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9:

La mañana siguiente no sólo me tenía intranquila por lo que nos podría deparar el nuevo día, sino también por el toque que sentí haberle dado a Jacob. Estaba insegura en si había sido un sueño, o si realmente estaba pasando. De todos modos, lo seguro era que ya no compartíamos el mismo cuerpo. Eso debía hacernos sentir mejor, supuse.

―Buenos días.

Volteé y Jacob estaba parado en el umbral de la puerta de la habitación.

―¿Por qué esa cara? ―preguntó―. ¿Viste un fantasma? ―sonrió.

Sonreí.

―¿Desayunamos?

―¿Aún queda dinero? ―me sorprendí.

―Aún queda algo y tengo mucha hambre.

―Deberías guardarlo, Jacob. Aún no sabemos sí...

El pequeño celular de Jacob sonó. Regresó a la habitación y salió con el móvil a la oreja.

―Claro ―dijo―. Okay. Gracias. Ahí estaré.

La sonrisa de Jacob se extendió mucho. Me asusté y preocupé, pero no pude evitar que mi sonrisa también saliera.

―¿Qué pasó? ―pregunté.

―Ponte tus mejores trapos espirituales ―dijo divertido―. Hoy saldremos a desayunar, almorzar y cenar.

Antes de que abriera mi boca para decir algo, él se volteó y caminó hasta el baño. Se detuvo en la puerta y volteó hacia mí.

―Ah, lo olvidaba: Iremos al parque otra vez.

―Pero si estaba cerrado...

―Iremos al parque, Amber.

Jacob podía ser muy adulto y maduro, podía ser fuerte y muy apuesto, pero aún actuaba como un niño. Debo admitir que eso me gustaba más que nada. Su actitud jovial y alegre a pesar de las circunstancias. La manera en la que lograba pasar por encima de lo malo que le ocurriera y salir adelante con una gran sonrisa... Nunca había conocido alguien así.

Resoplé en el asiento, Jacob se tardó mucho en la ducha. Cuando salió, parecía ir tarareando una canción en el transcurso hasta la habitación, con una toalla envuelta en la cintura. Tragué saliva.

"Los muertos no sienten, Amber" me repetía constantemente cuando Jacob despertaba cosas en mí. Traté de despejar mi mente acariciando el material áspero del sofá.

Un momento... ¿Había sentido el material del sofá con mis manos? ¡Sí! ¡Lo había hecho! Y no tenía ni más remota idea de por qué eso me emocionaba tanto.

―Vámonos ―dijo Jacob. Levanté la mirada; estaba vestido de forma muy informal: camiseta negra por debajo de una camisa a cuadros sin abotonar, jeans y zapatos oscuros, más su estúpida gorra que lo hacía ver sensual. Sonrió y me levanté.

Llegamos hasta la misma cafetería del día anterior. Comimos... Bueno, Jacob, comió. En el poquísimo tiempo compartido, me había acostumbrado a referirnos como un "nosotros". Ahora que cada uno estaba por su lado, me sentí extrañamente vacía. Mientras él comía, yo me preguntaba por qué sonreía tanto. Otra persona, una normal, se habría vuelto loca en esta situación, pero Jacob estaba lidiando muy bien con todo ello.

―¿Qué me miras? ―preguntó mientras se limpiaba la boca con una servilleta.

―Es que estás comiendo como una persona normal.

Jacob rió.

―¿Sabes? ―Jacob se acomodó en el asiento―. Algo me dice que no es eso en lo que piensas.

―¿Ah sí?

Jacob asintió con suficiencia.

―Bien. Dime tú, ¿en qué estaba pensando, genio?

―No lo sé. ―La voz de Jacob tan fresca, tan tranquila. Arrugó los labios y miró al techo antes de mirarme directo a los ojos―. Extraño estar en tu mente.

Las personas alrededor parecían no notar que Jacob estaba hablando sólo. O bueno, aparentemente. Suspiré.

―Yo también ―le dije. Sonreímos mutuamente y él se echó sobre la comida otra vez.

―Esto está delicioso. Deberías probar.

―Claro, dame un pedazo. Tal vez al alma de mi estómago le encante.

Jacob sonrió y levantó una pequeña galleta del plato. Puse mi mano, desafiándolo con la mirada y una ceja levantada. Entonces, cuando él la soltó descuidadamente sobre la palma de mi mano y volteando la cara hacia la puerta del local, pasó algo que no debía pasar. La galleta no traspasó... Se quedó ahí. Sentía su peso, su contextura. Luego calló.

―¿Qué pasa? ―preguntó Jacob mientras yo levantaba la mirada.

―¿De qué...? ¿Viste...? ―me atraganté con mis palabras y sacudí la cabeza. Apreté los ojos y luego lo miré de nuevo. Tal vez él no había visto nada.

―Nada... ―respondí.

―Bueno ―dijo, alargando la "e".

Permanecimos ahí por un instante más, hasta que él terminó de comer bajo mi mirada inspectora sobre las galletas que iban desapareciendo una a una en la boca de Jacob.

―Listo ―dijo él.

Se había terminado todo. Todo en absoluto.

―Lo siento. Tenía hambre ―se excusó.

―Sí me doy cuenta ―bufé con los ojos bien abiertos y un tono sarcástico.

―Siguiente parada: El mirador.

―¿Qué?

El mirador fue el lugar donde pasamos una de las mejores noches de mi vida terrenal.

―El mirador ―respondió Jacob removiéndose en su asiento―. ¿Lo recuerdas?

―Claro. Sí. Pero... ¿por qué ahí?

―Porque es un buen lugar para digerir la comida y hacer espacio para el almuerzo.

Jacob hizo cejitas y se levantó de la mesa. Lo seguí, viendo como unas ancianas lo miraban de reojo. O bien porque estaba bueno, o porque lo vieron hablado sólo.

―¿Deberíamos tomar un taxi? ―preguntó.

―¿Eh?

―Amber, ¿estás bien? Siempre has sido distraída, pero hoy como que exageras.

―Jacob, ¿sabes que tus palabras ofenden a una mujer? Como por ejemplo: A ESTA MUJER.

Él rió.

―Eso responde a mi pregunta.

―¿Qué? Yo no he dicho nada. ¡Agh! Olvídalo.

Jacob volvió a reír. Lo que sea que estaba haciendo, lo hacía a propósito.

En el pasado él siempre hacía este tipo de cosas para hacerme enojar. Decía que le gustaba mi actitud y mi cara enojada. Entrecerré los ojos al entender por qué lo hizo. Reí para mí sola.

―Bueno, Jake ―dije riendo. Me crucé de brazos―. Dime, oh gran señor adivino de pensamientos, ¿qué es lo que responde a tu pregunta?

Él rió. Su mirada casi me intimidó.

―Pues te pregunto por tu estado y te alteras, me gritas y luego te ríes como loca mirando al suelo. Y ahora actúas muy tranquila y pacífica. ―Mi sonrisa se borró de mi rostro―. Y ahora pareces un dementor.

Abrí la boca con exageración. ¡Me dijo dementor! Él comenzó a reír y se alejó de mí, lentamente.

―¿ME HAS LLAMADO DEMENTOR, JACOB ANDERSON?

Su risa se volvió carcajada. La gente empezó a fijar su atención en Jacob, lo que usé a mi favor.

―Bien ―le dije―. Di lo que quieras. Eres tú el que está quedando como un loco frente a todo el mundo.

Jacob paró de reírse de inmediato. Miró a su alrededor, corroborando por sí mismo lo que le dije.

Soltó el aire y dijo: ―No importa ―sonrió ladino―. Sabes bien lo poco que me puede importar lo que la gente pueda pensar sobre mí. ―Sonrió.

Yo apreté los dientes en un intento de sonrisa, pero la suya me derrotaba.

Un taxi se detuvo y Jacob subió en el.

―¿Vas a entrar o qué?

Fruncí un poco el ceño. El chofer volteó, buscando con la mirada a quien recibía las palabras de Jacob. Me subí antes que lo hicieran bajar por considerarlo loco.

―Pensé que volaríamos ―dijo Jacob. Lo miré, él desvió la mirada de la ventana y la fijó en mí. Su brazo estaba sobre el respaldo del asiento―. Como el otro día.

―¿Qué otro día?

―El día que estábamos en las colinas y tus... amigos, nos hicieron aparecer con el brujo.

―Ah. ―No había pensado para nada en ello. ¿Podría hacerlo aún? ¿Y si había perdido la técnica por falta de práctica?

―¿Puedes hacerlo?

―No lo sé ―respondí―. Hace... cierto tiempo que no lo hago. Puede que sí, puede que no. No lo sé.

―Bueno. ―Jacob hizo puchero, luego sonrió―. Podemos intentar en el mirador ―dijo emocionado.

Traté de negarme, pero su mirada cortaba mis palabras antes que salieran. Tuve que desviar la mirada hacia el retrovisor para no seguir siendo acribillada por sus ojos profundos. Además, noté que el taxista miraba a Jacob con una mezcla de terror, miedo y burla. Se lo conté a Jacob.

―Lo sé ―respondió―. Tal vez podríamos invocar al duende verde.

―¿Qué?

―Ya sabes. Hoy iré a hablar con Blanca Nieves sobre ello. Tal vez cenicienta venga también.

―Jacob, ¿de qué hablas?

―Pero no. La bruja aún está en el bosque. Mejor llamo a pinocho.

Sacudí la cabeza en un intento por entenderlo. Pero no fue hasta que miré al taxista que lo entendí. Ahora tenía cara de espanto puro. Tal vez pensaba que estaba llevando a un loco, lunático y desquiciado, a un lugar muy apartado de la ciudad, donde podría estar más seguro en caso de un ataque.

―Jacob. Deja de hacerlo. Estás asustando a ese hombre.

Su sonrisa disminuyó, pero no mucho. La manera en la que me miraba, y la posición en la que me encontraba me, me hacían sentir débil, vulnerable.

―Eh, amigo ―dijo Jacob en voz alta, llamando la atención del taxista―. Siento mucho si hago un poco de escándalo. ―El taxista miraba por el retrovisor, aún con el ceño algo fruncido―. Es que practico para un papel en una obra de teatro. ―El chofer relajó la cara por completo y pareció entender con una sonrisa.

―No hay problema ―dijo el hombre antes de soltar una risita.

―¿Mejor? ―susurró Jacob casi a mi oído cuando el chofer miró por la ventana.

Asentí.

―¿Cuánto? ―le preguntó Jacob al taxista cuando llegamos al mirador. Pagó en efectivo―. Gracias ―dijo con una sonrisa.

―De nada ―contestó el hombre, metiéndose en su auto amarillo. Cerró la puerta y luego sacó la cabeza por la ventana―. Ah, y suerte con el papel.

Jacob frunció el ceño. Luego entendió.

―La obra ―reaccionó―. Claro. ―rió―. Gracias.

El auto desapareció y nosotros caminamos lo que quedaba hasta el mirador en sí. Justo esa parte de la colina en la que estuvimos años atrás, con la única diferencia que era de día y no de noche. Un día muy brillante por cierto, pero frío a la vez.

―Pensé que no lo recordabas ―mencionó Jacob.

―¿Cómo? ―no entendí.

―Es que vienes subiendo y vas casi medio metro delante de mí. Prácticamente me guiaste.

―Oh. Pues... Cómo olvidarme.

Jacob sonrió.

―Hagamos eso de volar ―dijo después de unos segundos.

―No es volar.

―¿Entonces?

―Cierra los ojos ―le dije.

Jacob obedeció y yo me enfoqué en hacer lo que mejor me salía; desaparecerme.

―Ábrelos ―ordené. Jacob miró y se sorprendió. Yo ya no estaba en la banca a la que habíamos llegado, sino a unos cinco metros de él.

―¿Cómo...?

―Algo así como transportación.

―¿En serio? ―su rostro se iluminó.

―Creo...

Su rostro se oscureció.

―¿Y me hiciste pagar un taxi? ¿Sabes cómo está mi economía?

Abrí la boca, indignada, dispuesta a defenderme.

―Ya no digas nada ―cortó Jacob, haciéndose el ofendido―. Ya no importa. ―Cerró los ojos y se cruzó de brazos.

Me reí.

―Vamos, Jacob...

Él me miró, esperanzado.

―¿Puedo hacerlo yo?

―¿Qué?

―¿Si también puedo teletransportarme?

―No lo sé. Creo que no...

―¿Cómo es que sí pudimos la otra noche?

Jacob entrecerró los ojos acusatoriamente.

―Asumo que es porque yo estaba en tu cuerpo.

―Y eso ¿qué tiene que ver?

―Que pudieron llevarte porque yo iba dentro. Como una conexión.

Jacob resopló.

―Podemos intentar ―me rendí.

Él volvió a sonreír. Se puso de pie y caminó hacia mí.

―¿Qué hago? ―preguntó. Su voz algo ronca muy cerca de mí.

―No lo sé. Creo que debemos tocarnos, pero eso es...

De repente se vino a mi mente la imagen de la mejilla de Jacob la noche anterior. Un miedo recorrió mi cuerpo. ¿Y si podía tocarlo otra vez? ¿Y si no lo hacía? Pero también pasó con la galleta.

Jacob levantó una ceja interrogante.

―Es que no podemos tocarnos... Ya sabes ―reí sin gracia―, soy un fantasma.

―Dame tus manos ―ordenó. Sus manos estaban extendidas frente a mí, dispuestas a recibir las mías.

Dudé por un momento y finalmente extendí mis manos.

Por un instante, solo por un instante me aferré a la idea de que podría tocarlo. Pero no fue así. Mis manos pasaron como si fueran aire sobre las suyas.

Jacob gruñó.

―Otra vez ―dijo con seriedad.

―Jacob...

―Amber. Otra vez.

Rodé los ojos, más por derrotismo que por rebeldía. Apreté mis manos y esta vez no dudé. Las posé sobre las suyas y pasaron de largo otra vez.

―Otra...

―No ―lo interrumpí―. No dañemos así el día. Mejor hagamos todo lo que dijiste. Ya lo intentaremos luego.

Aunque no sabía si funcionaría, tenía la idea de que eso lo calmaría. Jacob accedió con mala gana.

―¿Quieres... usar el mirador? ―invitó, relajando su rostro y cuerpo y añadiendo una sonrisa―. Tengo veinticinco centavos. ―Sonriente, levantó la moneda frente a mi cara.

Reí. ―Tonto.

Caminamos hasta el aparato y Jacob metió la moneda. Primero miró él y enseguida me cedió el lugar, pero yo no podía moverlo por más que lo intentara.

―Espera ―dijo. Se colocó detrás de mí, colocando sus brazos a mis lados, sujetando el mirador, dejándome entre su cuerpo y el aparato de material negro―. Ahora sí. ¿Para dónde quieres mirar?

―Eh, sí, para... hmmm.

Jacob rió. ¿Y si se dio cuenta de que me puse nerviosa? Actué rápido.

―Al centro de la ciudad ―dije, fingiendo convencimiento y confianza absoluta en mi voz.

―Como digas.

Jacob apuntó y yo miré por el binocular. La vista era preciosa desde ese punto, los edificios hacían juego con la luz del sol mañanero. Permanecimos así por un rato más, hasta que Jacob decidió que ya era suficiente. Bueno, en realidad, hasta que el aparato dejó de funcionar.

Sin preguntarme, nos enlazamos en la siguiente parte de nuestro día. Según él, la más importante, que era el almuerzo. Sus planes eran llegar a la ciudad justo al momento en el que los restaurantes ya tenían comida lista.

―Y luego iremos al parque, y comeremos un helado...

Él iba caminando delante de mí, como un guía turístico. Lo seguí por la carretera bajando de la colina con la esperanza de hallar un taxi por ahí, mientras él no paraba de parlotear de todo lo que haríamos.

Yo solo lo veía, siendo feliz. Luego él volteó para sonreírme. Y yo me sentí demasiado feliz y emocionada por la idea de que el resto del día dejara una sonrisa más grande en su rostro.

No habíamos compartido un día así en mucho, mucho tiempo.

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