11:
Quizás debí hacerle caso a mis presentimientos sobre el nuevo empleo que Jacob apostaba ya tener en el bolsillo.
―Lo siento ―dijo el señor Bernard―. Hice lo que pude.
―No hay problema ―contestó Jacob, resignado pero sonriendo.
―Lo siento...
Jacob sonrió y se levantó del asiento.
―En serio, gracias por considerarme para el cargo.
El señor Bernard se levantó de su silla detrás del escritorio.
Se dieron un apretón de manos y luego salimos de la oficina del gerente.
―Jacob... ―murmuré.
Pero él no escuchó.
Jacob salió del banco y echó a andar sin rumbo fijo, tal vez molesto, tal vez frustrado. Es esta la parte en la que deseé no haber salido de su cuerpo, así podría saber cómo se sentía y cargar junto a él esos sentimientos. Y sobre todo, no tener que correr detrás de él.
Todo comenzó en la mañana, cuando recibió una llamada del gerente del Banco en el que se suponía que conseguiría empleo. Jacob estaba tan seguro de sí mismo, que se duchó, se vistió y salió directo a su futuro. Tuve que correr para alcanzar su paso y llegar al taxi antes que él me abandonara.
Cuando habíamos llegado al Banco, fuimos directo a la oficina del gerente, el cual, no tenía muy buena cara. Parecía decaído, como quien no sabe cómo dar una mala noticia.
Después de los saludos y el intercambio de palabras en una conversación aleatoria, el señor Bernard le explicó a Jacob que no podía darle la vacante. Que había aparecido otro candidato y que era encargado especial del presidente de la junta. Contra eso, Bernard, no podía hacer mucho. Se disculpó tanto como pudo y le dijo a Jacob que le hubiese encantado trabajar con él. Jacob no hizo más que tomarlo de la mejor manera.
Sin embargo, cuando salimos del banco se estampó en la cara una sonrisa que no me convencía.
―¿Quieres hablar? ―le pregunté torpemente. ¿Quién querría hablar en un momento como este?
―Todo está bien. ―Sonrió.
―¿Seguro? ―tuve duda de preguntar.
―Claro que sí. ―Volvió a sonreír.
Seguimos caminando en silencio. Pero yo no podía verlo así, regresé para ayudarlo, no para callarme.
―Detente ―me paré frente a él―, no puedes fingir que todo está bien. Debes dejarlo salir.
―¿Dejar salir qué?
―Tu... frustración.
Jacob río sin ganas.
―Amber, no lo tengo. No tengo el empleo. Ya está. No es la primera vez que pasa. Relájate.
―Oh, vamos. No vas a decir que no te sientes mal, o al menos un poco triste. ―Mi voz salió con el tono que no quería.
―¿Qué quieres que haga, Amber? ¿Gritar? ¿Enojarme? ¿Maldecir a todos? ¿Desear la muerte del chico que si obtuvo el trabajo?
―No me refería eso...
―Entonces a qué.
Silencio. Solo hubo silencio entre nosotros.
―A que admitas que te duele levantarte de esta caída ―dije.
Él miró al cielo y respiró hondo, soltando el aire con mucha calma.
―Me levanto a diario con la mejor sonrisa, con mis mejores ganas, Amber. Intento salir de esto cada día, y aunque no consiga grandezas, sé que si muero mañana, podré decir que lo intenté y quedaré tranquilo, porque cumplí mi parte en el juego de la vida al no darme por vencido.
―Claro, pero es un juego que no tendrías que estar jugando. Tu juego ya lo ganaste, y yo arrebaté tu premio.
Él me miró fijamente. Tal vez no creía que fuera posible que yo siguiera culpándome por esto a pesar que él me había dicho de varias formas que no lo hiciera. Me sentí estúpida por decir aquello, no quería, pero salió.
―El juego de la vida nunca se detiene ―dijo finalmente en voz baja pero audible―. Eso que dices que era mi premio, no era más que una meta alcanzada. Después de ella venían muchas más. En realidad, nunca dejamos de jugar. Ahora, por favor, necesito tu apoyo y no me ayudas para nada echandote la culpa de algo de lo que ni yo te culpo, ¿sí? ―sus palabras eran suaves, y me embobaba.
―Pero no deberías estar aquí ―sollocé―. No deberías...
―Lo sé. Pero estoy, y no puedo perder tiempo lamentándome, cuando puedo invertirlo buscando una solución. ―Sonrió.
―Tienes una enfermedad, Jacob. Y se llama optimismo. ―Sonreí―. No te cures nunca.
―No planeo ponerme una vacuna contra ello.
Sonreímos.
―¿Te das cuenta de que comenzamos hablando de empleo y acabamos hablando de enfermedades y vacunas? ―bromeó.
Reí.
―Creo que sí.
Jacob me miró por un momento y luego frunció el ceño. No hubo necesidad de que dijera qué pasaba, ya que lo sentí en mi mejilla. Pasé las yemas de mis dedos por mi mejilla derecha, y se humedecieron. Algo rodaba hacia abajo, haciendo que mi visión se tornara borrosa. Estaba llorando. Vi mis dedos mojados y los rocé entre ellos para asegurarme que no era un efecto por la luz.
―¿Estás...?
―Sí ―murmuré.
―¿Y.. está mal? ¿Por qué pones esa cara?
―No sé, creí que no podía... ―reí. Estaba llorando.
De inmediato, todo lo que me había contenido desde mi muerte regresó a mi mente y comencé a llorar. Fuerte, tan fuerte, que hasta me dolían los ojos.
Jacob se acercó para abrazarme e intenté detenerlo, ya que no serviría de nada. Pero mi llanto me impidió siquiera musitar algo.
Entonces sentí la calidez de otro cuerpo junto al mío, algo que no sentía desde hacía más de un año. Levanté la mirada, tratando de enfocar mejor, pero solo pude notar dos cosas: 1) Estaba de rodillas ―quizá por eso, Jacob decidió darme su apoyo. 2) Jake estaba abrazándome y mi cabeza descansaba en su pecho mientras sus brazos me rodeaban.
Cuando paré de llorar, me aparté y me levanté. Miré a Jacob a los ojos y le dije: ―¿Te das cuenta que me enviaron a ayudarte, y parece que esto está saliendo al revés?
―¿Te sientes mejor? ―preguntó, asentí―. ―Creo que, tal vez, el plan era que nos ayudáramos mutuamente ―respondió él, encogiéndose de hombros.
―De ser así, tú eres el que está ayudando más ―le dije. Jacob rodó los ojos.
Estaba actuando como una adolescente deprimida y con nivel alto de descontrol hormonal. Pero él no comprendería si le explicaba todo el tiempo que quise poder llorar. Creí que no encontraría la forma de hacerle saber el tiempo que traté de alivianar eso que presionaba mi pecho, esa culpa no se iba, y no se iría mientras lo amara.
―No te confundas ―contestó―. Tú me has ayudado bastante.
―Ah sí ―dudé, limpiandome la casa con las manos―, ¿cómo?
―Bueno ―me rodeó para seguir caminando, lo seguí―. Justo antes de que aparecieras, estaba pensando en rendirme.
Giró la cara y vi su atisbo de sonrisa.
Subí mis manos para limpiar lo que quedaba de las lágrimas. Jacob miró al suelo, con pesar.
―¿Qué pasa?
―Nada ―respondió, reanudando el paso. Conocía su táctica de distraerme para que dejara de llorar, siempre la había usado conmigo.
―Acabas de hablarme del apoyo, Jake. Déjame ayudarte... ―lo alcancé, igualando la velocidad con la que caminaba.
―Estoy bien.
―Jacob ―insistí.
―Es que... ―miró al frente y soltó el aire―. Pensaba... Ya sabe... En un momento determinado yo...
Lo motivé a continuar con mi silencio. No entendía a qué se refería.
―Es algo penoso ―dijo―. Un día simplemente pensé en... ―Le estaba costando encontrar las palabras―. Ya sabes, en... terminar todo de una vez.
―¿Qué? ―No sabía si había entendido bien, pero tenía una idea.
―El día que te vi, no sé si eras tú realmente o si era una señal de que venías. Bueno, ese día salí del apartamento y te vi al otro lado de la calle. Al principió sentí que no podía mantenerme en pie, pero luego ya estaba corriendo, persiguiéndote, o a lo que creía que eras tú, hasta un callejón...
Jacob guardó silencio un momento, pero supuse que estaba buscando la forma de decirlo. Permanecí callada, esperando que lo dijera de una vez.
―...Ese día, salí del apartamento porque tenía en mente tomar un cuchillo y...
―Jake... ―Me llevé las manos y me cubrí la boca en un acto reflejo. Entendí a qué se refería, pero no sabía qué decir. Quise llorar de nuevo, pero sentía mis ojos secos.
―No tienes que decir nada.
―Sí era yo. ―Le confirmé. Él me miró―. Ese día, era yo. Mi amiga Irene estaba ayudándome a encontrarte y cuando te vi, salí corriendo. Tenía miedo. Cuando llegaste al callejón, yo estaba ahí, pero no me veías, estabas... Estabas llorando.
No sabía si eso le ayudaría, pero se lo dije de todos modos. No tenía más palabras.
―Bueno, creo que sí que me ayudaste.
Él sonrió.
―¿Por qué lo dices?
―Porque después de verte, no sé, tal vez en el fondo pensé que tal vez te vería de nuevo.
Paré mi andar. Jacob se detuvo cuando vio que me quedaba atrás. Se volteó y caminó hasta pararse frente a mí. Sobre nosotros, el día estaba gris, y una leve llovizna casi que caía.
―¿Decidiste vivir para verme?
No sé si me alegró escuchar lo que me dijo, o si me entristeció saber que cuando yo me fuera él podría volver a pensar en el suicidio. Otra vez, y como siempre, no estaba pensando con claridad. ¿Por qué me afectaba tanto su cercanía, al menos más que antes?
―Al principio sí. Pero luego, viniste y te quedaste, y conversamos... La pasamos bien. A lo que me refiero es que, ya no me siento sólo desde que estás aquí.
Compartimos una sonrisa involuntaria.
―No me veas así ―dijo―. Pareces esos perritos que buscan hogar.
Reímos.
―Gracias, por la comparación ―le dije―. Jamás nadie me dijo algo tan romántico.
Él rió.
Después de unos segundos dijo:
―Es que tu apoyo ha sido mucha ayuda, Amber. De verdad.
―Pero aún no tienes trabajo.
―Y tú me has dado fuerza para seguir buscando. Además, creo que no te irás hasta que mi vida esté normal, ¿cierto?
―Cierto.
―Entonces, eso significa que estarás aquí por un buen rato.
Sonreí y rodé los ojos, insegura de si había captado sus palabra entre líneas.
―Espero que nos llevemos bien hasta entonces ―dije.
―Creo que así será.
Sin fijarnos, habíamos llegado a una florería. Cuando me detuve a observar el lugar desde afuera, noté que era el mismo en el que vi a Alex casi un mes atrás.
La chica que vi ese día, salió a atender a Jacob. Limpió sus manos en el mandil y cuando levantó la mirada, pude ver el destello de emoción que sintió cuando se encontró con la mirada del hombre frente a ella. Dentro de mí, un monstruo verde crecía en enormes proporciones.
―¿Pu-puedo ayudarlo?
―¿Tienes claveles? ―preguntó Jacob, ignorando por completo la actitud de la chica, que tenía más o menos mi estatura y casi mi edad. Bueno, mi edad humana.
―C-claro.
Jacob notó algo extraño cuando ella no se movía, solo lo miraba.
―¿Me... traes uno?
―¿Eh? ―salió del trance.
―Que si me traes un clavel.
―Ah, sí, claro, cómo no. ¿Cuántos?
―Uno ―respondió Jacob, alargando la "U" y mirando las demás flores.
―Claro ―le dijo ella, sonriente―. Uno. Solo un clavel. Claro. Pero pasa-pase...
Jacob siguió sonriendo, aunque su sonrisa ya no convencía. Me miró y la chica siguió su mirada. Ella, al no encontrarse nada, regresó su mirada a él.
Dentro, las flores eran aún más hermosas. Aunque apostaba que el brillo del sol, les daría aún más vivacidad. Una de ellas, tenía gotas de agua en uno de sus pétalos. De inmediato pensé en mis lágrimas. ¿Habían sido reales? Sí. Lo fueron. Yo las toqué. ¿Pero cómo? ¿Cómo lloré?
―Aquí está ―le dijo la chica a Jacob, sacándome de mis pensamientos.
Jacob lo tomó sonriente, e hizo ademán de entrgarmelo.
―Para ti...
Le hice señas con la cara, tantas muecas como pude, de que no lo hiciera, de que había alguien más mirándolo. Jacob entendió luego de un instante, y borró su sonrisa. Se giró hacia la hica y le dijo:
―¡Ja! Estaba practicando. Ya sabes, para cuando se lo entregue a... ¿mi... novia?
―¿Novia? ―preguntó ella, algo decepcionada.
―¡Madre!
―¿Madre? ―preguntó confundida.
―Para... ―Jacob meneó la cabeza―. Es para mí. ―Sonrió.
Reí.
―Oh, un hombre que se compra flores a sí mismo... Qué romántico.
―Sí ―dijo él―. Supongo. Es que, como nadie nos regala flores, quién mejor que uno mismo. ¿No te parece?
―Claro que sí ―apoyó ella.
―Eh, bueno. ¿Cuánto te debo?
―Es gratis ―dijo ella―. Y mira ―sacó otro clavel de no sé dónde―, para ti. Para que no te sientas mal porque nadie te da flores.
―Si yo fuera hombre, esta mujer sería la madre de mis hijos ―escuché decir a alguien cuya voz reconocí de inmediato.
Volteé la cabeza y vi a Irene con los brazos cruzados, mirando la escena.
―¡Hola! ―me lancé contra ella―. ¡Qué gusto me da verte!
―Alguien parece muy feliz hoy ―dijo, devolviéndome el abrazo.
Miré a Jacob detrás de mí, quien miraba en mi dirección, buscando algo, o alguien. Claro; él no podía ver a Irene. Me regresé a ella.
―¿Qué haces aquí?
―Vine a ver cómo iban las cosas por aquí, y... ―miró por encima de mi hombro―. Creo que todo va bien... Más que bien, me atrevería a decir.
―Ah, no, ¿ella? Solo vinimos por una flor.
―Pues, creo que esa chica está haciendo el negocio de su vida.
Le conté lo que pasó con ellos cuando él me quiso entregar la flor. Soltó una carcajada y yo volví a reír. Jacob seguía conversando con la florista detrás. ¿Qué tanto hablaban?
―Hoy abracé a Neil ―soltó de golpe.
―Hoy lloré y Jacob me abrazó.
―¿Qué? ―dijimos al unísono―. ¿Cómo?
Irene miró al techo, como si escuchara algo y estuviese concentrándose.
―He, sólo he venido a avisarte. Veme esta noche en la colina, debo irme.
―Claro, hasta lue-
Irene desapareció en el aire y, volteándome, volví a Jacob, quien ya se despedía. Caminé y lo esperé afuera.
Cuando salió, la sonrisa en su rostro era difícil de ignorar.
―¿Por qué tan feliz?
―Porque me sigues ayudando ―respondió.
―¿Y esta vez cómo lo hice?
―Fue la conversación contigo la que nos trajo hasta este lugar, y ¿qué crees?
―¿Que... te han regalado un clavel?
Él sonrió.
―Ya tengo empleo.
―¿Qué? ¡En serio! ¿Dónde?
Jacob me miró con ojos entrecerrados y los labios en línea recta.
―Espera... Espera... ¿Qué? ¿Aquí? ¿Cómo?
Él solo asintió con la cabeza. Esa chica actuaba rápido.
―¿No es increíble?
―Pero no sabes nada de flores... ¿Qué vas a hacer? ¿De qué te contrataron? Y, por segunda vez, ¿cómo?
―No sé de flores, pero sé de contabilidad, y quieren alguien que se encargue de las cuentas del lugar. Además, ¿qué tan difícil puede ser regar unas plantas?
―Eso es... bueno, supongo ―comenté. Esto era muy raro.
―Lo es. Quizás debí venir aquí antes que al banco ―dijo.
Jacob empezó a caminar, dejándome ahí parada y llena de dudas. Le di una última mirada al local y a la chica al otro lado de la puerta de cristal. Ella sonrió a la imagen de Jacob caminando. Sacudí la cabeza; no entendía nada.
―Ah, es para ti ―me dijo, regresándome a la realidad cuando lo alcancé. Lo miré confundida al ver su mano extendida.
―Estás loco ―dije.
Jacob miró a otro lado, mientras yo ―por impulso― tomaba la flor de sus manos.
Un cosquilleo leve atacó de repente mi estómago cuando sentí la suavidad de los pétalos y la dureza del tallo con mis dedos.
―¿Pasa algo? ―preguntó Jacob. Levanté la mirada, estaba frente a mí.
Miré a la flor: Ya no estaba en mis manos, estaba en el suelo.
―Nada ―dije.
Jacob levantó la flor del suelo y seguimos caminando. Él tranquilo y ¿feliz?, mientra yo confundida porque no tenía la más mínima idea de qué estaba sucediendo conmigo.
Pero, también le había pasado algo similar a Irene con Neil. Algo me decía que esa noche resolvería varias dudas.
Gracias por sus comentarios, sus votos y su apoyo. Espero mejorar y darles mejores cosas. Si ven errores, les pido disculpas; la historia no ha pasado aún por un rigurozo proceso de edición. De igual, si hay una letra mal puesta, avísenme y la corrijo. :) Hasta luego.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro