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Capitulo 10

                                 ...

Me senté en mi escritorio, con la tensión aún recorriendo mi cuerpo. La reunión con el cliente había sido un desafío. Después de horas de disculpas y correcciones, finalmente había logrado apaciguar la situación y evitar que rompieran el contrato. Pero el peso de mis errores aún pesaba sobre mí.

Respiré hondo y decidí que era momento de enfrentar a Matteo. Me dirigí a su oficina, consciente de que su mirada fría y penetrante me esperaba. Al entrar, lo encontré revisando unos documentos, su expresión imperturbable como siempre.

—Matteo, he solucionado el malentendido con el cliente -anuncié, tratando de mantener la voz firme, a pesar del nerviosismo que sentía.

Matteo levantó la mirada, su rostro inmutable, pero había una chispa de curiosidad en sus ojos.

—Bien —respondió, su tono neutro, casi desinteresado —. Pero esto no debe volver a suceder.

Sentí un alivio momentáneo, pero su voz volvió a ser dura, recordándome la gravedad de lo que había pasado.

—Te quiero lista a las 8:00 de la noche. Habrá un evento de los Moretti, y necesito que estés en tu mejor forma. ¿Entendido, Alessandra?

Su mirada era intensa y dominante, como si esperara que cada palabra que pronunció se grabara en mi mente.

—Entendido, jefe —respondí, sintiendo una mezcla de adrenalina y ansiedad.

Nuestros ojos se encontraron por un momento, y en ese instante, el silencio se volvió palpable. A pesar de la tensión que nos rodeaba, había algo en su mirada que sugería que, debajo de esa fachada fría, había un interés más profundo. Pero, rápidamente, sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos.

Tenía que concentrarme en lo que importaba: hacer mi trabajo y evitar más errores.

Sin decir nada más, me di la vuelta y salí de su oficina, el eco de sus palabras resonando en mi mente. La noche se acercaba, y debía prepararme para el evento, sabiendo que cualquier fallo podría ser fatal para mi carrera.
                                 
                                   ...
                         
8:00 PM

Eran las 8:00 de la noche y el resplandor de las luces de la ciudad iluminaba mi reflejo en el espejo. Me miré detenidamente, notando cómo el vestido ajustado de color rojo se moldeaba a mi figura. La tela suave y sedosa realzaba mis curvas, mientras que el escote moderado y la falda que caía justo por encima de las rodillas le daban un aire de elegancia y sensualidad. Había optado por un maquillaje sutil, con un toque de rojo en mis labios que hacía juego con el vestido y unos tacones elegantes que me hacían sentir más alta y segura.

Este vestido era un regalo de Alice, y aunque estaba emocionada por lucirlo, también sentía una presión creciente en mi pecho. ¿Cómo reaccionarían Matteo y Angelo al verme? Pensar en ellos provocaba un torbellino de emociones en mí. Matteo siempre tan serio y dominante, y Angelo, con su imponente presencia y mirada penetrante. ¿Qué pasaría esta noche?

Decidí no dejar que mis pensamientos me abrumaran y pedí un taxi. El trayecto hacia la empresa fue una mezcla de ansiedad y anticipación. Cuando finalmente llegué, la enorme fachada de la empresa brillaba con luces y música. Allí estaba Matteo, de pie en la entrada, con un aire imponente que lo rodeaba.

Al salir del taxi, no pude evitar sentir la intensidad de su mirada. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, como si me desnudarán con la mirada. Me acerqué con un intento de sonrisa, diciendo:

—Buona sera, señor Matteo.

Pero él ignoró por completo mi saludo, y con un gesto de su mano, me demandó que entrara al auto. Sin cuestionar, hice lo que me pidió, sintiendo la tensión en el aire mientras me acomodaba en el asiento.

El silencio en el coche se volvió insoportable, lleno de expectativas no expresadas. Finalmente, Matteo rompió el hielo.

—Vamos a un evento importante, Alessandra. No a una discoteca -dijo, su voz grave y seria, refiriéndose a mi vestimenta, mientras estacionaba el coche.

—Se supone que soy ya mayor para decidir cómo me visto. ¿No? —repliqué, intentando mantener un tono desafiante, aunque sabía que no debería.

Matteo me ignoró por completo, su expresión fría y distante, como si mi comentario no mereciera una respuesta. En lugar de contestar, salió del coche, cerrando la puerta de un portazo. Sentí un nudo en el estómago, pero respiré hondo, intentando calmar mis nervios. No iba a permitir que su actitud me afectara, al menos no en ese momento.

Lo seguí hacia la entrada del evento, decidida a mantener la compostura.Al entrar, el lugar era impresionante, lujoso en cada rincón. Las luces de araña brillaban como joyas suspendidas en el aire, y las paredes estaban decoradas con detalles dorados y mármol.

Personas importantes de la empresa y algunos socios conversaban entre sí, vestidos impecablemente. Todo parecía perfecto, como siempre en estos eventos. Sin embargo, noté algo extraño. Varias miradas se posaban en mí, incómodas, como si fuera un extraño objeto de curiosidad. Mi pecho comenzó a tensarse, aunque no entendía exactamente por qué. No era la primera vez que asistía a un evento así, pero hoy algo se sentía diferente.

De pronto, un hombre alto, con una presencia arrogante y una sonrisa que destilaba sarcasmo, se acercó. No lo conocía, pero su mirada me hizo sentir aún más incómoda, especialmente cuando sus ojos recorrieron mi cuerpo sin disimulo.

—Matteo, mi amigo… ¿has cambiado de juguete? —dijo con burla en su voz, y me observó con esa sonrisa vulgar, mordiendo su labio inferior.Matteo se giró hacia él, lento y calculado, como si midiera cada movimiento. Su rostro no mostraba ni una pizca de emoción.

—Eso no es de tu incumbencia —respondió Matteo con esa voz fría que ya conocía, pero que esta vez tenía un filo cortante, como una advertencia.El hombre soltó una risa burlesca y se acercó aún más, casi desafiándolo con la mirada.

—Ay, no seas aguafiestas. Solo me preocupo por mi amigo —añadió, su tono cargado de malicia.Matteo apenas lo miró de reojo antes de responder.

—Hace mucho tiempo tú y yo dejamos de ser amigos, Enzo —su voz sonaba tan arrogante y llena de desdén que casi podía sentir el veneno en sus palabras.Enzo soltó una carcajada, claramente disfrutando de la tensión.

—Claro, tú y Angelo, siempre tan rencorosos —continuó Enzo, alargando el momento, como si fuera una broma privada entre ellos—. Ya sé que duele que te roben a tu chica, pero... ¿quién los manda a elegir a una zorra como novia?

Mi estómago se revolvió al oírlo. No podía creer lo que acababa de decir, y por un segundo, la habitación pareció quedarse en silencio. Miré a Matteo, esperando una reacción. Cualquiera. Pero su rostro seguía tan impasible como siempre, aunque sus ojos, esos ojos oscuros y fríos, eran como un aviso de que algo estaba a punto de desatarse.Y lo siguiente ocurrió tan rápido que casi no tuve tiempo de procesarlo.

En un abrir y cerrar de ojos, el puño de Matteo impactó directamente en el rostro de Enzo, con una fuerza que hizo eco en toda la sala. La risa de Enzo se cortó en seco, y vi cómo caía al suelo, tambaleándose mientras intentaba recuperar el equilibrio.Todo el lugar quedó en silencio. Podía sentir las miradas de todos los presentes sobre nosotros. Mi corazón latía con fuerza y me quedé congelada, incapaz de moverme. Jamás había visto a Matteo perder el control de esa manera.

Enzo, aún en el suelo, se llevó la mano al labio, limpiándose la sangre que comenzaba a brotar. Pero en lugar de enfadarse, soltó una risa sádica, una que me heló la sangre.Matteo lo miraba desde arriba, con una expresión de puro desprecio. Podía ver cómo intentaba calmar su respiración, aunque la furia todavía estaba presente en cada fibra de su ser.

—Vamos, Alessandra —dijo finalmente, su voz firme pero tensa, mientras me tomaba del brazo sin siquiera mirar atrás.

Lo seguí, aún en shock, tratando de procesar lo que acababa de suceder, pero la imagen de Enzo en el suelo, con esa sonrisa perturbadora, seguía grabada en mi mente.Mientras caminábamos, sentí cómo Matteo apretaba su agarre con fuerza, lo cual me hizo quejarme por el dolor.

—¡Matteo! —exclamé, intentando soltarme de su mano. Finalmente logré zafarme de su agarre, frotando mi muñeca con una mezcla de irritación y sorpresa—. ¿Por qué lo golpeaste? ¿Acaso estás loco?

Matteo se detuvo y me miró con esa expresión que no mostraba más que frialdad.

—Sí, estoy loco —respondió sin dudar, su voz grave y seria—. No te quiero ver cerca de Enzo. ¿Me estás escuchando?

Lo miré incrédula, el tono posesivo de su voz encendió mi rabia.

—¿Y quién me lo impide? ¿Tú? —lo reté, cruzando los brazos, desafiándolo con la mirada.Matteo no vaciló ni un segundo.

—Sí, yo. Es una advertencia —dijo, sus palabras cortando el aire como una amenaza latente.

—¿Y si no quiero? —respondí, empujada por la misma furia que él me transmitía.Matteo dio un paso hacia mí, su mirada se volvió aún más oscura, y su voz, un susurro que me heló la sangre.

—Pues entonces acabaría con tu existencia — Me quedé inmóvil por un segundo, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Mi respiración se aceleró, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—¿Me matarías? —pregunté en voz baja, casi en un susurro, mis ojos buscando una pizca de humanidad en los suyos.Matteo me miró directo a los ojos, acercándose aún más, hasta que nuestras respiraciones se entrelazaron.

—¿Lo dudas? —respondió, su voz cargada de una frialdad implacable.Su presencia se volvió casi abrumadora.

Estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío, y algo dentro de mí se removió. Contra toda razón, una atracción extraña y peligrosa me invadió, aunque sabía que lo que sentía en ese momento no debía estar ahí. Pero antes de que pudiera reaccionar, Matteo inclinó la cabeza ligeramente hacia mí, acercando sus labios, apenas rozándome, para luego alejarse de golpe, dejándome con el deseo atrapado en el aire.

Se giró y caminó hacia la salida sin decir una palabra más, y me quedé paralizada, mi mente aún tratando de entender lo que acababa de pasar. Lo seguí con la mirada mientras se acercaba a un grupo de hombres muy elegantes, todos desconocidos para mí. Nunca los había visto en la empresa, pero era evidente que eran importantes por la forma en que Matteo se unió a ellos, como si nada hubiera pasado.

Con el pasar de las horas, me sentía cada vez más fuera de lugar en aquella fiesta. Un grupo de chicas que había conocido apenas esa noche me invitó a beber con ellas, y aunque al principio me resistí, pronto me encontré con un vaso tras otro en la mano. No recordaba en qué momento empecé a perder el control, pero el alcohol corría por mis venas, haciéndome sentir extraña, libre... demasiado libre.

Todo se volvió confuso. Mi cabeza daba vueltas, y las palabras que salían de mi boca carecían de sentido. Reía y hablaba sin filtro, cuando de pronto sentí una presencia familiar. Matteo apareció frente a mí, su expresión era dura, visiblemente molesto.

—Callate ya Alessandra. Deja de hacer el ridículo —me ordenó con frialdad.En lugar de obedecer, una parte rebelde en mí, alimentada por el alcohol, lo provocó.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer, Matteo? —dije, con una risa tonta mientras tambaleaba hacia el lobby, donde no había personas. Él me siguió hasta allí, claramente intentando controlarme.

—Alessandra, ya basta. Te llevaré a tu casa  —dijo con ese tono autoritario que me hizo querer desafiarlo aún más.

—No me voy a ir a ningún lado. ¿Quién te crees para darme órdenes? —le respondí, irritada y sin razón aparente.

Sabía que estaba borracha, pero en ese momento, no me importaba.Matteo estaba perdiendo la paciencia, y justo en ese instante, algo en mí explotó. Lo agarré por el cuello y lo besé de manera impulsiva, sintiendo la sorpresa en su cuerpo.

Por un segundo, pensé que me apartaría, pero en lugar de eso, me siguió el beso, sus manos recorrieron mi espalda, bajando por mi cuerpo con una intensidad que jamás había sentido antes. El beso se volvió más apasionado, y mis pensamientos se desvanecieron en la embriaguez del momento.Pero entonces me separé de él, mis labios todavía hormigueando, y lo miré con una mezcla de deseo y desafío.

—No… no vas a conseguir las cosas tan fácilmente —murmuré, casi en un susurro, aunque mi voz temblaba un poco.

Matteo se quedó mirándome, y algo en sus ojos cambió. Su paciencia finalmente se rompió. Con un movimiento rápido, me cogió por el cuello, acercándome nuevamente a él y besándome con más posesión, su cuerpo empujando el mío hacia una mesita cercana. Instintivamente, rodeé su cintura con mis piernas, profundizando el beso, mientras sus manos recorrían cada centímetro de mi cuerpo.

El calor entre nosotros era innegable, pero de repente Matteo se detuvo. Respiraba con dificultad, y me miró a los ojos, sus labios apenas rozando los míos.

—Estás borracha, Alessandra —dijo, aunque no apartó sus manos de mí.

A pesar de sus palabras, seguí provocándolo, acercándome más, mis manos deslizándose por su camisa mientras volvía a besarme, incapaz de resistir la atracción entre nosotros. Pero entonces, con un movimiento brusco, Matteo se apartó.Me acomodé el vestido, aún con la respiración entrecortada. En ese instante, apareció Angelo con una copa en su mano.

Matteo, con su mirada de acero, hizo una señal para que Angelo se acercara. Sin perder tiempo, Angelo avanzó hacia nosotros, tan frío y amenazante como siempre.

—Llévala a su casa. Está haciendo un espectáculo —ordenó Matteo, su tono seco, sin rastro de la pasión que había mostrado momentos antes.

Angelo asintió, sin siquiera cuestionar la orden, y me agarró del brazo con fuerza. Traté de soltarme, quejándome y resistiéndome, pero él no mostró ninguna piedad. Con un tirón brusco, me arrastró hacia el auto, lanzándome hacia el asiento de copiloto .

—¡Déjame ir! —protesté, pero Angelo no me escuchaba. El mundo a mi alrededor seguía girando mientras el auto arrancaba.

—Silencio, Alessandra. No jodas —ordenó, sin mirarme.

Me quedé quieta por un momento, pero el atrevimiento del alcohol comenzó a tomar el control. Sin pensar, mi mano se deslizó suavemente por su brazo, subiendo lentamente hacia su cuello. Mis dedos recorrieron su piel de manera sensual, sin razón más que el impulso de hacer algo, cualquier cosa.Angelo tensó la mandíbula, sus ojos seguían concentrados en la carretera, pero noté cómo sus manos se apretaban con más fuerza sobre el volante.

—Alessandra… —advirtió, su voz baja y amenazante—. No me provoques, si no quieres salir perdiendo.

Sus palabras no me detuvieron. Me acerqué más, mis manos recorriendo su pecho, sintiendo los músculos tensarse bajo la tela de su camisa. El aire en el coche se volvió denso, cargado de una tensión peligrosa.De repente, frenó de golpe.

El coche se detuvo en medio de la oscuridad, lejos de cualquier mirada curiosa. Mi corazón latía con fuerza, y antes de darme cuenta, me subí sobre él, montándome en sus piernas. Sentí su cuerpo tensarse bajo el mío, y aunque sus ojos reflejaban sorpresa, su expresión permanecía fría e impenetrable.

—Bájate. O no respondo—dijo con una voz contenida, el peligro latente en cada palabra.Ignoré su advertencia, acercándome aún más, dejando que mis labios rozaran los suyos apenas, provocándolo.

—No, aquí me siento bien —susurré, sonriendo, mi cuerpo buscando su calor.

Por un momento, creí que cedería, que me seguiría el juego. Pero, con un movimiento rápido, sus manos fuertes me sujetaron por la cintura. En un abrir y cerrar de ojos, me levantó y me colocó en el asiento a su lado, su mirada dura clavándose en la mía.

—No juegues conmigo de esa manera, sino habra consecuencias—dijo, y volvió a arrancar el coche, dejando claro quién controlaba la situación.Me dejé caer contra el asiento, frustrada.

El deseo y el atrevimiento se mezclaban en mi interior, pero no podía ignorar la creciente tensión entre nosotros. Después de unos minutos de silencio, algo dentro de mí habló por impulso.

—No me lleves a mi casa —dije de repente, rompiendo el silencio.Angelo no respondió de inmediato, pero su expresión se endureció aún más.

—¿Y dónde te piensas quedar? —preguntó con una frialdad cortante, sin apartar la vista de la carretera.Lo miré con una sonrisa traviesa, mientras deslizaba un dedo por mis labios, jugando con ellos.

—A tu casa —respondí, con una mirada pícara que hablaba más que mis palabras.


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