Capitulo 9
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Angelo dio un paso hacia mí, sus ojos recorriéndome de arriba abajo con ese aire frío e impenetrable. Pero esta vez, había algo diferente: un destello casi imperceptible de sarcasmo en su voz cuando habló.
-Vaya, parece que llegué en un mal momento -dijo, ignorando completamente mi pregunta, mientras se paseaba por la habitación con calma. Se dejó caer en una de las sillas, como si estuviera en su propio hogar. Me miró de nuevo, lento, calculador, antes de clavar sus ojos en los míos-. ¿Qué hacías en el hospital hoy?
El corazón me dio un vuelco. ¿Cómo sabía eso? Traté de ocultar mi sorpresa, pero no fui lo suficientemente rápida.
-¿Me... me estabas siguiendo? -pregunté, mi voz apenas un susurro. Algo dentro de mí me decía que ya conocía la respuesta, pero tenía que escucharlo de sus labios.Angelo soltó una pequeña risa, seca, sin emoción.
-Seguirte a ti -repitió con un tono burlón, sus ojos brillando con una diversión oscura-. No, Alessandra. No tengo tiempo para eso. Solamente te he observado. Y créeme, he visto suficiente -Se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos en las rodillas, sin apartar la mirada de mí.
-Yo ya sé todo lo que necesito saber sobre ti. No solo yo... Matteo también -Sentí un frío recorriéndome la columna. Era como si me hubieran quitado el suelo bajo los pies. Intenté reunir el valor para decir algo, para preguntarle qué es lo que sabía exactamente, pero las palabras se quedaban atoradas en mi garganta.
-Así que... -prosiguió, su tono bajo y controlado, pero lleno de amenaza-, antes de que pienses en mentirme, pregúntate si realmente vale la pena. Porque al final, siempre termino sabiendo todo.
-Así que... ya sabes todo -murmuré, aunque apenas lograba controlar el temblor en mi voz.Angelo sonrió, una sonrisa apenas perceptible, pero lo suficientemente fría como para helar la habitación.
-Sí, Alessandra. Tutto. Sé absolutamente todo. Tú y Matteo... -su mirada se endureció mientras sus palabras tomaban un tono más gélido-. Al final logré que me lo contara.
Angelo se acercó aún más, sus ojos fríos clavados en los míos. No necesitaba levantar la voz para hacerme sentir pequeña, atrapada en ese espacio reducido. Su presencia lo llenaba todo, y su proximidad me robaba el aire.
-Así que... -dijo, su tono cargado de provocación-. Pensabas que podías esconderme esto. Que podías esconderte tú de mí. Interessante -Su mirada descendió lentamente por mi cuerpo, haciéndome sentir vulnerable de una manera que nunca había experimentado. Mi corazón latía con fuerza, y aunque quería apartarme, me quedé clavada en el sitio, atrapada entre el miedo y algo más oscuro que no quería reconocer.
Angelo dio un paso más, hasta que su cuerpo estuvo lo suficientemente cerca como para sentir su calor. Su aliento rozó mi oído cuando habló, tan bajo que casi no podía escuchar las palabras.
-¿Te asusta lo que podría hacerte? -susurró, con una mezcla de desafío y placer en su voz. Su tono me estremecía, y no pude evitar sentir un escalofrío recorriéndome la espalda-. No necesitas decirlo. Lo veo en tus ojos.
Sus palabras parecían un juego peligroso, como si estuviera midiendo cada una para observar mi reacción. Me estaba provocando, desafiando los límites de mi resistencia, y aunque el miedo me mantenía en alerta, había una parte de mí que no podía negar la atracción. Una parte de mí que odiaba que sus palabras despertaran algo más.
-¿Sabes qué es lo interesante? -continuó, inclinándose aún más cerca, su aliento rozando mi cuello-. Que aunque intentas mostrarte fuerte, puedo ver lo que realmente sientes. No te gusta admitirlo, pero te gusta cuando me acerco así. Non è vero?
Mi respiración se volvió errática, y él lo notó. Angelo no necesitaba que lo confirmara con palabras; el efecto que tenía sobre mí estaba claro en cada temblor de mi cuerpo.
-No es miedo lo que te detiene -murmuró con una sonrisa apenas perceptible, su boca rozando la piel de mi oído-. Es algo más -Antes de que pudiera reaccionar, Angelo se alejó un paso, su mirada todavía fija en mí, pero con la seguridad de alguien que ya conocía el desenlace de este juego.
-No me conoces -repliqué con un tono bajo, obligándome a mirarlo a los ojos
Angelo alzó una ceja, entretenido, como si mis palabras solo fueran una confirmación de lo que ya sabía.
-¿No? -Su voz fría rozó el aire entre nosotros, y se giró con lentitud, dispuesto a marcharse - Se nota que no me conoces Alessandra.
Y sin esperar respuesta, se fue, el eco de sus pasos resonando en el silencio de la habitación, dejándome con la sensación de que, de alguna forma, él ya había ganado.
Me quedé sola, el sonido de la puerta cerrándose detrás de Angelo aún resonaba en mis oídos. Su mirada fría seguía grabada en mi mente, como si, incluso en su ausencia, no pudiera escapar de su control. Era imposible no pensar en él, en su forma de conocerme tan bien, demasiado bien. Pero no podía permitirme vacilar.
Esto no era solo sobre Angelo. Matteo también estaba ahí, siempre presente en cada una de mis decisiones, en cada paso que daba. Había sido su trato lo que me había llevado hasta aquí, y aunque todo me consumía por dentro, no me arrepentía. Lo hice por Alice Su operación había sido lo único que importaba entonces, y por eso tomé la decisión que tomé.
Respiré hondo, recordándome a mí misma por qué lo había hecho. Todo había sido por ella, por su vida, no por mí, y menos por ellos. Angelo y Matteo podían jugar con el poder, con su frialdad, pero nunca entenderían lo que era hacer un sacrificio como este.
Apreté los puños y respiré profundo. No había lugar para el arrepentimiento.Me dejé caer en la cama, sintiendo el frío de las sábanas contra mi piel. Mi respiración era irregular, aún marcada por la tensión del encuentro con Angelo. Se nota que no me conoces, pensé, repitiendo sus palabras en mi cabeza. No entendía nada de lo que me movía, de lo que había sacrificado.
Me giré hacia un lado, y fue entonces cuando noté la toalla aún envuelta en mi cuerpo, húmeda y áspera. Ni siquiera me había dado cuenta de que no me había cambiado, demasiado atrapada en la maraña de pensamientos y emociones. Me senté en el borde de la cama y solté la toalla, dejándola caer al suelo sin cuidado, como si deshacerme de ella fuera un pequeño alivio en medio de todo lo demás.
El aire fresco de la habitación acarició mi piel, y me cubrí con las sábanas. Esto fue por Alice , me recordé a mí misma, como una verdad sólida en medio de la confusión. Angelo y Matteo podían manipular el mundo a su antojo, pero nunca entenderían por qué tomé esa decisión. Ni siquiera importaba lo que pensaran. Lo que hice fue por una vida, una vida que dependía de mí, y nada cambiaría eso.
Cerré los ojos, tratando de forzar a mi mente a detenerse, pero las imágenes seguían viniendo. Angelo, con su presencia amenazante. Matteo, siempre tan distante, pero tan presente en cada decisión que tomaba. Me hundí más en las sábanas, deseando que el sueño llegara rápido y me alejara, aunque fuera solo por unas horas, de esta realidad.
Sabía que el día siguiente sería igual de difícil, pero por ahora, lo único que quería era un momento de silencio, un respiro en medio del caos.
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La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas, bañando la habitación en tonos dorados. Abrí los ojos lentamente, sintiendo cómo mi cuerpo, aún agotado, se resistía a moverse. Por un momento, todo parecía en calma, como si el día anterior no hubiera existido, pero la realidad volvió a mí en cuanto sentí el peso en mi pecho.
Me senté en la cama, desorientada por el sueño fragmentado y el cansancio que aún me dominaba. El reloj en la pared marcaba las primeras horas de la mañana, pero no sentía ni un ápice de descanso. Me llevé una mano a la frente, intentando despejar los pensamientos que se amontonaban de nuevo, como si no hubiera habido tregua durante la noche.
Me levanté de la cama, los pies descalzos tocando el suelo frío, y me dirigí al baño. Me miré en el espejo, mi reflejo devolviéndome una imagen cansada, con sombras bajo los ojos que no había visto en mucho tiempo. El recuerdo de la toalla envuelta en mi cuerpo la noche anterior me hizo soltar un suspiro. Me apoyé en el lavabo, dejando que el agua fría corriera sobre mis manos y luego la llevé a mi rostro, buscando despertar, encontrar claridad.
Hoy era un nuevo día, pero nada había cambiado. Matteo seguía siendo un espectro que controlaba mi vida, y Angelo... bueno, él había dejado claro que no iba a ceder.
Con esa determinación fresca en mi mente, me vestí, lista para enfrentar lo que fuera que este nuevo día trajera. Aunque sabía que el desafío apenas comenzaba.
Decidí hacer una parada rápida antes de dirigirme al hospital. Alice adoraba los croissants de la panadería en la esquina, así que compré algunos para alegrarle el día. Mientras me dirigía al hospital, sentía el peso del trabajo en mi bolso, pero hoy al menos tendría un respiro para ver a mi amiga.
Al llegar, el ambiente del hospital siempre me afectaba. La mezcla de medicamentos y el sonido de pasos apresurados. Pero al entrar a la habitación de Alice, todo eso desapareció. Ella sonrió al verme, como si mi simple presencia aliviara parte de su carga.
-Mira lo que te traje -dije, mostrando la pequeña bolsa con los croissants.
Alice me lanzó una mirada divertida, sus ojos brillando de gratitud y picardía. -Sabes cómo conquistarme, ¿eh? -bromeó mientras sacaba uno y le daba un mordisco.
Nos sentamos juntas, charlando sobre cosas triviales, intentando alejar cualquier sombra de preocupación. Fue en medio de la conversación que el doctor Rodrigo entró. Alto, con una sonrisa suave y una presencia tranquila, hizo que la habitación se sintiera menos fría.
-Buenos días -saludó, lanzando una mirada rápida a Alice antes de posar sus ojos en mí. Hubo un breve destello en su mirada, como si me estuviera observando con más atención de la necesaria. **¿O me lo estaba imaginando?**
Alice no perdió la oportunidad y me miró con una sonrisa pícara, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi mente.
-Rodrigo, ella es la responsable de que siga sonriendo cada día -dijo Alice, señalándome con la cabeza.
Rodrigo sonrió amablemente y, justo cuando iba a decir algo, mis documentos del trabajo se deslizaron de mi bolso y cayeron al suelo, dispersándose por todas partes.
-Ay, lo siento -murmuré, agachándome rápidamente para recogerlos.
En un movimiento sincronizado, Rodrigo también se agachó para ayudarme, y nuestras manos se encontraron sobre el último documento. Mis dedos rozaron los suyos, y el calor del contacto me sorprendió. **Me sonrojé, sin poder evitarlo**. Levanté la vista, y él me sonrió de una manera suave, casi encantadora.
**Es lindo**, pensé, sintiendo cómo mi rostro ardía más. Pero en cuanto esa idea cruzó por mi mente, otra la siguió rápidamente: **Pero no más que Matteo y Angelo.**
Sacudí ese pensamiento de inmediato, sintiendo un nudo en el estómago. Esto no era el momento ni el lugar para pensar en ellos, en especial cuando mi vida ya estaba lo suficientemente enredada.
Rodrigo, ajeno a mi breve lucha interna, me entregó el último documento con una sonrisa cordial.
-Cuidado con esos papeles, parecen importantes -bromeó.
-Gracias -respondí rápidamente, enderezándome y guardando todo con prisa.
Después de unos minutos más de charla, donde Alice intentaba contener su sonrisa, decidí que era hora de irme. Tenía que ir al trabajo y, más importante aún, necesitaba un respiro de todo lo que mi mente estaba tratando de procesar.
-Nos vemos pronto -me despedí de Alice, dándole un abrazo. Luego, me volví hacia Rodrigo-. Doctor, gracias por todo.
-Cuando quieras -respondió, su tono tranquilo y amable.
Salí del hospital sintiendo que el aire fresco me ayudaba a ordenar mis pensamientos, aunque la confusión sobre Angelo, Matteo, y ahora Rodrigo seguía acechando en el fondo de mi mente.
Al salir del hospital, miré rápidamente mi reloj. ¡Maldición! Ya era tarde, otra vez. Siempre me pasaba lo mismo; entre el tráfico y las visitas al hospital, el tiempo se me escurría de las manos. Sabía que Matteo no sería indulgente si llegaba tarde, pero no tenía opción. Me subí al primer taxi que vi y me dirigí hacia la empresa.
Al llegar a la oficina, me preparé mentalmente para enfrentar otro día lleno de tensión, pero en cuanto abrí la puerta, noté que algo era diferente. Todo el mundo estaba más agitado de lo normal, moviéndose rápidamente, murmurando en voz baja. El ambiente estaba cargado, como si una tormenta invisible acabara de pasar por ahí.
Pasé por mi escritorio y dejé mis cosas, pero no pude evitar fijarme en que algunas miradas furtivas se dirigían hacia mí. Me enderecé, tratando de no mostrar que me afectaba. **Algo había ocurrido, y me lo estaba perdiendo**.
Antes de que pudiera preguntar qué estaba pasando, la puerta de la oficina de Matteo se abrió con un golpe seco, y ahí estaba él, con su usual expresión fría e impenetrable, pero sus ojos reflejaban algo más. Irritación. Tal vez incluso enfado. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
-Alessandra, a mi oficina. Ahora -dijo sin preámbulos, su tono autoritario no dejando espacio a ninguna duda.
No había ninguna duda en su tono, y cuando levanté la mirada, vi su expresión fría y seria, algo que rara vez mostraba tan abiertamente. Tragué en seco y caminé hacia su despacho, consciente de que me esperaba algo grave.
Al entrar, la puerta se cerró tras de mí con un golpe seco, y ahí estaba Matteo, de pie junto a su escritorio, con los brazos cruzados. Angelo también estaba presente, apoyado despreocupadamente contra la pared, pero con sus ojos fijos en mí. La incomodidad me golpeó de inmediato.
-¿Sabes qué has hecho, verdad? -empezó Matteo sin rodeos, sus ojos clavados en los míos, como si quisiera perforar mi fachada-. Te fuiste ayer cuando te pedí que no lo hicieras. Te dije que había asuntos importantes que atender.
Asentí, recordando con exactitud la discusión de ayer. Él me había advertido que no era el mejor momento para marcharme, pero yo insistí en que debía ver a Alice en el hospital. No pensé que algo grave fuera a suceder en ese pequeño lapso de tiempo.
-Matteo, yo... tenía que irme, era importante -traté de explicarme, pero mis palabras se sentían débiles en comparación con la gravedad de su tono.
Matteo no movió un músculo, su rostro seguía siendo una máscara de hielo.
-Lo que hiciste al irte no solo te afectó a ti, Alessandra. Afectó a toda la empresa. El cliente que estabas manejando encontró errores en los documentos que se suponía debías haber revisado. Errores que llevaron a una reunión desastrosa en tu ausencia -Matteo se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el escritorio, su voz afilada-. **Este error es tu responsabilidad.**
Sentí como si el suelo se deslizara bajo mis pies. **¿Errores en los documentos?** Había revisado todo antes de salir, pero en el fondo, sabía que mi mente no estaba completamente en ello. Estaba distraída, pensando en Alice y su situación en el hospital. Y ahora, todo había salido terriblemente mal.
-Lo revisé antes de irme... -murmuré, pero ni siquiera yo creía en mis propias palabras en ese momento.
-No lo hiciste bien -interrumpió Angelo, su tono tranquilo pero cargado de reproche-. Si te hubieras quedado como te lo pidió Matteo, habrías visto esos errores. Pero no lo hiciste, y ahora el cliente está considerando romper el contrato.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una avalancha. Esto era mucho más serio de lo que había imaginado. **Mi decisión de irme no solo me había afectado a mí, sino a toda la empresa.
-Ahora tendrás que arreglar esto -continuó Matteo, su voz dura-. Tienes una reunión con ellos esta tarde. Y espero que, esta vez, no cometas más errores.
Miré a Matteo, luego a Angelo, intentando encontrar algo en sus rostros que mostrara un atisbo de comprensión. Pero lo único que encontré fue la fría realidad de que había fallado, y que tendría que enfrentar las consecuencias sola.
-Entendido -dije finalmente, sintiendo el peso de la culpa aplastándome. Sabía que había sido mi error, y ahora tenía que remediarlo, aunque no tenía ni idea de cómo.
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