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Capítulo 18

Alessandra

La impaciencia me consumía mientras me miraba en el espejo desde la cama. La rabia seguía contenida, no solo por las palabras de la supuesta novia de Matteo, sino también por todas las horas que él me dejó sola, como si no importara. Finalmente, decidí levantarme y acercarme a la ventana, pero antes de llegar, la última persona que quería ver irrumpió en mi habitación.

—No eres tan estúpida como pensé —dijo Bianca con una sonrisa burlona, recorriendo el lugar con la mirada—. Escogiste la mejor habitación.

Su intento de provocarme era inútil. No pensaba rebajarme a su nivel, así que la ignoré y me dirigí a la puerta.

—Aún no he terminado de hablar contigo —me sujetó del brazo con fuerza, obligándome a retroceder.

—¿Qué quieres? —pregunté con indiferencia, soltándome de su agarre.

—Que te vayas —dijo con una sonrisa amarga—. Aléjate de Matteo, de esta casa y de la empresa.

—Mejor lárgate tú —respondí en su mismo tono.

—Te doy la oportunidad de irte por las buenas, pero parece que no entiendes.

—No quiero discutir contigo. Al menos ten un poco de dignidad. Deja de perseguir a un hombre que no te quiere.

Me miró con furia por un momento, pero su sonrisa cínica volvió rápidamente.

—Te equivocas. Matteo y yo nos vamos a casar —dijo, acariciando su vientre con teatralidad—. Y seré la mujer que le dé su primer hijo.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté incrédula.

—Exactamente lo que escuchaste. Yo tengo la llave para entrar en su mundo, y tú no. Así que piénsalo bien. No querrás que la prensa diga que una criatura crecerá sin su padre por tu culpa ¿verdad?

Salió de la habitación con aire triunfal, dejándome atónita. Si eso era cierto, ¿por qué Matteo nunca me lo dijo? ¿Por qué me trajo aquí? Las preguntas se acumulaban sin respuestas.

Bajé a la cocina en busca de algo que calmara mi hambre y mis pensamientos. Giulia estaba allí preparando un sándwich y un vaso de leche.

—Buona sera, Giulia —la saludé.

—Buenas noches, señorita. ¿Desea algo? —me respondió con una sonrisa amable.

—Sí, un sándwich con mucho queso y un jugo de naranja, por favor.

—Claro, en cuanto termine de preparar esto para la señorita Bianca.

El solo escuchar su nombre me revolvió el estómago.

—No te preocupes, puedo hacerlo yo misma.

Giulia rió y asintió antes de marcharse con el plato. Ya sola, busqué el pan por toda la cocina, pero no encontré nada. Frustrada, decidí improvisar. Si no había pan, haría una pizza.

Saqué de la nevera mozzarella, jamón, tomates frescos y albahaca, además de una masa lista. Extendí la masa, unté salsa de tomate y añadí los ingredientes con cuidado: queso, jamón, champiñones y unas hojas de albahaca para darle un toque especial. Mientras el horno precalentaba, exprimí unas naranjas para preparar un jugo fresco.

Cuando la pizza estuvo lista, su aroma inundó la cocina. La corté en trozos y me serví un plato con un vaso de jugo. Al tomar el primer bocado, el sabor del queso derretido y el jamón me arrancaron una sonrisa. Por un momento, olvidé a Bianca, a Matteo y todo el caos que me rodeaba.

Pero como si mi mente lo hubiese llamado, lo vi entrar, desaliñado y con el ceño fruncido. Su camisa estaba parcialmente desabotonada, dejando entrever su trabajado pecho, y su cabello despeinado le daba ese aire seductor que siempre me había desarmado. Me levanté de la mesa y me dirigí hacia él.

—Matteo —lo llamé, intentando captar su atención.

Cuando me acerqué, el olor a alcohol invadió mis sentidos. No solo eso: noté algo en su cuello. Mi estómago se revolvió al identificarlo como la marca de un beso. Además, un desagradable aroma a perfume barato me confirmaba lo que sospechaba.

—Me imagino que la pasaste bien, ¿verdad? —pregunté con ironía, cruzándome de brazos.

—Siempre —respondió con indiferencia, como si no le importara mi tono.

Sin esperar más, subió las escaleras, dándome la conversación por terminada. Pero yo no estaba dispuesta a dejarlo así. Lo seguí, decidida a obtener respuestas.

—No te vas a deshacer de mí tan fácilmente —murmuré para mí misma.

Al final del pasillo, abrió la puerta de una de las habitaciones y, justo antes de que la cerrara, me colé dentro.

—¿Ahora qué quieres? —preguntó con el ceño fruncido mientras su voz destilaba irritación.

—Hablar contigo.

Se dejó caer en la cama, frotándose el rostro con las manos, frustrado. Luego, me miró fijamente, como si quisiera perforar mi alma con su mirada.

—¿Cuándo pensabas decirme que tienes un hijo y que además te vas a casar? —le espeté, mi voz cargada de reproche.

—No tengo por qué hablarte de mi vida.

—Por lo menos me hubieras advertido que ibas a traer a tu novia.

—Ella no es mi novia, Alessandra —contestó, dejando entrever su molestia.

—Claro, ¿y yo debería creerte?

—¿Celosa? —preguntó, y su expresión cambió a una sonrisa pícara que me irritó aún más.

—¿Yo? Claro que no. Si te quieres casar con ella, me da igual. Lo único que quiero es irme de aquí. No te soporto, y mucho menos a la loca que trajiste contigo.

No supe en qué momento se levantó de la cama, pero de pronto estaba frente a mí, tan cerca que mi respiración se volvió errática. Mi corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por el caos que su presencia siempre provocaba en mí.

—¿Así que no me soportas? —susurró, con una voz tan baja y grave que me encendió por dentro—. Podrás odiar mi carácter, Alessandra, pero sé que te encanta lo que te hago.

—Tal vez... —respondí, manteniendo mi voz firme, aunque con un leve tinte de provocación.

Sus dedos rozaron mi rostro con una delicadeza desconcertante, recorriendo mi piel hasta alcanzar mis labios. Sin aviso, retrocedió y se dejó caer nuevamente en la cama.

—Cuando salgas, cierra la puerta —dijo con indiferencia.

«¿De verdad su único objetivo era provocarme y dejarme con ganas?» pensé, maldiciéndome por caer en su juego una y otra vez. Me giré hacia la puerta, pero en lugar de salir, la cerré... desde dentro.

—No me voy —anuncié con una sonrisa desafiante mientras me acercaba lentamente a él.

Él arqueó una ceja, divertido, y se recostó más cómodo en la cama, colocando ambas manos detrás de su cabeza. No sabía en qué momento se había quitado la camisa, pero ahora su torso desnudo, con esos músculos perfectamente marcados, quedaba a la vista.

—Está bien. Veamos de qué eres capaz —dijo con un tono cargado de doble sentido.

«Matteo Pamphili, te arrepentirás de provocarme», pensé mientras comenzaba a deslizarme la fina tela de mi pijama, dejándome solo en bragas. No llevaba sostén, y su mirada lo dejó claro: había captado toda su atención.

Me acerqué a él y me subí encima, atrapando sus labios con los míos en un beso lleno de deseo. Matteo respondió con la misma intensidad, sus manos recorriendo mi espalda con fuerza. Bajé lentamente, dejando un rastro de besos desde su cuello hasta su abdomen, disfrutando de cada segundo de su reacción.

Llegué hasta su miembro y lo liberé. Estaba duro y listo. Lo tomé entre mis manos y, sin dudarlo, lo introduje en mi boca. Matteo echó la cabeza hacia atrás, mordiendo su labio inferior, mientras yo aumentaba el ritmo, arrancándole gemidos bajos que resonaban en toda la habitación.

De repente, sus dedos se entrelazaron con mi cabello, controlando mis movimientos.

—Me encanta verte así —murmuró con voz ronca.

Después de un rato, él se incorporó, cambiando los papeles. Me tomó en brazos y me besó con una pasión que me dejó sin aliento. En un solo movimiento, rompió mis bragas y comenzó a explorarme con sus dedos, arrancándome gemidos ahogados.

—¿Quieres que pare? —preguntó con una sonrisa burlona, aunque ambos sabíamos que la respuesta era obvia.

—No... no pares.

Matteo entró en mí sin aviso, llenándome por completo. Esta vez no era como la primera; era más intenso, más ardiente. Sus manos sujetaron las mías con fuerza, inmovilizándome mientras mantenía el control absoluto. Mi cuerpo vibraba bajo el suyo, completamente rendido a sus movimientos.

—Nadie te hará sentir como yo, Alessandra. Eso te lo aseguro.

—Yo... yo lo sé —respondí entre suspiros, perdida en la conexión entre nosotros.

Cuando pensé que había terminado, me giró con destreza, colocándome en cuatro.

—¿Qué? ¡Por detrás no! —protesté, aunque mi voz era más una súplica que una orden.

Antes de que pudiera terminar mi frase, Matteo se adentró nuevamente, arrancándome un grito ahogado. El dolor inicial dio paso a una mezcla de sensaciones tan intensas que me hicieron perderme por completo.

—¡Matteo! —grité, incapaz de contenerme, mientras él marcaba el ritmo, cada vez más profundo, más rápido, llevándome al límite.

Grité al sentir el dolor inicial, pero Matteo parecía completamente ajeno a mis quejas, concentrado únicamente en el acto. Aunque la sensación era intensa e incómoda al principio, poco a poco mi cuerpo comenzó a adaptarse. Entre la mezcla de dolor y placer, algo en mí cedió, y lo peor de todo era que no quería que se detuviera.

                            
                              ...

Me desperté al día siguiente con el cuerpo dolorido. La noche anterior había sido agotadora gracias a Matteo, y para colmo, no conseguí lo que quería. Ese idiota siempre lograba salirse con la suya.

Giré hacia un lado de la cama y vi mi celular. Lo recogí con pereza y noté que, al lado, había una nota. La abrí con desgano, ya imaginándome de quién era.

"Esta es una recompensa por saciar mis deseos. Aunque otras me lo habrían hecho mejor."

»Qué imbécil»

Estrujé el papel con rabia y lo lancé al suelo antes de levantarme con esfuerzo. Aún tenía el celular en la mano mientras caminaba hacia el baño, moviéndome con dificultad. Necesitaba una ducha para despejarme.

Cuando terminé, bajé las escaleras en busca de algo que comer; el hambre era demasiado. La mesa no estaba servida, lo que significaba que Rachel, la encargada del desayuno, aún no se había levantado. Encendí la pantalla de mi celular y confirmé que era demasiado temprano. Mi hambre simplemente había llegado antes de lo previsto. Decidí ir a la cocina para prepararme algo.

Mientras buscaba en la nevera, la calma se rompió con la aparición de Bianca, entrando con esa actitud altanera de siempre.

—Ah, qué conveniente. Me ahorro tener que despertarte —comentó como si fuera la dueña de todo—. Rachel sigue dormida, así que tendrás que hacerme el desayuno.

Tomó un vaso de cristal y se sirvió agua, como si yo estuviera ahí para servirle.

—¿Quieres que también te corte las manos para completar el trabajo? —solté, sarcástica, mientras revisaba los estantes.

—Intento ser amable contigo, pero no cooperas.

—Tranquila, no necesito tu "amabilidad".

Dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco y se acercó con una sonrisa cargada de malicia.

—La necesitarás. Te lo aseguro. —Y con eso, dio media vuelta y salió, pavoneándose.

No le di importancia. Mi hambre era más urgente que lidiar con su actitud de reina frustrada. Preparé un sándwich de queso mozzarella con vegetales, lo acompañé con un vaso de leche evaporada y corté una manzana en rodajas. Coloqué todo en la mesa y empecé a comer tranquilamente.

No llevaba ni dos bocados cuando la voz de Matteo me hizo sobresaltarme.

—Vaya, veo que te has levantado temprano. Pensé que, después de anoche, no tendrías fuerzas ni para caminar.

Me miró con esa sonrisa burlona que tanto me irritaba.

—Soy más fuerte de lo que piensas. Además, no fue tan duro. —Mordí una rodaja de manzana, fingiendo desinterés.

—Eso no fue lo que me demostraste, pero claro, tu pequeño ego no te deja aceptarlo.

—Y el tuyo te hace creer el macho alfa. —Sentí cómo sus ojos se clavaban en mí, pero me negué a devolverle la mirada.

Con su mano, levantó mi mentón, obligándome a mirarlo. Sabía perfectamente que eso me ponía nerviosa. Sus ojos me atraparon, como siempre, y por unos segundos estuvimos hipnotizados el uno por el otro. Pero, de repente, retrocedió, pasándose una mano por el cabello.

—Recoge tus cosas. Nos vamos.

Me quedé inmóvil, confundida.

—¿Me llevarás a mi casa?

Por un lado, quería irme, pero por otro tenía miedo de que eso significara que ya se había cansado de mí.

Me miró con frialdad.

—Solo haz lo que te digo.

Me levanté de la mesa, enojada y frustrada por su actitud cambiante. Primero burlón, luego intenso, y ahora frío e indiferente. ¿Se puede ser más capullo?

Antes de llegar a las escaleras, la menos indicada apareció: Bianca.

—¿Ya te cansaste de tu... secretaria, amor mío? —preguntó, pasándome por el lado con aire de superioridad antes de acercarse a Matteo.

¿En serio? En este momento tengo ganas de estrangularla.

—Recoge tus maletas también —ordenó Matteo, y Bianca abrió la boca, indignada.

—¡Matt! Soy la madre de tu hijo. ¿De verdad quieres que nuestro niño crezca...

—¡¿Por qué mierda no hacen lo que les pido?! —gritó, perdiendo la paciencia.

Bianca retrocedió unos pasos, pero no sin antes girarse hacia mí.

—¡Eres una puta! —me chilló, roja de furia, antes de correr escaleras arriba.

»No es mi culpa que tu supuesto novio no te quiera en su casa»

Entré a la habitación y di un gran suspiro. Lo único que tenía mío era el vestido rojo con que había salido la última noche. Que a apesar de eso Rodrigo fue muy bueno con nosotras en especial conmigo. Pero "mi queridísimo mi capo" tuvo la maravillosa idea de secuestrarme.

Recogí en una pequeña maleta que había en la habitación y eché algunos vestidos que me gustaron, no todos porque aunque Matteo me haya comprado todo esto, no sentía que eran míos. Pero por lo menos me llevaría unos cuantos para enseñarselos a Alice que por cierto no he sabido nada de ella y espero que esté bien.

Bajé las escaleras con la pequeña maleta en mis manos.

—Listo —anuncié.

Matteo ni siquiera me miró. Minutos después, Bianca apareció, luciendo provocativa en un vestido azul corto y labios rojos. En contraste, yo llevaba un pantalón ajustado, una blusa blanca y mi cabello recogido.

Al salir al auto, intenté tomar el asiento del copiloto, pero Bianca se me adelantó. Me tocó sentarme atrás, mordiéndome la lengua para no armar una escena.

—¿Adónde vamos, mi amor? —preguntó ella, tocándole el hombro.

—Ya lo verás —contestó Matteo, seco.

El viaje fue largo hasta que llegamos frente a una mansión. Bajaron ambos, pero Matteo me hizo una seña para que me quedara.

Desde el coche, escuché el grito furioso de Bianca.

—¡¿Por qué diablos me trajiste a mi casa?!

—Aquí es donde debes estar —respondió él, sin siquiera levantar la voz, antes de volver al auto.

Bianca intentó seguirnos, pero Matteo arrancó sin dudar.

—Ahora iremos a una reunión —dijo finalmente, mirándome por el espejo retrovisor.

—Está bien.

No tenía sentido discutir. Matteo encendió un cigarrillo y continuó manejando, mientras yo miraba por la ventana, intentando ignorar el caos de emociones que siempre provocaba en mí.

El sonido del celular rompió el incómodo silencio que reinaba en el auto. Matteo contestó la llamada sin mirarme, hablando en un idioma que no reconocí al principio. Pensé que no era importante y desvié la mirada hacia la ventana, pero al colgar, volvió a mirarme por el retrovisor, su expresión completamente seria.

—Cambio de planes —Comentó, llevándose el cigarro a los labios mientras seguía manejando.

—¿Cómo que cambio de planes? —pregunté, incrédula, incapaz de disimular mi desconcierto.

No respondió. Su silencio era su forma de decir que no daría más explicaciones. Así que me recosté en el asiento trasero, resignada, mientras trataba de adivinar a dónde demonios íbamos.







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