Capítulo 2
—¡Akamaru, ataca!
La peliblanca no sabía qué estaba pasando, de pronto sintió que Haru la había soltado y al estar forcejeando cayó al suelo, pero no alcanzó a tocarlo ya que alguien la sostenía entre sus brazos. Aquella persona tenía un aroma muy peculiar, era muy suave y agradable, por lo que inmediatamente se relajó. Al darse cuenta de que estaba en los brazos de un desconocido, abrió los ojos, se incorporó y se dio vuelta a verlo.
—¿Estás bien?
Era el chico del restaurante, el que había hecho que su amiga pidiera su nombre. Se veía extremadamente preocupado por ella, lo cual hizo que a la más baja se le removiera el corazón.
—Sí, muchas gracias por ayudarme... —se giró a mirar a su amigo, el cual tenía un perro gigante gruñéndole encima—. Está bien, ya puedes dejarlo.
El perro extrañamente se giró a mirarla y obedeció inmediatamente, acercándose a ella para lamerle las muñecas, las cuales le ardían por el agarre que le había dado el pelinegro. Acarició al perro en la cabeza y sonrió débilmente, para luego mirar a su amigo.
—¿Por qué hiciste eso?
—¡Porque me gustas! —exclamó, incorporándose y acercándose a ella.
—Hey, no te le acerques —interrumpió el otro chico, poniéndose en frente de ella. Kumiko lo agradeció internamente, no tenía fuerzas para gritarle a Haru.
—¡No te entrometas, perro metiche! —gritó, estaba rojo de rabia, lo que a la chica le dio miedo y no pudo evitar agarrar con una mano el brazo del chico de vestimenta negra, escondiéndose atrás de él.
—No debo ser un metiche para saber que ella no quiere estar contigo, idiota, ¿ya viste lo que le hiciste?
El pelinegro se puso más rojo aún, si es que eso era posible. No respondió nada, tan solo se paró. De pronto, llegó una mujer idéntica al chico, era su madre. Kumiko supuso que, al estar su casa tan cerca del parque, escuchó el grito de su hijo y fue a ver qué pasaba.
—¿Qué está pasando acá? —preguntó, para luego fijarse en las muñecas de la chica y analizar la situación—. ¿Tú le hiciste eso a Kumiko-chan, hijo?
—N-no... —sin embargo, la chica asintió.
—Al parecer me faltó educarte un poco más —se sacó un zapato y se acercó a Haru, para luego pegarle con este en la cabeza y tomarlo de la oreja—. Discúlpate y vamos.
—Pero mamá... —la mujer lo tiró al suelo y los presentes no pudieron evitar abrir grandes los ojos por la sorpresa. Haru se puso de cunclillas, agachando la cabeza hasta el suelo—. Lo siento.
Se levantó y se fue atrás de su madre, la cual antes de irse también se disculpó con la chica.
El chico de cabello castaño se dio vuelta hacia ella y le tomó las manos con suavidad, preocupado.
—Eso debe doler, ¿de verdad estás bien?
Hace tanto que nadie se preocupaba genuinamente por ella que sintió ganas de llorar.
—S-sí, gracias, eh...
—Mi nombre es Kiba Inuzuka, él es Akamaru —señaló a su gran perro—. Cuenta con nosotros para cualquier cosa, incluso patearle el trasero a ese chico —sonrió de lado. Su sonrisa era tan linda, que no pudo apartar la mirada de él.
—Yo me llamo Kumiko Matsushita. De verdad te agradezco mucho, Kiba-kun.
Él le acarició las manos.
—Está bien, tan solo ten cuidado con ese chico, se ve malas pulgas —la soltó con cuidado, como si al hacer un movimiento muy brusco ella se fuera a romper.
—Eso haré —suspiró, yendo a sentarse a un columpio cercano—. ¿Sabes? Lo peor es que pensé que era mi amigo de verdad, no que estaba conmigo por eso.
—A veces los chicos son de lo peor, y te lo dice un chico —rió, sentándose en el columpio de al lado. Hasta su risa era linda, ¿acaso había algo que fuera malo en aquel chico? Parecía que no.
Su perro ladró y ella rió ligeramente, Kiba le estaba cayendo bien.
—Te me haces conocida, ¿acaso nos hemos visto en algún lado? —preguntó el castaño, estaba con las mejillas un tanto rojas, bueno, más rojas de lo que ya eran.
A Kumiko le pareció tierno.
—No sé, yo también siento que te he visto antes —respondió, sonriendo. Kiba se veía aún más rojo.
—Disculpa que te diga esto justo ahora pero... Eres muy bonita. ¿Te importaría salir conmigo mañana? Si no te parece, también está bien —sonrió, rascándose la nuca.
En realidad, Kumiko nunca había ido a una cita con nadie y tampoco se lo habían pedido, por lo que se sonrojó mucho y no pudo hacer más que mirar al suelo, sintiendo su corazón a mil por ciento.
El chico le parecía lindo y tierno, no lo iba a negar, además estaba el hecho de que de verdad sentía como si lo conociera de antes, lo cual la confundía un poco.
—Está bien, Kiba-kun —sonrió—. Será un placer. ¿E-es una cita? —se avergonzó al preguntar, no pudo ni mirarlo al decir aquello. Nunca había sentido su corazón acelerarse tanto.
—Lo es —sonrió. Su perro ladró y movió la cola, feliz.
—Me pondré bonita, entonces —rió.
—Aunque ya lo estás —comentó Kiba, con una sonrisa de lado.
Eso no se lo había esperado, su corazón saltó en su pecho y sonrió apenada, no esperaba que el chico fuera así, pero le gustaba. Tal como Haru había dicho cuando se había enojado: le gustaba recibir atención, y ella no pensaba que eso fuera malo.
—Ya es tarde, ¿necesitas que te vaya a dejar a tu casa?
Se derritió. No pensaba que además fuera tan atento.
—No es necesario, ya te molesté suficiente —rió, parándose del columpio y estirándose un poco—. ¿Nos vemos mañana a las 12 en este mismo parque?
—Pero claro, nos vemos —sonrió él, parándose de igual forma, para luego mirarla a los ojos—. Cuídate en el camino a casa.
—Eso haré, Kiba-kun. Gracias por lo de hoy.
—No hay problema.
Y entonces, cada uno partió hacia sus casas, añorando el día de mañana.
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