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Desnudo de la cintura para abajo, con esas caderas provocando mi pelvis y esos suspiros que soltaba mientras me comía su cuello.
—¿Te estas mojando?
—¡Ah! Mmmg.
Coloqué la punta de mi pene en su entrada y la lubriqué con el presemen; saqué mi miembro e introduje uno de mis dedos. Él se retorcía y clavaba sus uñas en la tierra. Su traje estaba hecho un desastre y su cabello tenía algunas hojas que flotaban sobre el cuero cabelludo.
Iba a tomarlo todo; su culo solo sería el inicio. El segundo dedo atravesó su dulce sin problema, pero el tercero, no fue muy agradable para él, sin embargo, gemía sin control mientras era perforado por los tres. Toqué su próstata un número adecuado de veces y retiré mis dedos para reemplazarlos por mi necesitada verga. Desde atrás podía ver como su magnífico pene se balanceaba entre los muslos; una vista magnífica.
—¿Me lo darás? ¿Me darás tu culo?
—¿Lo quiere...
—Sí, con un demonio que lo quiero.
Inclinó su espalda y apoyó su pecho más cerca del suelo. Tomé mi verga y la clavé centímetro a centímetro en su interior. Estoy aturdido por los acontecimientos anteriores, pero no he perdido el deseo por ese cuerpo. El acepta mi miembro y suspira pesadamente con cada estocada. Tomo mi celular y saco algunas fotos, las usaré más adelante. Sostengo con fuerza sus caderas y lo penetro con intensidad. Él grita y se retuerce debajo de mí, alrededor de mi carne.
Me separo y él viene por mí. Se su be a mí regazo y busca con su orificio mi pene. Está tan desesperado que no nota que he comenzado a grabar la escena; puede ver desde la pantalla de mi celular todo lo que estamos haciendo. Sus gritos y gemidos quedará inmortalizados. De un golpe logra incrustarse pero suelta un grito de dolor y sus ojos se queja conmigo.
—Es tu primera vez... ¿Cómo esperas que no duela?
—Rico...
—¿Quieres que sea rico? —Le doy un golpe en su interior.
—¡Ah!
No lo dejo bajar; tomo uno de sus pezones y comienzo a chuparlos, el sostiene mi cabeza y aprieta. Puedo sentir cómo sus paredes se cierran sobre mí.
—Eres mi putita hermosa.
—¡Ah!
—Te enseñaré tantas cosas. —Él sonrió y siguió autopenetrandose.
Los minutos pasaron y tuve que dejarlo recostado sobre una silla forrada con telas de colores horribles. Apenas tenía dieciocho años cuando lo tomé por primera vez; su rostro era risueño y angelical, como si no hubiera tenido sexo conmigo en el patio trasero.
Regresé hasta mi auto y le escribí a mí prima, que había abandonado apenas lo vi. Ella estaba molesta, pero me perdonó porque me había obligado a ir, según, era como un doble festejo, su fiesta de graduación de la secundaria y mi titularización universitaria. En verdad, fue una dulce celebración.
Soñé con esos ojos, esa voz y ese cuerpo durante mucho tiempo. Unos cuatro años pasaron desde entonces, y lo vi, su hermosa imagen en uno de los carteles más deslumbrante de la calle. Sonreía para todos los que veían y sostenía una caja de... ¿perfume? Estaba precioso; no había cambiado nada.
Cuando llegué a mí oficina busqué información sobre él y moví con lentitud la diadema que colgaba de mi collar. Al fin lo había encontrado.
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