28:
Un rayo de sol me molestaba. Abrí los ojos, mal humorada por despertar de esa forma. Busqué con rabia el hoyo por el que se filtraba la luz. Lo encontré en la pared que estaba frente a mí, en la que estaba la puerta de la entrada. Genial.
Renegué como cualquier ser humano...
Sonreí con nostalgia. No me había detenido a pensar en el hecho de ser un ser humano, vivo, de carne y hueso, capaz de sentir, de demostrar afecto. Todo en mí giraba alrededor de Jacob. ¿Sería verdadero amor? ¿Cómo saber si se está enamorado, cuando no se ha estado enamorado nunca? ¿Cómo identificar al amor, si nunca antes se ha sentido algo así? Es un tema muy raro y complicado.
Me levanté, caminando y escuchando la madera rechinar bajo mis pies. Fruncí el ceño al ver el hoyo en el sofá. ¿Acaso no había pasado el estado físico de mi cuerpo?
Mi estómago gruñó, con desesperación por comida. Fui a la cocina, sabiendo que no había nada. Sonreí al recordar la pequeña cocina de la casa de Jacob, la nevera, ese televisor que no lo merecía ningún ser humano... Jacob.
No encontré nada en la cocina, así que salí de la casa, asegurándome de dejar la puerta abierta para poder ingresar de nuevo, pero dejándola lo suficientemente ajustada como para dar la apariencia de que estaba cerrada.
Caminé hasta una panadería que recién se abría. Fui guiada por el olor. Una vez allí, miré los panes en las repisas. Estaban recién hechos, olían delicioso.
―¿En qué puedo ayudarte?
Levanté la mirada; una mujer mayor me hablaba. Tenía un gorro blanco en el que estaba atrapado todo su cabello. El maquillaje en su cara era disimulado, pero aun así se veía exagerado.
―Tengo hambre.
No creí lo que dije. El hambre habló por mí. La mujer se rio.
―Por eso vienen todos. Esos que ves ahí cuestan veinticuatro centavos cada uno.
Toqué mis bolsillos, a sabiendas que no tenía nada de dinero.
―No tengo... No tengo dinero.
La mujer frunció el ceño.
―Ese es un gran problema.
Bajé la mirada. No era mi intención quedarme ahí parada. Di media vuelta y caminé hasta la puerta.
―Espera...
Me volteé. La mujer estaba metiendo un par de panes en una bolsa de papel.
―Toma ―me llamó, extendiéndome la bolsa.
Me acerqué y la tomé, diciéndole que no era necesario, pero ya tenía un pan en la boca.
Ella se rio. ―Corren por mi cuenta. Pareces una buena persona.
Me reí mientras masticaba. Buena persona.
Salí de la panadería luego de darle unas cincuenta "gracias" a la mujer del pan.
Caminé por la vereda en dirección opuesta a la casa. Le daría la vuelta a la manzana, esperando por algo bueno que ver.
Sin darme cuenta ―o tal vez con toda la intención del mundo―, llegué al parque. Ese enorme parque en el que vería a Jacob en unas horas. Los preparativos habían comenzado desde temprano porque ya varias mesas estaban puestas bajo varias carpas. Había una cerca que rodeaba lo que parecía un pequeño jardín. Más allá, unos hombres cargaban masetas con girasoles hacia ese mini jardín. Me reí ante la idea de un Jacob entre flores. En el pasado las únicas flores que había tocado eran las que me compraba.
Caminé por el parque, el día estaba radiante, el sol no quemaba, pero contrastaba con el parque, realzando sus colores. Era un pequeño paraíso. Se parecía a la orilla de un lago en la que tuve una cita con Jacob. Esta había sido luego de haber decidido vivir juntos. Un mantel de cuadros, una canasta con comida, champagne, postre, risas, una brisa fresca, y una guitarra. Sí, Jacob tocaba, pero apestaba como guitarrista. Desafinaba en todos los sentidos, pero aun así, escuché con anhelo y aplaudí como loca cada canción que me dedicaba. Ese día reí como nunca. Al final de la tarde hubo un beso, como los de las películas. Él me tomó de la cintura, me inclinó un poco, y me besó luego de decirme que me veía hermosa, aunque yo ya me había revolcado por todo el suelo cada vez que me reía. Fue de esas experiencias que te dicen que vale la pena vivir...
―Uh, lo siento.
Volteé para ver a uno de los hombres con overol que cargaba las flores, había chocado conmigo.
―No hay problema ―le dije, mientras lo veía poner la maseta en el suelo.
―¿Eres participante?
Levanté una ceja.
Él señaló la flor.
―Ah, ¿si voy a presentarme con una... flor?
Él se rio.
―Claro. Esto va a estar lleno más tarde.
―¿De verdad? ―pregunté―. Pensé que no vendría mucha gente. No creo que por aquí sean de visitar flores.
―¿Visitar flores? ―él se rio―. No hablo de los visitantes, hablo de los expositores. Habrá muchos. Más de cien.
―¿En serio? ―me sorprendí―. Wow. No sabía que hubiera tantos amantes de... flores.
Él volvió a reírse.
―Lo siento ―se disculpó―, es que lo dices gracioso. Pero en fin, no vienen por amor a las flores.
Fruncí el entrecejo. ―¿Entonces?
―Es el dinero.
―¿Qué dinero?
―El premio. ¿No sabías?
―No tengo idea de qué me estás hablando.
Él se limpió las manos en el overol para luego sacar una botella de agua desde un bolsillo de atrás. Bebió y luego se disculpó.
―Cada año, vienen personas de todos lados del país a exponer sus flores. Muchos de esos son personas amantes de jardines, ya sabes, de esos que hacen reuniones en sus jardines para personas que aman jardines.
Reí. ―Okey, continúa.
―Bueno, y vienen y muestran su trabajo. Al final de la tarde, los jueces anuncian un ganador. Ese se lleva cinco mil dólares. Pero si es un muy buen trabajo le duplican el monto.
―¿De verdad? No tenía idea.
―Sí. Desde hace un par de años vienen los floristas. Las personas que trabajan en florerías. Casi nunca ganan. Los jueces creen que vienen solo por el dinero, y ellos son fanáticos adoradores de las flores... así que no les dan oportunidad.
Me reí para mí. No sabía eso.
―Es... bueno saberlo ―le dije.
―Debo irme ―me dijo―, adiós.
―Ten cuidado ―le dije.
Caminé hasta donde se suponía debería estar Jacob. Me di cuenta que había muchas más mesas por el otro sector del parque. Las carpas se estaban armando.
Salí del parque y volví a la casa, buscando agua, ya que los panes me habían resecado la boca, y creí que uno se me había quedado en la garganta.
Me senté esperando a que Matt o Irene regresaran, pero ninguno lo hizo. Se hicieron las once y no volvían. Olí mi ropa, y tenía un pequeño olor que no era familiar para mí. No era sudor, era como el olor de la ropa nueva.
Busqué un baño y encontré agua en uno de los lavamanos. Al principio salía sucia, como de color ladrillo, luego salió limpia. Para mi suerte era potable. No me detuve a pensar en consecuencias y empecé a beberla con desespero. La ducha no funcionaba, así que solo lavé mi cara y mi cabello. Olí mis axilas y no apestaban. No había olores en mi cuerpo. A este punto, ya no tenía idea de qué era normal y qué no.
Salí de la casa y volví al parque, dejando la puerta con el mismo truco de la mañana.
El parque estaba lleno de gente en esta ocasión. Fui directo y por instinto hacia donde estaba Jacob. Un fuerte latido casi me explota el pecho cuando lo vi bajo una gorra negra. Me miró y me sonrió. Dejó lo que estaba haciendo y caminó hacia mí, mirando para todos lados, como si alguien fuera a seguirlo. Tenía una camiseta blanca con el logo de la feria y unos jeans.
―Hola ―dijo en voz bajita luego de pararse a mi lado y mirando en la misma dirección que yo. Él estaba disimulando, como si no hablara con nadie. Me reí.
―Hey ―le dije a un señor que iba pasando―, me dice la hora, por favor.
―Eh, son las doce y cuatro.
―Gracias.
El hombre se fue y me volteé hacia Jacob, quien estaba mirándome con sorpresa. Me tocó el brazo y luego sonrió.
―Amber ―dijo, y me abrazó. No había escuchado mi nombre de su boca desde... bueno me gustó escucharlo.
―Valla, sí que me has extrañado ―le dije en broma.
―No sabes cuánto ―dijo contra mi cuello.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, como una bala de arriba abajo.
―Yo a ti ―le dije en el mismo tono bajito, y luego lo abracé también.
―Ven ―me dijo, tomándome de la mano―, te mostraré mi flor.
Me reí.
―¿Tu qué?
―Ya verás.
Caminamos entre las personas que se movían de un lado para el otro con cámaras en las manos. Llegamos hacia el stand y Anna me recibió con una sonrisa que casi se desvaneció cuando vio nuestras manos juntas. Por un momento me sentí poderosa, y sonreí.
―Mira ―Jacob me soltó la mano y levantó una maceta pequeña con al menos seis rosas blancas―. Estos son... ahmm... señores pétalos blancos.
Me reí.
―¿Señores pétalos blancos?
Mientras sonreía admirando lo bellas que estaban las rosas, a mi mente vinieron como flashes todos los momentos en los que me regaló una de ellas.
Sus pétalos estaba húmedos, quizá recién las había regado. El tallo verde, hasta la tierra en la macetita estaba linda.
―¿Tu las dejaste así?
―Yo solito ―respondió. Sonreí, mientras imaginaba a Jacob como un niño grande con brazos ejercitados y pectorales notorios.
―Pero... ¿cuándo? Esto lleva tiempo y no te he visto... ―me detuve al ver que estaba frente a Anna―. Es decir, antes, cuando nos veíamos seguido, no sabía que te gustaban las flores, es decir...
―Ya, Amber, te entiendo. Ya, para ―me dijo él divertido. Sonreí agradecida.
―Luego de encontrar trabajo con Anna ―me dijo, hablaba de una forma extraña, como hablan los que no saben disimular―, pues Anna me habló de este evento y que necesitaba traer algo para mostrar. Planté claveles, y pues, aquí están.
Mi cara era de desentendimiento. Sonreí al ver las rosas. Eran pequeñas, pero eran hermosas. Eran como un cachorrito, y Jacob sostenía la maceta a la altura de su pecho, mientras mantenía una sonrisa en su rostro.
―Nunca te vi ocuparte de esto ―le dije en voz baja aprovechando un descuido de Anna.
―Sorpresa ―dijo en voz baja.
Nos sonreímos mientras intercambiábamos una mirada.
―Parece que la vida te ha maltratado ―me dijo―, principalmente el cabello.
Me intimidé ante la imagen que podría tener Jacob de mí en ese momento.
―Es que...
―Oigan ―interrumpió Anna, en cierto modo le agradecí―, no quiero molestar, pero allá andan los jueces, Jacob. Será mejor prepararnos.
―Sí. Claro. ―Jacob bajó la maceta a su lugar.
―Por cierto ―les dije―, creo que hay un premio... o algo así. ¿Sabían?
Anna y Jacob se miraron.
―Sí ―contestó Jacob―. Esperamos ganar.
Le sonreí. Por un momento sentí que no quería decir que quería el dinero, quizá pensaba que cualquier asunto mezclado con dinero me haría sentir mal.
―Voy a... mirar por ahí ―les dije.
―No te alejes ―me dijo Jacob―. Es decir, para que veas cuando ganemos.
Y ahí estaba su optimismo. Sonreí.
―Okey.
―Hasta luego, Amber ―me dijo Anna. Me había olvidado de ella.
―Nos vemos.
Empecé a deambular por ahí, sin prestarle atención a nadie. La gente caminaba de forma lenta entre stands, tomando fotos y riéndose entre ellos. Algunos solo pasaban y luego se iban, otros se quedaban admirando cada flor en el mostrador de cada stand.
Tomé una bocanada de aire, sintiendo algo diferente, luego un niño vino corriendo hacia mí. No lo vi venir, así que me asusté y me preparé para detenerlo antes de chocar, pero él pasó de largo. Me atravesó como si yo fuera un fantasma.
Me detuve a analizar la situación. Tristeza y tranquilidad me golpearon el pecho. Tristeza, porque ya no iba a tocar a Jacob por algún tiempo, hasta que se pasara de nuevo. Tranquilidad, porque ya estaba adaptada a esta forma de vida.
Pasé por un stand, y vi una flor que me encantó. Era una rosa rosa, tan roja como la sangre. Me acerqué lo suficiente para ver si podría detectar su olor. No lo conseguí, así que traté de tocar sus pétalos, pero el resultado fue el indeseado. No había pasado nunca, por lo que me asusté y retrocedí de inmediato; La rosa se puso negra, totalmente negra. El tallo verde parecía quemado. Las personas que estaban cerca se asombraron y se acercaron a verla. El que debía ser el dueño la tomó, viendo cómo se desvanecía como cenizas en su mano.
―Lo siento ―dije, aunque sabía que nadie me escuchaba. Luego salí casi corriendo de ahí.
Ya en la entrada del parque, pensé en qué habría pasado. Me llené de preocupación. En ese momento supe que lo que sea que estaba pasándonos a Irene, Matt y a mí, no era nada bueno, y que estaba empezando a empeorar.
De repente una idea retorcida cruzó mi mente. Dejé de lado mi miedo y empecé a caminar de regreso a los stands. Solo pensaba en que Jacob debía ganar. De cierto modo, iba a ayudarlo.
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