Capítulo 18.
Maratón 3/3.
Espero que les haya gustado el regalo de San Valentín y para cerrar el maratón con broche de oro, les dejo uno de mis capítulos favoritos. Al fin podremos conocer más cosas de Valeria.
La mañana del día de su cita con Vicente, Valeria se encontraba sentada en su cama con expresión neutra, pensando en lo horrible que era. Aún seguía pasando las tardes con Vicente y en verdad disfrutaba su compañía, pero por las noches, cuando estaba sola, se ponía a pensar en todo y su culpa creciente la carcomía. Volteó hacia el espejo de su tocador y contempló su imagen. «Esta fachada de chica hermosa es una farsa, ¡soy horrible!» pensó, recordando todas las cosas que la hicieron sentir muy culpable a su corta edad. Ese sentimiento no era desconocido para ella, varias veces lo sintió, pero conmemoró las veces que más la hicieron concebirse como una persona terrible.
La primera vez tenía como unos ocho años. Había estado muy enojada porque su mamá no quiso llevarla a la fiesta de una amiguita porque se portó mal, le contestó con una grosería cuando le llamó la atención porque no hacía sus tareas. Estuvo tan enfadada por no haber ido a la fiesta a la cual todas las demás niñas de su salón asistirían, así que se le hizo fácil tomar una figurita de porcelana que tenía la forma de unos novios, esa que la abuela le regaló a Juliana cuando se casó, y sin pensarlo dos veces la azotó contra el suelo. En seguida se encerró en su habitación y unas horas después, cuando Juliana la llamó junto con Flavio para preguntar qué había pasado, intentó echarle la culpa a su hermanito.
—Yo no fui, mamá —insistió el pequeño, cuyos ojos se estaban comenzando a llenar de lágrimas.
—Valeria, ¡¿quién fue?! —Exigió saber.
—Mamá... —En ese momento volteó a ver a Flavio, que ya se había soltado a llorar, y no se sintió capaz de traicionar de esa manera a su pequeño hermano—. Fui yo —aceptó finalmente—. Pero fue un accidente —mintió. Pensó que la mentira fue en vano y que la iban a regañar y a castigar de la peor manera, pero para su sorpresa, vio que su mamá solo asintió con la cabeza.
—Está bien, entiendo.
Juliana comenzó a recoger los pedazos de la figurita mientras comenzaba a llorar en silencio, tratando de que sus hijos no la vieran. Esa figurita era el único recuerdo que tenía de su madre y su hija lo destruyó de forma cruel, claro que pensó que fue un accidente y no la castigaría por ello, total, esa clase de eventos siempre ocurren, pero Valeria fue la única que supo la verdad. La niña sintió un nudo en la garganta al ver a su madre de esa manera y a su hermanito lloriqueando porque ella intentó echarle la culpa.
«Mamá tiene razón, siempre he sido egoísta» caviló. En seguida recordó la segunda vez que se sintió horrible. Esa fue la peor de todas, sin duda alguna, y tuvo que ver con su padre. Para ese entonces Valeria tenía como doce años, y fue por esas fechas cuando su papá y Juliana comenzaron a llevarse muy mal; casi todas las noches se escuchaban gritos y peleas, pero esa noche la situación se estaba descontrolando. Su madre no quería platicarles mucho de la situación pero por lo poco que había oído, se enteró de que su padre se había endeudado hasta el cuello y no tenía con qué pagar, casi no les daba nada y solo llegaba en la noche para discutir con Juliana. En un momento en que los gritos se hicieron más fuertes, Flavio entró a su habitación y se acurrucó junto a ella; posteriormente se tapó los oídos y sollozó un poco. Valeria atrajo a su hermanito hacia ella y lo abrazó con fuerza mientras acariciaba sus cabellos con delicadeza.
—Ya, ya, todo pasará, tranquilo —le susurró cuando el niño dejó de taparse las orejas y se aferró a ella en un fuerte abrazo.
La verdad era que estaba furiosa con ese hombre, ¿cómo se atrevía a hacerles eso? Al siguiente día había clases y él sólo se aparecía para hacer enojar a su madre y turbarles la paz con su griterío. En ese momento había escuchado un azote de la puerta y supo que el hombre se había ido. Fue cuando deseó con todas sus fuerzas que su padre se largara para siempre de sus vidas y que no regresara jamás, pensó que tal vez eso sería lo mejor para su madre y para ellos. Pero al día siguiente, cuando al volver de la escuela se enteró de que su padre, efectivamente, se había largado sin despedirse ni nada, se sintió horrorizada. Especuló que tuvo que ver con ella, que sucedió eso porque ella lo pensó. La culpa la hizo sentir demasiado mal, pues a menudo veía a su madre llorando por su ausencia, porque sí lo amaba, y porque no tenían nada, pues los dueños de la casa en que vivían les recordaba a menudo sus deudas y rentas atrasadas y amenazaban continuamente con sacarlos de allí.
Unos meses después se enteraron de que su padre se suicidó, y asistieron al funeral y a los rezos que los suegros y cuñados de Juliana hicieron; curiosamente no sintió tristeza ni abatimiento, más bien estuvo la mayoría del tiempo con indiferencia, claro, hasta que su culpa regresó al ver a su mamá llorando amargamente por la defunción de su primer esposo.
Tiempo después, cuando Juliana se casó con Facundo, se terminaron de despegar completamente de la familia de su padre, que a menudo le echaba la culpa a Juliana por el suicidio del hombre. Ni quiera les importó que ellos les ofrecieron techo durante un rato, pues sus constantes quejas y reclamaciones los hacían sentir completamente desligados a aquella gente. Para Valeria hasta fue un alivio ya no ir a verlos, porque sus abuelos paternos y sus tíos eran muy estrictos y a ella le parecían exasperantes. Años después la joven pensó que tal vez sí había sido lo mejor que se hubiera muerto aquel hombre que una vez se hizo llamar su padre, pues ya siendo viuda, Facundo pudo tomar a Juliana como esposa y no como amante.
«¡Soy terrible! ¿Cómo pude pensar en que estuvo bien la muerte de mi propio padre? Y yo que desee que se largara, a pesar de que mamá sí lo quería y le dolió mucho su partida y su muerte... Y aquella familia, que nunca he considerado como mía a pesar de que sí lo son y nos ayudaron, también sufrió... ¡Y mamá! ¡Cuánto la he hecho sufrir! Si papá no se hubiera ido nunca, tal vez ahorita seríamos una familia feliz y mamá estaría contenta» caviló, decepcionada de sí misma.
Y así, comenzó a recordar la tercera vez que se sintió muy mal a causa de la culpa. Esa vez no tuvo que ver con su familia sino con alguien más. Fue cuando entró al bachillerato, era una de las nuevas alumnas y no conocía a nadie. Facundo tuvo la idea de meterla a una escuela carísima y, aunque ella no tenía muchas ganas de cambiarse de colegio porque en el que iba ya tenía su grupo de amigos, Juliana aceptó encantada de pasarla allí. El primer día solo le habló una chica tímida, cuyo nombre era Carla, y le explicó cómo funcionaban las cosas ahí.
—Aquella niña es Marisa. —Señaló a la chica de ojos azules de cabello negro y lacio; en ese entonces todavía no se lo teñía—. Es la reina del salón desde primero de secundaria —rodó los ojos—, y es muy creída. La niña que está a su lado es Gisela, es prácticamente su chinche. Esas chicas son las que mandan en el salón, así que no busques problemas con ellas.
Valeria les dedicó una mirada llena de desprecio pero pronto su atención se dirigió hacia un chico que estaba bromeando y riendo de manera estrepitosa con sus amigos.
—¿Y quién es aquel chico? —Lo señaló con discreción.
—Él se llama Diego. Es un poco groserito con quien quiere, y también se cree mucho; bueno, conmigo nunca se mete pero todavía le falta madurar un poco.
—Mmm, ya...
—¿Por qué? ¿Te gusta?
—No, me fastidian los tipos como él.
—Aaaah, eso dices pero a mí se me hace que sí te gusta.
—Ya te dije que no —mencionó con seguridad—. Nunca me fijaré en él.
—Está bien. —La chica le sonrió.
El resto de la semana Valeria almorzó con esa niña amable. A pesar de que casi nadie más le hablaba, se sintió a gusto de que por lo menos una persona la hubiera recibido con los brazos abiertos. Pero el siguiente lunes Carla faltó a la escuela, pues era muy enfermiza y le dio un resfriado, así que Valeria comenzó a almorzar sola y sintiéndose incómoda de que los demás la miraran como bicho raro. Sin darse cuenta, Marisa posó su mirada en ella y la señaló con discreción.
—Esa niña va en nuestro salón, ¿verdad? —Preguntó a su amiga.
—Sí, es de las nuevas —contestó Gisela mientras le daba una mordida a su manzana.
—¿Cómo se llama?
—Amm... ¿Valentina...? ¿Victoria...? Creo que sí es Valentina.
—No, es Valeria, me parece.
—Cierto. —La morena tronó los dedos—. Es Valeria. ¿Por qué te interesa?
—Se ve que tiene dinero.
—Pero casi todos aquí tenemos, Marisa.
—Pero se ve que ella es de las que más tienen, ¿ya viste el brazalete que lleva puesto? Y su collar es muy hermoso... Y ese pasador se ve carísimo.
— Sí es cierto, se le ve hermoso... —La miró con más atención—. Tiene un cabello muy bonito, ¡y es tan largo! Yo lo quiero así.
—Y ella es muy bonita —aceptó Marisa—. Me sorprende que nadie más la haya notado antes.
—La notó Carlita.
—Esa rara no importa, me refiero a los demás. En especial los chicos, como los idiotitas de Francisco y Emanuel; hasta se me hace extraño que no anden ahí de perros tratando de conquistarla.
—Pues en la mañana vi a Diego haciéndole conversación.
—Sí... —Se quedó pensativa—. Pero nadie la ha invitado a almorzar en su grupito. No la han visto bien.
—Pues ha de ser eso.
—Ven, vamos, parece que hemos encontrado a la adecuada para cerrar nuestro séquito.
—¿Qué significa séquito? —Preguntó Gisela con ingenuidad.
—Agh, cállate y sígueme.
Las chicas se colocaron enfrente de Valeria. Gisela hizo el intento de hablar pero Marisa le dio un codazo y comenzó.
—Hola, Valeria, soy Marisa y ella es Gisela. —Señaló a su amiga.
—Ya lo sé, voy en su salón —contestó, viéndolas con extrañeza.
—¡Qué bien! —Exclamó Gisela.
—Amm, ¿por qué estás tan sola? —Preguntó Marisa con tono amable y ligeramente preocupado.
—Carla no vino.
—¿No te gustaría que nos sentáramos contigo? —Preguntó la chica de ojos azules.
—Si quieren.
El resto de la semana Valeria almorzó con ellas, pues Carla aún no se componía de su resfriado, tardaba mucho en recuperarse. La castaña se sintió a gusto con la compañía de Gisela y Marisa, pues esta última aún no era tan grosera y la morena siempre fue amable con ella, además de que todos los demás compañeros ya la notaban y la halagaban continuamente. Había recordado, con orgullo, que su madre le comentó que cuando ella era estudiante también perteneció al grupo de las chicas populares, siendo la líder. Valeria pensó que tal vez después podría derrocar a Marisa de su liderazgo y colocarse ella como reina, cosa que nunca logró por más que lo intentó. Pero lo que la hizo sentir terrible fue cuando Carla regresó a la escuela la siguiente semana y la encontró como una de esas chicas que tanto criticaba, ¡exactamente una semana bastó para su transformación! Y lo peor fue cuando Carla hizo el intento de hablarle pero la ignoró por completo porque Marisa le advirtió que si seguía hablando con Carla, la excluiría del grupo.
—No, hablarle a esa niña es como suicidio social. Nosotras te rescatamos, debes estar agradecida.
—¿Pero quién dice eso? Tú eres la reina del salón, ¿no? De seguro si le empiezas a hablar, todos comenzarán a incluirla.
—Pues sí pero el punto aquí es que no quiero hablarle, así que si tú quieres, ve y hazlo, pero después no nos busques.
Gisela tenía una expresión cabizbaja y, aunque esa vez estuvo de acuerdo con Valeria y no con Marisa, no se atrevió a decir nada.
—Agh, está bien, no le hablaré —decidió.
—¿Segura?
—Sí —respondió con tono hostil.
Y como fue. Le habló a Carla cuando fue estrictamente necesario, por ejemplo cuando la chica le preguntaba la hora en un intento en vano por tratar de acercarse de nuevo a ella, pero jamás volvieron a tener una conversación decente. Interiormente se sentía fatal cada vez que la veía comiendo sola o cuando alguien se burlaba de ella, cosa que no sucedía muy a menudo pero cuando pasaba, su compañera se aguantaba las ganas de llorar.
Tenía la impresión de que Carla habría sido una buena amiga, mucho mejor de lo que Gisela y Marisa pudieron haber sido, una de esas incondicionales que te ayudan cuando tienes problemas y a las que les puedes comentar de todo y siempre te dan un buen consejo, pero ella se perdió la oportunidad de tener una amiga así solo por la maldita necesidad de ser popular.
«Carlita... Lo siento, por todo. A pesar de que me caías súper bien, yo preferí los halagos falsos y la amistad hipócrita y, aunque sí la pasé muy bien con eso, me estoy dando cuenta de que en realidad me perdí de mucho y realmente gané muy poco... Y ahora esto, ¿qué debo hacer? Por un lado tengo a mi madre, a la que he hecho sufrir mucho, ella cuenta conmigo y no quiere habladurías innecesarias por parte de la gente, y por el otro tengo a Vicente, mi Vicente, el hombre del cual estoy enamorada, él, que es tan lindo y considerado conmigo. No quiero lastimar ni decepcionar a ninguno».
En ese momento alguien tocó la puerta de su habitación.
—¿Quién es?
—Soy yo —contestó Juliana.
—Pasa.
Juliana la miró con atención.
—¿Te pasa algo?
—No, estoy bien —mintió—. Por cierto, hoy voy a tener una cita con Vicente, ¿al rato podrías ayudarme?
Juliana creyó que la turbación de su hija era por eso. No le pasó por su mente que su hija estuviera enamorada de Vicente, al contrario, creía que seguía sintiendo desprecio por él y que por tal motivo se encontraba consternada. Su hijastro no era el tipo de hombres de los cuales su hija se enamoraba, a Valeria le encantaban los chicos bronceados de buen cuerpo, rostro bien parecido y cabello perfecto, no hombres escuálidos, pálidos y tenebrosos.
—¿Quieres que te ayude a arreglarte?
—Sí, por favor.
—Está bien. Debes verte bonita.
—Exactamente.
—Ya llevas un rato saliendo con él, ¿verdad?
—Sí, algo. —Se encogió de hombros—. ¿Por?
—Creo que ya es hora de que le vayas sugiriendo poner la mansión a tu nombre.
Valeria la volteó a ver con incredulidad.
—No, no ha pasado tanto tiempo, me va a mandar por un tubo largo.
—Vale, por favor, debe ser antes de que te vayas a la universidad, ¿si no qué voy a hacer sola con la alimaña ahí metida?
Valeria miró hacia el suelo. No le pareció que su madre se refiriera de esa manera a Vicente.
—Pues es su casa —susurró.
—Sí pero no por mucho. Hoy empieza a insinuarle tus intenciones de la manera más sutil que puedas.
Valeria miró con atención a su madre y estuvo a punto de negarse y comentarle todo lo que sentía por Vicente, que lo amaba y no lo repudiaba, como ella pensaba, y que no se atrevería a hacerle eso, pero de repente recordó todo lo malo que le había hecho a su madre: cuando le era desobediente, berrinchuda y grosera, cuando rompió su preciada figurita de porcelana, cuando deseó que su padre los abandonara, y todos sus demás actos que la hicieron sufrir. No tuvo el valor de contrariarla de esa manera.
—Sí, madre, haré mi mejor esfuerzo —comentó mientras volvía a bajar la cabeza.
—Está bien. Por cierto, ¿puedo preguntarte algo?
—Adelante.
—¿Has tenido... encuentros sexuales con él?
Todo el rostro de Valeria se puso de color rojo tomate. Miró a su madre con incredulidad.
—¡Mamá! —Se quejó—. Eso no se pregunta.
—Ay, Valeria... —Negó con la cabeza repetidas veces—. Tus reacciones responden por ti.
—No, la respuesta es no —dijo rápidamente con tono entre apenado y molesto—. No he tenido nada así con él.
De seguro si hubiera estado ahí Flavio, hubiera dicho algo como: «¿Ah, no? ¡Me sorprende!». Pero Flavio estaba en la escuela y ambas agradecieron ese hecho.
—Está bien... Ven, vamos, no te quedes ahí, vamos al salón de belleza.
—¿Vamos a ir? Creí que me arreglaría aquí.
—No, vamos a que te arreglen las uñas. Debes hacerte la manicura y pedicura. Tal vez deberías plancharte el cabello.
—Está bien pero todavía falta tiempo. La cita es hasta en la noche.
—Como si no supieras que el tiempo vuela. Luego te quieres arreglar bien tarde y no te da tiempo ni de pintarte las uñas, así que vamos ahorita, de una vez para hacer todo con calma y que no nos agarren las prisas.
—Está bien... ¿Y también me comprarás un nuevo vestido? —Preguntó con emoción.
—Tienes uno que te acabas de comprar, ¿no? —Alzó una ceja.
— Sí, me lo compró Vicente, pero ya me lo vio puesto porque ese día me lo probé, así que creo que necesito otro.
Juliana soltó un suspiro.
—Está bien, te compraré otro.
—Gracias, mami.
—Únicamente porque debes verte hermosa para tu cita.
—Sí. —Valeria comenzó a ponerse triste de nuevo al recordar lo que le sugeriría a Vicente esa noche—. Hermosa —repitió en un susurro con voz melancólica.
Espero les haya gustado.
¿Qué opinan de Juliana?
Y mi Vale, está tan enamorada... Estrella y Dana estarían decepcionadas 😂😂 ok, no.
Nos vemos pronto :3
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