Capítulo V
Las risas de las chicas resonaban como un eco cortante. Jake, visiblemente incómodo, se acercó y tomó del brazo a la líder del grupo, tratando de detenerla.
—Cállate, ya has bebido demasiado —le susurró, pero ella se zafó, sus ojos brillando con una mezcla de ira y despecho.
—¿La defiendes a ella? —gritó, su voz quebrada y cargada de resentimiento—. ¿Prefieres a la puta depresiva antes que a mí?
La fiesta se detuvo en seco. Todos se quedaron en silencio, algunos sacaron sus teléfonos para grabar, mientras otros miraban la escena con morbosa curiosidad. Jake intentó llevársela adentro, pero el daño ya estaba hecho. Me quedé ahí, paralizada, mientras el calor de la vergüenza y la rabia subía por mi cuello como un fuego incontrolable. Quería gritar, golpear algo, hacerla pagar por cada palabra, pero mis pies simplemente no respondían. Al final, giré sobre mis talones y salí corriendo, con Bárbara pisándome los talones.
—Emma, tranquila, no le hagas caso —dijo Bárbara, alcanzándome y tirando de mi brazo para detenerme—. Está borracha y es una imbécil. Ya le canté sus verdades a todos esos idiotas. Perdóname por traerte aquí. Vamos a casa, ¿sí?
—¿De verdad le dijiste algo? —pregunté, las lágrimas comenzando a deslizarse por mis mejillas.
—Sí, les dije sus "tres cosas" bien claras: ¡HIJOS DE PUTA! —Bárbara trató de hacerme reír, limpiándome las lágrimas con sus dedos—. Me alegra que no te dejaras llevar, Emma. Eres más fuerte de lo que crees.
Tomamos un taxi de regreso, y aunque intenté calmarme, la escena seguía repitiéndose en mi cabeza como una pesadilla sin fin. Recordé las palabras de Diecisiete: "Estaré para ti, aunque suene descabellado." Dudé al principio, pero algo dentro de mí se rompió. Ya no me importaba nada. Apenas llegamos a casa, sin cambiarme, garabateé una nota para Bárbara: "Vuelvo pronto, voy a relajarme un rato", y salí corriendo hacia el bosque.
La noche era densa y fría, y mis pasos resonaban en el suelo húmedo. Los árboles parecían inclinarse a mi paso, como guardianes silenciosos de secretos oscuros. El miedo se mezclaba con la adrenalina mientras avanzaba, mi corazón golpeando con fuerza. Cuando llegué, el bosque estaba vacío y oscuro, el aire lleno de la promesa de algo desconocido.
—¡Diecisiete! —grité, mi voz rompiendo el silencio. Solo el viento respondió, haciendo susurrar las hojas.
Esperé, mi respiración agitada mezclándose con el crujido de las ramas. Pero nada.
—¡Diecisiete! —grité de nuevo, desesperación en cada sílaba. Pero la respuesta fue la misma: un vacío abrumador.
Mis piernas cedieron y me dejé caer al pie de un tronco, la angustia escapando en forma de sollozos. Me cubrí el rostro con las manos, derrotada. Justo cuando creía que no aparecería, una voz suave rompió la oscuridad.
—¿Pelirroja?
Levanté la vista y allí estaba él, de pie junto a mí, su silueta envuelta en sombras y misterio. Me observaba con esos ojos que parecían ver más allá de lo evidente. Mi cuerpo temblaba, pero por primera vez en mucho tiempo, no era de miedo.
—Pensé que no vendrías —dijo, sentándose a mi lado, su voz envolvente como un susurro de la noche.
Lo miré a los ojos, incapaz de responder, y me dejé caer contra su hombro, buscando un consuelo que solo él podía ofrecerme.
—No tienes que preocuparte por esos estúpidos humanos —murmuró, su tono suave y protector—. Ellos no importan.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, mi voz apenas un murmullo.
—Solo cuido de ti.
Sonreí con amargura, mientras él secaba mis lágrimas con un toque tan delicado que me sorprendió. Sentí su cercanía como una promesa no dicha, y en ese instante, en medio de la oscuridad del bosque, algo en mí cambió. Por primera vez, sentí que estaba exactamente donde debía estar, aunque el abismo entre nosotros fuera imposible de cruzar.
—¿Por qué Diecisiete? —le pregunté.
—Pues...
Lo interrumpí, decidida a no dejar que la conversación se desviara.
—Mejor no respondas —dije, y lo miré fijamente a los ojos. Sentí un nudo en la garganta y sin pensarlo, me acerqué para abrazarlo con fuerza—. Solo... quédate a mi lado, siempre.
—Así será —me susurró al oído, su voz cálida y reconfortante mientras me devolvía el abrazo, sus brazos envolviéndome como si pudiera protegerme de todo.
Mis ojos se abrieron lentamente, el techo familiar de mi habitación era lo primero que veía. Me estiré, mis músculos tensos y mi mente nublada, tratando de entender cómo había llegado allí. << ¿Cómo llegué aquí? >> pensé, la sensación de confusión creciendo dentro de mí.
—El Diecisiete... —susurré, como si decir su nombre en voz alta pudiera explicar todo.
Me incorporé rápidamente y fue entonces cuando lo vi: una nota en la mesita de noche. La tomé con manos temblorosas y la leí:
"Sueño profundo. Te traje a tu habitación, estabas muy cansada, creo que sería mejor que no vayas al colegio porque esta vez no será igual. PD: Te ves mucho más hermosa sin labial".
Cada palabra de la nota resonaba en mi mente. << ¿Qué quiso decir con que esta vez no será igual? >> Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La advertencia parecía un susurro en la oscuridad, un aviso de algo que estaba por venir.
No quería ir al colegio. Sabía que si lo hacía, nada bueno iba a suceder. Y no era solo la advertencia de Diecisiete, sino esa sensación latente de que mi vida era un rompecabezas al que le faltaban piezas. Desde que mi madre murió cuando tenía trece años, todo se desmoronó. Nadie lo entendía.
Solía estar rodeada de personas, pero la pérdida... me dejó sola, y con el tiempo, me acostumbré a ese vacío. Era más fácil así. Cuando alguien intentaba acercarse, mi respuesta era siempre la misma: frialdad, respuestas cortantes, un escudo que me protegía de más dolor. Había aprendido que era mejor alejar a todos antes de que pudieran hacerme daño.
Pero con Diecisiete era diferente. Su presencia, aunque rodeada de misterio y peligro, me hacía sentir menos sola. Y ahora, sus palabras eran una advertencia que no podía ignorar. Algo se avecinaba, y no estaba segura de si estaba lista para enfrentarlo.
Tomé una decisión: hoy no iría al colegio. No podía sacudir la sensación de que algo importante estaba por suceder, algo que podría cambiarlo todo. Me quedé en mi habitación, con la nota en la mano y el corazón acelerado, sabiendo que lo que sea que estuviera por venir, no iba a ser algo sencillo de enfrentar.
Y así, entre las sombras de mi habitación, esperé.
Una vez ocurrió algo que, debido a eso me etiquetaron como "emo" y nadie se me acercaba; pues lo que pasó fue: para ese entonces yo tenía catorce y la muchacha también, ella era de otra sección, se me acercó y me tomó fuerte del brazo y me subió la manga del suéter y los que estaban alrededor se dieron cuenta de mis cortes y rasguños en mi brazo; yo me altere y la empujé muy fuerte de manera que se cayó al piso y se golpeó la cabeza con el mismo. Ella siguió bien, no le ocurrió nada grave, pero a mí me mandaron directo con un psiquiatra y llamaron a mi padre.
Claro que mejoré bastante, ya no me autolesiono, simplemente no trato a nadie, solo me junto con mi compañera y amiga Bárbara; mi padre tuvo que hablar con los profesores para que Bárbara fuese mi compañera en cualquier evaluación que fuese en dúo y ellos lo aceptaron.
Toc, toc. Escuché a alguien tocaba a la puerta de mi habitación.
Bárbara entró, y mirándose en el espejo me dijo: —Nena, es tarde, tienes diez minutos, cinco para alistarte y cinco para comer. Así que apresúrate porque yo ya es...
—No iré —La interrumpí.
Ella se volteo mirándome incrédula —Ja, já ¿qué? espera, por lo de anoche ¿no?
—Simplemente no iré, y nada me hará cambiar de parecer.
—Bueno está bien, nena, pero no te enfades, solo dime exactamente por qué no vas.
—Solo evito malos momentos ¿sí? —me miró confundida.
—¿Quieres que sea más específica? —le repliqué— pues esa, esa chica... pudo haber estado borracha, pero no es excusa para todo lo que me dijo y pues...
—Listo —corroboró antes que pudiese terminar—, ya entiendo.
Hubo un momento de silencio cuando esta lo terminó: —Yo copiaré las clases y luego te traigo el cuaderno para que tú no te atrases ¿te parece?
—Te lo agradecería —me acosté en la cama abrazando mi almohada favorita. Y sí, tengo una almohada favorita, es de color marrón con un cachorro león en el centro, ¡es tan lindo!
—Pero te traeré el cuaderno y luego me voy a casa, mamá quiere que esté con ella.
—Mmm, está bien, te extrañare estúpida Barbie. —Algo nostálgica lo dije.
—Y yo a ti, Emmy...
—Te golpearé si vuelves a decirme así.
—¿Cómo? ¿Emmy? —riéndose salió corriendo y yo detrás de ella.
—¡Ya, ya! Aguarda, estoy cansada y tengo que ir al colegio.
—Te salvó la campana.
—Sí, lo sé.
—Hablo en serio, la campana del colegio ya sonó, mira el reloj.
Cuando le dije así, salió de lo más veloz a tomar un taxi, supuse que Damian ya se había ido porque si no, la hubiera llevado.
Cerré la puerta y... —Ahora estoy sola —dije en mi soliloquio.
Fui al baño y me duche, cepille mis dientes y me fui a mi habitación, me puse una camisa manga larga blanca, un jeans y me recogí el cabello haciéndome un moño. Luego bajé las escaleras dirigiéndome hacia la cocina, miré en la nevera, tome el medio litro de leche que quedaba y busque los cereales y un recipiente, en el agregué los cereales, calenté un poco la leche y la derrame sobre los cereales.
Me senté frente a la ventana de la cocina mientras desayunaba, mirando y recordando todas las cosas que me habían sucedido. Al terminar de comer, lave el recipiente y miré mi celular, pensando. Me quedé parada viendo la nada, y decidí irme a mi habitación, cerré la puerta y me senté en la cama.
Escuchando música, se me ocurrió ir a la librería por un nuevo libro. La librería no quedaba tan cerca, pero tampoco lo suficientemente lejos para impedirme ir, así que busqué unas converses y me las puse, tomé las llaves y cerré la puerta de la casa. Como mi hermano se llevó el Fiesta, y Bárbara no estaba, tomé un taxi.
Llegué, entré y saludé a Shelby, la bibliotecaria que tiene, por cierto, como cincuenta y cinco o cincuenta y siete años. Siempre vengo a esta librería, ya que la señora Shelby era amiga de mi madre y siempre que ella me traía aquí me leía historias fantásticas que hicieron que yo amara mucho la lectura.
—Linda, tengo uno que sé que te gustara —me dijo Shelby buscando el libro, supongo.
—Genial... y ¿cómo se llama?
—¡Aquí está! —Me lo mostró.
—"Cuenta hasta tres y prepárate para correr" ¿he? —lo tomé leyendo la sinopsis en la parte de atrás.
—Es de acción y terror, lo termine de leer anoche, —se sentó— esos malditos Fantasmas Sombras son una cosa seria —sonreída comentó.
—¡No me hagas spoiler!
—Ay —dijo risueña— linda yo leí ese libro en cuatro días.
Solté una risa. —Felicidades. No se diga más, leeré el primer capítulo aquí mismo.
—Okay, pero ya sabes, shss... —poniendo su dedo en sus labios.
—Oh claro, claro.
Fui y me senté lo más lejos, donde solo yo me siento ya que es un poco más opaca la luz, pero es un lugar que lo bautice como mi rincón: hay una ventana cerca, el ambiente es fresco y la luz no encandila ni es tan baja, solo un poco opaca, está ubicado en la última fila por eso nadie va hacia allá.
Estaba leyendo tranquilamente, la luz comenzó a apagarse y encenderse, me pareció muy extraño y le fui a avisar a Shelby.
—Shelby disculpa, pero mira allá la luz está... mira tu misma. —Le señalé.
—¿Qué linda, qué hay con la luz?
—Al parecer veo que se arregló... —Dije en tono bajo.
—Está bien, anda y sigue leyendo.
Me senté de nuevo, tratando de concentrarme en la lectura. Pero las luces comenzaron a parpadear de nuevo, apagándose y encendiéndose como si una presencia invisible las controlara. Miré a Shelby, que estaba al otro lado de la biblioteca. Ella también me observaba, y me di cuenta de algo inquietante: cada vez que nuestros ojos se cruzaban, las luces se estabilizaban. << Qué coincidencia tan extraña >> pensé, tratando de sacudir la incomodidad, pero no pude evitar sentir que algo no andaba bien.
Con un suspiro, volví al libro, intentando ignorar la sensación creciente de incomodidad. Pero entonces, un susurro helado acarició mi oído:
—Al parecer, es fácil hacerte enojar.
Cerré el libro de golpe, mi corazón saltando en mi pecho, y ahí estaba él, de pie a mi lado, con esa expresión de despreocupación que siempre lograba enfurecerme.
—¿Ahora me sigues? ¡Acosador! —le espeté, manteniendo mi voz baja pero cargada de irritación. Intenté tomar mi libro de nuevo, pero él se adelantó, arrebatándomelo con un movimiento ágil. Mis dedos se cerraron en el aire vacío, y la rabia se acumuló en mi interior—. ¡Pero, qué rayos te pasa con los permisos! —le reclamé, mi voz temblando entre el enfado y el miedo.
—Shh... haz silencio —dijo, colocando un dedo frío sobre mis labios. El contacto me hizo estremecer, y un escalofrío me recorrió la espalda.
Me aparté bruscamente, fulminándolo con la mirada—. Ayer te aprovechaste de mí solo porque no estaba bien, ¿verdad? —lo acusé, sintiendo que la indignación ahogaba mis palabras—. Y por si no te has dado cuenta, estamos lejos de la sociedad lectora, nadie va a escucharnos.
Él me observaba con una calma exasperante, su media sonrisa asomando mientras se cruzaba de brazos.
—Pelirroja, sabes que...
—No, no lo sé —lo interrumpí, acercándome con la misma furia con la que quería mantenerlo lejos—. ¿Por qué siempre actúas tan relajado? ¿No te preocupa que te vean conmigo? —Solté una risa amarga—. ¿Y qué rayos quisiste decir con esa nota? ¿Qué va a ser diferente esta vez si voy al colegio?
El Diecisiete me miró, sus ojos destilando algo que no pude descifrar, una mezcla inquietante entre diversión y algo más oscuro. Pero no respondió. En cambio, su sonrisa se ensanchó de una manera que hizo que mi corazón se encogiera.
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