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Capítulo 15

Alessandra

En un abrir y cerrar de ojos estábamos en frente de mi casa. Pensé que me llevaría algún otro lugar para tener más intimidad, pero no, sencillamente me trajo a mi casa. Como si no hubiera interrumpido algo. Cada día me sorprende más este hombre.

— ¿Por qué me haz traído a casa? — pregunté sin ningún tipo de cortesía.

— Porque sí — contestó, con desinterés.

—. Y como tú eres el señor de los cielos me voy a ir ¿verdad? — Hablé con pura ironía. »Si el piensa que me va a dejar así está muy equivocado»

— No, pero como tú quieres conservar tu vida, lo único que puedes hacer es.... Bajarte del coche y entrar a tu casa — Ese tono amenazante que el usaba me sacaba del quicio, pero no podía dejarme caer así como así.

— Si quisieras matarme ya lo habrías echo... Amore mío — lo miré a los ojos de una forma provocativa aunque no sabía que estaba pasando por su cabeza.

Mantuvimos nuestras miradas por un momento, el con esa expresión indescifrable y yo con el orgullo de tener el control. Aunque no sé si en verdad lo tenía. A la velocidad del viento Matteo bajó del coche y me jaló hacia fuera sin ningún tipo de delicadeza.

— ¡Me estás lastimando! — exclamé, quejándome de mi brazo.

— ¡Cállate!— Sostenía aún mi brazo con fuerza.

— Si me sigues apretando así voy a gritar — lo desafíe con la mirada.

— Si, hazlo. Así veremos cual de las dos muere primero, tú o tu querida amiga. Porque de lo que puedes estar segura es que no me temblaría la mano para pegarles un tiro en la cabeza — dijo soltándome con una sonrisa amarga. »Muy bien, ganaste»

Lo miré con desdén y me di la vuelta para marcharme. ¿Como el podía mantener el control por tanto tiempo? No lo sé pero mejor evitar problemas con locos. Justo antes de entrar a mi casa, volvió a tomar mi brazo con dureza acercándome a él.

— No puedes salir de tu casa y ni siquiera hablar con nadie ¿Capitto? — Habló con autoridad.

»¿Desde cuándo eres mi dueño?»

— Entendido — Me solté de sus brazos y entré a mi casa.

Cuando estaba dentro, mi querida amiga estaba viendo una película de acción. Me reí al verla mover sus manos como si ella fuera la que se estaba peleando. Definitivamente amo a Alice.

— ¡Vamos!  Métele puño, estúpido. ¡¿Pero, que haces tío?! Eso es traición, por detrás no se vale!! — Chilló ella, sin darse cuenta que había llegado.

— Señorita, lamento interrumpir su pelea, pero creo que su amiga ha llegado —dije, imitando voz de hombre.

— ¡¡¡Cariño!!! ¿Por qué llegas a estas horas? Adivino. Estabas liándote con Matteo en su oficina —habló con una sonrisa pícara.

— Claro que no. Bueno... sí, pero en su coche —Alice se tapó la boca con sorpresa—. Pero no llegó a pasar nada. Solo me trajo a casa y luego se marchó.

— ¡¿Qué?! ¿No hicieron nada? Pero... ¿por qué? —preguntó incrédula.

— No lo sé. Pero se le veía muy enfadado después de una llamada. Y también me dijo que no podía salir de casa ni hablar con nadie —lo último lo dije poniendo los ojos en blanco. Mi amiga, con su típica personalidad, frunció el ceño.

— ¿Y desde cuándo vas a acatar sus órdenes?

— Desde que me enteré de que es un maldito mafioso. ¿Quieres otra excusa convincente? —contesté ya fastidiada, no por ella, sino por Matteo.

— Que él sea un mafioso no significa que vayas a hacer todo lo que dice. Porque te recuerdo el compromiso que tenemos con Rodrigo —respondió chasqueando los dedos, con su rostro lleno de enojo.

Había olvidado por completo la salida con Rodrigo. No quería fallarle, él había sido muy bueno con nosotras, pero... ¿qué pasaría si desobedezco a Matteo? Tal vez si no me hubiera enterado de nada sobre él, no le habría tenido tanto miedo a su reacción. Pero eso me pasa por metiche.

— ¿Entonces qué haré? —pregunté con incredulidad.

— Pues simple. Vamos a retomar nuestra vida normal. Tú te alejas de esos dos dioses del infierno y listo. Y mañana iremos a la salida donde nos llevará Rodrigo.

— Dices las cosas como si fuera tan fácil —protesté cruzándome de brazos.

— La vida es como tú te la pintas. Pero si quieres ser la perrita obediente de Matteo y del otro Angelo, eso ya es tu problema. Pero esto sí: vamos a salir, después haz lo que te salga del culo —dijo mirando sus uñas desinteresada. Alice siendo muy Alice.

— Tienes razón. ¿Quién es Matteo para darme órdenes? Hago lo que se me pegue la gana. Y por supuesto que aceptaremos la salida con Rodrigo —declaré con orgullo, confiando en mis palabras. Además, ¿qué podría pasar si salgo? Si me quiere matar, que lo haga; pero no voy a estar en cautiverio.

— ¡Eso! ¡Esta sí es la Alessandra que yo conozco! —celebró dándome un beso en la mejilla.

— Entonces voy a ir a mi cuarto. Necesito ducharme —dije levantándome del sillón.

— Vale. Yo voy a preparar la cena —comentó recostándose en el sofá »Mas bien la cena te preparará a ti»

Entré a mi habitación dando un gran suspiro, dejando que la puerta se cerrara suavemente tras de mí. La ducha me esperaba, y al sentir el agua caliente recorrer mi cuerpo, una leve calma comenzó a apoderarse de mí. Sin embargo, los recuerdos afloraban como sombras en mi mente. Quería dejar todo atrás, alejarme de esos problemas que parecían seguirme a cada paso.

Quizás debería centrarme en Rodrigo; él ha sido una persona increíble no solo conmigo, sino también con Alice. Se nota que es un buen tipo. Pero, a pesar de eso, no podía evitar que Matteo y Angelo aparecieran en mis pensamientos como fantasmas persistentes. ¿Por qué diablos tenían que estar metidos en mi cabeza? No, no podía permitir que ellos me volvieran loca. Tenía que encontrar una forma de liberarme de esas cadenas invisibles y enfocarme en lo que realmente importaba.

                                      ∞∞

— Alessa, ¿cuál de los dos te parece más bonito? — preguntó Alice mostrándome dos vestidos impresionantes, uno blanco y otro negro.

— Creo que el negro, pero el blanco tiene un toque de seda que es realmente hermoso. Además, le quedaría genial a tu tono de piel — respondí sinceramente.

— Entonces me quedo con el blanco — dijo, sus ojos brillando mientras lo contemplaba. — Es muy bonito, largo, pero tiene una apertura en una pierna que le da un aire especial. ¿Ya has elegido el tuyo?

— Sí, he optado por un rojo brillante de seda. Es un poco corto, pero su elegancia no se la quita nadie — contesté con un toque de orgullo.

— ¡Fantástico! Vístete ya, que casi es la hora — insistió. Aunque faltaba media hora, mi amiga siempre se adelanta y me hace prepararme con antelación.

Entré en mi habitación y allí estaba mi hermoso vestido extendido sobre la cama. Era tan elegante y sensual que, si me dieran a elegir entre muchas otras prendas, seguiría eligiendo este. Con delicadeza lo agarré y me lo puse. Al mirarme en el espejo, vi que me quedaba perfecto; realzaba mi figura de una manera increíble. Elegí un bolso pequeño del mismo color para completar el conjunto y salí hacia donde estaba Alice esperando.

— Espera ¡¿Esa es mi amiga?! Estás... ¡espectacular! Ese vestido te queda estupendo; sin duda vas a dejar al pobre Rodri completamente embelesado con tu belleza — exclamó con sorpresa y orgullo.

— Pues ese es el objetivo, ¿no? — respondí con una sonrisa pícara que ella correspondió entusiasmada.

— ¡Por supuesto! — exclamó mientras se miraba en el espejo del salón.

De repente, se escuchó el rugido de un motor. Era un coche blanco, muy bonito, y según mi escasa experiencia con coches, parecía un Ferrari. ¡Dios! Me encantaban esos vehículos, pero los Lamborghini Aventador eran mucho más elegantes. De él salió Rodrigo, estaba impresionante, llevaba una camisa de traje con los dos últimos botones desabrochados, unos jeans negros y tenis blancos . Su cabello despeinado le daba un aire realmente atractivo.

— Señoritas, ¿podríais subir a mi coche? — comentó con una voz grave que no le quitaba su dulzura.

— Por supuesto, caballero — respondió Alice con un tono delicado antes de entrar primero. Mientras tanto, Rodrigo no dejaba de mirarme con esos ojos llenos de deseo.

— Estás preciosa — me susurró al oído, lo que me hizo estremecer un poco.

— Gracias — contesté con una sonrisa encantadora mientras seguía a mi amiga al asiento trasero.

— ¿Pero qué haces? — preguntó incrédula. — Ve al asiento del copiloto con Rodri.

— Está bien — respondí perezosamente antes de salir del coche.

Sentí como si alguien me estuviese observando y eso no me gustaba en absoluto. Miré a mi alrededor, pero no vi nada extraño, solo la tranquila tarde habitual. Luego volví a centrarme en la realidad y me acomodé en el asiento del copiloto junto a Rodrigo.

El trayecto hacia donde quiera que nuestro caballero nos llevara fue muy ameno. Bromeamos sobre nuestras experiencias más ridículas hasta llegar a un restaurante italiano espectacular y lujoso. Bajamos del coche con naturalidad y seguimos a Rodrigo dentro del establecimiento.

— ¡Es grandioso! — musitó Alice sorprendida, luciendo una hermosa sonrisa.

— Sí que lo es — respondí en el mismo tono de voz.

Rodrigo nos llevó a una mesa ya reservada y nos sentamos después de él. Una joven mesera se acercó con el menú, pero no podía quitarle los ojos de encima a Rodrigo mientras él seguía mirándome.

— Bueno, ¿para empezar preferís pizza? — preguntó Rodrigo mirando el menú.

— Sí — respondimos Alice y yo al unísono.

— Entonces para la cena quiero pasta fresca rellena de langosta — dijo Alice mientras me miraba — igual que Alessandra.

— Buenas tardes. ¿Ya habéis decidido lo que vais a pedir? — intervino la mesera aún embobada mirando a Rodrigo.

— Sí. Para las entradas quiero pizza. Luego tres platos de pasta fresca rellena de langosta. Y por último, una botella de vino tinto. — respondió Alice de forma cortante, pero la chica seguía embobada ante nuestro amigo.

— ¿Vas a pedir la cena o te quedarás ahí como una idiota mirando a mi amigo? — preguntó mi amiga con una sonrisa amarga. No pude evitar reírme al ver la expresión en la cara de la mesera; realmente adoro a Alice.

La chica le lanzó a Alice una mirada de desagrado antes de marcharse, dejando tras de sí un silencio incómodo que se podía cortar con un cuchillo.

— Bueno, Rodrigo, ¿podrías contarnos más sobre ti? —pregunté, tratando de romper el hielo.

— La verdad es que mi vida no es muy interesante —respondió él con sinceridad, esbozando una pequeña sonrisa—. Mi infancia fue complicada; he tenido que luchar por lo que quería y gracias a eso hoy soy médico. Mi madre es española y mi padre italiano. Cuando mi madre se enfermó en España, decidí venir aquí con ella, ya que mi padre estaba trabajando en este país.

— Vaya, has tenido una vida nada fácil —dije con un tono melancólico—. Pero lo mejor es que lograste salir adelante.

— Tienes razón —asintió, y luego me miró a los ojos—. ¿Y tus padres?

— Bueno... mi madre falleció cuando tenía apenas diez años y no sé dónde está mi padre; nunca lo conocí —una sonrisa amarga se dibujó en mis labios mientras Rodrigo me observaba con sorpresa.

— Lo siento mucho —se disculpó, aunque no sabía por qué, sentí que daba igual.

— Basta ya. Estamos aquí para disfrutar de una cena agradable, no para ponernos sentimentales —interrumpió Alice, poniendo los ojos en blanco mientras daba un chasquido de dedos.

— Tienes razón —contesté limpiándome un poco las lágrimas que habían brotado por mi rostro. 

Al poco rato otra chica nos trajo la cena reservada. Nos dispusimos a comer tranquilamente.  Mientras tanto, yo me fijaba en el rostro de Rodrigo. Sonrisa tierna, rostro angelical y una buena manera de expresarse; un chico que cualquier mujer querría. Él posó su mirada en mí nuevamente y se sentía agradable. Me dedicó una sonrisa antes de revisar su celular.

— ¿Quieren ir a una fiesta? —preguntó después de meter el móvil en su bolsillo.

— ¡Claro que sí! —y como siempre, Alice decidiendo por ambas.

Después de terminar la cena salimos del restaurante y entramos en el coche. El viaje fue en silencio, mientras mi mente solo pensaba en Matteo y Angelo. A pesar de que Rodrigo era guapo, no era como esos dos. Ahora estoy en la misma posición que Alice. No me gusta el chico bueno y agradable, pero me atraen los peligrosos y atractivos, esto cada día va de mal en peor.

Intenté dejar de pensar tanto y prestarle atención al hombre que tengo a mi lado.  Llegamos a un lugar lujoso, más parecido a una discoteca. Rodrigo dio su identificación y los seguratas nos indicaron que podíamos pasar. Íbamos a entrar, pero uno de los seguratas nos detuvo en seco. 

— No pueden pasar sin una identificación —comentó el hombre barbudo con tono arrogante.

— Somos invitadas de Rodrigo Mancini —respondí cortésmente mientras buscaba con la vista a Rodrigo, pero no lo veía. 

— ¿Ah sí? ¿Y entonces dónde está? —preguntó el otro con tono burlón.

— En vez de preocuparse por eso, arréglese ese corte de pelo. Le queda horrible —contestó Alice en su mismo tono. El hombre se acercó a ella con una mirada que asusta »Parece uno de los payasos asesinos. ¡Qué horror!»

— ¿Quieres ver dónde tengo el corte bien bueno? —habló con doble sentido cuando estaba muy cerca de mi amiga. Pero esta última lo miraba con expresión de asco y despreocupación.

  — Púdrete, imbécil —lo insultó e intentó entrar, pero el otro la detuvo.  La agarró del brazo con brusquedad empujándola hacia la pared, y yo, en su defensa, cogí una piedra que había en el suelo y se la pegué en la cabeza. Mientras que ella le dio un golpe en la entrepierna al otro barbudo. Para luego entrar corriendo. 

— Eso fue una locura —comenté entre risas. 

— Quién les manda a meterse con nosotras—siguió riendo al igual que yo—. ¿Dónde se metió Rodrigo?

— Se lo tragó la tierra — me encogí de hombros.

Observe el lugar detenidamente, era grande y acogedor. Había mucha gente bebiendo y bailando. Se podían apreciar varias salas: la de bebidas, bailes y las de strippers. En mi campo de visión apareció Rodrigo bajando las escaleras a prisas con el rostro preocupado »¿Ahora es que te acuerdas de nosotras?»

— ¡¡Rodrigo!! —grité por la música alta llamando su atención. Su tono pasó de ser preocupado a relajado.

  — Disculpadme por dejaros solas. Tuve que resolver algo y...

— No te preocupes. No nos hicisteis falta —le interrumpió Alice.

— Lo siento. ¿Queréis ir por una bebida? —indagó Rodrigo con una hermosa sonrisa. »Qué tierno»

— Sí, vamos —contesté alzando la voz mientras caminaba hacia la sala de bebidas. 

Después de tomar vodka me quedé mirando a mi alrededor con curiosidad, como si de alguna manera pudiera reconocer a alguien. En ese momento vi a un hombre vestido completamente de negro; me estaba mirando fijamente. Su rostro me parecía conocido. Quería mirarlo más detenidamente y preguntarle por qué me miraba tanto.

— ¡Alessandra! —gritó Rodrigo llamando mi atención. 

— He... dime —hablé un poco desorientada. 

— Decía que si queréis ir a bailar —dijo señalando con las manos. 

— Sí, sí —volví a mirar en dirección al hombre, pero ya no estaba. Intenté buscarlo con la mirada pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. Que raro.

Intenté dejar pasar lo que había sucedido y me dirigí con Alice a la pista de baile. Me movía al ritmo de la música, sabía cómo hacerlo; lo principal era que me sentía libre. Para mí, bailar siempre había sido mi pasatiempo favorito. La música era rápida, electrónica, y Alice se movía al compás de mis pasos. De repente, la melodía cambió a una más suave, perfecta para bailar en pareja. Rodrigo se acercó a mí y tomó mi mano.

— ¿Me permites este baile? —dijo con una voz dulce y ronca.

— Por supuesto —respondí, acercándome a él.

Él sabía cómo bailar; era una música hermosa que disfrutaba mucho. Nuestros rostros se acercaron mientras danzábamos, pero de pronto, la imagen de Matteo volvió a atormentarme.

— Lo siento, necesito ir al baño —dije, soltándome de su abrazo.

Después de buscar un rato, finalmente encontré el baño. Entré y me miré en el espejo. Abrí el grifo y me eché agua en la cara. Cerré los ojos y respiré hondo. Justo cuando pensaba que podría olvidar todo por un momento, al abrir los ojos, vi al mismo hombre que había visto antes detrás de mí. Antes de que pudiera girarme, me tapó la boca con un pañuelo y salió por la puerta trasera de la casa. Pataleé e intenté gritar, pero fue en vano; él era más fuerte que yo.

Nos dirigimos hacia un coche negro y mi corazón latía descontroladamente. Había varios hombres allí y uno de ellos me empujó hacia dentro antes de colocarme una bolsa negra sobre la cara. ¿Qué estaba pasando? ¿Me iban a matar? Necesitaba ayuda; no quería morir. Las lágrimas comenzaron a caer en silencio mientras rogaba porque me dejaran ir, pero mis palabras se perdían en el aire.


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