Capítulo 16
Alessandra
Sentí cómo el coche se detenía y, sin darme tiempo a reaccionar, uno de los hombres a mi lado me sujetó firmemente del brazo, obligándome a bajar. La bolsa que cubría mi cabeza bloqueaba por completo mi visión, sumiéndome en una oscuridad opresiva.
— ¿A dónde me llevan? — susurré, con la voz temblorosa por el miedo.
— Cállate, niña — gruñó el hombre con tono áspero.
Caminamos durante varios minutos hasta que me hicieron detenerme. Abrieron la puerta de lo que supuse era una casa y me empujaron adentro.
— Jefe, aquí está la chica — anunció el que me había sujetado, soltándome el brazo antes de marcharse con los demás, dejándome sola con un desconocido.
— ¿Quién es usted? ¿Por qué me han traído? ¿Me va a matar? — comencé a preguntar, sintiendo los nervios apoderarse de mí. No obtuve respuesta inmediata, pero pronto quitaron la bolsa de mi rostro, revelando su cara.
— ¿Matteo? ¿Qué hago aquí? — su expresión era serena mientras mantenía su mirada fija en mis ojos. Se acercó lentamente, con esa mirada intensa que lo caracterizaba.
—Te di una orden y decidiste ignorarla — dijo, desestimando mis preguntas con un gesto.
— Eso no justifica lo que has hecho — respondí, intentando convencerme de que tenía razón.
—¿De verdad crees eso? — su expresión se volvió seria.
—Sí. Lo que haces es un secuestro y puedo denunciarte — me acerqué a él, tratando de parecer amenazante, aunque sabía que no iba a conseguirlo; Matteo emanaba una seguridad casi impenetrable.
—Para empezar, estás en una de mis propiedades en medio del bosque. — Me quedé paralizada; no podía negarlo. Estaba atrapada en un lugar remoto y no sabía cómo iba a salir de allí. — En segundo lugar, soy un mafioso. ¿De verdad crees que la policía puede atraparme con facilidad?
—Mis amigos se encargarán de buscarme. Estoy segura de que ya están tras mi pista.
-En este momento, probablemente ya estén a cien metros bajo tierra. — Mis ojos se abrieron como platos ante sus palabras. ¿Estaba completamente loco? No podía haber hecho eso.
—¿Les hiciste algo? — pregunté acercándome a él con preocupación evidente en mi rostro. Una sonrisa se dibujó en sus labios al ver el miedo reflejado en mí; había logrado lo que quería.
—Por ahora no. Pero los tengo muy bien vigilados. Todo dependerá de tu comportamiento.
— Está bien — contesté, dándome completamente por vencida. Sabía que con Matteo no se podía jugar. Si tan solo le hubiese obedecido...
El celular de Matteo comenzó a sonar y él se alejó un poco para responder. Por un lado, sentía alivio porque estaba lejos, pero por otro, Dios, se veía tan sexy. Llamadme masoquista, pero me encantan los chicos malos. El sonido de mi móvil interrumpió mis pensamientos, haciéndome reaccionar. Era Alice.
—¡¿Dónde demonios te metiste, mujer?! — gritó mi amiga apenas contesté la llamada.
— Estoy en una reunión de la empresa. Ya sabes, noticias de última hora —intenté sonar tranquila.
— ¿Y tú crees que yo nací ayer? Dime ahora mismo dónde estás — Alice me conocía demasiado bien; sabía que estaba mintiendo.
— Es la verdad — fue lo único que pude decirle. No podía revelar nada por su bien.
—No te creo — contestó ella con voz molesta. En cuanto iba a responderle, Matteo me arrebató el celular.
— Ella está ocupada y no puede atenderte. Adiós — dijo él antes de colgar la llamada y dejar a mi amiga con la palabra en la boca. Luego se giró a mi aún con mi celular en sus manos — Sube a la habitación.
Con esas últimas palabras, Matteo se marchó, dejándome completamente sola en la sala. La casa era grande; ¿cómo iba a saber dónde estaba la habitación? Comencé a mirar a mi alrededor detenidamente; aunque no había muchas cosas importantes, el lugar tenía un toque de elegancia innegable. Caminé sin rumbo fijo y, para mi sorpresa, me encontré con una señora en la cocina.
» Por lo menos encontré la cocina »
La señora me miró y me dedicó una sonrisa tierna. Era una mujer que aparentaba unos 40 años, aunque se notaba su edad, era bonita.
—Buona sera, cara. ¿Eres Alessandra, verdad? — preguntó aún manteniendo su bella sonrisa.
— Sí. ¿Y usted quién es?
— Me llamo Giulia. Estaré aquí para lo que necesites.
— Grazie. Pero lo único que necesito es encontrar las habitaciones.
— Por supuesto. Las habitaciones están arriba — respondió Giulia con amabilidad, señalando con un gesto hacia las escaleras.
Caminé hacia las escaleras aún con mi cabeza echa un caos. El día que pensé que iba a ser genial no lo fue. Osea el principio si pero el final no. Estaba tan bien bailando con Rodrigo, su ternura y su sonrisa, hasta que Matteo irrumpió en mis pensamientos . Aveces me pregunto si tiene el don de invadir mentes, porque esto no puede ser normal.
...
Ya había amanecido, pero aún no me levantaba de la cama. Tenía la intención de darme una ducha, aunque solo contaba con el vestido rojo que había usado la noche anterior. Finalmente, decidí dar el paso: me quité la ropa lentamente y entré al baño completamente desnuda. Abrí el grifo y dejé que el agua tibia recorriera mi cuerpo. En ese momento, sentía paz y serenidad, rodeada por el suave murmullo del agua.
Ya era de día, pero no había encontrado la voluntad para levantarme. Aún con el vestido rojo de la noche anterior, finalmente decidí darme una ducha. Me deslicé fuera de la ropa, y al abrir el grifo, el agua tibia comenzó a deslizarse por mi piel, brindándome un momento de paz que anhelaba desesperadamente.
Cuando terminé, me envolví en una toalla, aunque apenas cubría mi cuerpo. Al salir del baño, me encontré a Matteo recostado en la cama, observándome con una intensidad que hizo que mi piel se erizara.
—¿Qué haces aquí sin avisar? —le dije, tratando de cubrirme instintivamente.
—Esta es mi habitación —respondió, sin apartar la vista—. Entro y salgo cuando quiero.
—Esta bien...pero necesito vestirme. Así que vete —dije, intentando mantener la compostura.
—Si quieres cambiarte, hazlo frente a mí. Si no, quédate en toalla —me retó, y su tono dejó claro que no planeaba irse.
—En ese caso, me cambiaré en el baño —respondí, intentando conservar algo de control.
—¿Y con qué ropa? —preguntó, con una sonrisa burlona mientras sostenía mi vestido en sus manos—. Esto es lo único que tienes, y no pienso devolvértelo.
Me miró desafiante, y supe que no me lo pondría fácil. Pero esta vez decidí que jugaría a mi manera.
—Entonces, tal vez me quede así —le dije, acercándome con una sonrisa provocadora—. Tal vez incluso te conceda lo que tanto deseas…
Deslicé mis manos por los botones de su camisa, soltándolos uno a uno, mientras él me observaba con esa mezcla de deseo y control. Puse una pierna sobre él, dejando la otra fuera de la cama, mis dedos trazando lentamente el contorno de su abdomen. Sentí cómo su respiración se aceleraba, y sonreí al ver que comenzaba a perder su imperturbable control.
—Ahora, un regalo solo para ti —susurré en su oído, dejando que mis labios rozaran su piel, provocándole un escalofrío.
Dejé caer la toalla, quedando completamente desnuda ante él, observando cómo sus ojos recorrían cada centímetro de mi cuerpo, devorándome con la mirada.
—¿Sabes lo mejor? —le dije, manteniendo mi sonrisa desafiante.
—¿Qué? —preguntó, visiblemente afectado, mientras mordía su labio, ansioso.
—Que te quedarás con las ganas, porque ya conseguí lo que quería —respondí antes de tomar el vestido de sus manos y correr al baño, cerrando la puerta con seguro.
—¡Abre la puerta, Alessandra! —gritó, golpeando la puerta con fuerza—. ¡Esto no quedará así! ¡Habrá consecuencias!
Ignoré sus palabras, sonriendo para mí misma. Sabía que esas "consecuencias" llegarían, pero por ahora, el juego estaba a mi favor. Había logrado provocarlo y mantener el control, y la victoria sabía deliciosamente bien.
Terminé de vestirme y, tras mirarme en el espejo, abrí lentamente la puerta del baño. Tenía que asegurarme de que Matteo ya se hubiera ido y, gracias a Dios, así fue. Salí del baño lista y bajé las escaleras, dirigiéndome a la cocina, donde Giulia estaba preparando el desayuno.
—Buongiorno, signora. ¿En qué puedo ayudarla? —saludé con una sonrisa, tratando de ser amable.
—Buongiorno, señorita. No te preocupes, ya estoy terminando —respondió la mujer, mientras picaba cebolla.
—Déjeme ayudarla. No puedo quedarme sin hacer nada —dije con un leve puchero.
—Está bien, puedes picar las verduras para agregarlas a la carne.
Asentí con entusiasmo y me puse a cortar las verduras. Giulia salió un momento de la cocina, y yo continué concentrada, sin necesitar ayuda.
—Con esa ropa, no hay forma de que pueda contenerme —murmuró una voz profunda en mi oído.
Al girarme, me encontré con Angelo, su camisa desabrochada y el cabello desordenado. Su rostro perfecto irradiaba una mezcla de atracción y peligro. El tatuaje en su cuello le daba ese aire de maleante que, sin querer, encontraba irresistible. Mis ojos bajaron casi sin querer a su cuerpo, quedándome sin palabras.
—¿Quieres que te traiga un cubo para la baba? —preguntó, esbozando una sonrisa pícara que me hizo sonrojar.Intenté recuperarme, fingiendo indiferencia mientras le daba la espalda.
—No te emociones, ya te tuve en mi boca —solté, sin mirarlo.
Él no se dio por vencido y, sin previo aviso, se acercó hasta quedar justo detrás de mí, sus dedos rozando mi piel. Cuando me giré, quedamos frente a frente, tan cerca que apenas podía pensar. Él, como siempre, parecía tener control total.
—No fuiste la única que probó —murmuró, mientras sus manos descendían por mi espalda.
— Pero fui la única que no te haz follado —respondí, intentando igualar su provocación, aunque la intensidad de su cercanía me hacía perder la compostura.
— Eso es sólo cuestión de tiempo —susurró mientras sus labios rozaban los míos, arrancándome un suspiro involuntario.
Sentí sus manos recorrer mi espalda y mis caderas, mientras su respiración rozaba mi cuello, enviando una descarga eléctrica a cada rincón de mi cuerpo. Sin poder resistir, lo atraje hacia mí y lo besé, entregándome por completo a ese deseo que él sabía exactamente cómo despertar. Pero, de pronto, se apartó con una sonrisa cargada de burla.
—Me encantaría quedarme contigo, pero tengo cosas más importantes que hacer —dijo, con una indiferencia que me enfureció.
—¿De verdad piensas dejarme así? —repliqué, frustrada y llena de enojo.
—Ya lo estoy haciendo —contestó con una sonrisa burlona, tomando un sorbo de té antes de lanzarme un beso en el aire y salir de la cocina, dejándome sola.
Me quedé ahí, sintiendo el fuego que había encendido en mí, rabiosa y con ganas de no dejarle salirse con la suya. Esto no iba a quedarse así; Angelo, me las vas a pagar.
-Te lo mereces por calentar a Matteo -dijo mi subconsciente.
-¿Podrías callarte? Me harías un gran favor -me respondí mentalmente.
A veces siento que mi propia conciencia está en mi contra; nunca me consuela, solo me reprocha. Matteo se merecía lo que le hice, y no me arrepiento en absoluto. Al menos espero que alguien esté de acuerdo conmigo, porque mi conciencia, definitivamente, no lo está.
—¿Qué estás haciendo, cariño? —preguntó Giulia, sacándome de mis pensamientos.
—Removiendo la carne —respondí sin pensar, mientras mi mente vagaba muy lejos de allí.
—¡¿Estás loca, niña?! ¡Saca eso de ahí! —exclamó, alarmada, al ver el sartén. Al volver a la realidad, noté con horror que no estaba cocinando la carne, sino el trapo de la cocina.»¿Pero cómo fue que pasó esto?»
—Lo siento muchísimo, no me di cuenta —me excusé, avergonzada, apartándome para dejar que Giulia tomara mi lugar.
—Déjame sola en la cocina, querida —dijo con un suspiro, y yo asentí, sintiendo cómo la vergüenza coloreaba mi rostro, antes de salir rumbo a la sala.
De verdad, Alessandra… confundir la carne con un trapo… Definitivamente, estos dos me están afectando la cabeza. Necesito escapar de alguna forma, aunque fuera solo para respirar aire fresco. Pero, ¿cómo?
Subí las escaleras y entré a la habitación. Me acerqué a la ventana y, al abrirla, el aire fresco golpeó mi rostro. La vista era hermosa, con naturaleza a mi alrededor; siempre había amado perderme en esos paisajes. Desde allí, vi una carretera cercana, pero también noté a varios hombres armados rodeando la casa. Escapar sería complicado.
Suspiré y bajé de nuevo a la sala. Decidida, esta vez me dirigí hacia la puerta. Al abrirla, me encontré con un hombre alto, rondando los treinta años. Su expresión era seria, completamente neutra, y me bloqueó el paso sin vacilar.
—¿A dónde va? —preguntó con voz firme, sin apartar ese rostro imperturbable.
—Solo voy a caminar un rato. ¿Acaso no puedo? —repliqué, cruzándome de brazos.
—No. Tengo órdenes de no dejarla salir —respondió cortante, volviendo a su posición, como si yo fuera una molestia insignificante.
— Me da igual. Apártate— Mi paciencia se estaba, y mi idea de escapar de hacía más difícil.
— No quiero problemas con mi jefe. Así que no podrá ir a ningún lado — El muy terco seguía impidiéndome el paso y eso me estresaba. Pero no podía darme por vencida. Tenía que de alguna manera convencerlo.
—Tu jefe no tiene por qué enterarse —murmuré con voz seductora, mientras deslizaba mi mano por su abdomen. Al sentir mi toque, su cuerpo se tensó.
—Esto no es cor...
—Shhh —puse un dedo sobre sus labios, impidiéndole hablar— Prometo compensarte si me dejas salir un momento.
Él intentó alejarse, pero lo atrapé con más firmeza. No iba a dejarlo escapar ahora que había comenzado a lograr mi objetivo. Me acerqué aún más, sintiendo cómo su respiración se volvía más rápida. Finalmente, él cedió y me sujetó de la cintura, acercando mi cuerpo al suyo. Sabía que había caído en mi juego, y no tuve que esforzarme mucho para lograrlo. Justo cuando estaba a punto de besarme, me aparté un poco, aunque él mantuvo su mano en mi cintura, reacio a dejarme ir.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz fría y autoritaria de Matteo cortó el momento, y sin mirarlo, supe que era él.
—Jefe... esto no es lo que parece... yo... —intentó justificarse el hombre, alejándose de mí. Pero Matteo, sin dudarlo, sacó su arma y le apuntó. Me quedé helada, pensé que se había ido. Pero no, estaba aquí y ahora iba a matar al pobre hombre por mi culpa.
—¡Él no tiene la culpa! ¡Fue todo idea mía! —grité, esperando que Matteo me escuchara, pero él ignoró mis palabras y, sin más, disparó. El hombre cayó al suelo, y la sangre salpicó el suelo... y mi ropa.»Lo había matado, y todo por mi culpa»
—¡¿Por qué le disparaste?! ¡Él no tenía la culpa! —exclamé, paralizada mientras miraba el cuerpo inerte. Matteo guardó su arma y se acercó a mí, con un brillo de furia.
—No te preocupes —dijo con una calma inquietante—. Para ti también habrá un castigo, aunque de otra manera.
Sin darme tiempo a reaccionar, me tomó del brazo con fuerza y me llevó por el pasillo hasta una habitación al final del corredor. Cuando abrió la puerta, el interior oscuro y elegante me dejó sin aliento, las paredes eran de un negro profundo, y alrededor se veían cadenas, esposas, látigos, y otros objetos cuya función prefería no imaginar. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
—¿Qué es todo esto? —pregunté, intentando mantener la compostura mientras observaba el lugar.
—Tu castigo —respondió, su tono bajo y lleno de una satisfacción que parecía mezclar crueldad y deseo. La tensión en el aire era innegable, y aunque una parte de mí sentía una creciente inquietud, otra se negaba a apartar la mirada de él.
Antes de que pudiera procesarlo, Matteo me empujó hacia la cama, su fuerza me dejó inmóvil por un instante. Sin dejar de mirarme, me sujetó las muñecas y las ató con las esposas que colgaban de la cabecera. Intenté resistir, pero el frío metal ya rodeaba mis muñecas. Al siguiente instante, mis piernas también estaban inmovilizadas, atadas a los extremos de la cama. Cada movimiento que hacía solo me dejaba más expuesta y vulnerable.
—¿Qué estás haciéndome, Matteo? —protesté, mi voz temblorosa mientras intentaba liberarme.
—¿No quisiste hacerte la inteligente? Pues ahora vas a enfrentar las consecuencias —murmuró, acercándose hasta quedar tan cerca que podía sentir su aliento cálido rozando mi cuello.Sus manos descendieron lentamente, deslizándose por mis piernas con una calma exasperante, atrapándome entre el miedo y una anticipación que no quería admitir.
—¿Así es como piensas castigarme? —susurré, tratando de desafiarlo, aunque mi voz apenas fue un murmullo.
—Eres mía. Así que soy el único que puede tocarte y lastimarte —respondió, con una sonrisa maliciosa, antes de alejarse.
Lo observé mientras se acercaba a una mesita y tomaba un objeto extraño. Mi atención se centró en cada uno de sus movimientos, intentando descifrar qué planeaba hacer. De repente, sus manos estaban en mi entrepierna, y antes de que pudiera reaccionar, introdujo ese aparato dentro de mí. Me removí incómoda, sintiendo cómo mi respiración se volvía pesada y el miedo comenzaba a apoderarse de mí.
—¿Qué es eso? —grité, intentando moverme.
—Ya lo descubrirás —respondió con una sonrisa burlona, y luego presionó algo, activando el aparato que comenzó a vibrar intensamente dentro de mí.
—¡Matteo! ¡Sácame esto, maldita sea!
—Cálmate. Te quedarás así durante 30 minutos —dijo, soltando una risa que solo logró enfurecerme más.
Esto era una tortura, no sentía dolor, pero la vibración incesante me hacía temblar, y la desesperación me consumía.
—¡No puedo más! ¡Por favor! —supliqué, estremeciéndome mientras él simplemente me observaba, disfrutando de mi sufrimiento.
De repente, su teléfono sonó, y contestó, manteniéndose en la conversación durante unos minutos, hasta que colgó con una sonrisa de satisfacción. Luego se acercó a mí, recorriendo mi cuerpo con la mirada.
—Tu cuerpo solo aguanta media hora con el aparato. Si se pasa el tiempo… bueno, podría tener efectos desastrosos —murmuró, y mi cuerpo se congeló al oírlo. Su sonrisa se ampliaba con cada segundo que aumentaba mi miedo—. Así que ruega que vuelva a tiempo de mi reunión, porque si no… podría dolerte.
—¡No te atrevas a dejarme así! ¿Me oíste? —grité desesperada, pero él solo me ignoró, caminando lentamente hacia la puerta.
—Disfrútalo y ruégale a Dios —dijo con una sonrisa burlona antes de salir, dejándome completamente sola en la habitación.
—¡Maldito hijo de…! ¡Vuelve aquí! —grité como una loca, pero solo recibí el silencio en respuesta.
Se había ido. Me había dejado sola, atrapada con ese aparato vibrando dentro de mí. Esto no solo era molesto; era una mezcla de humillación y tortura. Cada segundo que pasaba, la vibración parecía hacerse más intensa, amenazando con llevarme al límite.
—¡Voy a morir! —susurré, sintiendo el pánico crecer.
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