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29:

Ciertamente, todas las flores que tocaba mientras me hacía camino hasta Jacob, morían. No podía entenderlo del todo. Una parte de mí se sumergía en tristeza al pensar que me había convertido en un ser maligno, un ser sin nada bueno en él. Pero descubrí que podía usarlo a mi favor. Jacob estaba en contra de las trampas, pero yo no.

―Por aquí.

Volteé para ver a una morena sonriente conduciendo a un grupo de cuatro personas. Tres eran hombres, mayores, con algunas canas en el pelo y unas cuantas arrugas en la cara. Más una mujer, mucho más joven que ellos. Todos ―incluida la morena― llevaban un carnet colgando del cuello, resaltando sobre sus camisetas floreadas. Eran los jueces.

Seguí con la vista su camino y noté el patrón que llevarían hasta llegar a la mesa de Jacob. Así que me acerqué al stand próximo que visitarían y toqué la flor gigante que estaba en el centro de todo. No la toqué bien, solo pasé mi mano. La flor no murió de inmediato, por el contrario, empezó a marchitarse lentamente. Para cuando los jueces llegaron, la flor estaba muy reseca.

Uno de los jueces, el más bajo, alzó una ceja.

―¿Qué...?

―No sé qué pasó ―se excusó el dueño de la flor, me sentí mal por él―. Estaba bien hace un momento. Yo...

A los jueces no les importó lo que el hombre pudiera decirles, solo marcaron algo en sus tableros y avanzaron, dejando al pobre hombre confundido.

―¡Maldición! ―gruñó el sujeto―. ¡Mil veces maldita sea!

Bueno, ya no me sentía tan mal. Tal vez empeoré su día un poco.

Decidí que no lo haría más, que buscaría la forma de hacer que Jacob ganara.

En el siguiente stand, había una chica, no la había notado. Debería tener unos dieciocho años a lo mucho.

―Buenas tardes ―le dijo a los jueces.

Ellos solo asintieron. ―Muéstrenos su... arreglo. ―Los cuatro miraron el arreglo de flores que estaba en la mesa detrás de la chica.

―Sí ―dijo ella― claro. ―Estaba nerviosa, pero tomó el arreglo y lo puso frente a ellos.

Comenzaron a oler los pétalos, a tocarlos, a mirarlos desde todos los ángulos. Igual que la vez anterior, solo anotaron cosas en sus tableros y se fueron.

La muchacha soltó el aire y se arrimó a la mesa, sonreí. Debió estar emocionada por este momento, porque miró el arreglo con orgullo.

Pasé de largo el siguiente stand, y antes de llegar al de Jacob, noté algo raro. Un chico, que estaba en la carpa de al lado de la de Anna y Jacob, se acercó sospechosamente a la pequeña maseta de Jacob, y le roció algo. Parecía agua, pero algo me decía que no lo era.

Me apresuré a llegar, Jacob me vio, pero no dijo nada cuando me paré frente a Anna y ella cruzó a través de mí, literalmente.

Miré atrás y vi a los jueces, en el stand de al lado, el siguiente era el de Jacob, y luego el del muchacho misterioso.

―Muéstrenos ―les escuché decir a los jueces a la distancia.

Me acerqué a los claveles de Jacob, y los observé con detenimiento. Él me miraba con intriga, no necesitaba voltearme para saber eso. Cuidadosa de no tocar las rosas, vi que los pétalos tenían gotas en ellos, pero estaban muriendo. Y sabía que no era yo la causante.

―¿Qué le mostrarán a los jueces? ―le pregunté a Jacob.

―Y ¿qué les presentamos? ―le preguntó él a Anna como si nada.

―Pues... no sé. ¿Qué tal los claveles? Están lindos, y creo que ellos están calificando el cuidado que les hayamos dado más que la estética que tengan.

Jacob miró en mi dirección pero no a mí. Tenía cara de fingir que no estaba pensando en nada, pero yo sabía que me quería preguntar qué pasaba.

―¿Qué les pasó? ―preguntó Anna preocupada, acercándose a los claveles a través de mí―. Se están... ¿marchitando?

Jacob se acercó también, me hice a un lado.

―¿Qué pasó? ―murmuró él. Sentí que me preguntaba a mí, así que por instinto negué con la cabeza.

Vi que los jueces se acercaban, Anna también los vio y se acercó al borde de la mesa, hablando con ellos.

―¿Tuviste algo que ver? ―me preguntó Jacob en voz baja. No me reclamaba, sonaba preocupado. Oh, Jacob.

―Mira, no importa ―dijo sonriendo―. Está bien. Dime qué pasa.

No creía que le fallaría otra vez. Él estaba preocupado por mí. ¿Me amaría todavía? Porque yo sabía lo que pasaba pero no encontraba la forma de ayudarlo, aunque quería hacerlo.

Mi pecho se llenó. Parte frustración, parte amor. Amaba tanto a Jacob que cuando no podía ayudarlo, me sentía como el infierno, me dolía todo.

―Está bien ―me dijo él, extendiendo su mano hasta mi mejilla. Aunque estaba en mi estado espiritual, pude sentir la caricia de Jacob rozar el lado derecho de mi cara. Creí que lo sintió también porque sonrió confuso.

―¿No van a mostrar nada? ―escuché que le preguntaron a Anna. Jacob volteó para verla, luego volvió a mí y me guiñó un ojo.

Sonreí. Él era increíble.

Sentí claramente como una lágrima se me salía mientras yo sonreía. Nunca me había pasado mientras era espíritu. En ese momento descubrí que creía imposible que algo así pasara.

Me llevé la mano a la mejilla y limpié la lágrima. No era normal, no se sentía como líquido, más bien, no se sentía. Sabía que estaba en mi dedo porque la veía, más no por sentirla.

Escuché como Anna y Jacob se disculparon con los jueces por no poder exponer su trabajo como quería, y sentí rabia. Volteé y vi el otro stand; el chico que roció los claveles de Jacob sonreía con suspicacia. Sin darme cuenta, toqué las rosas. Me asusté, porque creí que lo empeoraría. Por el contrario, se mejoró.

Miré atentamente como las rosas brillaban levemente de color amarillo, mientras el blanco se volvía más brillante y sus pétalos sanaban.

―¿Qué es eso? ―preguntó uno de los jueces.

Jacob se acercó rápido y tomó la maceta, regalándome una sonrisa y susurrando un "gracias". Sonreí porque no sabía por qué me agradecía, ni siquiera sabía qué había pasado.

¿Habría sido la lágrima? Pues toqué un clavel con la misma mano con que la limpié. No, no podía ser eso. ¿O sí?

Me llevé la mano a la mejilla para comprobar que no hubiera más lágrimas, y nos las había efectivamente.

Los jueces no dejaban de ver las rosas, tenían un brillo especial. Un resplandor dorado adornaba los bordes de los blancos pétalos. Los tallos eran verdes como la primavera. La juez le tomó una foto con su celular mientras sonreía. Parecía como si los jueces no quisieran irse.

Me di la vuelta y caminé hacia el otro stand, el que seguía en la lista. El chico que roció los pétalos de Jacob ya no sonreía; miraba con curiosidad la escena, soltando una que otra maldición entre momentos.

Sonreí al ver el juego de girasoles que preparaba. Eran hermosos. Amaba los girasoles, pero él merecía un castigo.

Toqué los girasoles, todos, pensando en que podría tener el mismo efecto que los claveles y volverse más hermosos de lo que ya era.

―Muéstrenos.

La voz de uno de los jueces me distrajo. El muchacho tomó los girasoles y los colocó sobre la mesa. Iba a comenzar a hablar, cuando uno de ellos, el más amarillo, cambió a negro, parecía carbonizado, pronto los demás le siguieron, hasta que no hubo más amarillo sobre la mesa. Todos guardaron silencio.

―¿Qué demonios? ―maldijo el muchacho.

Los jueces lo miraban a él, esperando una explicación. Parecía como si ellos no esperaran algo anormal de todo esto, sino una razonable explicación.

―Ha sido una exposición muy extraña la del día de hoy ―dijo la jueza, mirando rápidamente a Jacob y Anna, quienes sonreían admirando los claveles.

―No, no se vayan ―les rogó el muchacho. Los jueces solo se fueron―. ¡Maldición!

Y a diferencia del primero al que arruiné su trabajo, esta vez no me sentí para nada mal. Después de todo, a los que hacen cosas malas, tarde o temprano les pasan cosas malas.

La tarde siguió avanzando. Los jueces tenían que tomar una decisión y pronto anunciarían el ganador.

A las cuatro, se les pidió a los expositores que recogieran todo, y se reunieran en el centro del parque junto a una tarima, donde estaban sentados los jueces.

―¿Cómo lo hiciste? ―me preguntó Jacob cuando Anna se alejó. Lo miré desentendida―. Lo de los claveles. ¿Cómo los hiciste brillar?

Me encogí de hombros.

―No lo sé. Solo... No sé.

Jacob sonrió.

―Gracias ―guiñó―. Eso fue... increíble.

―Como digas ―respondí. Sus guiños me hacían perder el rumbo de mi mente y me dejaba en el limbo.

―¿Te quedas esta noche en mi habitación?

Tuve la leve sensación de que mis mejillas estaban rojas, pero era imposible.

―No creo que sea buena idea ―respondí―. Qué tal y me materializo frente a Anna. Dudo que encontremos una respuesta convincente para una de las tantas preguntas que hará.

Él sonrió.

―Está bien... Solo, quédate cerca.

―Claro ―contesté.

Ya en el centro del parque, uno de los jueces se levantó. Dio un pequeño discurso sobre la importancia de las plantas para el planeta y la iniciativa que debería tomar cada ser humano para proteger el hermoso regalo de la naturaleza.

Nombraron el tercer lugar, pero no pude escuchar bien. Mi cabeza comenzó a doler un poco. Solo alcancé a ver que la chica del arreglo de flores de colores subió emocionada al estrado a tomar una medalla y un pequeño trofeo.

Mi cabeza latió más fuerte. No escuché cuando hablaron, y supe que lo hicieron porque un señor mayor subió al estrado y repitió el mismo proceso que la otra muchacha. No escuché cuando lo nombraron. Algo andaba mal.

Pude ver el cielo oscurecerse un poco. Las nubes comenzaban a arremolinarse sobre el parque. Ignoré eso cuando vi a Jacob y Anna saltar. Caminaron al estrado, recibiendo unas felicitaciones más un estrechón de manos de todos los jueces, además de medallas, trofeos, y un cheque gigante por diez mil dólares. Genial, les habían duplicado el premio.

Sonreí y quise gritar para apoyar a Jacob, pero un zumbido me cruzó los oídos, haciendo que me tumbe en el suelo. Sujeté mi cabeza con fuerza, mientras trataba de controlar lo que fuera que estaba pasando.

―¿Se encuentra bien?

Levanté la mirada para encontrarme con un hombre. Era uno de los visitantes de la feria y me estaba viendo, además tenía su mano en mi hombro, por lo que podía tocarme.

Me levanté de golpe, ignorando su intención de ayudarme y busqué a Jacob entre la multitud. No sabía por qué lo buscaba, solo lo hacía.

―Hey ―le dije cuando lo hallé―. Me siento... ¿Puedo hablar contigo? ―miré a Anna, como si le pidiera disculpa por llevarme a Jacob, pero ella no me miraba. Pasé mi mano frente a su cara y nada.

Un hombre chocó con ella y se volteó, cuando regresó su mirada, me vio directo a los ojos, alzando una ceja y preguntando:

―¿Amber? ¿De dónde saliste?

Abrí la boca para responder, pero no sabía qué decir.

Anna miró detrás de ella y cuando regresó la mirada, casi al instante:

―¿Dónde se fue? ―le preguntó a Jacob. ¿Qué estaba pasando?

―Al baño ―respondió él al instante.

Mientras ellos conversaban sobre mí, me alejé, caminando medio temblorosa a la entrada del parque.

―¡Amber! ―escuché gritaron.

Volteé, pero supe que el grito no venía de dentro del parque, no era Jacob. Miré hacia la entrada, hacia donde me dirigía y vi a Matt acercarse a toda prisa. Venía con Irene y con otro hombre.

―Amber ―dijeron ambos.

―Hola ―les dije. Mi voz apenas salía.

―Te hemos estado buscando ―mencionó Irene.

―¿Dónde estaban?

―Tuvimos que tomar un avión ―dijo Matt. Lo miré confundida―. Larga historia. Debemos irnos, no es seguro aquí.

―¿Por qué? ¿Qué pasa? ―pregunté y luego miré al cielo. Estaba más oscuro y las nubes se arremolinaban más. Pronto empezó a ventear con más fuerza y la gente empezó a irse.

―Debemos irnos ya ―dijo el otro hombre que los acompañaba.

―¿Quién es él? ―les pregunté.

―¿Ya me olvidaste, o te leo las cartas?

Era el brujo, el que me ayudó cuando Jacob y yo compartíamos el mismo cuerpo.

―¿Qué hace el aquí? ―pregunté.

―Ya te dijimos ―contestó Irene―, larga historia. ―Miró hacia las nubes y su cara cambió a preocupación y miedo puro―. Debemos irnos ya.

―¿Qué pasa? ―pregunté cuando Matt comenzó a arrastrarme.

Él se detuvo y se paró frente a mí, mirándome directo a los ojos.

―Los cazadores están aquí y vienen por nosotros.

Caminamos a toda velocidad porque mis piernas no me permitían correr como ellos querían que lo hiciera. A cada metro que avanzaba, miraba atrás, pensando en Jacob. Pero una parte de mí sabía que mientras más me alejara, más seguro estaría él.

Llegamos hasta la casa en la que había dormido.

Supe que era física de nuevo cuando me senté en el sofá y marqué mi trasero en él. Matt y el brujo se encargaron de cerrar todo, hasta el punto de que unas velas eran la única fuente de luz en el lugar.

―¿Qué pasa? ―le pregunté a Irene que estaba a lado mío―. ¿Por qué tomaron un avión?

Irene abrió la boca para responder, pero Matt interrumpió:

―Listo. Está todo cerrado. ¿Cómo te sientes, Amber?

―Me sentiría mejor si supiera qué está pasando.

―Listo ―dijo el brujo llegando por el otro lado―. Todo cerrado.

Quizá se dividieron la tarea.

El brujo me miró y se acercó hasta estar frente a mí, de rodillas.

―Me llamo Brent ―me extendió la mano, la tomé―. Y tú eres Amber, ¿cierto?

Asentí.

―¿Por qué estás aquí? ―le pregunté.

―Voy a ayudarlos.

―¿Ayudarnos a qué? ¿Qué pasa?

―Pues, digamos que su tiempo está por terminar ―contestó.

―¿Qué tiempo? ―pregunté con el ceño fruncido, no entendía y mi cabeza dolía―. ¿De qué hablas?

―Del tiempo que se te dio para completar tu misión.

Mi mente se activó y comenzó a formar toda clase de teorías y conclusiones. Cosas malas eran en su mayoría las que ocupaban cada hipótesis que formulaba sobre lo que estaba pasando.

Irene se levantó y se acercó a la ventana.

―¿Escuchan eso? ―nos preguntó.

―¿Qué cosa? ―inquirió Matt desde el sofá.

Todos nos callamos a la espera de la respuesta.

―El silencio.

Seguido de las palabras de Irene, un fuerte estruendo hizo que la casa temblara.

Una de las ventanas estalló. Irene gritó y Matt saltó para arrojarla al suelo antes que la siguiente explosión le diera a ella. El impacto hizo que yo me desprendiera del sofá y saliera volando por los aires, chocando contra una pared. Escuché el quejido de Brent luego de que ―lo que creí fue su cuerpo― cayera al suelo.

Las velas seguían encendidas, danzado al ritmo del viento que entraba por la gran abertura en la pared lateral de la casa. Levanté la cabeza para ver mejor, observando cómo estaba todo hecho añicos.

Viré la cara para buscar a Brent o a Matt o Irene, pero me encontré con una cara pálida como la porcelana, con labios morados como la los de un cadáver. Sus ojos negros completamente se dirigían a mí. Sentía frío recorrer mi espina dorsal. Petrificada, no supe qué hacer más que mirar como una sonrisa maliciosa se estiraba en las comisuras de sus labios. Me tomó del cuello salvajemente y se puso de pie, levantándome a mí también.

―Amber ―me dijo en un susurro ronco―, te hemos estado buscando por todos lados.

―¿A... mí...? ―me esforcé por hablar mientras presionaba mi garganta.

―Así es... ―respondió, sonriendo más fuerte y luego gritándome a la cara. Fue tan aterrador como en las colinas, pero esta vez no podía huir o esconderme.

Con fuerza, me disparó contra una pared. Choqué tan duro que caí y no podía moverme para nada. Mi visión se empezaba a nublar mientras el cazador se acercaba lentamente a mí, flotando en el aire, aunque sus pies cubiertos por algo negro que emanaba humo, estaban listos para aterrizar en cualquier momento. Quizá iba a asesinarme. Quizá, como Brent dijo, mi tiempo ya había terminado. Quizá le fallé a Jacob.

Alguien se paró entre el cazador y yo. Mi visión, más borrosa ahora, no me permitía distinguir.

Lo último que vi fue una luz blanca muy brillante, antes de cerrar los ojos en un sueño profundo.


Continuará...


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