20. El principio del fin
LOUIS
El clima estaba fresco.
Había nieve en las calles.
Y hacía mucho, mucho frío.
Toda esta situación me recordaba, a mi infancia. Mas específicamente a cuando yo era un niño de tres años. Hacía muñecos de nieve con mi mamá. Extraño esos días.
Extraño sus abrazos.
Todos los días extraño a mi madre.
Y es por eso, que jure no perdonar a esas bestias sin corazón.
Ellos no tuvieron piedad con mi mamá.
Y yo tampoco tengo porque tenerles piedad.
-Eso sería todo jovencito -dijo la señora de tercera edad. -Toma esto como regalo por todos tus cuidados.
La señora Marcy, me estaba ofreciendo varios billetes pero, yo lo hago porque me gusta ayudar a la gente, el dinero es lo de menos.
-Se lo agradezco mucho -le contesté-. No tiene que pagarme nada, yo lo hago de corazón.
Y entonces sonreí.
-Solo tomalos. Lo necesitaras.
Y antes de que pudiera, negarme, ella me los dió en la mano con una sonrisa.
-Tomalos por favor.
-Está bien, señora Marcy -correspondi su sonrisa-. Le doy las gracias por esto.
Posteriormente nos despedimos.
Y yo seguí haciendo más trabajos.
.
.
.
Cuando llegó la noche y camine hacia mi departamento, que rente. Me tope con unos indeseables chupasangres.
-El día ya pronto llegará -dijo entonces uno, tan solo con oír su voz, me dieron ganas de enfrentarme a él.
-Y por fin podremos hacer pagar a ese miserable -le siguió otro.
-Si, no saben cuánto espero ese día. Ya verá el estúpido duque, lo que le tenemos preparado.
¿Qué demonios?
¿De qué rayos están hablando esos malditos chupasangres?
-Nos vengaremos -dijo otro tirando al suelo un cigarrillo, intente mirar sus rostros pero sus capuchas, me lo impedían.
-Sin duda alguna.
Escuché pasos que anunciaban que ya se iban. Pero...
-Pero antes, matemos al Judas que está escuchando la conversación.
¿Qué diablos...? ¿Hablan de mi?
-¡Si, hay que matarlo!
Y entonces mi corazón, comenzó a latir desenfrenadamente.
¡Este es mi fin!
O eso pensaba, porque después, llegó alguien y los noqueó a esos malditos tipos.
-G-Gra....
Iba a agradecer, pero cuando ví el rostro de la persona responsable, se me fueron las ganas de hacerlo.
Era Damián. Damián Blackthorne.
-¿Qué haces aquí? Es muy peligroso.
-Eso no es de tu interés. -respondí a la defensiva.
-Sé que no es de mi interés, pero ten más cuidado.
Lo miré fulminante.
-¡Eso no te importa! ¿Entendiste? ¡Yo solo pasaba por aquí y tuve la desgracia, de toparme con ellos y contigo!
Damián me miró con el ceño fruncido.
-Sé que me odias. Pero... Intenta pensar más en lo que hay a tu alrededor. ¿Quieres?
-¡No tengo porque, yo solo podía con ellos! ¡No te necesitaba!
-Si, si, ya vámonos.
-¿Qué? -respondí incrédulo. -¡Suéltame, estúpido! ¡Suéltame!
El maldito de Blackthorne, me agarró cual princesa y damisela en apuros, mientras que yo me quejaba.
-¿Dónde vives? -me pregunto con la voz ronca.
-¡¿Crees que te lo diré?!
-Si quieres podemos hacer esto por las malas.
-¡Claro! ¡Es lo único que sabes hacer! ¡Solo haces lo que te da la puta gana! ¡Nunca piensas en los demás! -le reproché golpeando su pecho.
-¿Eso crees, niño? -respondió él-. Te salve la vida. Y lo haría mil veces más, si estuvieras en peligro. Date cuenta, de que si pienso en los demás.
-¡Mientes! -farfulle.
-¿Eso piensas? -y entonces llegamos a una parada de autobuses.
-¡Por supuesto que eso pienso! ¡Eres de lo peor!
Damián me soltó y me sentí mejor.
-No me sigas.
-Sabes que tengo que hacerlo. -repuso.
Maldita sea...
-Ni muerto pienso dejar que me sigas.
-Solo te llevaré y me aseguraré de que llegues a salvo a tu casa. Eso es todo lo que quiero.
Sus palabras... Sonaban sinceras. Pero yo...
No puedo...
-No puedo estar cerca de ti, me lastima... Tenerte aquí ahora mismo, es lo mismo que lastimarme yo mismo... No puedo... Espero que lo entiendas.
Y entonces me fui corriendo lo más rápido que pude.
Fue lo mejor que pude hacer.
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