágrimas se intensificaban y no se hozaba a mirarme. Pronto estuvo apretando sus parpados y enterrando la punta de las uñas en el asiento, asustado.

—¿Por qué... no vas a matarme? —lloró con debilidad.

—Ya basta... —le pedí con un tono fuerte, pero melancólico—. Ya detente, Gilbert.

—Pero tú me odias. —él me interrumpió, dolido—. Sólo... Sólo mátame.

—No lo haré, mierda.

—Hazlo.

—Basta.

—Es lo que quieres... —él continuó. Y entonces yo no pude seguir conteniendome y sin titubear lo tomé de la cara con ambas manos, para luego acercar mi rostro hacia el suyo y darle un profundo beso como quise hacerlo desde el primer momento. Devoré sus labios con necesidad queriendo dejar mi marca en los suyos. Porque finalmente nuestros labios se acoplaron, y nos estábamos besando.

Él se estremeció entre un jadeo a lo que yo aproveché para meter mi lengua dentro de su boca para recorrer su cavidad bucal. Gilbert no pareció responder por la sorpresa. Pero mi incredulidad fue grande cuando le vi trepándose a mi regazo con necesidad y siguiéndome el beso. Nuestras lenguas se encontraron para entrelazarse entre sí, y el pequeño se ubicó en mi regazo para sentarse ahí, y tomarme del pelo para así profundizar el beso. Nos comimos las bocas como nunca antes.

Gruñendo suavemente decidí tomar de nuevo el control, apretando sus caderas con mis manos en un intento de dejarle unas marcas. Él gimió en mi boca al mismo tiempo que arqueaba la espalda, y frotaba su erección contra la mía. El pequeño comenzó a gemir por el roce que teníamos, y luego se pegó más a mi cuerpo sin apartarse de mi boca, sentándose en mi polla durisíma.

—¿Qué estamos haciendo? —jadeé roncamente, separándome de su boca y dejándome controlar cuando él hizo girar mi cabeza a un lado, tomándome fuerte del pelo. Para así tener acceso a mi cuello y comenzar a pasar su húmeda y caliente lengua por mi piel, haciendo un camino mojado.

—No lo sé... —él respondió, acelerado—, pero lo quiero, Kai. —susurró ese final de frase, y entonces volvimos a besarnos con necesidad. Mordíamos, chupábamos y lamíamos nuestras bocas.

El pequeño no hacía más que frotarse contra mi pelvis, mientras que yo ahueque mis manos en su trasero, apretándolo fuerte. Mierda. Su culo era tan redondo como lo recordaba, y eso no hizo más que ponerme durisímo. Mi polla estaba a reventar, y el pantalón me estaba incomodando ahora.

—¿Realmente lo quieres? —mi voz sonó extremadamente ronca por lo cachondo que me encontraba.

—Realmente lo quiero. —él gimió con el rostro más excitado que jamás hubiera visto, y luego se apartó para abrirme la camisa de un tirón, rompiéndome los botones y mostrando mi pecho desnudo—. Quiero ésto, Kai.

Un ligero jadeo de cachondees se escapó de mis labios al sentir mi torso desnudo, y miré como el pequeño me admiraba con un brillo lujurioso en sus ojos. Mordía sus labios mientras lo hacía, y entonces levantó la mirada para pasarme los dedos por la barba, diciendo con una sonrisa tímida:

—Me gusta ésto..., aunque pica un poco. —rió, y luego presionó sus labios en los míos, dándome un corto beso.

Luego se apartó y se quedó mirando de nuevo mi pecho, que se encontraba velludo y más marcado que antes. Sus manos tocaron mi pecho suavemente, antes de que él pegara su cuerpo contra el mío, nuestros labios chocaron juntos con brusquedad. Apretando su culo con mis manos, dejé que Gilbert tuviera el control del beso por un momento antes de lanzar un gruñido y tomar posesión de su boca.

Gilbert tembló en mis brazos cuando forcé mi lengua más allá de sus labios, saboreando su dulce sabor. Sus dedos se clavaron en mis hombros mientras se movía contra mi cuerpo, intentando frotar su erección contra la mía, provocando una fricción que nos hacía jadear y respirar pesadamente.

Apreté una de mis manos en sus caderas, inmovilizándolo, para comenzar a quitarle la ropa con la otra mano. Primero comencé con la chaqueta del colegio, luego desabotoné botón por botón y acabé echando la camisa blanca al suelo; finalmente había expuesto su torso de adolescente pecoso. Nos miramos con rostros encendidos, y yo agradecí que mi coche tuviera ventanas oscuras y que había aparcado en una calle desolada del barrio chino.

Entonces moví mi mano a su entrepierna, y apreté ligeramente su erección masturbandolo por encima del pantalón. Cody se estremeció con la cara colorada, y dejó que moviera su polla hacia arriba y abajo.

—De... Detente. —gimoteó, apretando mis hombros.

—¿Qué dijiste? —pregunté con voz ronca, acelerando más el movimiento de mi mano y viendo lo cachondo que lo estaba poniendo.

—No... No es justo que sólo tú me tortures. —gimió, y luego se apartó de mí para comenzar a descender entre mis piernas abiertas—. Es mi turno de torturarte. —dijo con esa expresión de zorra en su cara que me hacía cachondear, al tiempo que se colocaba de rodillas entre mis piernas, como un buen chico.

—Quiero chuparlo, Kai. —dijo mirándome directamente a los ojos, mordiéndose el labio—. ¿Puedo?

—Puedes, pequeño.

Entonces él bajó la mirada desabrochándome el pantalón, y yo tuve que levantarme para que él lo bajase hasta mis rodillas y pudiera ver lo que estaba escondido ahí. Sonrió al ver la tienda en mi bóxer gris, y yo me dí cuenta tanto como él de la mancha de humedad que traspasaba la tela del bóxer.

—Soy todo tuyo, pequeño... Haz lo que quieras. —le hablé en un tono ronco y pervertido, sonriendo.

Cody asintió con esa jodida mirada, y comenzó acariciando nuevamente mis pechos duros y firmes, marcados por el ejercicio. Miró mis pezones grandes, y pellizcó uno para luego ver con lujuria la maraña de pelos en mis axilas. Se relamió los labios, y sus manos fueron descendiendo hasta llegar al borde de mi bóxer, no sin antes fijarse en como mi eje duro como un tronco, se guiaba hacia la derecha. Bajó mi bóxer despacio, haciendo que mi polla circuncidada se liberase, extendiéndose a unas ocho pulgadas y apuntando un poco más arriba de mi ombligo. La punta estaba caliente y húmeda, y en el falo recorrían sus venas y más abajo estaban mis bolas, mismas que el pequeño miró con ojos abiertísimos y casi babeando.

—¿Qué pasa, pequeño? —me eché a reír por su cara.

—Ha pasado tanto que había olvidado que tienes una enorme polla... —respondió, sonrojado—, y mira ésas bolas. —musitó, relamiéndose el labio—. Son grandes..., y peludas. —susurró ese final de frase al ver que no me había afeitado, y que tenía un poco de vello púbico.

—Lo siento, no sabía que haríamos esto... —dije al ver que no apartó la mirada del vello que se extendía hasta mis bolas.

—No. —Cody me interrumpió, sonrojándose más—. Me gustas así... Fuerte —miró los músculos de mi torso—..., y peludo. —miró el vello de mi polla a punto de babear.

—Chúpalo entonces. —le ordené.

Él se mordió el labio, y luego se inclinó para besarme en la boca. Nos besamos por varios segundos, yo dominé el beso saboreando la textura y el sabor de la carne de su lengua cuando se encontró con la mía y nos besamos apasionadamente.

Nos besamos una vez más; fue un beso largo, húmedo y lleno de lengua, saliva y jadeos. Después él miró hacia abajo y mi polla apuntaba por encima de su ombligo, una gota de pre-semen colgaba de la punta.

—Sí, está a reventar. —sonreí.

—Y quiero hacerme cargo de eso, pero antes... —titubeó, sin mirarme la cara.

—¿Qué pasa?

—¿Puedo...? —murmuró, mirando mis hombros.

—¿Ah?

—¿Puedo lamer...? —se sonrojó, y apartó la mirada de ahí.

—Sólo dilo.

—¿Puedo lamer tus...?

—¿Axilas? —cuestioné elevando una ceja, al darme cuenta a dónde miraba—. ¿Desde cuándo te gustan las axilas?

—Ha pasado mucho tiempo, y he visto demasiada porno. —respondió con timidez, sonrojado.

Y en ese momento yo me despojé de la camisa abierta, echándola a un lado y levantando uno de mis brazos marcados por el ejercico, enseñando de esa manera mi mata de pelos en la axila.

—Ven, pequeño.

Él titubeó al principio, pero lentamente sin apartar sus ojos de los míos fue subiendo hasta mi axila mirándome como para evaluar mi reacción. Sonreí lascivamente, y el pequeño se trepó a mi regazo antes de sentarse, moviendo mi polla contra mi abdomen para no hacerme daño, y para acabar acercando su rostro a mis pelos. El sonrojo se expandió por toda su cara, y me hizo cosquillas cuando de pronto se pegó de golpe ahí con mayor confianza, dando enormes respiros y lamiendo desesperadamente la axila. Comencé a gemir, mientras que Cody me comía la axila y movía su lengua de un lado a otro, succionando cada gota de sudor que había en ellas y comiéndosela.

Mi polla se hinchó tanto que me estaba comenzando a incomodar mucho, y por eso lo sujeté de la cara y lo aparté de mi axila. Él estaba todo colorado, y dejó que lo moviese hacia abajo de nuevo; sin embargo, me sorprendió lo sucio que estaba siendo cuando se arrodilló y me miró como una zorra sedienta, abriendo la boca y sacando la lengua.

—¿Eh? —ladeé la cabeza—. ¿Qué quieres?

—Que me escupas... —susurró sin apartar sus ojos de los míos, abriendo de nuevo la boca y esperando a que lo hiciera.

Jodida mierda.

Me sentí tan cachondo en ese momento que lo miré con oscuridad, tomándolo del cuello un poco fuerte pero sin hacerle daño. Luego me incliné y le escupí directo en la boca, él tragó satisfecho pero yo le volví a escupir en la cara sin aviso, el pequeño jadeo, pero se quedó colorado cuando le dí una suave bofetada.

—Estás... muy cachondo. —señaló mirando hacia mi entrepierna, y cuando miré hacia su dirección noté cuan mojado estaba de presemen, el cual chorreaba abundantemente como si fuera semen por mi polla.

—Maldita sea. Sólo chúpalo de una vez. —gruñí.

Y finalmente, él obedeció. Tomó mi gorda polla con su mano, y abrió su boca antes de engullirlo hasta la mitad haciendo que soltara un gemido ronco. Después comenzó a estimularme, dándome lamidas y succiones que me hacían enloquecer. Podía sentir lo caliente que estaba su boquita y cada que palpitaba mi polla dentro. Cody envolvió mi rosado glande con su boquita, y su lengua comenzó a jugar con él, arrebatándome un par de gemidos que correspondió mimando mis peludas bolas. De esa manera siguió por unos minutos, propinándome en la punta acelerados y placenteros lengüetazos. Hasta que decidió repartir sus besos a lo largo del falo y después concentrarse en los testículos.

Él con paciencia me ensalivó las bolas para luego metérselas a la boca y rasgarlas con sus dientes. La manera a la vez suave y ruda en que sus dientes me acariciaban la sensible piel del escroto me enloqueció y lo obligué a regresar a mi ansiosa polla. Y en cuanto sentí su aliento soplar sobre la punta, le empujé la cabeza para que esta vez se la comiera entera, hasta que su nariz se hundiera en mi peludo pubis. Poco a poco degustando a consciencia cada parte, el pequeño Gilbert fue alojando mi endurecida polla en su boca lo mejor que pudo. Observé cómo lentamente mi instrumento se fue perdiendo entre sus labios hasta que percibí el calor de su garganta arroparme el glande y sacarme así un fuerte gemido. ¡Joder, Cody sí que sabe cómo mamar una polla!

—Chúpamela así. —dije arrastrando las palabras—. Chúpame la polla... si. Lo quiero así... mmmm... ¡Joder! La chupas increíble. —no podía dejar de gemir con voz ronca.

Manteniéndola toda dentro, la punta llegándole hasta el cuello y él sin respirar, con su lengua recorrió el tronco sin parar y cada vez más deprisa. El placer que me estaba proporcionando era tan grande que yo no dejaba de expulsar lubricante que él tragaba sin chistar. Cuando de pronto un hormigueo me comenzó a subir desde las bolas, anunciando que estaba pronto a eyacular. Por eso lo aparté de mi polla para no acabar pronto, y él quiso volver a tomarla en su boca como si fuera un perro en busca de su hueso o un niño detrás de su chupón. Sin embargo, yo no quería eyacular antes de haberlo podido follar como quería hacerlo, y por eso lo tomé del pelo fuerte y lo inmovilicé de esa manera, él me rogó con la mirada que le dejase acabar con su trabajo. Pero yo volví a besarlo con necesidad, y lo subí a mis piernas para comenzar a quitarle en pantalón.

En ningún momento habíamos dejado de comernos las bocas, hasta que yo lo aparté para morderle y chuparle sus clavículas cubiertas de lunares. Él no hacía más que curvarse en busca de más contacto provocando que mis mordidas fueran más fuertes y que mis manos descendieran hasta su culo cubierto nada más por el bóxer. Hasta que eché rápidamente el asiento hacia atrás y lo deposité ahí con las piernas abiertas. Los dos estábamos jadeando como nunca, pero él me estaba mirando extraño; sin embargo, me sentía tan cachondo que no dudé en arrancarle sus calzoncillos ganándome un gemido de su parte. Al igual que no dudé en meterme entre sus piernas y hacer que nuestras pollas se rozaran, la suya era mucho más pequeña que la mía.

—Te voy a follar duro, Gilbert. —dije al tiempo que me inclinaba hacia su cuerpo delgado, y lo tomaba del mentón fuerte.

—Kai... —musitó, sin poder mirarme.

—¿Kai? —lo miré con oscuridad presionando el agarre en su mentón, sin dejar de mirarlo con indiferencia para demostrarle quién mandaba—. Llámame «señor», porque soy tu señor ahora. —le ordené, y él tembló un poco bajo de mí, susurrando:

—Ka... Kai.

—¿Cómo te he dicho que me llames, hijo de puta? —le pregunté fuerte, subiendo mi mano hasta tomarlo bruscamente del cabello.

Entonces le miré tan pequeño en ese momento, que sentí que quería hacérselo aquí y ahora, por eso le dí la vuelta bruscamente para que me enseñara sus nalgas. Y joder, que seguían pequeñas y gorditas.

Me relamí el labio y le dí un fuerte azote con la palma abierta.

Cody se estremeció.

—¿Cómo te he dicho que me llames?

Él arqueó su espalda y su cuerpo bocabajo tembló, pude ver los lunares esparcidos por la piel de su espalda y que corrían hacia su redondo trasero lampiño. Los dedos de mi mano quedaron marcados en su pálida piel.

—Ka... Kai. —apenas logré escuchar, sumisamente.

—¿Ah? —gruñí, y entonces volví a darle otro azote más fuerte que el anterior, y que resonó en el coche—. Te he ordenado algo, cabrón.

—Sí, señor... —jadeó, obediente.

—Perfecto, así me gustan los chicos... —le dije repasandole la espalda con mi dedo indice—. Buenos y sumisos... ¿Te gustaría que te follara? —ronroneé cayendo sobre su cuerpo para tomarlo fuerte del pelo y lamerle el cuello.

Moví mi lengua en su cuello lentamente e iba dejando succiones, pero él había dejado de gemir. Noté que estaba jadeando y que no se movía demasiado, cosa que me provocó rabia al ver que seguro no estaba siendo lo suficientemente bueno para él, y por eso me incorporé de nuevo y acomodé mi polla bruscamente entre sus glúteos.

—Te voy a reventar el culo. —sentencié con un tono fuerte.

—Ka... Kai. —soltó cuando sintió la punta de mi pene rozar su agujerito, arqueando la espalda pero no de una manera sexy.

—Vaya que estás siendo un niño malcriado..., creo que necesitaras una lección. ¿No te parece?



Cody.



Me encontraba bajo el enorme cuerpo de la persona con la que jamás esperé volver a verme en ésta situación. Estábamos a punto de tener sexo..., pero una extraña sensación me recorrió el cuerpo cuando me dí cuenta de la oscuridad que había en la forma en que Kai Parker me veía; misma que me recordó a lo que había sucedido esa horrible noche en mi infancia. Y por eso no hice más que quedarme pasmado. Incluso, mi erección se había desvanecido y mi cuerpo estaba temblando un poco. «No pienses en eso, Cody, no te atrevas», intenté hablarme pero me asusté cuando él volvió a pegarme fuerte en el trasero, y yo me estremecí.

—Eres un chico tan jodidamente malcriado que te voy a follar tan fuerte que estarás rogándome porque me detenga. —él me habló sin pizca de empatía alguna, y de pronto me sujetó fuerte de las caderas para ponerme en cuatro, temblé.

—Ka... Kai. —hablé de nuevo, enterrando la punta de las uñas en el asiento—. Yo... Yo... Kai.

—¿Pero qué te he dicho, hijo de puta?

Entonces me pegó aun más fuerte que antes en las nalgas, provocando que mi cuerpo cayera sobre el asiento y que me costara respirar. Pronto me dí cuenta de lo aterrado que estaba.

¿Por qué todo había cambiado de un momento a otro...?

—K-Kai, por favor. —tartamudeé por el miedo, hundiendo mi cabeza en el asiento. No tenía el valor para verle a la cara.

Estaba asustado.

Y a él no pareció importarle el tono de mi voz porque sentí que estaba presionando más su pene entre mis nalgas, queriendo forzar la entrada. Dejé de respirar en ese instante y los ojos se me humedecieron cuando recordé lo que había pasado hace casi diez años, y que hace un momento atrás, unos hombres también quisieron abusar de mí. Los recuerdos me dejaron congelado, y rompí a llorar en silencio.

—¿No te gusta lo que hago, pequeño malcriado? —le escuché preguntarme con voz entrecortada, porque al parecer él lo estaba disfrutando, sin darse cuenta de que no me sentía preparado.

—Kai, por favor... —sollocé, y entonces él escuchó mi tono de voz dándome la vuelta en ese momento para mirarme a la cara. Miró mis lágrimas con incredulidad y se quedó pasmado frente mío.

—¿Pero qué...? —su rostro se había congelado tanto como su cuerpo, mirándome sin saber qué había hecho mal.

—No quiero hacer esto. —solté finalmente, sentándome y cubriéndome mi pene con una mano.

—Yo... Yo no te entiendo, Cody. —Kai se quedó consternado, alejándose de mí para sentarse a mi lado, desnudo.

Me miró por el segundo más largo de mi vida, y yo recogí mi bóxer para ponérmelo, diciendo por lo bajo:

—No puedo hacer esto... —confesé tanto para él como para mí, recogiendo el resto de mi ropa mientras que él se quedaba inmóvil en su lugar.

—Pero... Pero si la estábamos pasando bien. —señaló rápidamente, queriendo aliviar la situación—. ¿Qué pasa?

—No puedo tener sexo ahora. —respondí abotonandome la camisa, sin mirarlo—. No puedo hacerlo.

—Está... Está bien. —él asintió con pesadez, pasándose una mano por su cabellera rojiza—. ¿Pero sí sabes que me besaste también?

—Tú lo hiciste, Kai.

—¿Y a ti no te gustó? —cuestionó con un tono más distante—. ¿No te gustó que volviéramos a besarnos? Porque joder, me acabas de hacer sexo oral.

—Todo esto estuvo mal, yo no sé, mierda. —hablé apresuradamente, abrochándome los pantalones con lágrimas en los ojos.

—Cody, pero... —él intentó solucionar las cosas al tiempo que buscó tocarme, pero yo acabé gritándole en un llanto:

—¡No puedo hacerlo con mi violador!

Lo había gritado tanto para él como para mí, porque esa era la verdad. Nos habíamos besado, y me había gustado. Me salvó ésta noche, y se lo tenía agradecido. Pero no podía tener sexo con él... no estaba listo para olvidar todo lo que pasó. No podía sacarme lo de hace nueve años de la cabeza. Por eso recogí mis cosas, y abrí la puerta del coche para irme aunque sea sin zapatos. Me eché la mochila a los hombros, pero antes de cerrar la puerta él me tomó del brazo fuerte.

—¿A dónde crees que vas? —me preguntó con un tono tembloroso, y cuando me giré hacia él nuestras miradas se encontraron y habían lágrimas en sus ojos. No podía creerlo, él estaba a punto de llorar—. No puedes... No puedes hacernos ésto de nuevo, Cody.

—¿De qué hablas...? —susurré, estupefacto.

—¿Qué estás haciendo conmigo? —dijo, y una lágrima solitaria cayó por su mejilla—. Yo no puedo hacerlo, Cody.

—¿Qué no puedes?

—Superarte. —confesó por fin, y volví a ver como el hombre más intimidante que jamás hubiera visto se desmoronada frente a mí, rogándome con esa expresión que me quedara a su lado.

—Kai.

—Cody.

Entonces volvimos a encontrarnos en la misma situación de hace cinco meses, en la que nos despedimos. En la que decidí que no volvería a pasar nada entre los dos y que la etapa con él estaría quemada. Pero ahí estábamos mirándonos las lágrimas, y esperando a que el otro hiciera algo que calmase la situación. Pero pronto lo entendí..., esto no podría funcionar por ahora.

No podía fingir que él no me violó cuando tenía siete años.

—Lo siento, Kai. —sollocé, y me deshice de su agarre en mi brazo.

—Si te atreves a irte, juro que no volveré a ir detrás de ti como un perro faldero, Cody Gilbert. —habló con un tono tan hostil que me heló la piel, pero al ver esas lágrimas cayendo por sus mejillas pude saber que estaba inmensamente dolido—. Yo sólo quería que estuviéramos bien..., quería intentar hacer las cosas bien para los dos. No quería que lo que pasó en Lawndale definiera nuestra relación... —el tono de su voz comenzó a temblar, y él me miró directo a los ojos al decirme—: Si te vas será el fin para los dos.

Me quedé congelado frente suyo, y entonces sentí que el corazón se me encogió y que no pude dejar de llorar cuando le contesté:

—Yo no quiero que me odies..., pero no puedo hacer esto. —lloré, y luego me eché a correr entre las solitarias calles del barrio chino, cruzando hacia el otro lado para perderme entre un callejón. Corriendo sin mirar hacia atrás, sólo movía mis piernas lo más rápido que podía para alejarme del coche de ese pelirrojo. Para alejarme de todos mis recuerdos de Lawndale. Para alejarme de los sentimientos que alguna vez tuve hacia Kai Parker.

Porque él me había violado.

Y yo no podía enamorarme de él.

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