Capítulo 5.
Las cosas siguieron por ese rumbo las siguientes semanas. La paciencia se volvió indispensable para Valeria, pues muy despacio se acercaba cada vez más a su hermanastro. Vicente ya no parecía tan irritado con su presencia, y poco a poco se iban llevando mejor. Juliana estaba orgullosa por ello, sabía que su hermosa hija podía con eso, tal vez nunca fue tan buena en la escuela como su hermano pero sí tenía mucha inteligencia interpersonal... Bueno, en realidad no era tan lista, pero era bonita.
Flavio, por su parte, estaba celoso, pero claro que no lo admitiría nunca; él acostumbraba pasar todas las tardes conversando Valeria o yendo de un lado a otro con ella, acompañándola en sus compras; su hermana a veces le ayudaba con sus proyectos de la escuela, eran prácticamente dieciocho años de estar juntos y de repente, ¡puff!, todo se esfumó. Claro que sabía que tenían que separarse algún día, pero esperaba que pasara un poquito más de tiempo.
En cuanto a Valeria, si bien avanzaba con sus coqueteos sutiles con respecto a Vicente, no podía sacarse de la cabeza a Diego; hablaba con él por las noches y cuando lo hacía se decían cosas cariñosas.
—¿Puedo ir a verte? Ya tiene mucho que no nos vemos —le dijo una noche y Valeria sintió que su corazón comenzó a palpitar con fuerza.
—Me encantaría, en serio, pero...
—¿Pero?
—No creo que puedas. No ahora... —Mencionó con todo el dolor de su corazón.
—Entiendo. —Sonó decepcionado.
—No es por mí, en serio, te lo aseguro. Pero podemos vernos después, en algún lado.
—Seguro... Oye, tengo que colgar.
—Está bien, mañana hablamos. Te quiero.
—Y yo a ti, preciosa.
Después de esa charla, no había podido seguir bien el plan. Se distraía muy seguido, no iba con Vicente como su madre le decía, ¡andaba en las nubes! Una mañana en que los cuatro desayunaban en el comedor, Flavio cometió una indiscreción.
—Valeria, ¿qué tienes? De seguro has hablado con Diego más seguido, ¿no? Por eso tienes esa cara de tonta.
La chica frunció el entrecejo mientras toda la sangre se le subía a las mejillas. Flavio se dio cuenta de su error y tragó grueso al ver la mirada potente y colérica de su madre. Para suerte de los tres, Vicente no era indiscreto y no preguntó quién rayos era Diego. El asunto se les olvidó a todos, excepto a Juliana, que esa misma tarde le metió un pellizco a su hijo en cuanto regresó de la escuela.
—Auch, ¿y eso por qué?
—Es para que cuides más tus palabras y pienses antes de hablar, bocón.
—Agh —se quejó—. Lo siento —dijo de mala gana—. Por cierto, mamá, la siguiente semana viajaré.
—¿A dónde? —Alzó una ceja.
—¿Recuerdas que últimamente he estado haciendo varios exámenes?
—¿Los que son para competir?
—Ajá. Primero representé a la escuela en la zona y ahora voy a representarla en la región.
—¿En serio?
—Sí —sonrió con orgullo—. Puedo viajar con un acompañante, puedes ir tú o Valeria... O si quieres voy solo —insinuó.
—No, solo no vas.
—¿Por qué no? Agh, mamá.
—Porque no... ¿Qué día vas? ¿Y dónde es?
—Es en la capital del Estado. Voy el viernes, pero puedo elegir quedarme el fin de semana, para viajar y distraerme un rato. La escuela pagará los gastos de estancia, claro que eso no es problema para nosotros, pero igual; solo pagaríamos la comida.
—Está bien, Flavio.
—¿Puedo ir con Valeria? —Su semblante se iluminó, pues ya tenía tiempo que no convivía con ella como lo hacían antes.
—No, quién sabe a dónde se quieran ir ustedes dos, siempre son un relajo cuando andan solos. Yo voy contigo.
—Ay —se quejó.
—¿Por qué te quejas? ¡Soy tu madre!
—No, no es eso, solo... —Se interrumpió a sí mismo—. ¿Entonces mi hermana se quedará sola con Vicente?
—Pues ya qué, no hay de otra.
—Ay, mamá —rio un poco—. Igual no creo que pase nada... Es más, conociéndolos, te aseguro que no pasará nada.
—No sé... Los hombres deberían conformarse únicamente con unos cuantos besos, miradas coquetas y actitudes amables.
Flavio mostró una gran sonrisa.
—Ay, madre, como si los hombres solo se conformaran con eso —dijo burlón.
—Tienen que, por lo menos a tu edad —recalcó. Flavio rio con más fuerza—. Bueno, ya, no te burles. Ahora hay que avisarle a tu hermana.
***
El entusiasmo no vino a Valeria cuando le dijeron que se quedaría todo un fin de semana sola con Vicente, sino que vino después, cuando él mismo le avisó que en realidad estaría sola todo el sábado hasta el domingo en la tarde.
—El sábado como a las nueve quedé de ir a la casa de un compañero para una reunión de trabajo. De ahí saldremos de la ciudad juntos, en su camioneta, y regresaremos el domingo en la tarde. Te quedarás sola; puedes lidiar con eso, ¿no?
—Por supuesto —contestó sin poder reprimir una sonrisa.
—No quiero que hagas desastres ni nada.
—Claro que no. —Negó con la cabeza—. ¿No confías en mí?
Él prefirió no responder a esa pregunta, así que la evadió diciendo otra cosa.
—No tardaré mucho, lo prometo.
—No te preocupes por mí, estaré bien. —«Como si le interesara, además estar completamente sola o con su simple y escasa compañía es casi lo mismo... casi» sonrió.
No hizo esperar mucho y en menos de una hora todos sus «amigos» estaban enterados de que el sábado en la noche daría una fiesta en su mansión. Los citó a las once de la noche, excepto a sus dos mejores amigas, a ella las citó a las diez para terminar de arreglarse y acomodar todo.
Para colmo, les dio el fin de semana libre a las criadas y a la cocinera, indicándoles que les pagarían el día pero que tenían que ir a otro lado, que era urgente que no volvieran a la mansión hasta el lunes temprano. Cuando ellas le preguntaron por qué, inventó que según su hermanastro comentó que unos amigos de él irían a la mansión a pasar el rato —cosa que les pareció extraño a las mujeres aunque no comentaron nada—, pero que eran unos hombres muy pervertidos y no debía haber ninguna mujer allí.
—¿Y qué hay de ti? —Le preguntó Ágata.
—Yo iré a dormir a casa de una amiga —mintió.
Martina pensó en preguntarle directo a Vicente acerca de eso, pues le pareció demasiado extraño que un hombre tan educado como él se atreviera a hacer tal cosa, pero Valeria no lo permitió. Al ver que se acercaba a la oficina para tocar, la detuvo.
—Yo que tú no haría eso.
—¿Por qué?
—Ha estado un poco irritado. —Fingió preocupación—. Tal vez se llegue a enojar de repente y te despida.
Ante tal amenaza, Martina ya no hizo nada y se alejó, aún con el semblante lleno de duda.
Para buena suerte de Valeria, después de esa situación, las mujeres aceptaron irse sin chistar. Las jóvenes aprovecharían para ver a sus padres y Martina para visitar a sus hijos y nietos. Antes de irse, la cocinera dejó preparado el desayuno del sábado y le dijo a Valeria que ella lo fuera a servir al comedor. La chica aceptó más que gustosa, pensando en su fortuna, pues Vicente no sospecharía nada raro si veía el alimento preparado en la mañana. Si bien ella no sabía cocinar, podía sobrevivir un fin de semana sin comer algo decente y, como ese sábado Vicente le informó que comería en casa de ese mismo compañero de trabajo que puso su casa como punto de reunión, supo que no habría ningún problema. Ya el domingo le inventaría Martina estaba indispuesta y que las chicas andaban por allí limpiando algo, pero mientras disfrutaría.
El día sábado llegó y al diez para las nueve, Valeria despidió a Vicente. Exactamente una hora después, recibió a sus dos amigas. La chica se sentía alegre porque conviviría con sus excompañeros de la preparatoria, unos se encontraban estudiando, otros trabajando, otros se tomaron años sabáticos, al igual que ella, aunque ellos sí lo hicieron por gusto, a ella prácticamente la obligaron.
Sacudió la cabeza para quitarse esos pensamientos y comenzó a preparar el ambiente junto con las otras dos chicas. En ningún momento pensó que esas personas no eran sus amigas de verdad, ninguna asistió al funeral de Facundo y, aunque estaba claro que no le importaba mucho ese señor, los demás no lo sabían.
Sus amigas la convencieron de usar los vinos y wiskis viejos de su difunto padrastro. Al principio no estaba muy segura, pero insistieron en que la fiesta se pondría mejor si había un buen alcohol en vez de refrescos, pues esos eran, según las chicas, para niños y púberes. Mientras acomodaban todo, una de ellas, la más guapa de las tres, una chica alta, pelirroja —teñida— y de ojos azules, cuyo nombre era Marisa, hizo un comentario que sorprendió un poco a Valeria.
—Pienso que tu hermano es un poco raro.
—Pues yo creo que es lindo —comentó la otra chica, una morena de cabello rizado y de color negro con reflejos azulados.
—Pues Flavio es un poco extraño, no lo niego, ¿pero qué tiene que ver? Es mi hermano y lo amo... Y Gisela —se dirigió a la morena—, ya te dije que es gay.
—¿Qué tiene? —La chica se encogió de hombros—. Una vez volví hetero a un homo, creo que puedo volver a cual sea... Es como mi súper poder —admitió bobamente.
—No, Gisela, no lo volviste hetero, lo volviste bisexual, y no lo intentes con mi hermano, en serio.
—¿Pero por qué? ¿No quieres que tu hermano sea normal?
—¡Es normal!
—No, hasta tú admitiste que es un poco raro.
—Bueno, sí, pero no me refería a eso...
—Y yo no me refería a Flavio. —Se entrometió Marisa en su conversación—. Me refiero a tu otro hermano. —Le enseñó una sonrisa de medio lado.
—Ah, mi hermanastro... —Comprendió todo, pues Marisa nunca había insultado a Flavio, hasta se llevaba bien con él. Recordó cuando sus amigas conocieron a Vicente; ellas fueron por Valeria para ir al cine, pero como tardaba mucho en arreglarse, Juliana las pasó a la mansión para que esperaran y, casualmente ese día estaba él, así que no le quedó de otra más que presentarlo—. Sí, es un poco raro...
—Pero no sé, tiene algo que lo hace atractivo.
—¡Es cierto! —Gisela dio palmaditas.
—¿Atractivo? —Se burló Valeria—. ¿Como qué?
—¿No te parece en nada atractivo? ¿No hay nada que te llame la atención de él?
—Bueno... —Valeria se quedó pensando—. Tal vez sus ojos.
—¡Sí! ¡Sus ojos son tan preciosos! —Exclamó Gisela—. Se me hace un hombre atrayente.
—Gisela —comentó Marisa con tono burlesco—, ¿a ti qué hombre no se te hace atrayente?
La chica, en vez de ofenderse por la insinuación, se quedó pensativa.
—Pues yo creo que todos son lindos, todos tienen algo que los hace especiales —sonrió.
—Sí, típico de ti. —La pelirroja rodó los ojos—. Como sea, Valeria, quiero que me presentes a ese hermanastro tuyo.
Valeria la miró con fijeza, no quería que una chica como Marisa se entrometiera en los planes de su madre, ¡no necesitaba más problemas!
—Ammm, no te conviene.
—¿Por qué no? —Alzó una ceja—. ¿Acaso tiene novia?
—¿Tiene novia? Umm, ¡qué mal! —Gisela dijo en tono triste—. ¡Pero podemos quitárselo! —Ahora sonó feliz.
—No, no tiene novia —admitió. «Creo».
—¿Entonces por qué no quieres presentarlo?
—Pues... —Empezó a ponerse nerviosa. Podía contarles que ella ya le había puesto el ojo pero eso era un arma de doble filo, porque o una de dos, podían apartarse completamente o podían fijarse aún más en él, o lo peor, podían contarle a alguien, como a Diego, y se iba a armar a lo grande.
—¿No me digas que tú estás interesada en él? —Marisa sonrió, enseñando sus perfectos dientes en el acto.
—No, ¿cómo crees? Yo... —Se quedó en silencio al no saber qué decir.
Las chicas la miraron con atención y segundo después abrieron los ojos con sorpresa. Gisela emitió un fuerte chillido.
—¡Qué romántico! Es como todas las historias de Internet que leo donde las niñitas estúpidas se enamoran de sus hermanastros mayores que ellas, ¡esas novelas son tan clichés y tan bonitas!
—¡Pero qué puerca incestuosa! —Marisa rio con fuerza.
Valeria estaba tan apenada que ni siquiera se enojó por los comentarios de sus amigas.
—Por favor, no digan nada a nadie —suplicó. Si su madre se enteraba de lo que hizo, de seguro la ahorcaba.
—Espera, ¿y qué hay con Diego? ¿Ya se te olvidó?
—No, Marisa, no digas eso. —Agitó sus manos—. Diego jamás se me olvidará.
—¿Y entonces? ¿Piensas salir con dos a la vez? —Abrió los ojos—. Pero tú sí que me sorprendes, resultaste más perra de lo que creí.
—Mira —comenzó a explicar—, ni Diego, ¡ni nadie!, tiene que saber esto. Yo amo a Diego, ¿sí? Así que prometan no decir nada, por favor. Que sea un secreto de amigas, ¿vale?
—Pero si tú eres Vale, además si amas a Diego, ¿por qué piensas salir con tu hermanastro? —preguntó Gisela con voz suave.
—Porque... —«¿Qué les digo?» pensó preocupada. Al no saber qué más inventar, se le ocurrió lo obvio—. Por una apuesta.
—¿Apuesta? ¿Con quién? —Preguntó Marisa, intrigada.
—Con Flavio... Sí, con él.
—¿Por qué? ¿Y qué apostaron? —Preguntó Gisela viéndola fijamente.
—Bueno, en realidad solo se le ocurrió y yo acepté. Si puedo conquistar a ese hombre tan frío, él me va a regalar su... ¡Su diario! — Dijo lo primero que se le ocurrió y se maldijo en la mente por su estupidez. ¡Flavio ni siquiera tenía diario!
—¡¿Su diario?! —Ambas preguntaron al unísono.
—¿Flavio tiene diario? Oh, es tan gay —se burló Marisa.
—A mí me parece lindo que tenga un diario —comentó Gisela.
—Ammm, sí, bueno... Siempre me ha dado curiosidad saber su vida privada, porque ya conocen como soy, muy chismosa... —Esperó a que alguna negara esa afirmación, pero en vez de eso asintieron con la cabeza—. Y bueno, eso es todo.
—¿Y si no lo conquistas?
—Bueno, entonces yo tendré que... —En ese momento sonó el timbre—. ¡Oh, miren, ya llegó el primer invitado! Voy a abrirle. —Salió corriendo hacia la puerta. «¡Qué alivio!» pensó.
Los demás no tardaron mucho en llegar y el ambiente se puso de lo más divertido. Todos bailaban, tomaban, practicaban la promiscuidad, ¡era ideal para ellos! Como por la una de la mañana, Valeria ya estaba tan ebria que ni siquiera se preocupó cuando alguien vomitó en la preciada alfombra lujosa que había en la sala de estar, ni cuando otros de los chicos rompieron un jarrón carísimo, al contrario, en los dos casos comenzó a reír estrepitosamente.
De repente, su amado Diego se acercó a ella y comenzó a besarla con fiereza. Ella sentía que sus piernas se debilitaban, así que lo rodeó con sus brazos mientras continuaban besándose como si no hubiera un mañana. El chico tenía todo lo que le gustaba, era musculoso y marcado, de piel morena, cabello castaño oscuro y lacio, personalidad espontánea y alegre, ¡todo lo que ella deseaba en un hombre! Gisela se acercó a ellos, casi cayéndose en el intento.
—Oigan, lamento interrumpir —dijo casi a los gritos, pues la música estaba muy fuerte—, pero a los chicos se les acaba de ocurrir una idea genial.
—¿Qué quieres, Gisela? —Dijo Valeria molesta porque la acababan de interrumpir en su sesión de besos.
—Los chicos quieren jugar siete minutos en el paraíso, sería genial que se unieran.
Al final, todos aceptaron jugar. Los chicos pusieron el nombre de las chicas en un papelito y sacaron alguno. Uno que otro suertudo obtuvo dos papelitos, pues había más chicas que chicos.
Del otro lado de la sala, las chicas tomaron una de las botellas vacías que había en el piso. Marisa estuvo a punto de girarla para ver qué afortunada iba primero, pero Valeria la detuvo con una mano.
—Es mi fiesta, querida, yo voy a ir primero.
Marisa sonrió ligeramente mientras tomaba su cabeza entre sus dos manos, ¡estaba que le estallaba!
—Está bien, yo iré a tocar cuando pasen los siete minutos.
Valeria se acercó a los chicos con paso sensual.
—Y bien, ¿quién es el afortunado?
A pesar de que estaba ebria y medio perdida, no pudo evitar sentirse contrariada cuando Diego se acercó a ella.
—Soy yo, hermosa.
¡Hasta en estado de ebriedad la seguía la buena suerte! O eso creía. Sonrió cuando él la tomó de la cintura para dirigirse a un cuarto oscuro que Facundo usaba para guardar cosas viejas de las cuales no se quería deshacer.
—No creo tardarme únicamente siete. —Diego les sonrió a sus amigos—. Así que mientras pónganse a hacer otra cosa.
Los chicos rieron como estúpidos.
—Pueden gemir todo lo que quieran, la música está muy alta, no se oirá nada —comentó uno de ellos mientras se echaba otro trago.
—Estúpidos —les dijo Valeria sin dejar de sonreír.
Una vez que llegaron a la habitación, Diego tomó su rostro con delicadeza y comenzó a besarla.
—Hace rato nos interrumpieron, pero podemos reanudarlo —le susurró.
—Por supuesto.
El chico siguió besándola, cada vez con más pasión. Comenzó a subir la falda de Valeria y a acariciar su muslo. En el momento en que quería desabrocharle la molesta blusa con infinidad de botones para ir más allá, alguien abrió la puerta.
—¡Joder, todavía ni han pasado los siete minutos, cabrones! —Era cierto, apenas habían pasado como dos, claro que al dueño de la casa eso no le importaba. El chico ya no siguió hablando, pues se dio cuenta de que no eran sus amigos los que abrieron la puerta sino un hombre muy siniestro y enojado.
Valeria, a pesar de su estado, pudo sentir que sus náuseas aumentaron al ver a Vicente parado frente a ellos con expresión sumamente colérica. La chica se bajó la falda con rapidez.
—Vicente, puedo explicar...
—¡No necesito tus explicaciones, Valeria! —Casi gritó. Se dirigió a las bocinas y aparatos electrónicos y los apagó. Todos en ese momento lo voltearon a ver—. ¡Largo de mi casa! —Los chicos lo vieron con expresión llena de estupidez—. ¡Ahora! —Ordenó con voz potente.
Los jóvenes comenzaron a desalojar la casa rápida y silenciosamente. Antes de irse, Gisela le dirigió a Valeria una mirada llena de pena. Marisa, por su parte, se fue riendo en voz baja.
Al quedar completamente solos, Valeria se imaginó que Vicente le pondría la regañiza de su vida, pero únicamente subió junto con ella a su habitación. Una vez allí, habló.
—Esperaré a que se te baje la embriaguez, date un baño o haz lo que quieras. —Irónicamente, sonaba tan tranquilo como siempre—. Pero mañana vas a oírme, chiquilla irresponsable —amenazó. Sin decir nada más, salió de la habitación.
Valeria se sentó en su cama, conteniendo las ganas de vomitar y pensando en el destino que le deparaba el día siguiente. «Mierda».
:D
¡Feliz Navidad! Espero que la hayan pasado muy bien.
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