6:
―Ya veo.
El anciano se puso de pie y caminó hasta un estante en la pared. Obtuvo un libro entre algunos y regresó a la mesa.
Durante media hora, le expliqué todo mi problema. Nuestro problema. Él no hacía más que asentir y decir "ya veo" a cada instante.
Cuando se sentó, abrió el libro y fruncía el ceño con cada página que pasaba.
―¿Puede ayudarnos o no? ―espeté.
Él levantó la mirada y me hizo callar. Regresó la vista al libro y continúo revisando.
―Creo que sí.
―¿Cree?
Soltó el aire y cerró el libro. Por un momento creí que me arrojaría una silla en la cabeza.
―El caballero no pidió y ni accedió que usted ingresara a su cuerpo.
―Exacto ―apoyé―. Eso ya lo sé. Puede decirnos qué...
―Shh. ―Cerré la boca―. Verá, el individuo, dueño del cuerpo, debería excluirla, expulsarla, pero no lo ha hecho.
―Ya lo noté ―bufé.
El brujo enarcó una ceja. Sonreí.
―Me refiero a que él no ha querido hacerlo... señorita.
―¿Qué?
El anciano soltó el aire y se dejó caer en el respaldo de la silla, exasperado. Se regresó al frente y colocó las manos en la mesa.
―Él no quiere que usted salga de su cuerpo.
―Claro que lo quiere ―gruñí.
―Puede... Aunque hay otra teoría, pero no estoy muy seguro de que...
―¿Cuál? ―le interrumpí con voz seca.
―Que, al estar los dos en un cuerpo, hayan encontrado un pensamiento, una sensación o un sentimiento que los una a ambos. Esto serviría como un... gancho entre almas.
―Y eso, ¿cómo se arregla?
―Fácil. Deben averiguar qué los une y separarlo. Luego él podrá expulsarla de su cuerpo y ambos serán libres.
El brujo sonrió, complacido de la conclusión a la que había llegado.
―¿Jacob? ―llamé―. Jacob, ¿estás ahí?
―Lo estoy.
―¿Escuchaste lo que dijo?
―Todo.
―¿Qué creas que nos una?
―...No lo sé.
Miré al viejito, quien nos miraba con una sonrisa finjida. Quizás pensaba lo loco que estaba el hombre frente a él.
Jacob y yo soltamos el aire y nos levantamos de la silla, en un movimiento perfectamente sincronizado. Nos dirigimos a la salida, pero el brujo llamó.
―Son cincuenta dólares ―informó cuando volteamos.
―¿Perdón?
Jacob metió las manos a los bolsillos; no había nada. Gastamos todo con el taxi.
―La consulta ―respondió el anciano―. Son cincuenta dólares.
―¡Que! Pero si no completamos ni la hora.
―Lo siento. Pero es la tarifa para... este tipo de casos.
Gruñí y me acerqué a él, aunque Jacob pretendía que corriéramos a la salida.
―Sabe ―le dije al veterano―, no debería meterse con los espíritus. ―El mayor retrocedió y yo avancé, convencida de que estaba ganando―. Podría haber represalias en su contra por parte del más allá. Como... qué se yo... ¿Explotar este lugar? ―Reí maliciosamente.
El ancestro cayó sentado en la silla y nos pidió que nos fuéramos con el tono más amable que, tal vez, había usado en su vida.
―¿Qué haremos? ―pregunté cuando ya estábamos en la calle.
―No lo sé, Amber. Algo se podrá hacer.
Llegamos a casa y nos echamos en la cama.
―¿Amber?
―¿Sí?
―Quiero ducharme.
Mierda. Eso no lo vi venir. Nos levantamos y caminamos hasta el baño.
―Bueno ―dije en voz baja―, ya te he visto desnudo antes... No creo que sea un problema.
Pude sentir su timidez y nerviosismo. Sería un momento incómodo para ambos.
―Claro ―murmuró.
―¿Cómo hiciste para quedarte mudo y dejarme el control a mí hace un rato? ―pregunté en cuanto se me ocurrió la idea.
―No lo sé... Creo que estaba buscando algo dentro de tu mente y... me distraje por completo.
―Eso es ―le dije―. Te distrajiste porque estabas convencido de que tu cuerpo no se quedaría solo.
―¿Eh?
―Yo me entiendo. ―Nos miramos al espejo; mis ojos eran los de Jacob. Un cosquilleo me recorrió el estómago cuando vi el torso desnudo―. Báñate que yo haré lo posible por no estar presente.
―Okay... ―alargó poco convencido.
Cerré los ojos internamente, como si me fuera a dormir. Traté de separar mi mente de la de Jacob y dejar todo en blanco. Era consciente de que el cuerpo se estaba moviendo, pero hacía tanto y más por no sentir más de la cuenta. Seguí así por un rato más, luchando conmigo misma, como tratando de mantenerme dentro de una esfera que solo era cerrada por mí; era mi propia prisionera. Dejé de hacer esto cuando Jacob llamó.
Sentí una liberación cuando me solté de mis cadenas y llené cada espacio de Jacob otra vez. Estábamos otra vez frente al espejo, él ya se había puesto unos pantalones largos y una camiseta blanca.
―Guou ―exclamó él―. Calma, Amber.
Sintió mi desesperación con la que quise moverme cuando llené su cuero.
―Lo siento ―dije.
Jacob seguía manteniendo el control mientras se cepillaba los dientes.
―¿No vas a comer nada?
―No tengo hambre.
―Jacob no has comido nada hoy.
―Claro que sí ―replicó―. El desayuno.
―Eso no cuenta.
Estaba a punto de regañarlo, pero sentí algo raro en su interior. Jacob estaba avergonzándose. Lo estuvo más cuando se dio cuenta de que no podía escondérmelo.
―¿Qué pasa? ―pregunté. Mi voz no fue audible, la boca de Jacob ni siquiera se movió. Estaba hablándole en la mente. Él me escuchó porque caminó hasta la mini nevera.
―Esto ―dijo él. Abrió la puerta y vi que ya no había casi nada―. Necesitamos comer mañana para la entrevista.
―Jacob... yo...
―Amber, no digas más. No hablaremos de ello.
―¿Y si vamos a comprar comida?
―Amber...
―Es que...
Los pequeños golpes en la puerta me interrumpieron. Ambos nos acercamos y giramos la manija. Nuestra coordinación estaba mejorando.
―Anderson. ―Era un hombre más bajo que Jacob, con una gran barriga, piel tostada, manchas en la cara grasosa y barba de una semana. Traía una chaqueta.
―Señor Roberts ―saludó Jacob, como disculpándose.
El otro hombre extendió la mano entregándonos un sobre manila. Lo tomamos, yo lo quería abrir, pero Jacob no. Levantamos la mirada y él señor Roberts nos miraba con una ceja levantada.
―Quieta ―murmuró Jacob.
―¿Pasa... algo?
―No señor. Le pasaré el dinero apenas lo saque del banco.
―Eso espero ―dijo Roberts apretando los labios y caminando para irse. Antes de bajar por las escaleras al final del balcón, volteo y nos dio una mirada de locos.
Cerramos la puerta y caminamos hasta el cuarto. Jacob seguía sin querer abrir el sobre y yo por más que lo intentaba no podía controlar los brazos.
―Jacob, ¿qué es? ¿Por qué no me dejas ver?
―Estás en mi mente, ¿por qué no lo averiguas?
―Porque quiero que me lo digas tú. Ya suficiente he invadido tu privacidad.
Nuevamente sentí el golpe de culpa, pero esta vez no venía de mí. Venía de Jacob.
―Son facturas ―dijo. Abrió el sobre y sacó el fajo de papeles unidos por una liga. Todas eran facturas del banco, departamento, comida. No sabía que había sacado comida a crédito.
―Una amiga trabaja en un supermercado ―dijo. Tal vez oyó mis pensamientos―. Ella me ayudó con esto cuando le conté mi problema.
―Claro. ―No recordaba a ninguna amiga suya que trabajara en un supermercado, pero no dije nada al respecto.
―Es hora de dormir ―dijo Jacob―. Mañana será un día cansado.
―Creo que sí ―respondí.
―Esto de tener dos almas es agotador ―bromeó.
Solté una risita, pero que, al igual que antes, no se oyó por fuera. Era como si pudiéramos comunicarnos sin abrir la boca. Me dispuse a comprobar mi teoría.
―¿A qué crees que se refería el brujo? ―pregunté mentalmente―. No lo digas en voz alta. Responde en tu mente si es que puedes oírme.
―Te oigo ―respondió como le pedí―. Y no tengo idea de a qué se refería.
Compartimos una sonrisa.
―Creo que ya sé cómo manejarnos en la entrevista ―dije, mentalmente otra vez.
―Espero que funcione.
―Buenas noches, Jak... Jacob. ―Rayos. Aún no me acostumbraba. Él rió.
―Buenas noches, Amber.
En seguida él cerró los ojos y me sumergí en la oscuridad.
Jacob no tardó en dormirse. Mientras tanto yo veía sus sueños, los cuales me llenaban de estrés. Estaba preocupado por la entrevista y soñaba con ese momento, con que lo contrataban, con que lo despedían. Su preocupación me hizo decidir que si no le daban el puesto, alguien la pasaría muy mal, con un espíritu molestándole cuando yo saliera de este cuerpo.
A la mañana siguiente, nos levantamos temprano. Nuevamente la ducha como lo habíamos hecho la noche anterior. La ropa que Jacob había guardado para cuando esta o cualquier otra entrevista llegara, igual los zapatos. El nudo de la corbata, un desayuno sencillo y rápido. Me sentí mal cuando noté el hambre con la que Jacob se levantó y con la que se quedó al terminarse el desayuno.
―Amber ―me reprendió.
―Lo siento.
―Mira ―dijo mirándose al espejo y peinándose―, si esto sale bien, tendremos comida a montones. Así que relájate.
―Claro. ―Traté de darle mis mejores vibras para animarlo, lo que me di cuenta de haber logrado al ver la sonrisa en su rostro.
―Gracias.
―De nada.
Cepilló sus dientes y tomó un maletín que guardaba debajo de la cama. Lo abrió y salió una cucaracha.
―¡Agh! ―grité. Moví el cuerpo hasta pararme, Jacob también se descontroló y terminamos chocando de cara contra la puerta, luego contra la pared.
―¡Amber!
―¡Qué! ¡Esa cosa casi nos come! ―chillé. Sentí pánico por ese inmundo insecto y dolor por el par de golpes que nos dimos.
―Ya se fue ―calmó Jacob―. Tranquila...
Tomé una bocanada de aire, sintiendo como los pulmones de Jacob se llenaban a tope de oxígeno.
―Bien ―dije―. Toma ese maletín y vámonos.
Jacob hizo ademán de hacer lo que le dije, pero yo lo detuve. No quería tocar eso.
―Amber.
―Lo siento.
Por dentro, cerré mis ojos y me hice la muda, ciega, sorda y muerta. No quería tener contacto con algo que hubiese tenido contacto con una cucaracha.
Los pensamientos de Jacob comenzaron a calmarme. Lo agradecí mentalmente y luego salimos.
La calle estaba fría. La lluvia ya casi se hacía presente mientras tomabamos un taxi hasta el Banco Central. Al llegar, saludamos al guardia en la entrada y lo informamos del motivo que nos llevaba a ese lugar.
―Por aquí. ―Nos hizo entrar y nos llevó hasta otra puerta, detrás de la cual había una escalera―. Suba y tome a la derecha. Hable con la secretaria y ella le dirá cómo proceder.
―Gracias ―contesté.
―Oye ―replico Jacob. El guardia nos miró igual que nos había mirado Roberts, el arrendador de Jacob.
―¿Sí? ―preguntó dudoso.
―Nada ―respondió Jacob―. Lo siento.
El guardia se alejó con cautela, mirándo de reojo. Cerró la puerta y nosotros subimos la escalera. Tal como el hombre dijo, seguimos a la derecha y encontramos a la secretaria en un escritorio en el centro del pasillo. Con su blusa roja y falda negra, nos miró atentamente de arriba abajo a través de sus lentes de armazón transparente.
―¿Sí? ―preguntó.
―Eh, hola. Buenos días ―respondió un intimidado Jacob―. Vengo por la entrevista de trabajo.
―Ah ―contestó ella. Ni siquiera se inmutó un poco por la cortesía y amabilidad con que la trató Jacob. Sentí ganas de apretar más el collar en su cuello.
―Tranquila ―dijo Jacob.
―Lo siento ―respondí mentalmente.
―¿Perdón? ―inquirió la... señorita.
―No. Nada. Lo siento. ¿Me decía?
La mujer alzó una ceja, arrogante.
―El gerente no ha llegado aún. Tome asiento ―apuntó con la barbilla al final del pasillo, a los asientos negros―, cuando llegue le informaré y lo haré pasar.
―Gracias ―respondí yo con arrogancia también.
Caminamos hacia los asientos mientras yo decidía si esa mujer me había caído mal por su actitud, ó porque su actitud iba dirigida a Jacob. Lo cierto era que ahora nos tocaba esperar, practicando cómo hablar durante la entrevista y comunicándonos mentalmente sobre no perder el control y no arruinarlo todo antes de empezar.
En las paredes se encontraban varios cuadros. Los personajes en ellos parecían mirarnos. Las piernas de Jacob no dejaban de temblar, mientras que su mente era un caos total, tratando de sonar muy convincente en todo lo que se suponía diría.
Por otro lado, yo me estaba familiarizando con la sensación. Había pasado tanto tiempo sin un cuerpo, que hasta sentía que no podría ponerme en pie por mí misma sin la ayuda de Jacob. Era como si se cambiara el peso de una pluma por el de un yunque. Tantas cosas estaban abrumándome, pero no debía desistir. Ya bastante me había costado llegar a Jacob de esta forma y no podía darme el lujo de permitir que mi inseguridad lo arruinara.
Un hombre mayor, con traje gris y cabello canoso, se detuvo frente a la secretaria, a la cual se le caía la baba y estaba sonrojada. Cuando el sujeto se volteó, pude ver el raro estilo de su barba, también canosa, y su cuerpo bien trabajado, el que se mostraba por debajo de los trapos ajustados que usaba.
El hombre nos miró, sonrió y nos saludó con la mirada. Respondí por Jacob, ya que recibió un ataque de nervios que me estaba consumiendo a mí también.
―El señor Thomas lo espera. ―Volteamos la cara y vimos a la secretaria parada junto a nosotros―. Por aquí.
―Sí, sí. Claro... ―Jacob se puso de pie con torpeza. Quise golpear su trasero en cuanto le miró el trasero a la tipa esa.
La seguimos hasta una puerta de madera oscura y ella la abrió para nosotros. Jacob le miró los senos y yo volteé la cara con brusquedad.
―Tranquila, cariño ―susurró Jacob. Sentí el ardor en las mejillas, y supe que Jacob también lo sintió. Diablos, estaba provocando sus emociones con las mías.
La secretaria miró de una manera rara a Jacob, sonrió con suficiencia y luego se fue, meneando las caderas como si estuviese bailando música hawaiana.
Perra.
―Señor Thomas.
Jacob le extendió la mano, el sujeto devolvió el gesto poniéndose de pie.
―Señor Anderson.
Las formalidades siempre me aburrieron, pero en este caso tenía miedo de dormirme. Quizás Jacob cayera dormido también a mitad de la entrevista.
Durante la entrevista, el señor Thomas sacó de Jacob tanta información como podía. Jake solo respondía de forma cerrada, sin dar lugar a interpretaciones que pudieran perjudicarlo. Pero el señor Thomas pensaba indagar tanto como pudiera.
―¿Por qué dejó su empresa si le iba tan bien, Anderson?
Jacob se tensó un poco. Podía ver claramente cómo sufría en su mente buscando la respuesta adecuada.
―Tuve que hacerlo.
El señor Thomas frunció los labios y luego miró hacia la pared.
―Tengo amigos en los bancos ―devolvió la mirada a Jacob―. Uno me contó de lo que... sufrió su empresa.
―Ah.
―No quería tocar el tema pero... No me imagino en su lugar. Debió ser duro.
―Algo.
―¿Algo? Yo no diría "algo" si alguien viniera y tomara mi esfuerzo como si nada, Señor Anderson.
Jacob volvió a tensarse. Yo trataba de contener la tristeza que me invadió. No quería que Jacob la sintiera y arruináramos la oportunidad. Pude ver las intenciones de Jacob de decirle que no fuera entrometido.
―No me gusta hablar de ello. ―Fue todo lo que respondió.
El señor Thomas rió.
―Claro. Aunque, supongo que debió sentirse aliviado cuando la policía halló su cadaver. ―Le dio una mirada neutral; Jacob no entendía―. La estafadora, me refiero.
Jacob entendió.
―¿Es necesario que hablemos de esto?
―No. Simplemente me indigna que existan personas de este tipo aún por ahí, sueltas como si nada y haciendo de las suyas. Disculpe si me entrometí más de lo debido.
La entrevista se estaba desviando del punto principal y Jacob lo sentía. Extrañamente, el enojo que empezaba a sentir era en contra del señor Thomas y no por mí.
―Todos cometemos errores ―contestó Jacob―. Aunque me gustaría, no somos quien para juzgar a nadie. Además, creo que la vida ya la juzgó a ella.
El señor Thomas lo miró desconcertado. Levantó una ceja, asintiendo.
―Sin embargo, existen dos clases de personas que cometen errores: Los que lo cometen y huyen como cobardes... Y los que regresan, se hacen cargo de las consecuencias de sus actos, y buscan la manera de remediarlo. Incluso cuando eso no sea posible, lo intentan. Eso dice mucho de una persona.
Thomas se quedó callado, sopesando cada una de las palabras de Jacob y tal vez tratando de entender a qué se refería. Yo, por mi parte, acariciaba cada una de ellas, porque simplemente habían librado algo del peso que había sobre mí de alguna manera.
―Vaya ―dijo el gerente―. Sí que te engatusó.
Jacob se puso de pie. Por un instante pensé que iría y lo golpearía, incluso el señor Thomas se recostó más en su silla reflejando miedo en su mirada.
―Gracias por la oportunidad ―dijo Jacob. ¿Qué?―. Pero no creo que pueda trabajar con alguien que hace de mi vida personal y privada un tema de conversación en una entrevista.
Jacob nos sacó a ambos de la oficina. Podía entender su reacción, pero no estábamos en posición de hacer esto. Además, no había sido una respuesta muy acertada, pero él estaba luchando por no dejarse llevar por el enojo que crecía más y más dentro de él.
―Gracias ―le dijo a la secretaria, caminando hacia las escaleras por las que habíamos subido.
Ya en la calle, hice que se detuviera.
―Jacob, ¿qué fue eso? ―pregunté en voz alta.
―No puedo trabajar con él, Amber. No me siento agusto.
Traté de ver en su mente una explicación más detallada, pero ambos estábamos agitados por la inesperada decisión de salir del edificio y no encontré más que palabras desordenadas por todos lados.
―Él parecía dispuesto a darte el empleo, has esperado mucho por-
―Lo sé. Pero no vale la pena ―me cortó.
―Jacob, por favor, volvamos.
―No. Y es mi última palabra.
Pude sentirme triste, frustrada y decepcionada. Y al descuidarme, Jacob pudo sentir aquellas emociones de igual manera. Sin embargo, lo que él hizo me dejó algo confundida, pero hizo que esbozara una sonrisa.
Jacob, al sentir que estaba triste, imaginó mi rostro, mejor dicho, me imaginó a mí y a él, parados el uno frente al otro y él acariciando mi mejilla, para luego darme un abrazo. Curiosamente, pude sentir todo eso como si fuera real.
―¿Qué fue eso? ―le pregunté.
―No sé. Creí que funcionaría. ¿Lo hizo?
―Claro...
Lo cierto es que no fue una escena creada por él, fue un recuerdo que compartíamos juntos. Al tocar ese recuerdo, las sensaciones de ese momento vinieron a mí, haciéndome sentir mejor. ¡Dios! Por primera vez en mucho tiempo, había sentido de nuevo esas ganas de sonreír al recordar algo, o quizás, me sentía aún mejor por el hecho de que Jacob atesoraba ese recuerdo sin importar lo que hubiera pasado.
―Eso fue un abrazo mental ―dijo Jacob.
Reí.
―Estás loco.
―¿Te hizo sentir mejor?
―Claro que sí.
―Entonces estar loco parece ser una buena opción ahora. ―Sonrió mientras comenzamos a caminar de nuevo.
Y recordé por qué me enamoré de él.
Lectores, bellos lectores. Ojalá les haya gustado el capítulo. No se olviden de dejar su voto si creen que lo merece. :) Besos.
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