2:
Si hubiese escogido una palabra que definiera mi manera de actuar aquel día cuando encontré a Jacob, tal vez usaría la palabra cobarde.
Después de verlo, me fui de la ciudad sin dudarlo siquiera un segundo. Deambulé de lugar en lugar hasta que llegué a la costa. Había un barco en el muelle, y me subí. Estaba actuando de una manera irracional y despreocupada, y aunque sabía eso, no hice nada por corregirlo. El barco era uno pesquero, pero no me importó. Bien podría haber estado llegando a la costa francesa, o a las cosas brasileñas. Tampoco importaba.
Desembarqué en otro muelle y caminé lentamente hasta la playa bajo el cielo estaba gris. Respiré hondo el aspero y salado aroma del mar. Sí, descubrí que mi olfato funcionaba. Quizás no lo había intentado antes, o en realidad era algo nuevo. Lo aprendí durante el viaje en el barco, cuando uno de los sujetos arrojó un pez muerto hacia su amigo que estaba detrás de mí y yo reaccioné después de gritarle un buen rato. Desde ese momento, empecé a usar mucho mi nariz, como ahí en la playa.
Dejé de lado mi terapia relajante y me lancé a una caminata, mirando mis pies pisar la arena sin dejar una sola marca. No importaban los muritos en ésta, mis pies parecían pisar una superficie recta.
Volví la mirada al agua y seguí caminando, mis pensamientos amenazaban con envolverme por completo en cuaqluier momento.
―¿Amber? ―Me detuve y de inmediato busqué por todos lados pero no vi nada―. ¡Amber!
Esta vez miré aún con más desesperación para todos lados. Fue ahí cuando vi a Matt aparecer de la nada y correr hacia mí. Sonreí nostálgica al pensar que por un momento me abracé a la idea de que algun ser humano me había visto.
―Matt. ―Mi voz salió en un bajo tono cuando él me abrazó.
―Amber, qué gusto me da verte ―murmuró él, sentía su sonrisa sobre mi hombro.
―A mí también ―le dije, sonriendo también. Odiaba no poder sentir la misma emoción que él e Irene parecían poder sentir cuando nos encontrábamos.
Matt me soltó y observó el lugar a su alrededor, reconociéndolo.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó, regresando su mirada gris hacia mí.
―Pues... vacaciones ―respondí. La mueca en su rostro me dejó ver que mi sonrisa no pareció convencerlo.
―¿Algún problema? ―inquirió, cambiando de tono.
―Ninguno ―mentí. Matt se había ganado de mí cierto cariño, haciéndome sonreír con sus locuras y espontaneidades en algunas ocasiones.
―No me mientas, muñeca. ―Se me había olvidado que podía ver la mentira en mis ojos, o eso decía él―. Cuéntale al guapo Matt lo que te atormenta.
―¿Aparte del hecho de ser un alma en pena? ―bromeé. No se rió.
―Es tu... ¿Cómo se llama? ¿Jacob? ―preguntó, dudoso de sus palabras.
Levanté una ceja y lo miré, curiosa. Entonces, por alguna razón, el nombre de Irene cruzó mi mente.
―¿Irene te contó?
―Solo lo esencial ―respondió, desviando la mirada.
―¿Qué es lo esencial? ―Traté de sonar molesta. Su sonrisa de medio lado me hizo saber que no funcionó.
―Pues... que encontraste a tu amado ―contestó―. Y que te sentiste mal y te fuiste.
Su mirada se suavizó y pareció acariciar la mía por un momento. Solté el aire, resignada. Ellos dos eran las únicas personas, o bien, espíritus o almas en pena, que me hacían sentir acompañada cuando la soledad me atacaba.
―Tenía lágrimas en los ojos ―le conté, volteando hacia la playa. Él me imitó.
A la distancia, un grupo de gaviotas cazaban su cena del día. Las nubes anunciaban tormenta.
―¿Te vio? ―me preguntó, rompiendo el silencio de varios segundos.
―No lo sé.
―Irene dijo que te siguió.
―Creo.
―¿Cómo?
Respiré hondo.
―Me gustaría saberlo ―contesté.
Se quedó parado a mi lado un rato más. Luego empezamos a caminar. Llegamos al final de la playa y me pidió regresar a la ciudad.
―Él te necesita ―me dijo―. No puedes perder más tiempo.
―No sé cómo hacerlo, Matt ―me sinceré―. Cuando lo tuve frente a mí... pude prácticamente tocar su dolor envuelto en ira. Sus lágrimas me mostraron el daño que le causé.
―Cuando están a punto de morir, muchas personas sienten la culpa y el arrepentimiento por algo que hayan hecho, y desean desesperadamente poder regresar en el tiempo, o simplemente tener una oportunidad para cambiarlo. Pero no pueden porque ya es muy tarde. ―Matt me tomó de la barbilla y me hizo mirarlo directo a los ojos―. Tú has sido bendecida con una oportunidad de oro. Aprovéchala.
Analicé sus palabras por un momento. Tenía razón.
Me soltó y asentí con suavidad.
―¿Debo creer que me encontraste por casualidad? ―le pregunté cuando la duda apareció en mi mente. Ladeó la cabeza y me miró con una sonrisa.
―Créelo ―dijo sin más.
Me tomó de la mano y apreté los ojos con fuerza. Sabía a dónde íbamos, o qué era lo que estabamos por hacer en el momento. Al abrirlos ya estábamos en la colina donde solíamos reunirnos desde que había vuelto a la ciudad. Apreciaba el hecho de que sus misiones estuvieran muy lejos, y aún así ellos quisieran venir por mí.
―No dejes que un evento, sin importar si es malo o bueno, dañe tus oportunidades ―murmuró―. Porque una vez idas, no regresan. ―Matt miró hacia un lado, dudando―. Bueno, ésta sí volvió, pero no volverá de nuevo. El punto es que debes actuar.
Escondí una sonrisa. Ambos estábamos con la mirada hacia la ciudad, pero pude notar que Matt me miraba de reojo. Al parecer, él también había descubierto que podía oler, porque lo sentía inhalar hasta que su pecho se hinchaba.
―¿Es raro, no? ―Hablé al encontrar el tema ideal para romper el silencio... y dejar de lado el asunto de Jacob.
―¿Qué cosa? ―contestó, sin abrir los ojos y llenándose con otra bocanada de aire. La noche estaba más que oscura.
―Que podemos respirar ―señalé―, oler, sentir el viento. Sin embargo ―él me miró y yo señalé la ciudad con la barbilla―, ellos no pueden vernos ni sentir nuestras presencias.
Matt soltó una risita que pareció algo burlona o bien una risita de emoción, y yo enarqué una ceja. Tarde varios segundos en comprender, pero pensé en Irene y en lo que me había contado, fue la misma expresión en su cara.
―No me digas que tú también...―espeté.
―Sí ―respondió, asintiendo con la cabeza, aunque no sabía si él entendía a qué me refería.
―¿Pudo verte también? ―Matt asintió con una sonrisa―. ¿Por qué? ―chillé, indignada.
―No lo sé ―se encogió de hombros―. Yo estaba en el sillón de su sala y de pronto me quedó mirando.
Abrí la boca para renegar, pero salió una risita de alegría. Matt rió conmigo y me abrazó. Su misión era una chica, por lo que me había dicho. La chica estaba sola, no daba pie con bola y por eso necesitaba de protección. Matt me había contado algo sobre el plan del que ella era parte, por ello se le enviaba protectores y consejeros, pero ninguno pudo hacer bien su trabajo y tuvieron que irse. Si Matt lo hacía bien, entonces entraría al mismo camino que Irene y se prepararía para ser un ángel guardián en la tierra.
―Me alegro por ti ―le dije―. Al menos ahora... ―no recordaba el nombre de la chica.
―Delia ―completó.
―Delia ―repetí―. Ahora, Delia, puede darte las gracias y hacer que tu trabajo tenga más significado.
―No lo veo como un trabajo, Amber, ¿sabes? ―se alejó un poco y metió las manos en sus pantalones.
―¿Ah no?
―No ―respondió de inmediato―. Lo veo como... algo que estaba en mi camino, esperando por mí. y que me llena de satisfacción. ―Sus palabras eran muy honestas.
―Eso es bueno ―comenté.
―Más que eso ―dijo él, volteándose y acercándose a mí―. Es lo mejor que me pasó jamás después del nacimiento de Sopphie ―susurró.
Sophie fue su hija. Ella murió a los ocho años. Eso era todo lo que Irene y yo sabíamos, ya que nunca profundizamos en ese tema, más que creyó que la vería allá arriba, pero no, tuvo que bajar. A veces llegué a pensar que sus grandes ganas por cumplir su misión eran por tener la vaga esperanza de que, tal vez, podría ver de nuevo a Sophie si tenía éxito con Delia.
Me limité a abrazarlo. Permanecimos así por unos segundos más hasta que él se alejó. Caminó a unos metros y volteó.
―Debo irme, Amber ―se despidió―. Suerte.
―Gracias.
Sonreímos el uno al otro y lo vi desaparecer.
Me volví hacia la ciudad y pensé en las palabras de Matt. Quizás y acercarme de nuevo a Jacob fuera una buena opción. Tal vez después y al final de todo, estaría tan orgullosa de lo que hice al igual que Matt. Solo que él no la enamoró y dejó a Delia en la calle. De todas formas, ya había tomado una decisión, y por lo visto me costaba mantenerla.
Cuando abrí los ojos otra vez, note que estuve tan ensimismada pensando en estrategias para acercarme a Jacob que no me fijé que ya había amanecido. Me levanté del sitio en el que me había echado y me fui a la ciudad.
Al llegar, la gente volvía a amontonarse en las calles, mientras yo caminaba a paso lento en dirección al apartamento de Jacob.
¿Qué se suponía que debía decirle?
"¿Hola, soy Amber. Aquella a la que le juraste amor y luego te estafó y se fue. Luego me morí y aquí estoy para ayudarte a salir del hoyo en el que te metí?".
No sanaba muy convincente viéndolo desde el punto de vista de... En realidad no funcionaba desde ningún punto de vista. Además, estaba más que clara la falta de humor en mí.
Avancé otra calle más, acortando así la distancia con el lugar en el que Jacob fue a parar. Miré a los lados, tratando de distraerme. Vi un local de pasteles, otro de ropa, en uno había un maniquí exhibiendo un vestido de novia, otro de... anillos. Una joyería. Genial. Crucé la calle y me vi reflejada en el cristal del restaurante en el que Jacob me había pedido noviazgo. Definitivamente, mi idea de distraerme no estaba funcionando, bueno no tan bien como me gusataría. Estos lugares parecían ser agujas que pinchaban bruscamente los recuerdos de mi memoria, pero el pinchazo se sentía también en mi corazón.
Di un traspié y levanté la mirada de inmediato, esquivando el taxi que pasó frente a mis narices. Acto reflejo, supuse. Tal vez necesitaba del acto reflejo que te hacía correr, ya que estaba justo donde Irene y yo habíamos estado días atrás. Al cruzar la calle, estaba un aparcamiento vacío, seguido a éste, el inmueble en el que Jacob vivía. Tal vez no tuviera mi cuerpo, pero la sensación de hacerme pis en los pantalones fue muy clara.
Bajé un pie de la vereda y, de quién sabe dónde, apareció una motocicleta.
―¡Idiota! ―le grité―. ¡Idiota tú, Amber, que crees que te escucha! ―me grité a mí misma.
Renegando y respirando profundo, crucé la calle. Antes de dar un paso más, la puerta de la que Jacob había salido la vez anterior se abrió. Corrí detrás de un contenedor de basura junto a la casa de apartamentos y me escondí. Miré por encima y lo vi, con la misma gorra, sin chaqueta, con una camiseta blanca y unos jeans desgastados. Hizo algo en la cerradura y giró hacia mí, me agaché. ¿Habrá sentido mi mirada?
Volví a mirar y ésta vez él caminaba hasta la esquina del balcón, que justamente estaba a unos cinco metros de donde estaba yo.
Jacob salió y caminó por la vereda, hacia mí. Miré sobre mi hombro, la vereda larga y vacía, sin lugar para esconderse. Miré delante, por encima del contenedor y el estacionamiento estaba vacío también. No me quedaban más opciones. Tenía sólo una.
Vi a Jacob pasar junto al contenedor, sin notar mi presencia. Solté el aire y deseé no haber descubierto que podía oler de nuevo. Apestaba a podrido. Pero era meterme en la basura, o arriesgarme a que Jacob me viera y tener un ataque depresivo otra vez y viajar en un barco pesquero a la otra mitad del mundo. Eso no sonaba tan bonito.
Estaba con más de la mitad del cuerpo hundido en la basura, pero no se movía nada. La estaba atravesando, como el viento. Cerré los ojos y salí de ahí. Afuera, no apestaba para nada. Incluso yo estaba limpia en su totalidad. Punto para los fantasmas. Bueno, tal vez no. Dejé de sonreír como una tonta a mitad de la calle.
Miré por la vereda y ya Jacob no estaba. Se perdió en un instante. Volteé y caminé hasta la puerta blanca. Volví a respirar hasta el fondo y me adentré en el apartamento. Crucé la madera como si nada.
Dentro, todo estaba tan... limpio. No era para nada grande, pero tampoco era algo muy pequeño. Había espacio suficiente para colocar un mueble de una sola persona frente a un pequeño televisor, un refrigerador pequeño en una mini habitación, en la cual sobresalía un mesón de la pared, sobre este una cocina eléctrica pequeña, con solo dos hornillas. Seguí caminando, el piso no tenía alfombra, era de color café, tal vez madera, y estaba impecable. Pasé por una puerta y di con una habitación un poco más grande que la cocina. Estaba una cama de una plaza, cubierta con sábanas celestes, arrimada a la pared. Una mesita de madera en la esquina de la pared opuesta a la cama. Un armario de dos puertas; lo abrí, ―usando mis súper poderes, los cuales consistían moverme y moverme como si me picaran las hormigas, para usar las corrientes de aire y conseguir mover cosas simples―, casi no había ropa, y la que estaba ya pedía un cambio a gritos. ¿Qué le hice a Jacob?
Miré perpleja todo el lugar. Recordé que Jake me contó una vez que le encantaba tener todo limpio. Creí que solo jugaba, ya que en la mansión había empleadas que lo hacían por él. Sin embargo, aquí todo estaba... reluciente.
Decidida a avanzar, recorrí todo el lugar, viendo las fotos, papeles, y demás cosas que decoraban de alguna pobre manera las paredes o estantes junto a éstas.
Pasé el dedo por la superficie de una pequeña cómoda, sin sentir en lo absoluto algo del material bajo mi tacto. Había un cajón entreabierto, me concentré y metí los dedos, obligando al viento dentro empujar el cajón hasta abrirlo. Estos trucos los aprendí cuando trataba de asustar a mis antiguos conocidos, haciendo que sus puertas se movieran o chocaran contra la pared.
Dentro de la gaveta, había un sobre, lo levanté, aplicando mi técnica anterior, sin dar mucho resultado ésta vez. No podía abrirlo. Lo volteé y vi el nombre de Jacob escrito a mano. Analicé las formas de abrirlo, pero algo me distrajo por el rabillo del ojo.
En el cajón abierto, había algo más; una sortija. La miré con detenimiento... Esa sortija era mía.
Levanté la mano hasta tenerla frente a mí y examiné mi dedo anular. Ya no tenía la sombra del anillo que solía tener. Traía puesta la sortija el día que... el día que me mataron. Cuando me fui de casa de Jacob no pude devolvérsela. Tal vez fue la única cosa que no le robé intencionalmente.
Enredé mis dedos en mi cabello y me concentré en sentir. Comencé a tirar de cada hebra de pelo, buscando el dolor que me distrajera de lo que estaba pensando, pero no podía. Empezaba a tener la sensación de dolor en mi cabeza, pero era muy débil.
Jacob había visto mi cuerpo inerte. Lo había contactado para reconocerme y se había llevado la sortija. Incluso después de muerta lo seguí lastimando.
Deseaba no pensar en cómo se debió sentir cuando me vio en ese último estado. Jacob se enamoró de mí, como nunca nadie lo hizo, lo podía ver en su mirada, lo podía sentir en sus besos, cuando me dormía en su pecho y escuchaba el murmuro de sus latidos, cuando me tomaba de la mano diciéndome que me quería y que era especial. Reconocer el cadáver de alguien que amaste mucho, debería ser considerado algo ilegal, un pecado. No es justo lastimar a alguien de esa manera.
Pero ésta era mi culpa; Yo llevé a Jacob hasta ese lugar; Yo hice que me conociera; Yo lo lastimé como tal vez nadie más lo hizo.
Nuevamente, sentí las ganas de llorar, y la posterior frustración al no poder hacerlo.
Me senté en la cama de la habitación y dejé que mi mirada se perdiera en un punto ciego en la pared. Necesitaba descansar, aunque no estaba cansada. En otras circunstancias, me habría embriagado y habría dormido por un par de días. Ahora, debía aguantar el tormento de mi mente.
Pasaron horas y yo no dejaba de mirar esa grieta poco visible en la pared. ¿Cuánto tiempo habrá sufrido Jacob luego de que me fuera? ¿Seguiría sufriendo?
Escuché el tintineo de unas llaves y me levanté de la cama, dejando por completo mis pensamientos en un rincón alejado de mi mente. El tintineo cesó un momento y a continuación una llave fue introducida de manera rápida en la cerradura. La perilla giró y yo me escondí detrás de la pared, en el espacio de un metro que había desde la puerta a la cama. Miré al frente, a la otra pared, sin ventanas. Si la hubiera, podría huir, pero no lo haría. No pensaba con claridad, solo sabía que era el momento.
Sentí un susto enorme cuando algo fue arrojado hasta la cama, desde afuera. Era una camiseta blanca.
Escuché vasos chocar entre sí. Jacob buscaba algo. Luego se escucharon cucharas, y la puerta del refrigerador. Respiré velozmente.
Una silla, que no recordaba haber visto, chirrió al ser arrastrada por el piso. Escuché voces; Jacob encendía el televisor.
―Oh, vamos... ―le escuché decir con voz cansina―. No me falles ahora, nena. Déjame ver el partido.
Algo me recorrió por dentro al reconocer su voz. Su tono, aquel que tantas veces pronunció mi nombre y cosas bonitas para mí, haciéndome sentir importante una y otra vez.
―Está bien ―dijo resignado. La silla chirrió otra vez.
Varios golpes se escucharon, junto a la estática del televisor, luego no se escuchó nada.
―¿Es en serio? ―casi gritó, indignado―. Genial. No te quejes cuando estés en la basura.
De inmediato, voces se escucharon otra vez.
―Eso es, nena ―aplaudió.
El televisor había sucumbido a su amenaza. Reí por lo bajo al pensar en esa tonta posibilidad.
―¿Quién anda ahí? ―preguntó Jacob con voz amenazadora alertando al intruso que invadía su hogar. Me apegué más a la pared. Sin querer, mi movimiento rápido ocasionó que el viento jugara en mi contra, haciendo que la puerta se moviera. Las bisagras chirriaron y yo maldije internamente.
―Tengo dos chuchillos. No lo diré otra vez ―su voz se volvía más grave con cada palabra―. ¿Quién-anda-ahí?
No respondí. Escuché sus pasos, acercándose. Me deslicé hasta la pared. Jacob apresuró el paso y yo me apegué más, con los ojos cerrados.
Cuando los abrí, luego de un par de segundos, vi una pared de color beige frente a mí. Miré hacia atrás y vi el televisor encendido. Había atravesado la pared sin querer. Jacob salía de la habitación y crucé la pared otra vez. Lo escuché decirle algo al televisor en voz baja, pero no le di importancia. Era ahora o nunca. Debía tomar valor de donde no había y enfrentarlo.
Escuché varios vasos chocar otra vez y luego un chorro de algo llenando un recipiente. Respiré y salí por la puerta a pasos torpes y vi a Jacob de espaldas, inclinado hacia adelante, un poco hacia abajo.
Se volteó y se llevó el vaso con agua a la boca. Hice ademán de sonreír y me desanimé al pensar en el hecho de que no me veía, pero me equivocaba...
Jacob soltó el vaso, el cual se hizo pedazos en el suelo salpicando sus pies. Levanté la mirada para ver a un chico con la boca abierta, mirándome directo a los ojos.
Jacob me estaba viendo.
Y yo volvía a sentir el pis en mis pantalones.
Hey, lectores, espero les haya gustado. Apreciaría mucho si consideraran dejar su voto o comentario en caso de que les haya gustado el capítulo. Además, gracias a todas esas personas que han agregado la novela a sus listas de lectura con tan solo leer el primer capítulo. ¡Es increíble!
Preguntas:
*¿Cómo creen que reaccione Jacob?
*¿Se harían pis si estuvieran en una situación así? xD
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