17:
Al día siguiente, Anna le volvió a preguntar a Jacob cómo había dormido. Jacob respondió que de maravilla. Luego comenzaron a hablar sobre el viaje. No tenía claro a qué ciudad, o país, se iban, sólo sabía que irían juntos.
―Será divertido ―le dijo Anna―. El año pasado estuvo todo tranquilo, excepto la parte en la que... ya sabes... me caí.
―Debió ser chistoso ―comentó Jacob―. Me hubiese encantado estar ahí.
―Oye ―regañó Anna. Luego rio―. Esta vez voy bastante más atenta.
―De todas formas llevaré una cámara.
Ambos rieron. Estaban ya por almorzar. Ese día a mí no me pasó nada fuera de lo normal. Nadie aparte de Jacob me había visto, y hasta cierto punto me sentía normal otra vez. Aunque, por consejo de Jake, estaba más cautelosa, no quedándome tan cerca de ellos en caso de que me apareciera misteriosamente frente a Anna y tuviera que explicarle la situación o tener que llevarla al hospital por el ataque al corazón que le causaría.
El día pasó más tranquilo para la florería, debido a que no hubo muchos clientes. Después de almorzar, Anna le contó a Jacob todo cuanto pudo referente a las expo ferias que hacían en Vancouver. Irían en un viaje de varias horas..., juntos. Pero yo también iba. Yo escuchaba escondida en el baño.
―¿Amber?
Me levanté del suelo y presté atención a Jacob que me miraba con una ceja levantada desde la puerta.
―Jake... Yo... ―Me levanté y me acerqué a él―. No quería que me viera. Ya sabes, en caso de que...
―Está bien, está bien.
Jacob me dio una mirada que me pedía que me saliera. Claro, estaba en el baño de hombres. Salí sonriéndole. Afuera noté el baño que estaba a lado, ambos eran pequeños, pero tenían el letrero que diferenciaba al uno del otro.
Cuando Jake salió, me sonrió, me dijo que no me alejara de él. Lo seguí y me escondí detrás del mostrador, sentándome en el suelo, mientras Jacob tecleaba en la laptop.
Momento después, Anna dijo que ya era hora de cerrar. Jacob y yo habíamos estado tan metidos en lo que estábamos haciendo ―él trabajando y yo pensando― que no nos fijamos en qué momento cayó la noche.
―¿Ya es de noche? ―se sorprendió Jacob por ambos.
―Sí que estabas concentrado ¿eh? ―le dijo Anna mientras se ponía su abrigo―. Si quieres te quedas aquí hasta mañana.
Jacob sonrió a la broma.
―Tal vez si me quedo puedo practicar cómo no caerme sobre las flores.
Anna abrió la boca, en una mezcla de sonrisa mientras se sorprendía.
―Gracias, señor burlón.
―De nada, chica que se cae.
Jacob no era bueno con los chistes, pero Anna se reía como una loca. No lo entendía, Jacob no se estaba riendo como para decir que era su risa contagiosa.
Pronto recogieron sus cosas y cerraron el local. Jacob y Anna se despidieron, pero luego se quedaron conversando.
―¿Dónde dormiremos? ―le preguntó Jacob, refiriéndose al viaje.
―Eso ya está arreglado, tú solo debes llevar sueño y ropa de dormir.
―Ah qué bueno ―comentó Jake―, porque duermo mucho.
Y eso era totalmente falso; Jacob era demasiado responsable con todo lo que hacía, que jamás se permitía dormirse muy tarde y hasta muy tarde. Era como algo psicológico. Aunque no trabajara, él siempre se despertaba temprano... por si acaso. Totalmente distinto a mí, que dormía como oso hibernando.
―¿Debemos llevar algún uniforme o algo? ―preguntó Jacob otra vez.
―No. Lo que sea está bien, mientras no estemos desnudos. ―Anna se sonrojó en la última parte. Y yo entendía por qué; imaginarse a Jacob desnudo, estando frente a él, sonrojaría a cualquiera.
Pero como siempre, Jacob no se dio cuenta de la actitud de Anna. Negué con la cabeza.
―Podríamos quedarnos desnudos ―comentó Jacob―, así seríamos la atracción principal.
Jacob sonrió a Anna, y ella se prendió como foco de navidad con sobrevoltaje. Su mirada se fue hacia el infinito y pude casi ver sus pensamientos en torno al comentario de Jacob.
Tal vez, Anna, creyó que ya era un poco tarde o que la conversación estaba causando algo en ella, porque se despidió con algo de torpeza.
―Ya-ya es muy tarde. Mejor no-nos vamos.
―Pero si son las ocho y media. ―Jacob frunció entrecejo y Anna desvió la mirada. Jake tenía sus momentos de cotorra.
Jacob se acercó a ella y le preguntó si estaba bien, a lo que Anna retrocedió.
―Estoy bien ―respondió ella―. Buenas noches, Jake.
―Buenas noches... Anna. ―contestó Jacob, dudoso.
Después de que Anna se fue, Jacob se giró hacia mí y me pidió que siguiéramos. Comenzamos a caminar, pero él tenía otro plan antes de ir a casa.
―Anna me contó de un carrito de comida ―me dijo mientras cruzábamos la calle. Yo lo seguía sin saber adónde íbamos―. Creo que tengo hambre.
―¿Qué carrito? ―le pregunté.
―Un carrito de tacos ―dijo emocionado.
―Genial ―fingí emoción.
―Oh, vamos, Amber. Te va a gustar.
Lo miré de reojo y él se dio cuenta de lo que dijo, porque me pidió disculpas.
―No quise decir eso ―me dijo―, yo...
―Está bien, Jacob. Olvídalo. Solo compremos tu taco.
Para mi suerte, mi voz no salió con ese tono de molestia que se me había escapado siempre mientras estaba viva. Jacob me escuchó y luego sonrió. Quizás le emocionaba realmente la idea de comer tacos.
En una esquina, había un carrito plateado, con luces en la ventana lateral por donde atendían a los clientes, y frente a este lado del carro, algunas mesas. Había varias personas, Jacob se sumó a la cola al instante. Cuando lo atendieron, salió de ahí como un niño con una funda de caramelos. Se sentó en una de las mesas que estaban desocupadas y comenzó a comer, maravillándose tras cada mordida.
―Anna no se equivocó ―dijo con la boca llena. Luego tragó y dijo: ―Esto es... DELICIOSO.
―Anna. Anna esto, Anna lo otro, Anna los tacos, Anna las enchiladas. Anna la que te parió. Todo es Anna. ―Quería decirlo en broma, pero mi voz me traicionó.
―¿Enchiladas? ¿Dónde?
Había olvidado que a Jacob le fascinaba la comida mexicana.
―Ugh ―me quejé.
Luego de un momento, Jacob preguntó:
―Amber, ¿estás celosa?
―¿Qué?
―Que si estás...
―Te escuché. No tienes que repetirlo.
―Claro... Solo quería...
―Jacob, ya. Para.
―Pero...
―Ugh.
―¿Estás molesta? ―preguntó Jacob, algo preocupado.
―No ―respondí en voz alta.
―Si no estás molesta, entonces ¿por qué tienes hinchada la venita en la frente?
Respiré hondo y miré a Jacob a los ojos, luego sonreí, o eso creo que hice.
―No estoy celosa ―le dije.
―Ahhh ―dijo Jacob, con una cara iluminada por lo que sea que acaba de descubrir―. Ya entendí.
―¿Qué? ―pregunté.
―Estás molesta porque estás celosa.
―¡Que no estoy molesta! ¡Y que no estoy celosa!
―Sí, claro. ―Sonrió con suficiencia.
Jacob sabía cómo irritarme y parecía estarlo haciendo a propósito. Luego comenzó a reír.
―Te ves chistosa ―me dijo.
Me levanté.
―Te espero allá.
Eché a andar hacia algún allá, mientras escuchaba a Jacob mencionar mi nombre varias veces.
Me senté en una vereda y esperé a Jacoba ahí, pero llegó alguien más.
―¿Cómo me encontraste? ―le pregunté a Irene.
―Eso no importa, Amber...
―¿Me estabas siguiendo? ―parecía que estaba a punto de desquitarme con Irene.
―Cállate, Amber. ―Me reprendió. Me callé―. No te olvides de vernos hoy a media noche en las colinas. Matt descubrió algo y quiere avisarnos.
Estaba por responder, cuando vi algo por el rabillo del ojo, era Jacob. Volví la mirada a Irene, pero ya se había ido.
―Listo ―me dijo Jacob―. Vámonos.
―Vámonos ―imité su voz.
―Amber, ¿estás...?
―Cállate, Jacob. No vuelvas a preguntar. ¿Estamos?
―Claro ―levantó las manos en señal de rendición―. Ya cálmate.
―Estoy... ―Respiré y cerré los ojos―. Mejor vámonos.
―Como ordene, madame.
Jacob se me adelantó y yo seguí hasta pararme a su lado. En cada paso que daba él, yo daba uno y medio, casi dos, así que debía apresurarme para seguirle el ritmo.
―Lo siento ―dijo de repente.
―¿Qué cosa?
―No quería hacerte sentir molesta.
―No. Está bien. No estoy molesta.
Jacob me miró por el rabillo del ojo.
―Bueno, tal vez un poquito.
―Solo quería que te desestresaras ―me dijo. Lo miré extrañada.
―¿De qué hablas?
―Casi nunca te expresas ―contestó―. Quería que saques lo que llevas dentro.
―¿Querías que me molestara?
―En cierta forma.
―¿Por qué?
―Cuando uno se molesta, libera lo que siente y piensa con tal de quitarse esa presión. A veces eso es malo, pero otras necesario.
Nos quedamos en silencio. Luego dije:
―Gracias.
―¿Te sientes mejor? ―me preguntó.
Lo cierto era que me sentía más ligera, aunque no había dicho casi nada de lo que pensaba en el momento en el que me molesté, pero el hecho de saber lo que Jacob hizo por mí, por más simple que fuera, hacía que el estrés fantasmal me dejara.
―Mucho mejor ―le dije.
Sonrió de medio lado y nos callamos de nuevo.
Luego de dejar a Jacob, cuando ya estaba dormido, me fui a las colinas y esperé encontrarme con Irene, pero fue Matt quien llegó.
―Hola ―me saludo con un beso en la mejilla.
―¿Cómo estás?
―Bien. ¿Dónde está Irene?
―No lo sé ―contesté―. Me encontró hace un rato para que no faltara a nuestra reunión.
Sonreí un poco pero lo dejé de hacer cuando vi que Matt mantenía seriedad.
―¿Y bien? ―preguntó Irene detrás de nosotros.
―¿Qué pasa? ―les pregunté cuando vi que se miraban.
Matt miró a Irene, luego a mí.
―Habla ya ―se quejó Irene.
―Murió un misionero.
No entendía a qué se refería con que "murió un misionero" por dos razones. 1) Se suponía que un misionero era como llamaban a los de nuestro tipo. 2) Ya estábamos muertos.
―¿De qué hablas? ―preguntó Irene.
―No podemos morir dos veces ―traté de bromear, pero una parte de mí empezaba a asustarse.
―Tienes razón. Ya no podemos morir.
―¿Entonces? Matt, sé claro.
―Lo que vemos ―nos miró―, lo que somos, son nuestras almas, nuestro espíritu, más o menos. Si nuestra alma desaparece, desaparecemos para siempre. ¿Escucharon eso alguna vez? Porque yo no.
―No-no entiendo ―comentó Irene, nerviosa―. ¿Cómo es que para siempre? No podemos morir dos veces. ―Me miró, como esperando que yo apoyara su teoría, pero no dije nada.
―Sí podemos ―dijo Matt sin mirarnos a los ojos―. Aún podemos morir.
―Eso es imposible ―dijo Irene, más para sí misma que como parte de la conversación.
―¿Cómo sabes eso? ―le pregunté a Matt.
―Bueno, aparte del misionero muerto, me encontré con un sujeto, un...
―¿Un qué? ―preguntamos las dos a la vez.
―No recuerdo cómo se llamaba ―Tartamudeó Matt.
―No me importa su nombre ―Irene comenzó a perder la calma―, sino lo que te dijo.
―No me refiero a su nombre ―contestó Matt―. Bueno, no al suyo.
―No entiendo, Matt ―le dije. Matt estaba nervioso, y nos ponía en el mismo estado a Irene y a mí.
―Es que... ―Matt miró al cielo y luego se tiró del pelo, en desesperación. Nos miró y dijo: ―Tengo miedo.
―Todos lo tenemos ―les dije―. Bien, vamos a calmarnos. Sentémonos.
Hicimos lo que dije y esperamos un par de minutos. Los pies de Matt se movían con desesperación y miraba constantemente a todos lados, como si quisiera irse, como si esperara a alguien que no quería, como si ese lugar fuera inseguro para él.
―¿Y bien? ―Irene cortó el silencio.
―Cuéntanos lo que sabes ―le dije a Matt―. Desde el principio, como si le contaras un cuento a un niño. ¿Bueno? ―le di una sonrisa de apoyo.
Matt asintió. Su cara se relajó un poco, pero aún podía percibir el miedo y la intranquilidad dentro de él.
―Estaba con Delia ―comenzó él―, en un parque. Ella quiso salir a pasear. Creyó que podríamos tocarnos otra vez, le advertí que eso no estaba bien. Pero antes de que respondiera, apreció un hombre.
―¿Qué hombre? ―interrumpió Irene. La miré y ella se calló―. Lo siento ―dijo―. Continúa.
―Ese hombre me dijo que me reconoció, que supo al instante que yo no era un humano, un mortal. ―Matt tomó aire―. Delia no podía verlo, ni siquiera se dio cuenta cuando llegó, así que supe que era uno de los nuestros también. Luego me dijo que tenía que irme, que esconderme, que debía alejarme lo más pronto posible de Delia.
Miró al suelo, a sus zapatos oscuros, miré los míos. No había notado que tenía los mismos zapatos que Matt; oscuros, con rasgos difíciles de notar aunque hubiera luz, Irene tenía los mismos.
―Le pregunté que a qué se refería ―continúo Matt―. Le dije que me explicara de qué iba todo. Yo trataba de ver la broma en lo que me contaba, pero entonces se puso a llorar, dijo que tenía que irse, que lo habían encontrado. Lo seguí cuando quiso irse corriendo, le pregunté que si quería irse por qué no desaparecía como nosotros al cerrar los ojos, me dijo que ya no podía hacerlo más. Que estaba ocultándose con un amuleto o algo, que no podía explicarme. No había tiempo. Lo último que dijo antes de irse corriendo tan rápido como pudo, era que un misionero ya había muerto, que no me descuidara... Que huyera mientras pudiera.
―¿Muerto? ―pregunté―. Eso está mal...
―¿Qué-qué tenemos que hacer con esa información? ―preguntó Irene.
―No lo sé ―respondió Matt―. Después de que él se fue, sentí un frio, como si la briza me golpeara con fuerza y luego volvió el calor normal. Algo pasó a mi lado, no lo vi, pero sé que pasó.
―¿Qué hacemos? ―pregunté, aunque sabía que ninguno tenía respuesta.
Estuvimos varias horas ahí, sentados, esperando a que algo pasara, pero lo único que pasó fue la noche. El día comenzó a aclararse, ya debíamos irnos.
―Vendremos hoy otra vez ―nos dijo Irene, aunque había algo de súplica en su voz―. No falten. Media noche. Ni un minuto más, ni uno menos.
Matt asintió, y se puso de pie. Nosotras le seguimos. Nos paramos juntos, formando un triángulo y nos abrazamos.
―Todo estará bien ―les dije, aunque yo no estaba convencida del todo.
―Si ese hombre te visita de nuevo, pídele más información, ¿quieres? ―bufó Irene, mostrando una media sonrisa.
Matt casi sonrió, y dijo que estaba bien.
―Vámonos ―les dije.
―Hasta luego ―dijo Irene.
Cerré los ojos, pero Matt llamó de nuevo.
―¿Qué pasa? ―preguntó Irene.
―Manténganse... vivas.
―Tú igual ―le dije.
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