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14:

Aunque lo intentara, Jacob no podría disimular la emoción en su rostro por su segundía día de empleo. Parecía que le agradaba la idea de levantarse de nuevo de las cenizas.

―¿Qué me traerá este día? ―cantó esa línea mientras caminaba de un lado a otro―. ¿Quizás mucho dinero ―me miró― o un nuevo despido?

―¿Por qué me miras a mí? ―me volteé hacia la ventana―. Si te despiden es por andar con la mente en las nubes. ―Y en voz ultra baja, añadí: ―Una nube llamada Anna Montés...

―¿Qué dices?

―Nada ―sonreí―. ¿Nos vamos?

Durante el camino, Jacob quiso entablar conversación, pero yo no respondía como él esperaba. Quizá pensaba lo mismo que yo. Quizás no. Jacob ya tenía empleo, pero yo seguía ahí. Empezaba a crecer la incertidumbre sobre el momento en el que me fuera de la nada.

―Tal vez aún no me has ayudado lo suficiente ―comentó, cuando abrimos una pequeña brecha para ese tema.

―Tal vez ―dije.

Él me miró de reojo, pero yo seguí con la mirada al frente.

Avancé y lo dejé atrás.

No podía culparlo por tener esas dudas, pero me molestaba el no poder responder lo que él necesitaba saber.

―Llegamos... ―dijo él.

―Ya lo noté.

Entramos en la florería y Anna ya esperaba dentro.

―Jacob ―chilló ella. Tal vez lo esperaba más tarde o tal vez pensaba que él solo era un sueño. Gracias a Dios ella habló, sacándome de mis pensamientos que envolvían a Jacob en el papel de un hermoso sueño vuelto realidad―. Buenos días.

―Hola, Anna. ¿Cómo estás? ―Se acercó y se besaron las mejillas.

―Hola, Anna, cómo estás. ―Imité a Jacob y él se dio cuenta, pero no miró.

―Bien ―contestó Anna―. Pff... una noche muy cansada, pero bien. Espero tú igual.

―De maravilla ―exclamó Jacob―. Listo para trabajar.

―Qué bien ―sonrió Anna, animada―. Manos a la obra, entonces.

Así como se separaron, se pusieron a trabajar. Yo tomé asiento en el mostrador.

Jacob y Anna cargaban las flores fuera del local. Unas masetas más grandes, otras más pequeñas. Flores hermosas, y flores... no tan hermosas.

Cuando hubieron terminado, Jacob se dispuso a la caja registradora. Encendió la netbook y  tomó un cuaderno, lo abrió y comenzó a tipiar.

―¿Qué haces? ―le pregunté.

―Trabajo.

―¿Cómo?

―Transcribo esto ―su concentración no dejaba el teclado, la pantalla y el cuaderno―, así... cuando quieran un registro de ventas... esto les ayudará.

―¿Les ayudará?

Jacob levantó la cara. No entendía a lo que me refería.

―¿Por qué te excluyes? Es decir, ya eres empleado de la florería...

Sunflower ―completó Jake.

―Eso ―dije.

―Bueno ―Jacob regresó la vista a la pantalla―. Hago esto para que cuando queramos un registro de ventas, este nos ayude. ―Jacob levantó la mirada hacia mí―. ¿Mejor?

―Pues, sí... creo.

Jacob regresó a trabajar. No lo molesté.

Salí de la florería un rato y me quedé en la vereda. El día permanecía gris aunque ya eran las diez de la mañana. Cuando volteé para reingresar, vi el letrero gigante sobre la puerta. "Florería Sunflower". Qué nombrecito.

Antes de que diera un paso, Anna salió a atender a una mujer de edad.

―¿Puedo ayudarla en algo?

Su amabilidad, tan pura. Tal cual la noche anterior.

―Sí, señorita. De casualidad tendrán rosas rojas.

―Claro que sí. Venga conmigo.

La señora siguió a Anna dentro del local. Yo me quedé afuera respirando su buena vibra. Ella no podía ser tan buena. Algo malo debía haber en ella.

Rato después, cuando llegó el almuerzo. Nadie llegó para interrumpirlos. Jacob comía frente a Anna y ambos intercambiaban palabras. Llegó un momento en el que se reían con la boca llena y se les salieron algunos granos. Pensé que les daría asco, pero solo se rieron más fuerte.

―Y... ¿Tienes familia? ―preguntó Jacob rascando con la cuchara lo que quedaba de comida.

―Sí ―respondió Anna―. Un hermano.

―¿Un hermano? ―Jacob se metió la cuchara a la boca. Anna entendió la pregunta, porque respondió:

―Sí. Mi papá murió cuando tenía diez y mi mamá hace un año y medio, más o menos.

―Lo siento ―dijo Jacob.

―No hay problema. ¿Y tú? ¿Tienes familia?

―Mis padres fallecieron hace algunos años, y como soy hijo único...

―Oh, lo siento.

―No hay problema.

Estaba aburriéndome de su conversación cuando Jacob levantó la cara y me sonrió. En aquel momento, aún no podía entender cómo era que él podía traspasar el límite entre los vivos y los muertos para hacerme sentir aquello dentro de mi pecho.

Anna terminó de comer y llevó los platos desechables a la basura.

―¿Quieren un helado? ―preguntó Jacob.

Anna lo miró y frunció un poco el ceño, luego miro a su alrededor antes de hablar.

―¿Quieren?

―Quieres ―se corrigió Jacob―. ¿Quieres un helado?

Anna dijo que sí, y Jacob salió de ahí antes de que la situación se volviera más incómoda.

―¿Qué te pasa? ―le pregunté.

Íbamos caminando por la vereda en busca de una heladería. Jacob no respondió mi pregunta.

―Aquí es ―dijo cuando llegamos a la heladería―. ¿Quieres algo?

Levanté una ceja.

―Claro. Una paleta. O un cono. O mejor aún; un helado que no se me traspase la mano.

―Ja ja ―Jacob fingió una sonrisa y luego se disculpó. Dijo que le parecía tan real. Luego entró en la heladería.

―Listo ―anunció cuando salió con una funda y un tarro de helado.

―Pensé que comprarías dos conos de los pequeños.

―Así es mejor.

―¿De dónde sacaste dinero?

―De lo que me queda ―respondió―. Lo que, por cierto, ya no es mucho. Así que ya no gastaremos más, Amber. ¿Entendido?

Me sorprendí. O eso fingí.

―Claro, señor ahorrador. Qué bueno que entiendes el concepto de guardar dinero para momentos de emergencia y te compraste un tarro de helado sin alguna buena razón.

―Esta es una emergencia.

―Ah sí. ¿Cuál?

Jacob se detuvo y me miró. Luego desvió la mirada.

―No... teníamos... postre. ―Alargó cada palabra, inseguro de si era lo correcto. No lo era.

―Bien ―le dije―. Entonces vamos rápido. ―Comencé a caminar de nuevo―. No vaya a ser y nuestra Anna se atragante por no tener postre.

―Amber...

Mi nombre quedó en el aire. No me volteé y pronto noté a Jacob caminando detrás de mí.

―¿Amber?

No respondí.

―¿Amber?

Seguí sin responder.

―¿Amber?

Empezaba a irritarme.

―¿Amber?

Okey. Me irritaba muy rápido.

―¿Am...?

―¿QUÉ?

―Nada...

Me detuve y giré hacia Jacob.

―¿Qué pasa? ―pregunté con buena cara.

―Nada... ―sonrió―. En serio.

―Jacob.

―Amber.

Me giré cuando supe que perderíamos el tiempo ahí parados, sin hacer nada. Aunque el perder mi tiempo con Jacob me parecía una excelente forma de invertirlo.

―¿Amber?

Si hubiese tenido un zapato, posiblemente ese habría sido el momento perfecto para arrojárselo.

―¿Qué? ―traté de sonar lo más tranquila posible.

―¿Estás celosa?

Y casi me atraganté y morí de nuevo.

―¿Qué? ―chillé, confundida, alterada, divertida, sarcástica.

―¿Que si estás...?

―Sí te escuché. Y no. No estoy celosa.

―¿Segura?

―Totalmente.

―Si tú lo dices...

―Jacob, no hagas que te posea y eleve tu cuerpo al aire y luego lo deje caer.

Él abrió los ojos con exageración, aterrorizado. Casi sonrío triunfante, entonces él preguntó:

―¿Puedes hacer eso? ―Y esbozó una sonrisa de emoción.

―Vámonos, Jacob. Anna debe estar muriendo por el helado.

Lo escuché reír mientras lo dejé atrás. ¿Acaso los hombres se sienten más importantes cuando alguien los cela?

Anna devoró el helado como si hubiese estado embarazada de siete meses... Y Jacob de ocho. ¡Qué glotones!

Como se había vuelto costumbre, Jacob hacía de cuenta como si en la estancia estuviesen solo ellos dos, así que me ignoraba por completo. Ambos se pusieron de acuerdo en darse un pequeño descanso para comer el helado y cerraron la puerta doble para que la gente pensara que estaba cerrado. Se metieron en su conversación sobre sabores de helados e infancia... mezclada con helados, hasta que alguien toco la puerta y los interrumpió.

Anna estiró el cuello para mirar, pero no pudo; una gran maseta lo impedía. Me levanté y caminé para ver al hermano de Anna tratando de ver hacia el interior del local desde el otro lado de la puerta de vidrio.

―¿Anna? ―llamé.

Reaccioné y sonreí.

Pensé en seguir el jueguito de "me creo una humana, de carne y hueso", así que estiré la mano y giré el pomo de la puerta.

El hermano de Anna se detuvo un momento y luego metió medio cuerpo. Detrás escuché como Anna se sorprendía de ver a su hermano entrar.

Repetí en mi mente lo que acababa de suceder y llegaba a la misma conclusión; había tocado la puerta y había girado el pomo. ¿Sería el desarrollo de algún nuevo don?

―¿Amber? ¿Cómo abriste?

Me volteé y vi a Jacob detrás de mí, fingiendo que regaba un girasol pequeño. Le pregunté que por qué hablaba bajito, y me dijo que era para no llamar la atención.

―Hace unos días en el cine, no te importó ―le dije.

―Eran otras circunstancias.

En mi mente se cruzaron las palabras "Sí, claro." Pero en voz alta dije: ―No lo sé, Jacob. Solo la abrí.

Él me miró un momento a los ojos y luego desvió la mirada.

Anna y su hermano conversaban en voz baja. Una señora entró y Jacob se ofreció a atenderla, haciéndole señas a Anna para que no se preocupe.

La mujer de edad llevó varias rosas mezcladas en un solo ramo; era su aniversario número treinta y cinco. Ojalá yo hubiese alcanzado esa cifra. Y es que, ¿quién no quisiera durar treinta y cinco años con la misma persona, y seguir manteniendo esa sonrisa de enamoramiento en la cara?

Vivir una vida sintiendo amor por la misma persona todos los días, y que ésta lo sienta por nosotros, sería algo así como traer un pedazo de cielo a la tierra... Y vivir en él. Feliz.

La mujer se despidió de Jacob con la misma sonrisa. Él fue amable y la acompañó hasta la puerta. Las flores estaban bien distribuidas por el local, de forma que se formaban caminos entre las masetas, además del pasillo principal que se mantenía más ancho para que los clientes no se complicaran tanto y chocaran con hojas a cada paso que daban.

Chris salió; ya no tenía la misma cara de la noche anterior. Por el contrario, sostenía una leve sonrisa. Que aunque era casi imperceptible, no era falsa. O al menos no lo parecía. Tal vez ya se estaban arreglando las cosas con Tina.

Ni siquiera me di cuenta del momento en el que la vida de Chris y Tina se convirtió en mi novela favorita. De pronto me descubrí interesada en saber cómo terminaría esa historia.

―Te veo esta noche ―dijo Chris cuando se acercaban a la puerta. Jacob lo miró con detenimiento.

―Claro ―respondió Anna.

Se dieron besos en la mejilla y luego Chris se fue. Pero primero se despidió de Jacob con un gesto.

―¿Y bien? ―preguntó Anna a Jacob. Parecía disimular alguna emoción.

―¿Uh? ―Jacob se quedó con la cara de confusión.

―¿La señora? ―preguntó Anna―. ¿Si había lo que quería?

Jacob asiento.

No sabía que Jacob conociera de flores. La señora se fue muy contenta con su pedido. O quizá le gustó Jacob, porque no dejaba de mirarle el trasero cada vez que se volteaba.

Amber, me regañé, la mujer está cumpliendo treinta años con su marido. ¡Reacciona!

―Claro ―dijo Jacob cortando el ambiente que se rodeaba cada vez con un gran silencio.

―¿Pasa algo? ―preguntó Anna.

Lo que Jacob no sabía era del sexto sentido de una mujer para poder darse cuenta de situaciones que parecen escondidas detrás de alguna acción.

―No ―contestó Jacob, y se fue detrás del mostrador.

Anna abrió la boca para decir algo pero se quedó callada. Miró detrás, a Jacob concentrado en su trabajo, y luego se volteó... A ponerse a hacer su trabajo.

Mientras caía la noche, Anna y Jacob no cruzaron palabra. Las personas iban y venían. Algunas por algún arreglo, otros ―adolescentes―, por una sola rosa, y otros solo pasaban a mirar y a sorprenderse de lo lindas que eran y que no podían comprar en ese momento.

―Será mejor cerrar ―dijo Anna a las ocho.

―¿Tienes prisa? ―preguntó Jacob con un falso deje de disimulación. Menee la cabeza.

―Algo ―respondió Anna.

Vi un brillo en los ojos de Anna y luego una sonrisa.

―Tengo una cita ―dijo ella―. Y no puedo llegar tarde. ―Sonrió.

―¿Una cita? ―Jacob pareció sorprendido. Yo me sentí feliz por alguna razón―. Que, que bien.

Anna sonrió.

―Con el chico que vino hoy, ¿cierto?

―Aja. ―Anna se quitó el mandil―. Bueno, mejor cerremos. Él ya me debe estar esperando.

―Claro. El amor antes que el trabajo. ―Jacob apagó la laptop y se preparó para salir.

Anna salió después que Jacob. Cerraron con llave y luego se miraron.

―Hasta mañana ―dijo ella.

―Chao ―dijo él.

Se besaron las mejillas torpemente y luego Anna se fue por su lugar.

Jacob se quedó pensativo.

―No vas a ignorarme ahora, ¿o sí?

Jacob rodó los ojos.

Caminamos en silencio por lo que pareció media hora. Miré a una de las vitrinas a mi lado, de un local que también estaba cerrando, y vi unas gotas de agua rodar por éste.

―Jacob, comienza a llover ―le dije―. Jacob, comienza a...

―Ya me di cuenta.

―¿Qué te pasa? ―pregunté.

―Nada. Amber, nada.

―No puedo nadar, Jacob. Estoy muerta. ¿Recuerdas? ―Sonreí, con la esperanza de que mi broma lo hiciera sonreír. Pero solo me miró y luego siguió caminando.

―¿Es por Anna?

―¡Ves! Sí estás celosa.

―¿Qué? ¡No!

―¿Entonces por qué preguntas por ella?

―Porque algo te pasa, y si no me quieres decir, entonces tocaré temas al azar hasta que dé en la llaga.

―Ugh.

―Sí, Ugh. ¿Qué te pasa, Jake?

Por un momento sentí culpa de llamarlo así, pero él no dijo nada, así que me calmé.

―Lo siento ―dijo con voz suave―. Estoy algo cansado, eso es todo. Discúlpame.

―Está bien. No hay problema.

―Caminemos más rápido. Está lloviendo.

―Sí ―volvía a tomar el tono bromista―. Ya me di cuenta. ―Sonreí.

Jacob volvió a mirarme, pero no dijo nada. Aunque esta vez una pequeña sonrisa se asomó entre sus labios.

―Sí ―dijo―, y no quiero pesques un resfriado. ―Sonrió.

―Claro ―le seguí el juego―. Un resfriado.

Un resfriado tuvo más gracia que lo demás que hice para hacerlo sonreír.

Llegamos a la casa y Jacob se dio una ducha. Se preparó algo de cena y luego se acostó en su cama. Me senté a su lado. Lo miré y él me miró. Un momento en el que las palabras sobraban.

Pensé en decirle que Chris era el hermano de Anna, porque, aunque él no me lo dijera, yo sabía que era eso lo que le preocupaba. Anna parecía una buena chica, pero no la conocía del todo. Tenía que investigarla más para poder permitirle que se acercara a Jacob. Así que no dije nada.

Jacob sonrió y puso su mano sobre la mía. Sí. La puso. Pude sentir su cálido tacto. Esta vez no me preocupé, ni me asusté. Ya había descubierto que cosas así pasaban de repente y que seguirían pasando. Así que me dediqué a disfrutar ese momento.

―No entiendo cómo pasa esto ―dijo con voz ronca.

―Dímelo a mí ―contesté―. Creo que es uno de los misterios de los muertos.

―Eso sonó algo aterrador ―dijo.

Me reí.

―Es cierto.

Jacob sonrió y luego sus ojos comenzaron a cerrarse.

―Te extrañé ―susurró.

―Yo a ti ―respondí, aunque creo que no me escuchó.

Pronto se quedó profundamente dormido. El efecto de mi mano pasó y la mano de Jacob cayó sobre el colchón, traspasando la mía.

Lo miré dormir un par de horas. Ahí, sentada y sin hacer nada. Jacob hizo tanto por mí en el pasado, y yo tenía que hacer algo por él en el presente.

Me salí de la habitación y comencé a recorrer la sala. La alfombra desgastada, las paredes con pintura cuarteada. La cocina con pocos platos. El televisor pequeño. Debería parecer un lugar que representara que ahí vivía alguien pobre, pero no era así. Jacob era organizado, limpio, aseado, educado. Todo estaba donde debía estar. Todo permanecía limpio. Y no había basura esparcida por todos lados como es común en apartamentos de muchos hombres... Y más de aquellos que viven solos.

Pude sacar el anillo de la gaveta en la que permanecía, pero no pude sostenerlo por mucho tiempo. No importó; la gaveta quedó abierta, así que observé el anillo en su interior, reflejado por un rayo de luz de la farola de la calle de en frente, que se escurría por una esquina de la ventana que no cubría la cortina.

Tomé asiento en el suelo y esperé ansiosa a que amaneciera. Muchos recuerdos regresaron a mi mente. Debía encontrar la forma de que Jacob pudiera tenerlo todo de nuevo. Y quizá ya tenía un plan.


Wow. Muchas gracias por el apoyo que le han dado a mi novela, y por el que le siguen dando. Aprecio mucho la consideración de dejar su voto o un comentario. :) ¡Son lo máximo!

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