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I


En Liones, se encontraba una hermosa mujer de cabellos albinos esperando a que los invitados llegasen para poder celebrar el matrimonio de Margaret, su hermana mayor. Aquella boda emocionaba bastante a la joven princesa porque al menos en un mundo lleno de caos, desgracia, muerte y tristeza al menos tendrían una bella ceremonia y un bello romance que a su madre le gustaría ver prosperar.

La chica se sentó en una de las sillas esperando la llegada de Margaret con el hermoso vestido, mientras esperaba no se dio cuenta que en la entrada del lugar se encontraba Mael, amigo de infancia y compañero de armas. Aquel chico no podía evitar sentirse atraído por aquella chica, ¿quién no lo estaría?, Elizabeth es hermosa, valiente, inteligente y a pesar de que no tiene alas para Mael ella era perfecta y no dudaría ni un minuto en dar su vida para salvarla. Aquel chico se sento alado de la chica cosa que ella no tomó desapercibida.

- Hola su majestad —dijo el chico con tono gracioso.

- ¿Cuando te volviste tan respetuoso? —pregunto la chica sonriendo.

- Siempre lo soy Elizabeth —dijo el chico sonriendo, a lo que la joven respondió con esa misma sonrisa y que él en secreto amaba.

- Estoy emocionada por la boda, pero aún así tengo tanto miedo y desesperación yo en verdad esperaba este día pero aún así no puedo dejar de pensar que alguna persona este herida y yo no pueda ayudarla —dijo la chica con un tono de voz desesperado.

- Todo saldrá bien Eli, una vez acabada la celebración volveremos a la guerra, yo estoy confiado de que algún día todo esto acabara y la felicidad abundara por las calles de nuestro reino —dijo el chico tratando de animar a la joven princesa.

- Eso espero, el Rey Demonio pagará por todo lo que ha hecho, por haber asesinado a nuestra líder la deidad suprema y por toda esa sangre que por su culpa se ha derramado —dijo la chica con cierto odio en su voz, porque aunque aquella preciosa princesa era una de las mujeres más puras a pesar de ello, ella realmente odiaba al Reino Demoníaco por haber robado una de las cosas que más amaba: su gente y por asesinar a sangre fría a cualquier persona sin importar la raza que fuera, pero sobre todo odiaba al hijo mayor del Rey Demonio, Meliodas, un demonio sanguinario y con un corazón cruel al cual no le importaba asesinar a sangre fría a cualquiera que se interpusiera en su camino, odiaba la forma en la que había matado a su gente frente a sus ojos, odiaba la sonrisa de gozo que tenía al hacerlo, algún día todo ese reino pagaría y ella estaría en primera plana para observarlo.

El tiempo paso, la plática de ambos chicos era divertida, ambos se adoraban por un lado Elizabeth sentía una gran admiración y respeto hacia él pero lo que más abundaba en su corazón cada que lo veía era amor, amor de hermanos, para ella Mael era eso, un hermano, alguien con el podría confiar y jamás sentirse sola, ella en verdad lo amaba, era el mismo amor que le tenía a sus hermanas no había duda alguna... Sin embargo para Mael ese amor era diferente, él la amaba como mujer no como amiga, no como hermana, él no dudaría en lanzarse a la muerte si fuera por ella, sin embargo tenía miedo de decirle sus verdaderos sentimientos no quería perder su bella amistad que desde niños se formó además no quería distraerla en media guerra. Había pasado una hora y media cuando los invitados comenzaron a llegar, todos con una sonrisa pues la princesa mayor se casaría con el príncipe de Camelot Gilthunder. 

No era una mentira que los hermanos Pendragon era increíbles, caballerosos, valientes y que Margaret se casara con el príncipe traería beneficios a ambos reinos. Al poco rato el príncipe llegó, colocandose en el altar y pocos minutos el rey Baltra entraba tomando de la mano a su hija Margaret, ella se veía hermosa, su vestido era tan compatible con ella además de que la hermosa sonrisa formada en sus labios hacía que se viera aún más linda. Al llegar al altar la joven le susurró a su padre algo que llevaba en su corazón.

- Gracias, porque a pesar de estar en tiempos de guerra, tu me apoyaste con todo  —susurró aquella chica con un nudo en su garganta.

- No hay nada que agradecer, hija, sabes que haría todo por verlas feliz —dijo Baltra sosteniendo delicadamente la mejilla de su amada hija, la dejo ahí en el altar y la ceremonia siguió. Él confiaba en Gilthunder para proteger a su hija además él haría todo para que no le sucediera nada, pues él sabía exactamente como se sentía perder a su amada pues él aún siente la pérdida de su amada, la gran conocida como Deidad Suprema, ambos se enamoraron profundamente, a pesar de que en un inicio el emparejamiento fue toda una sorpresa y que muchos del reino estaban en rotunda negación pues ella siendo una Diosa realmente poderosa y él siendo un simple humano ¿cómo podrían gobernar? a pesar de ello su amor nunca se destruyó. Pero una vez que ambos gobernaron el reino con justicia y amor su población no podía estar más feliz de que ellos gobernaran pero... El Rey Demonio asesino a la Diosa haciendo que el balance que se llevaba a cabo se cayera un poco. Todos esos pensamientos llenaban de rabia a Baltra y a pesar de haberse vuelto a casar, él vengaría a su amada.

Elizabeth miraba a su hermana con ternura, con felicidad pues ella algún día anhelaba que el amor de su vida llegará aunque sabía perfectamente que en este momento no era lo mejor pues en lo único que ella pensaba era en detener la guerra. La ceremonia terminó y dieron comienzo a la celebración, el pueblo tenía un momento de alegría, uno pequeño pero al menos esa noche podrían celebrar sin miedo alguno. 

A la fiesta llegaron Diane, Eleine y Merlín grandes amigas de Elizabeth y poderosas doncellas del reino Celestial.

- Perdón por haber llegado hasta ahora —decía Merlín.

- Oh tranquila hermanita, me alegra saber que llegaron bien de la misión —decía Elizabeth.

- Fue horrible, no sabes como odio al Reino Demoníaco, algún día pagarán por todo aquello que nos hicieron —dijo la chica de coletas.

- Seamos pacientes  —dijo Elizabeth dando un susurro.

- En todo caso, ¿Cómo vas con Mael? —preguntó Eleine con una sonrisa juguetona.

- ¿Mael?, supongo que bien, aunque no entiendo muy bien de lo que hablas —dijo la albina con cierto desconcierto en su voz.

- Vamos, no te hagas la tonta, todas sabemos que te gusta —dijo Diane con una sonrisa.

- ¿¡Qué!?, no, claro que no, él y yo somos como hermanos, yo en verdad no siento ese amor que ustedes dicen, ambos somos hermanos —dijo la chica tan segura de sus palabras que no había duda alguna ahora de sus amigas, ella no sentía nada por Mael. 

- Maldición, harian una linda pareja —dijo Diane un poco decepcionada.

- No lo creo, en todo caso, no tengo tiempo para ello, primero debemos terminar la guerra —dijo Eli con un tono seguro y decidido.

- Hermanita tiene razón, debemos preocuparnos en nuestro siguiente ataque porque por como vemos esto el Reino Demoníaco tendrá su siguiente jugada muy pronto —dijo Merlín con los brazos cruzados.

Sin saber muy bien, Merlín había acertado con su comentario, pues del bando enemigo el Rey Belfegor se encontraba en la sala de estrategias con sus dos hijos Zeldris y Meliodas hablando de los detalles de su siguiente ataque. 

- Todo debe ser pan comido para ustedes, ¿cierto? —dijo el Rey Demonio.

- Por supuesto padre —dijo Zeldris viendo los mapas.

- El ataque a Camelot sera un exito como todos los ataque que hemos hecho padre o ¿dudas de nosotros? —pregunto Meliodas con su voz seria y una ceja alzada viendo fijamente a su padre, lo cual hizo que el Rey riera por la pregunta de su hijo.

- Hijo mio, es broma, no dudo de ustedes, haganlo lo más rapido posible ahora que el rey y el príncipe no están en el reino —dijo el hombre, mirando a sus hijos con cierto orgullo — Bueno, basta de perder el tiempo, hagan lo que les acabo de decir esta noche, es una orden.

Ambos chicos asintieron y salieron de la habitación sin embargo mientras que Zeldris se dirigía al almacén de las armas Meliodas iba a su dormitorio. 

- Hey, idiota, es por aquí —dijo Zeldris mirando a su hermano.

- Estoy muy seguro que mi habitación es por este lado —dijo el chico rubio con un tono burlón en su voz.

- Meliodas debemos ir a Camelot, padre nos lo ordenó —dijo el chico mirando seriamente a su hermano.

- Iremos mañana —dijo el chico sin prestar mucha importancia.

- Para mañana ya estarán el rey Arthur y el príncipe Gilthunder —dijo el chico comenzando a perder la paciencia.

- Bueno, si vamos ahora no será divertido —dijo el rubio con una sonrisa maliciosa en su rostro y  su hermano entendió todo, Meliodas siempre había sido así y esta vez no sería la excepción. 

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