Capítulo 17
Matteo
Sentía cómo Alessandra gritaba maldiciones con mi nombre, y con razón. Le había puesto un juguete sexual bastante intenso, y para ser su primera vez, seguramente lo estaba odiando. Pero se lo merecía por tentar mis límites. Si no hubiera tenido esta pequeña distracción, ya la habría dejado sin fuerzas para caminar. Alessandra era una mujer deslumbrante; no solo por su hermoso rostro, sino también por sus espectaculares curvas. Solo verla en esa posición me provocaba aún más.
Al salir de la casa, subí a mi auto y me puse en marcha hacia la propiedad de Angelo, donde se realizaría la reunión. No tardé mucho en llegar, y como siempre, el lugar estaba rodeado de guardias. La seguridad era algo que no podíamos descuidar. Apenas estacioné, uno de los hombres me abrió la puerta, y allí estaban Angelo y Marco Moretti.
— Cuánto tiempo sin vernos, Matteo —dijo Marcos, extendiéndome una copa con una ligera sonrisa.
— Yo diría que años —respondí, tomando asiento y aceptando la copa.
— Bueno, pero aquí estamos —comentó, dejando su copa en la mesa— Me enteré de que Vargas ha estado haciendo negocios con los rusos. ¿Lo sabías?
— Sí, ya lo sabemos — mi expresión se endureció.
— Estuviéramos en su lugar sino fuera por...ella —intervino Angelo con una sonrisa amarga.
— ¿Una chica? ¿Cómo así? — Marco miró a Angelo, intrigado.
— Es una larga historia —respondí, cortando el tema— La verdadera pregunta es… ¿cuál es el motivo de esta reunión?
— Tienes razón. Josefina, una mujer de 40 años. Perdió a su hija cuando tenía apenas dos años — explicó Marco, acompañando sus palabras con un gesto de las manos. — Fue esposa de Vargas por varios años, hasta que su muerte fue reportada. Según los registros, fue un accidente.
— Aún no entiendo — respondí, frunciendo el ceño. — Si está muerta, ¿por qué estamos hablando de ella?
— Ese es el punto — Marco sonrió. — No está muerta. Su único objetivo ahora es vengarse de Vargas por todo el daño que le hizo.
— Entonces, ¿propones que nos unamos a ella para destruir a Vargas? — deduje, comprendiendo la intención.
— Exacto.
— Pero, ¿cómo vamos a llegar hasta ella si no tenemos su apellido? — intervino Angelo, escéptico.
— Eso será tarea tuya — respondió Marco. — Sabes que tienes el don de seducir, úsalo para atraerla a nosotros.
— ¿Quieres que me acueste con ella?
— Solo si es necesario. — Angelo soltó una sonrisa burlona y dio un trago a su bebida. — Entonces, Ethan se encargará de contactarla para acordar una reunión.
— Tienes todo calculado, hermano — comenté mientras ajustaba mi traje. Angelo, por su parte, seguía con una expresión de duda.
Marco desplegó unos planos del lugar donde organizaríamos la cita con Josefina. También tenía una foto de ella; aunque rondaba los 40, apenas se le notaba. Lo complicado era que, aunque alguna vez llevó el apellido de Vargas, ya no estaban casados y el apellido que usaba ahora no aparecía en los registros. Estábamos tan concentrados en los documentos que no notamos la presencia de Bianca.
— ¿Qué haces aquí, Bianca? — pregunté, levantándome de inmediato.
— ¿Me seguiste? — inquirió Marco, sorprendido.
— Vine porque necesito hablar contigo — contestó ella, mirándome fijamente con una sonrisa.
— Ahora estamos ocupados con unos asuntos importantes — respondí con frialdad, intensificando mi mirada.
— Lo que tengo que decirte es mucho más importante que cualquier cosa de la que estén hablando — dijo, acercándose a mí con pasos firmes y una mirada provocativa.
— No es el momento. Márchate — le ordené, sujetándola por el brazo.
— Estoy embarazada. — Me quedé inmóvil, procesando sus palabras. ¿Qué demonios estaba diciendo?
— ¿Qué? — respondimos los tres al unísono.
— ¿Ahora sí vas a hablar conmigo? — preguntó, mantenimiento su sonrisa pícara.
— Está bien. — Hice un gesto para que me siguiera a un rincón apartado. — ¿Cómo es posible que estés embarazada si siempre usamos protección?
— ¿Se te olvidó? — replicó ella, dejándome aún más desconcertado. — Esa noche en que estabas borracho, no usaste protección.
— ¡¿Y por qué no tomaste las malditas pastillas?!
—Pues, ¿qué querías que hiciera? Se me olvidaron—se excusó con desinterés, como si realmente no le importara la situación—. Pero lo que importa ahora mismo es que debemos casarnos.
Ella tomó mi brazo, y me miró de manera provocativa. En otro momento me la habría llevado a la cama sin pensarlo dos veces, pero esta situación me resultaba difícil de asimilar. Bianca se acercó más, pasando la mano por mi abdomen por encima del traje. Creía que con embarazarse de mí iba a lograr atarme, pero eso jamás sucedería.
—En mi vocabulario no existe la palabra "casamiento" —espeté, apartándola de mi lado—. Así que saca esa idea ridícula de tu cabeza.
Con un movimiento rápido la hice a un lado y me alejé, dejándola atrás. Al pasar junto a donde aún estaban sentados Marco y Angelo, ni siquiera los miré. Sentía a Bianca detrás de mí, gritándome que me detuviera, pero no le presté atención. Llegué hasta mi coche y me dirigí directamente a la casa del bosque.
¿Por qué diablos tenía que embarazarse justamente ahora? Yo no quiero un hijo, y mucho menos en esta situación desastrosa. Casarme jamás ha sido parte de mis planes. Lo único que me gusta es tener aventuras, y hasta ahora, Bianca era simplemente eso: mi compañera de juegos. Estoy seguro de que fue su madre, Briana, quien le metió esa idea en la cabeza. Pero si piensa que casarse conmigo será su recompensa, está muy equivocada.
Apenas llegué a la casa, entré furioso y me tiré en el sofá, intentando despejar mi mente. Sin embargo, Rachel apareció en mi campo de visión y se acercó, preocupada.
—Señor, la señorita Alessandra ha estado llamándolo hace rato —Mierda… se me había olvidado por completo Alessandra. Con este lío del embarazo, la dejé fuera de mis pensamientos. Seguro que debe estar como una fiera.
—Está bien, Rachel. No te preocupes —respondí mientras me dirigía a donde la había dejado encerrada.
Abrí la puerta y la encontré tiesa, como si hubiera estado en completa inmovilidad todo este tiempo. Admito que me dio un poco de gracia verla así.
—Alessandra, ¿por qué estás así? —le pregunté con voz ronca.
—¿No ves? ¡Exploté! —soltó con frustración, y no pude evitar reírme al oírla. Al parecer, se había creído todo lo que le dije antes. Su expresión se volvió iracunda al ver mi reacción—. ¿De qué diablos te ríes, Matteo Pamphili? ¿No ves lo que me hiciste? ¡Me dejaste aquí más de una hora!
—Tampoco exageres. Solo tuve unos... problemas —respondí, acercándome con una sonrisa burlona.
—¡Me importa un carajo tus problemas! ¿Sabes lo que me has hecho? ¡Me has dejado paralítica! Seguro ya estoy a punto de morir desangrada.
—¿En serio te creíste lo de que explotarías? Esas eran bolitas chinas para dar placer. Como fue tu primera vez, llegaste al límite —dije, intentando ser serio, aunque su expresión incrédula casi me hizo reír otra vez.
—¿Y cómo explicas que no puedo moverme?
—Porque estás encadenada —le respondí con calma, quitándole las esposas y el juguete para que dejara de gritarme.
Al quedar libre, se levantó de la cama con cierta dificultad. La sujeté por el brazo y la ayudé a salir de la habitación. En un momento, tropezó con sus propios pies, y antes de que cayera, la sostuve, dejando solo un corto espacio entre nosotros. Sus ojos azules me miraban con ese deseo que tanto me volvía loco. Dios, Alessandra era la mujer que todo hombre desearía.
—Vaya, vaya. Así que me cambiaste por esta, ¿verdad? —interrumpió una voz conocida. Efectivamente, era Bianca.
—Esta tiene nombre —se defendió Alessandra, como lo esperaba, mientras la rubia la miraba con desafío.
—Las cualquiera no tienen nombre —replicó Bianca, riéndose, pero antes de que Alessandra le respondiera, intercedí.
—¡Basta! Alessandra, sube a la habitación —ordené, mirándola seriamente—. Y tú, Bianca, ven conmigo.
Bianca me siguió con una sonrisa maliciosa, consciente de que su presencia buscaba provocar. Al llegar a la habitación, se sentó en la cama y me miró con esos ojos desafiantes, esperando que cayera en su juego. Pero yo estaba muy lejos de ceder.
—¿De verdad crees que esta es la forma de convencerme? —le pregunté, con tono frío, cruzándome de brazos.
—Lo que pienso —respondió ella, deslizándose sobre la cama con una expresión provocadora— es que no puedes resistirte.
Pero no aparté mi mirada, imperturbable. Sus gestos coquetos ya no me decían nada. Verla intentando seducirme en esta situación solo reforzaba lo claro que tenía que no iba a ceder ante sus juegos.
—Escúchame, Bianca. Aceptaré que te quedes aquí por un tiempo, pero algo te voy a dejar claro. No quiero que te metas con Alessandra, ¿entendido? —dije, mirándola seriamente y esperando que aceptara sin cuestionamientos.
—¿Tanto te importa esa ramera? —preguntó con una mezcla de incredulidad y el tono seductor de siempre.
—Ya te advertí. Espero que cumplas las reglas.
—¿O si no, qué? —se levantó lentamente, enrollando su cabello entre los dedos, un gesto calculado para provocarme.
—Te echaré —respondí, con un tono tan frío que la hizo callarse y esbozar una sonrisa amarga.
Sin decir más, salí de la habitación, dejándola sola. No soportaba más sus intentos de manipulación. Sabía lo que quería y, ahora más que nunca, no podía caer en su juego. La tensión acumulada me pesaba; no tener sexo me ponía de un humor sombrío, y mis opciones parecían limitarse cada vez más.
Me acerqué a la puerta de la habitación de Alessandra, con la intención de entrar, pero justo antes de tocar, me detuve. Ya había sido suficiente por hoy, aunque eso no quitaba que esas ganas insistentes continuaran atormentándome. Decidido a liberar esa tensión, pensé en el único lugar que me brindaría lo que necesitaba sin complicaciones: un club nocturno.
Tomé el teléfono y llamé a Angelo para decirle que nos encontraríamos en el club "Le principesse". Resultó que él ya estaba allí, así que salí de la casa sin perder tiempo, subí a mi coche y aceleré hacia el lugar, buscando en la noche la distracción que necesitaba.
Tras un largo trayecto, llegué a mi destino. Entré sin preocupación alguna, y al instante sentí las miradas de las chicas sobre mí. Todas hermosas, con cuerpos de infarto; algunas bailarinas, otras prostitutas. Había de todo. Como siempre, el lugar estaba lleno de hombres mayores en busca de placer, muchos casados que ya no soportaban a sus esposas. Patético.
Vi a Marco y Angelo en mi campo de visión. No esperaba que Marco también estuviese allí, pero daba igual. Ambos estaban cómodamente sentados, mientras dos chicas les bailaban sensualmente. Me acerqué, y al verme, ambos me dedicaron una sonrisa pícara.
—Ahora sí estamos completos —celebró Marco, alzando su copa en señal de brindis.
—No esperaba verte aquí. ¿No que tenías una “puta” personal? —le solté en tono burlón, provocando una sonrisa en Angelo.
—Ya me cansé de ella. Demasiado intensa —respondió Angelo, bebiendo de su copa antes de dejarla sobre la mesa—. ¡Chicas, pueden irse!
—Era de esperarse —comenté con una ligera burla, y en ese momento se nos acercó una chica de cabello oscuro, vistiendo un vestido muy corto.
—¿Qué hacen aquí tan solitos? —preguntó la chica, caminando lentamente hacia nosotros. Yo, por mi parte, sólo observaba.
—Esperando a una “diosa”. A ver, date una vueltecita —le ordenó Angelo, y la chica obedeció. Tenía buen cuerpo, pero no el que estábamos buscando—. Ya puedes irte. Adiós.
—Tampoco la eches así. Sé más educado —lo regañó Marco, fingiendo seriedad, y luego miró a la chica de nuevo—. No te ofendas, pero buscamos algo más perfecto y tú, nena... no lo eres.
—Vaya, qué clase de educación —me reí, divertido. En serio, estos dos eran increíbles. Uno peor que el otro, y yo no era la excepción. El peor de todos, así que no sé de qué hablo.
—Demasiada —me siguió Angelo, con la misma sonrisa. Pero entonces apareció otra chica, que no estaba nada mal. Esta seguro que Angelo la aprobaría.
—Date una vueltecita —dijo Angelo, bebiendo de su copa. La chica obedeció y, a decir verdad, tenía un cuerpo espectacular... aunque Alessandra es más hermosa... ¿Pero qué demonios estoy diciendo? —Perfecta.
El mujeriego de Angelo se fue con la chica a otro lado, no sin antes dedicarnos un guiño. Me quedé solo con Marco, mientras las mujeres continuaban acercándose a nosotros. Sin embargo, no encontraba a ninguna apetecible, y eso me preocupaba.
—¿Qué harás ahora que sabes que mi hermana está embarazada? —preguntó Marco, interrumpiendo mis pensamientos.
—Hacerme cargo de... mi hijo —la palabra “hijo” se me hacía difícil. ¿Realmente podría ser un buen padre?
—¿Y no crees que...?
—No me casaré con Bianca, si es eso lo que insinúas —lo interrumpí antes de que terminara la frase. Si ella quiso embarazarse de mí, es su problema.
—Ya, tampoco me lo digas así —puso cara de indignación, lo cual me causó gracia.
—¿Y cómo quieres que te lo diga?
—Veo que ninguna de mis chicas les interesa —apareció Carlota, la jefa del club, acompañada de una de sus chicas.
—No hemos visto ninguna que nos llame la atención —comentó Marco con gesto desinteresado, mientras Carlota me miraba con esos deseos que siempre había tenido hacia mí.
—Aquí tienes a mi “flor”. Toda tuya —dijo Carlota, presentándome a la chica, quien según ella era la mejor de su club.
Marco, con cara de aprobación, tomó a la chica por la cintura y se despidió de mí con una mirada antes de irse, dejándome solo con Carlota.
—¿Para mí no hay chicas? —le pregunté, frunciendo el ceño, y ella se sentó a mi lado.
—Claro que sí —puso su mano en mi pierna, mordiéndose el labio inferior—. Pero para ti siempre hay un trato especial.
—¿Ah sí? ¿Cuál?
—Yo, por ejemplo —susurró mientras se acercaba a mí y dejaba un beso cálido en mi cuello—. Mejor vamos a mi habitación.
Me levanté del sofá y ella me tomó de la mano. Entramos en una habitación cómoda y, sin más, me senté en la cama. Ella sabía cómo me gustaban las cosas, así que buscó en uno de sus cajones un preservativo. Su atuendo provocativo, un vestido negro corto que dejaba su espalda descubierta, la hacía verse muy atractiva. Carlota era sin duda una mujer hermosa, y su seducción insuperable siempre me había gustado.
—Me encanta cuando me miras así —pronunció en mi oído con voz seductora. Luego se alejó un poco y, en un movimiento rápido, se despojó del vestido, quedando solo en ropa interior.
La observaba, notando cada uno de sus movimientos. Pero algo era distinto. Ella ya no causaba en mí el deseo que solía provocarme. Esas ganas de poseerla ya no estaban. Sin embargo, ella no lo notó y continuó. Se acercó, me empujó hasta que quedé recostado, y luego se subió sobre mí, comenzando a besarme el cuello. Su boca descendió hasta mi abdomen, acercándose más abajo, y entonces, en mi mente, apareció una imagen de ella... Alessandra. Mi cuerpo comenzó a reaccionar, pero sabía que no era Carlota quien provocaba esto en mí, sino Alessandra.
—Sigue —le ordené, sintiendo cómo mi cuerpo se encendía. Carlota desabrochó los botones de mi camisa y besó mi pecho y abdomen, mientras con una mano bajaba hacia mi pantalón, tocándome—. Eso… Alessandra.
—¿Quién demonios es Alessandra? —Carlota se apartó de golpe, sorprendida al escucharme pronunciar ese nombre. En ese momento caí en la realidad: sólo estaba pensando en ella.
—Nadie importante —respondí, reincorporándome en la cama, con una mano en el rostro, frustrado.
—Nunca me has confundido con otra chica. Dime, ¿quién es esa mujer?
¿En serio? Vine aquí para relajarme y ahora ella me pide explicaciones. Estas mujeres están muy mal.
Ya cansado, me levanté de la cama y me dirigí a la puerta. No iba a soportar que me estuviera interrogando. Ya había tenido un mal día, y ahora esto. Salí del club y me dirigí nuevamente al coche.
Hoy no pude quitarme el deseo con otra mujer, y todo por culpa de Alessandra. Esa mujer es la fuente de todos mis problemas. Primero, la enemistad con los rusos, y ahora me atormenta incluso cuando estoy a punto de estar con otra mujer. Sólo falta que termine matando a alguien y, aun así, piense en ella.
...
Bueno bueno, aquí les dejo el capítulo 17 espero que os guste. No había podido actualizar antes por problemas personales y el colegio. 😻💕 Iba a publicar doble capitulo pero he decidido no torturarlos tanto😼.
Graciassss por todo el apoyo en mi historia en serio eso me hace muy feliz 😊😻😻🌷💕💕
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