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1:

El pasar de los días es muy notorio cuando se está vivo. Cuando no lo estás, todo se vuelve una línea recta. Sin un inicio, sin un fin.

Caminando por una de las calles de Portland, observaba los altos edificios reflejar el sol en sus grandes ventanales. Los cafés abarrotados de personas que buscaban un desayuno rápido antes de irse a sus empleos, de los que sacaban el dinero suficiente para sus necesidades y vanidades. No me quejaría, yo solía ser igual.

Aunque la gente pudiese pasar a través de mí, siempre los esquivaba y  miraba para decirles: "¿No ves por dónde caminas, idiota?" cuando sabía que no me oían, no me veían. No significaba ya nada entre los humanos. Ya no más.

Cuando regresé a la tierra pensé que podría comunicarme con ellos de alguna manera. Fue imposible. La gente se aleja de las creencias en fantasmas cada día más, y el "solo fue el viento" toma más fuerza cada vez.

Traté de divertirme, siguiendo a las personas que conocía y observándolas todo el día. Al principio fue divertido porque podía verlos hacer de todo sin ser descubierta, luego se tornó aburrido y frustrante. No importaba lo que viera, jamás podría opinar, molestar, o decir algo al respecto.

Seguí caminando y sentí envidia al ver a una mujer pasear con un niño de la mano. Su cabello largo y rubio ondeaba con el viento. Recordé la sensación de aquello, tan fresca y relajante.

Los autos empezaban a ocupar las calles y los agentes de tránsito hacían su aparición, tal vez presagiando el tráfico de éste día.

Mi madre solía decirme cuando yo era niña, que no importaba lo que uno tuviese por fuera, sino lo que iba en el interior. No le creí en el momento, y seguiría sin hacerlo, pues los humanos continúan fijándose en el exterior de todo. Es necesario morirse para darse cuenta de que el físico que tanto atesoramos, no vale nada en realidad.

―Oh, lo siento ―me disculpé, inútilmente. Sin querer y gracias al lío de mis pensamientos, choqué con alguien que me atravesó sin ningún problema. Por raro que sonase, aún conservaba mis modales.

Me decidí a dejar de deambular como alma en pena y ponerme a trabajar en lo que debía. Busqué inquietamente por todos lados. Algunas calles habían cambiado de nombre y me resultaba algo difícil ubicarme. Solo debía encontrar el lugar que quería y luego podría aparecer ahí sin el más mínimo esfuerzo, pero mientras no conociera a dónde iba, mi... "don" se quedaba ciego.

Encontré la mansión en la que viví por un par de años con Jacob. Un frío recorrió el cuerpo físico que ya no tenía y me volteé. Caminé a la entrada y vi el letrero de venta. Tal vez luego de desalojarlo, no encontraron un comprador para tan grande palacio.

Un hombre salió de la gran casa cuando me dedicaba a pensar en una lista de lugares en los que Jacob podría estar. Hice ademán de agacharme y solté una risa. Vivir como un espíritu se tornaba confuso algunas veces.

―¿Disculpa? ―le dije―. ¿Conoces a Jacob? Jacob Anderson... Vivía aquí...

El sujeto no se inmutó ni un poco. Seguía su caminar hacia el camión.

―¡Hola! ¡Oye, escúchame!

Brinqué a su alrededor sin conseguir nada de su atención. Me resigné y me senté en la vereda.

―Esto será difícil ―me dije a mí misma―. Pero no tanto como ver a Jake a la cara ― murmuré.

Fruncí el ceño. ―¿Podrá verme, Jacob, después de todo?

Todo un año y no había pensado en ello. Me levanté de golpe y comencé a correr sin rumbo fijo. No importaba que cruzara la calle cuando el semáforo estaba en verde, no podría morirme otra vez.

Llegué hasta una florería, en la cual, Jacob me compró un clavel.

―Veamos...

Me dispuse a encontrar un clavel, más que nada por masoquismo, para revivir mis recuerdos y atormentarme con ellos. Pero tal vez para sorpresa mía, encontré más que eso.

Jacob tenía un amigo, un mejor amigo, y él solía salir con nosotros de vez en cuando. Alex tenía un lugar especial en la vida de Jacob. Él siempre hablaba de Alex como si fuera su hermano perdido.

Alex estaba parado frente a mí.

―Gracias, Anna ―dijo Alex, despidiéndose de la chica que supuse era la vendedora del local.

Él sacó su celular y lo observó por varios segundos antes de colgar y guardarlo otra vez en el bolsillo de su pantalón. Pasó a lado mío sin siquiera mirarme.Se me congeló la sangre que no tenía; quizás porque Alex tenía relación con Jacob, lo que significaba que podría llegar a Jacob en cualquier momento. No estaba lista. Definitivamente no.

Volteé y lo vi subirse a un auto rojo. No estaba lista, pero necesitaba saber dónde estaba Jacob. Cerré los ojos y cuando los abrí, ya estaba en el asiento trasero del Mercedes. Alex encendió el auto, embragó y pisó el acelerador y el auto se movió muy rápido. Pronto habíamos dejado la florería bien atrás.

La música comenzó a retumbar en los parlantes. A Alex le gustaba la música bailable, pero no la bonita, sino la escandalosa. Aquella que más que hacerte mover el esqueleto, te lo destruía. Sin embargo, al verlo con sus camisas planchadas, sus pantalones de marca y sus zapatos de suela, pensarías que sería un amante del Jazz o el Blues.

―Alex ―le llamé―. ¡Alex! Me caes mal, pero ojalá pudieras oírme.

Resoplé, recostándome en el respaldo del asiento y miré por la ventana. Escuché un zumbido y volví mi mirada a Alex que respondía una llamada.

―No ahora, Jacob ―dijo, presionando una tecla y poniendo el móvil en su lugar.

Fue inevitable e inexplicable el cosquilleo que creí sentir al escuchar el nombre de Jacob. Pero, ¿No ahora, Jacob? Fruncí el ceño. El tono de Alex fue frío y distante.

El móvil vibró otra vez y lo apagó. ¿Qué fue eso?

―Te enamoraste Jake ―dijo, mientras doblaba en una intersección―. Vive con ello tú sólo.

Abrí la boca, pero guardé mis palabras. Era inútil usarlas. Entonces supe que Alex no me llevaría con Jacob. Si no me equivocaba, éste chico del auto era de esas personas que solo están en las buenas. No quería ni imaginarme como se encontraría Jake luego de que su mejor amigo, casi su hermano, le hubiese dado la espalda. Respiré hondo con los ojos cerrados. Los abrí y ya estaba en la vereda, viendo con decepción cómo el auto se alejaba rápidamente mientras el día se hacía tarde y el sol que brillaba sin mucha fuerza ya se tornaba de ligero tono amarillo anaranjado.

Caminé por la calle sin rumbo fijo, otra vez, y no vi nada fuera de lugar. Por el contrario, los lugares que conocía ―porque Jacob me llevó a ellos―, seguían ahí. Como la tienda de vestidos que estaba en la otra vereda. Aún recuerdo cómo me convenció de usar un vestido horrendo. No debería pensar en ello ahora, pero mis recuerdos con él han sido mi único consuelo todo éste tiempo.

Ese día, él había comprado un vestido de colores pastel, dijo que se me vería hermoso. La verdad es que cuando me lo puse, me veía totalmente ridícula. Sin embargo, acepté salir a cenar con ese vestido. Tal vez fue su sonrisa, o el brillo de sus ojos cuando me dijo que me veía hermosa. Nadie, jamás, me lo había dicho con ese tono, con ese valor en cada palabra.

Seguí caminando, dejando de lado aquel recuerdo. No pensé que lo diría, pero... me hacía daño.

La noche ya caía y yo seguía sin encontrar nada. Juraría que le di la vuelta a toda la ciudad en un día. Y no vi ni rastros de Jacob. Me detuve un momento, viendo al sujeto de espaldas frente a mí. Esperé a que se volteara con una falsa esperanza colgando del lugar donde estuvo mi corazón. 

No era él. Seguí caminando.

Definitivamente no debí haber pasado por aquella calle. Me encontré con el restaurante donde tuvimos una cena y me paré frente a la gran ventana, viendo cómo una pareja conformada por una mujer adulta con un vestido rojo granate a su medida y un hombre con esmoquin cenaban en la misma mesa en la que Jake me pidió irme a vivir con él.

Miré al suelo, sintiendo la culpa pesar en mis hombros. ¿Cómo pude traicionarlo? Me repetía esta pregunta constantemente. Pensé en aquello los últimos meses, y no encontré una razón justificable. Quizás jamás la encontraría.

No pude más y cerré los ojos. Al abrirlos ya no estaba en la ciudad, estaba en la colina desde la que vi la ciudad cuando llegué la semana anterior.

―Vamos, Amber ―me dijo alguien.

Volteé, y vi a Irene acercarse a mí y poner una mano en mi hombro.

―Ah, hola ―le dije.

―¿Cómo va todo? ―preguntó, acercándose más, hasta estar a mi lado. Ambas mirábamos las luces encendidas de la ciudad.

―Bien ―respondí. No tenía ganas de hablar.

―¿Es la ciudad que buscabas?

―Sí.

―¿Lo encontraste?

―No.

―¿Quieres hablar de ellos?

La miré, tenía una sonrisa cansina.

―No... Lo siento.

Irene sonrió.

  ―Me gusta cuanto respondes educadamente, pero más aún que respondas. No me gusta el silencio.

―Bueno ―dije―, no quiero enojar a los espíritus.  

Soltó una risita y luego miró de nuevo hacia la ciudad, dejándome sola en mis pensamientos.

Irene y yo nos conocimos una semana después de que bajé. Su historia era diferente a la mía, pero en el detalle de que ella había cumplido muchas obras buenas, lo que concluyó en que ella tendría un niño a su cuidado, y si lo hacía bien, se convertiría en un ángel guardián. Constantemente le reconocía la paciencia que tenía, pues cuidar un niño no debía ser fácil. Quizás el ser enfermera cuando vivía la volvió paciente.

La miré de nuevo, su piel morena, sus ojos oscuros, su sonrisa blanca, su cabello castaño oscuro rizado y recogido con un pañuelon hacia atrás. Tenía la apariencia de un ángel.

―¿Por qué sonríes? ―le pregunté.

―Neil pudo verme hoy.

Neil era el niño.

―¿Es en serio? ―pregunté, sorprendida―. ¿Cómo fue eso? ―Se suponía que no podían vernos.

―No lo sé ―contestó con una sonrisa―. Él estaba sentado con un libro, de pronto levantó la mirada y... me vio ―completó con una blanquecina sonrisa.

―¿Cómo sabes que fue a ti? ¿Cómo sabes que no se quedó con la mirada perdida?

―Porque me miró directo a los ojos ―respondió―. Luego sonrió ―añadió con nostalgia.

No dije nada. No tenía nada que decir. ¿Jacob podría verme?

―¿Qué sentiste? ―le pregunté después de guardar silencio por un par de minutos.

Irene me miró, su pómulo derecho se levantó en una media sonrisa.

―Me sentí viva otra vez.

Casualmente sentí envidia por querer sentirme así.

―Me alegro por ti ―le dije, tocando su hombro. Ella posó su mano encima de la mía antes de retirarla.

―Lo lograrás ―mencionó mirando al oscuro cielo. Seguí su mirada.

―Creo que... sí. Tal vez.

―Amber, es tu destino. Lo lograrás.

Irene se enteró de mi historia poco después de conocerla. Escuchó atentamente cada línea, cada palabra, y, aunque yo esperaba que me juzgara o reprendiera, me abrazó y me dijo que fue un error y que tenía una nueva oportunidad para remediarlo. Desde entonces nos encontramos de vez en cuando. Ella no puede perder Neil de vista por mucho tiempo, ya que su familia se muda mucho y él no permanece en el mismo sitio más de dos meses.

―Gracias ―le dije con una sonrisa.

―Cuando quieras. Debo irme.

Me acerqué y la abrasé; No creíamos poder hacerlo, pero cierto día nos tocamos por accidente y supimos que con los de nuestro tipo, el contacto era similar al que experimentábamos cuando teníamos un cuerpo físico.

Irene se marchó, desapareciendo en el viento de la oscura noche. Volví mi mirada a la ciudad distante y repetí sus palabras en voz baja: Es tu destino, lo lograrás.

Debía decidir, tenía que hacerlo. No llegaría a nada si no me establecía una meta segura. Una a la cual aferrarme cuando quisiera desfallecer. Entonces decidí encontrar a Jacob y devolverle su vida, tal cual era antes de conocerme. ¿Sería eso posible? No, no lo era, no lo creía. Pero lo intentaría de todas formas.

Me quedé mirando el cielo, recostada sobre el suelo. Siempre creí que el cielo era oscuro toda la noche, en su totalidad. Pero no, no es un solo color; varía. Cada hora aumenta más su profundidad en un oscuro azul marino, hasta llegar a negro, luego regresa, hasta aclarar en un bello amanecer. Ésta mañana no podía quedarme de brazos cruzados.

Tan pronto como pude, llegué a la florería. Esperé horas, admirando las rosas rojas, los tulipanes amarillos, los blancos claveles, que me llenaron de recuerdos. Las personas pasaban a mi lado, como siempre, sin notarme. Pensé en irme, pero antes de dar un paso o un pestañeo, Alex estacionó su auto frente al local. Había regresado.

Intrigada, lo vi caminar dentro y comprar un ramo de rosas rojas, igual que el día anterior. No tardó mucho y regresó al auto. Esta vez no se despidió de la chica, ni la saludó. Su expresión era seria.

―Alex ―le susurré al oído cuando entré al auto―. Alex ―repetí.

Volví a recostarme en el respaldo del asiento trasero. No había forma. Alex no me llevaría con Jacob así por así. Pero se me prendió el foco en el mejor momento; Jacob había llamado, entonces su número estaba registrado.

Irene dijo que Neil pudo verla, entonces deduje que también podría oírla.

En las películas, siempre los espíritus hablaban a los oídos de los vivos y éstos terminaban creyendo que eran sus consicencias. No perdía nada con intentar.

―Llama a Jacob ―susurré en su oído―. Llama a Jacob.

Repetí mi frase al menos unas treinta veces hasta que Alex cogió su móvil y marcó. Sonreí, satisfecha. Lo logré.

―Diana, mi amor. Voy llegando. ¿Estás lista?

No llamó a Jacob. Arrugué la frente e hice ademán de golpearlo en la cabeza.

Momento después, el móvil vibró. Me acerqué rápidamente para ver la pantalla y ésta marcaba un número desconocido.

―¿Bueno? ―respondió por el manos libres ésta vez.

Hizo una pausa y lo miré con esperanzas.

―Jacob, yo...

Fue lo que necesité para dejar todo el cansancio que no tenía, y prestar toda mi atención al auricular en su oído. Me acerqué tanto como pude y una sensación extraña me recorrió. ¿Era su voz?

―Por favor, Jacob. No puedes volver a llamar.

Quise mirarlo con odio, pero la voz del auricular me distrajo:

―Está bien, Alex. No llamaré de nuevo. Solo... Solo creí poder contar contigo.

―Lo siento, Jake. No puedo hacerlo. No con todos detrás de mí por lo de la boda y contando cada centavo.

Hubo silencio.

― Gracias de todos modos ―sonó una risita, o algo parecido―. Que tengas buen día.

―Igual.

Antes de que se despidiera, ya sonaba el tono. Jacob le había cortado. Alex le dio la espalda completamente, y ¿boda?

Dejé de renegar y de hacer preguntas al aire, por el contrario, me acerqué al oído de Alex y comencé a susurrar. : ―Menciona la dirección de Jacob en voz alta.

Tal vez si alguien pudiera verme, pensaría que actuaba como ridícula, pero era mi única forma de llegar a Jacob lo antes posible. Mi vida ya no avanzaba en edad, pero la de Jacob sí. Tenía que ayudarlo rápido. Primero encontrarlo, y luego hallar la forma de ayudarlo.

Estuve tan concentrada en repetir mis palabras que no presté atención a lo que dijo Alex, entonces le ordené repetirlo. Funcionó. Aplaudí. Volvía a pedirlo; mis aplausos no había dejado escuchar.

Dijo la dirección de Jacob. Sonreí de oreja a oreja y sentí esas ganas de festejar. Me levanté de golpe y traspasé el techo del auto, quedando la mitad por encima de éste. El viento movía mi cabello, pero no podía sentirlo. Eso era nuevo. ¿Dependerá lo que puedo o no sentir, de mis emociones? Me pregunté. A la mierda. Eso no importaba ahora.

Dejé el auto y aparecí en la calle. Alex había mencionado un edificio. Jacob debería vivir en el edificio de a lado, uno más pequeño, más económico.

Iba tan distraída pensando en que mi técnica había funcioado con Alex, mientras miraba los edificios y buscaba el correcto, que no me fijé y choqué con alguien. Sí, había chocado. Volteé, esperanzada, y vi a Irene. La sonrisa se borró de mi rostro y ella alzó una ceja.

―¿No te da gusto verme?

―Sí ―le dije, tratando de sonreír de nuevo―. Es solo que...

―Creíste que era él.

Su voz tan serena y suave hizo que esas palabras tuvieran más significado.

―Sí ―le dije, cabizbaja.

―Bueno ―dijo―, no vine a deprimirte. Vengo a ayudarte.

―¿Ah sí? ―levanté una ceja. Ella se me acercó y me abrazó por los hombros. Era un tanto más alta que yo, por lo que se le hizo muy fácil.

―Sí ―contestó―. Aprovechando que Neil está con su madre, quise darme un tiempito para ayudarte. 

―¿No va contra las reglas? ―pregunté, cuando comenzamos a caminar nuevamente.

―Estamos muertas ―señaló―. ¿Qué puede pasar? Nos dieron misiones, pero no nos dijeron cómo cumplirlas. Ni prohibiciones. Nada. Además, pasó algo más y creo que te será de ayuda.

Irene tenía razón. Jamás mencionaron algo sobre las reglas del juego. Pero, ¿algo más?

―¿De qué hablas? ―le pregunté.

―Conversé con él.

―¿Qué? ―me detuve.

―Sí, pero luego te cuento eso. Busquemos a tu amado.   

―Bueno... ―le dije, insegura―. Hagámoslo.

Ambas sonreímos y cruzamos la calle. Le conté lo que pasó con Alex. Primero pareció indignarse, luego se rió un poco cuando le dije lo de los susurros.

―Creo que empezamos a descubrir nuevas cosas ―comentó Irene, divertida.

―Cierto ―concordé.

Me dijo que Neil parecía verla cada vez que aparecía, y esta vez le había hablado, y él le había respondido el "hola". Irene sentía la tranquilidad y seguridad de Neil cuando ella estaba cerca, y le gustaba tener esa sensación. Y ahora sentía que podía comunicarse con él. Estaba emocionada.

―Veamos ―dijo―. Este edificio debería estar por... ―dio una vuelta completa y apretó los labios―. No lo sé.

―Yo creo haberlo visto antes ―le dije―. Solo que no recuerdo dónde.

―¿Te habrá llevado tu novio a ese lugar?

Sus palabras me quemaron por dentro. ¿Novio? Ese término tenía demasiado significado para mí.

―Lo dudo. Él no me llevaba a lugares que considerara poco seguros.

Me miró, divertida.

―¿Qué? ―espeté.

―Nada ―respondió.

―Mira ―señalé con el dedo―. Ese edificio creo que es...

Caminamos al lugar señalado. Ese era. Pero no veía más edificios a sus lados. Alex mencionó el edificio de al lado. ¿De qué edificio hablaba? Dios, me sentía inquieta.

―¿Será ese? ―preguntó Irene. Volteé y seguí su mirada.

No era un edificio. Más bien, parecía una casa de dos plantas, pinatada de azul pastel. Bastante ancha. Se veía un balcón, y puertas blancas separadas entre sí a unos cinco metros la una de la otra.

―Vamos ―me dijo Irene, tomándome del brazo.

―Espera... ―me solté del agarre. No estaba lista.

―Sí, si lo estás ―me dijo.

―¿Lees mentes? ―pregunté, en una mezcla de sorpresa y espanto.

―No, pero tus expresiones son un libro abierto.

―Oh.

Me arrastró hasta que estuvimos a unos cincuenta metros del lugar. Todas las puertas estaban cerradas, alcanzamos a distinguir las ventanas de cristal y las cortinas blancas del lado de adentro.

―¿En cuál crees que esté?

―Irene, mejor nos vamos. ―Ella se volteó y me miró fijamente―. Sí, es decir, ya sabemos dónde es. Mañana puedo venir otra vez.

―Ya estamos aquí, no hay nada que perder.

La puerta de uno de los departamentos se abrió, dejando ver a una anciana de cabellos blancos.

Después de que la mujer mayor se fue, otra puerta se abrió, y lo vi. Tal vez si hubiese tenido mi cuerpo físico, habría muerto de ataque al corazón o algo parecido. Estaba ahí, parado, cerrando la puerta con llave. Llevaba una chaqueta, una gorra negra, y jeans. Se volteó y se quitó la gorra, pasó su mano por su cabello ―un tanto más largo que antes―, y se la puso de nuevo. Miró para ambos lados y caminó hasta la esquina del balcón, bajó por las escaleras y se detuvo en el buzón.

―¿Es él? ―preguntó Irene.

―Sí ―respondí en un hilo de voz.

―No me habías dicho que era tan guapo.

La miré directamente, notando su extensa y perfecta blanquecina sonrisa. La codeé.

―¿Qué? ―replicó divertida―. ¿Celosa?

Iba a responderle, pero entonces volví a enfocar a Jacob. Dejó unas cartas y sobres en el buzón y solo se llevó un pequeño sobre blanco, guardándolo en el bolsillo derecho de su chaqueta.

―¡Oye! ―gritó Irene.

La miré alejarse, con dirección a Jacob.

―Irene, regresa ―le pedí en voz baja. Busqué a mí alrededor un sitio dónde esconderme.

―Espera y verás ―contestó―. ¡OYE! ―volvió a gritar. Casi pude sentir como su garganta se desgarraba.

―¡Jacob! ―la escuché gritar en cámara lenta.

Para mi enorme sorpresa, Jacob volteó, Irene se desvaneció en el aire, dejando una línea recta invisible entre el hombre con la gorra negra y yo. Podría haberme ahogado. No podía hacer nada; moverme, respirar, pensar. Mi cuerpo espiritual no reaccionaba. Me di cuenta que no me ahogaba si permanecía sin respirar mucho tiempo. De hecho, lo que yo creía que era respirar, era solo el aire pasando a través de mí. Justo en éste momento empecé a aprender cosas nuevas.

Volví a la realidad, sabiendo que Jacob no podía verme. Pero, para mi sorpresa, otra vez, él comenzó a caminar despacio, hacia mí. Directo hacia mí.

―No puedes verme ―traté de convencerme a mí misma.

Entonces, Jacob empezó a correr hacia mí. No lo pensé dos veces y salí disparada en dirección opuesta. Volteé a la derecha y me metí en un callejón, escondiéndome detrás de un contenedor de basura.

Miré por encima del gran recipiente y vi a Jacob detenerse, con la respiración agitada. Agaché la cabeza. Podía escuchar sus pasos anunciando su lento acercamiento. Apreté los ojos con fuerza, pero en lugar de imaginar salir de éste sitio, empecé a rogar con que no me viera.

Cuando abrí los ojos, Jacob estaba frente a mí. A menos de dos metros. Su mirada exploraba cada rincón a mi lado, no podía verme... pero yo a él sí. Tenía barba, como de una semana. Su gorra se había movido, dejando ver el desmarañado cabello debajo de ésta. Sus manos estaban temblando, su respiración seguía agitada y tenía la boca entre abierta. Seguí mirando y deseé no haberlo hecho. Jacob tenía lágrimas en los ojos, que pronto resbalaron. Sus pupilas estaban irritadas.

Apretó los labios y elevó la mirada. Yo me quedé perpleja.

―Estoy loco ―murmuró, tratando de sonreír, en un inútil intento.

Su voz hizo que mi cuerpo se estremeciera por completo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su melodiosa voz, que en ésta ocasión, estaba quebrada. Sentía su ira y dolor a través de su tono y la pronunciación de sus palabras.

Secó sus lágrimas con furia contenida y caminó de regreso a la calle. Solté el aire de una manera exagerada.

No había planeado un reencuentro de ésta manera, tan dolorosa. Tal vez jamás estuve delante de una mirada tan profunda, como la de Jacob, dejando ver lo dolida que estaba su alma.

Empezaba a dudar de continuar con mi misión, pero ya me había decidido. No podía dar marcha atrás, y más aún, luego de ver el estado de Jacob. De ser necesario, encontraría la forma de levantar sus pedazos y armarlo otra vez para dejarlo como antes, aunque eso fuera casi imposible.


N.A.: Hey! ¡Bievenidos! Si lees esto, es porque le has dado una oportunidad a mi novela, así que muchas gracias. Apreciaría mucho si consideraran el dejar su voto o comentario. :) Los veo en el siguiente capítulo.

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