13:
Pensé que la florería sería un bue punto de partida.
Había visto a Anna yendo en la dirección contraria a la de Jacob, así que si quería llegar a su casa, debía seguir sus pasos. Y eso hice. Pero no funcionó tan bien como quería.
Llegué a un lugar donde eran pocas las casas, como una pequeña urbanización, pero algo desolada. A la distancia se mostraban ciertos edificios, pero llevaría mucho tiempo llegar a ellos, así que di media vuelta, decidida a regresar.
En el camino vi un gato, él miró a mis ojos y me mostró los dientes, luego se metió en un edificio departamental al cruzar la calle. Miré hacia arriba, había una luz encendida. Me dispuse a investigar y crucé la calle, entrando luego al edificio y notando que no había ascensor, aunque no lo usaría de todas formas. Levanté la mirada hacia la escalera en cuanto escuché a una mujer hablarle a un bebé. Un gato maulló; quizás ella no hablaba a un bebé sino a un gato. Entonces estuve segura de dos cosas: 1) que el gato era el mismo que había visto en la calle, y, 2) que la mujer que habló tenía la misma voz de Anna.
Escuché como regañaba cariñosamente al gato por volver tan tarde y luego sus pasos hicieron eco, alejandose a medida que subía. Subí a paso lento, deteniéndome en cada piso y mirando si había luz por debajo de las puertas. Había varias, pero me volteé al escuchar una cerrarse. Me acerqué y entré como todo fantasma lo haría; traspasando la puerta.
El gato estaba en un sillón rojo en una esquina. Una mesa para cuatro personas cerca de la ventana, una lámpara junto a la puerta. Llegué hasta el sillón donde permanecía el gato dormido, me acerqué más para mirar sus bigotes moverse con cada inhalación.
Anna salió por una puerta, me volteé y la vi con una bata. Volví la vista al gato, el cual se despertó y dio un salto. Anna lo tomó entre sus brazos y le preguntó algo, pero el gato me miraba a mí y gruñía a cada instante. Anna se lo llevó con ella y cerró la puerta. Luego salió, apagó las luces, y se metió de nuevo a lo que supuse era su habitación.
Recorrí el departamento, viendo fotos, platos sucios, basura apilada en alguna esquina, y medallas. Quizá eran de su pasado. Quizá era una deportista o algo parecido.
Escuché como el gato arañaba la puerta desde adentro. Lo ignoré.
Llegué a la cocina y, por alguna razón, no me sorprendió ver el pilo de platos sucios. El mesón completamente sucio y... ¿chocolate? Escurriendo por el borde y haciendo un charco en el suelo. Hice una mueca y me volteé al escuchar ruido.
Una puerta se abrió y luego la luz proveniente de la sala se encendió. Anna entró en la cocina y pasó a mi lado, sin siquiera detenerse a mirar el desorden y sentirse decepcionada por su mal aseo.
Sacó un cartón de leche de la nevera y vertió un poco en un plato. En seguida salió de la cocina, la luz se apagó y una puerta se cerró. Debió pensar que lo que tenía el gato, era hambre.
Me arrimé al refrigerador, y pensé en que no encontraría nada. Nada que me fuera útil para pensar que era una asesina, ladrona o... estafadora. Mi mente se desvió del tema central hasta que la puerta volvió a abrirse. Esperé y la luz de la sala se encendió. Esperé a que Anna entrara a la cocina pero no lo hizo. A diferencia, esta vez se abrió otra puerta. Salí a la sala y vi a Anna parada en la entrada del departamento con la puerta entre abierta. Ella conversaba con alguien pero no lo dejaba entrar, manteniéndose detrás de la puerta y asomando solo la cabeza.
Presté mucha atención, quizá tendría lo que buscaba.
Cuando me acercaba a la puerta, Anna retrocedió y un hombre entró.
Casi sonreí al pensar que Anna era culpable y que podría manchar su imagen con Jacob. Dejé de tratar de averiguar por qué pensaba eso de ella, y me dispuse a prestar más atención que antes. De repente, él empezó a llorar.
Había pensado que harían cualquier tipo de cosas, desde sexo hasta hablar pestes de todos a los que hayan convertido en victimas de sus delitos.
Quizá el dicho es cierto: "Cada ladrón juzga por su condición". Tal vez estuve tanto tiempo en el mundo de la delincuencia, que llegué a pensar que todos los que parecían esconder algo, se referían a lo mismo a lo que me dedicaba.
―Se fue ―dijo él con voz casi audible.
Anna puso una cara seria.
―Ven ―lo tomó del brazo―. Siéntate. Espera aquí.
Anna se metió a la cocina y salió con un vaso de agua. El tipo en uno de los muebles de la sala se bebió la mitad y luego lo puso en la mesita en el centro.
―¿Qué pasó? ―le preguntó Anna, con una extrema serenidad.
―Creo que la engañé.
―¿Creo?
―Es que... ―él apretó los labios, más que nada por reprimir el llanto que parecía venírsele encima―. Todo fue tan rápido ―le explicó. Anna lo miraba con atención―. Yo iba a decírselo, pero ella... ella se adelantó.
―¿De quién hablas? ¿De qué hablas? ―Anna sacudió la cabeza―. Chris, explícame, por favor.
―Tuve una especie de aventura con otra mujer ―dijo él. Anna disimuló su asombro―. Pero no pasó nada. Lo juro.
―Tuviste una aventura, ¿cómo no va a haber pasado nada?
―Solo nos besamos...
―Por favor sé claro, Chris. Quiero ayudarte, pero no sé cómo.
Anna mantenía su tono sereno. Chris seguía tragándose sus lágrimas. El reloj grande encima de la mesita que sostenía la lámpara a lado de la entrada, marcaba las doce de la noche.
―Ella era una amiga. Y luego apareció. Yo no...
Chris se detuvo. No sabía cómo seguir. Anna respiró hondo, yo sentía ganas de arrojarle un zapato para que fuera más claro.
―Okey, Chris. ¿Cómo la conociste?
―En la secundaria.
―Ahora, me refiero.
―Ah ―él se limpió los ojos―. Hace unas semanas me la encontré en una cafetería cuando salí a correr.
―Bien ―respondió ella―. ¿Qué pasó entonces?
―Conversamos. Ella dijo que yo había cambiado mucho, me dijo tantas cosas que me dejaron pensando en ella cuando nos despedimos.
―¿Luego?
―Me había pedido mi número, así que comenzamos a charlar por mensajes de texto o nos llamábamos. Al principio era solo amistad, pero luego...
Él se tiró del cabello y comenzó a llorar. Anna lo abrazó. Yo miraba todo, arrimada a la pared. Anna parecía tener tanta paciencia. En mi vida, me había dado cuenta que las mujeres solíamos apoyarnos entre nosotras. Si una mujer había sido engañada, nos poníamos de su lado a pesar de todo, y arremetíamos contra el chico. Pero Anna parecía diferente. Ella lo estaba consolando. Por un momento el pensamiento de que a ella le interesaba más de lo que aparentaba cruzó por mi mente.
―No pasó nada, lo juro ―dijo él en el pecho de Anna.
¿Nada? Mis conclusiones decían que él había engañado a su novia.
―¿Qué pasó después? ―preguntó Anna, aún tranquila. Su serenidad era tanta que yo sentí ganas de sentarme a contarle mis problemas.
―Un día nos citamos ―comenzó Chris―, pensé que era un encuentro de esos que se dan amigos que no se han visto en años. Entonces, mientras caminábamos por un centro comercial, me besó.
Anna esta vez no pudo esconder su asombro. Seguro este chico nunca había hecho algo así.
―¿Se lo dijiste a Tina? ―preguntó Anna.
―No ―respondió Chris―. ¿Cómo se lo iba a decir? Además, pensé que ya no nos veríamos más.
―Pero se siguieron viendo...
―Sí ―dijo Chris―. Pero no es lo que piensas. La siguiente vez fue de pura casualidad, o eso creí. De ahí en adelante, empecé a topármela en varios sitios. Un día, cuando estaba con Tina en una heladería, ella llegó y me sonreía coquetamente. Después de eso, un día llegó a mi oficina y me besó.
―¿Solo se besaron?
―Sí. Ella quería más, pero la detuve. Pensé en Tina, en que no iba a hacerle algo así. Así que le dije a Brenda que no haríamos nada. Me rehusé y la eché. Pero antes de que se fuera, me dijo que me iba a arrepentir y que esperaba que disfrutara mis últimas horas de relación.
Chris se secó las lágrimas otra vez, Anna lo miraba tranquila.
―Cuando llegué a la casa hoy ―continúo Chris―, vi a Brenda salir, me sonrió y se fue. Tina me esperaba llorando. No me dio tiempo de decirle nada y se fue de la casa. Pensé que vendría para acá, así que no se me ocurrió otro lugar.
―Salí tarde del trabajo ―dijo Anna―. Tal vez vino antes de que llegara.
Él miró al suele. Estaba realmente mal.
Tocaron a la puerta y Chris se despertó de su estado depresivo. Anna le pidió que se metiera a la habitación. Chris obedeció. Anna abrió la puerta.
A diferencia de Chris, esta chica entró corriendo en el departamento. Se echó a llorar en el sofá y decía a gritos que Chris era un desgraciado, que ella confió en él. Para entonces, ya eran las doce y media.
―Tina, Tina... Cálmate, por favor...
―¿Cómo voy a calmarme? ―lloró Tina―. Espera... ¿él vino?
―Pensó que estabas aquí.
Antes de que Tina tomara alguna decisión o dijera algo, Anna se sentó a su lado y le conversó todo lo que le dijo Chris, pero de una forma mucho más a fondo. Como si hubiese tomado las palabras de Chris y hubiese formado un concepto hermoso sin alterar nada. Definitivamente Anna era buena con las palabras.
―No le habrás creído, ¿verdad? ―acusó Tina.
―¿Por qué no habría de hacerlo?
―Me engañó, Anna ―gruñó Tina, levantándose. Anna hizo lo mismo―. Me traicionó. Creí que eras mi amiga, que estarías de mi parte. Pero es obvio que por ser tu hermano le darás preferencia.
―Tina ―la detuvo Anna―. Porque es mi hermano es que sé que no miente. Jamás me ha mentido.
Chris era su hermano, por eso su tranquilidad y apoyo a él. Y yo pensando que eran algo más...
Tina se mordió el labio y Anna volvió a defender a Chris.
―Sé que él debió decírtelo ―dijo Anna―, pero no lo hizo. ¿Eso lo hace culpable? Porque si eso lo hace culpable, entonces el que haya rechazado a la chica esa por ti, lo vuelve salvo.
Tina negó con la cabeza.
―Tina, él no pensó en engañarte en ningún instante. ¿Crees que no lo hubiese hecho teniendo la oportunidad tan cerca? ¿Por qué crees que no lo hizo? ¿Por qué crees que vino aquí llorando, preocupado por ti?
―Anna, me mintió ―dijo Tina―. No puedo perdonarlo solo porque la rechazó una vez.
―¿Qué pasa con el resto de momentos? ―preguntó Anna.
―¿De qué hablas?
―De los otros momentos. De los buenos. De aquellos en los que él ha hecho cosas por ti, por enamorarte, por tenerte, por hacerte feliz. ¿Echarás todo eso a la basura por un solo momento de dolor?
En ese momento, mientras ellas permanecían en silencio, la puerta de la habitación se abrió y salieron el gato y Chris. El gato me miró y salió corriendo a la cocina. Chris se acercó lentamente a Tina, ella retrocedió.
―Mi amor...
―Cállate ―gruñó Tina.
Anna se acercó a ellos ―no la vi cuando se alejó― y les entregó dos papeles.
―Antes de que hablen, porque es obvio que sus emociones hablan por ustedes, no la razón, les pido que se sienten.
La voz clara y firme de Anna hizo que Chris y Tina obedecieran, aunque terminaron sentándose en muebles separados.
―Bien, ahora escúchenme.
Chris y Tina se miraron, él con pesar, y ella con ira.
―Van a escribir en ese papel las cosas buenas de un lado y las cosas malas del otro.
Tina meneó la cabeza; no entendía del todo.
―Las cosas buenas ―dijo Anna―. Lo bueno que ha pasado entre los dos. Luego las cosas malas.
Por alrededor de una hora, escribieron en el papel asegurándose de tener espacio para lo siguiente que escribirían. Cuando terminaron, Anna les pidió que observaran qué lado tenía más pero que no se lo revelaran a ella.
―Si el lado bueno tiene más cosas ―dijo Anna―, entonces verán que las razones para pelear por esta relación son más. Tendrán que pensar en darse una segunda oportunidad, a ambos.
―Pero yo no hice nada ―dijo Tina.
―Cuando se tiene una relación, se deja de vivir por separado ―contestó Anna―. Por eso ―desvió su mirada a Chris―, lo que hacemos siempre afectará a nuestra pareja, para bien o para mal.
Tina y Chris observaron sus notas y se miraron el uno al otro. La tensión ya no era tan fuerte como antes.
―Ahora ―llamó Anna―, van a esperar un par de días, viendo sus notas y pensando mejor sobre el siguiente paso. Cuando se vean de nuevo, sabrán qué hacer.
―¿Puedo quedarme contigo? ―preguntó Tina.
Anna miró a Chris y luego a Tina.
―Claro ―sonrió.
―Creo que mejor... me voy ―dijo Chris.
Se levantó y se acercó a Anna, murmuró algo y luego se dirigió a Tina, pero ella pareció retroceder en el asiento, así que Chris se detuvo y luego se fue después de darle un beso en la mejilla a su hermana.
―¿Notas? ―preguntó Tina―. ¿Cómo se te ocurrió?
―Lo vi en una película ―contestó Anna―. Había cuatro parejas, y tenían que aprender a vivir en pareja luego de años de casados. Una de las parejas era psicóloga y...
―Ya ―cortó Tina―. Después me la cuentas.
Anna sonrió. Tina se relajó bastante. Yo me senté en el sillón en el que encontré dormido al gato.
―¿Crees que deba perdonarlo? ―preguntó Tina en voz baja.
―No importa lo que yo crea ―dijo Anna―. La relación no es mía. Pero si te hace sentir mejor una respuesta, te diré que mientras más fuerte es el amor entre dos personas, más obstáculos llegarán cada vez, y cada vez más grandes, pero si están juntos, podrán defender su relación y pelear contra todo lo que amenace con manchar su felicidad. Solo deben aprender a confiar mejor el uno en el otro.
Tina soltó una risita.
―Cada vez eres más romántica. Deberías dejar esas películas francesas a blanco y negro.
―Son clásicos ―se defendió Anna.
Tina dijo que le gustaba la lista que hizo de las cosas buenas. Después dijo que se quería dar una ducha.
Yo salí del departamento, ya no tenía nada que hacer ahí. De hecho, nunca tuve nada que hacer ahí, pero encontré mucho.
Ya en la calle, decidí regresar caminando.
Mientras el camino al apartamento de Jacob se hacía más corto, me di cuenta de dos cosas, 1) los gatos podían verme, y, 2) La tal Anna era una buena chica. Aunque no me gustara la idea, tenía que darle cierto mérito por cómo sobrellevó la situación con su hermano y su cuñada.
Pero decía un dicho "Las chicas que parecen buenas chicas, son las peores" ¿cierto?
Gracias por leer, votar y apoyar mi novela. :) ¡Que pasen bien! Nos vemos en el siguiente capítulo.
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