CAPÍTULO 8
Tamara estaba concentradísima colocando el pilar en su maqueta cuando el móvil vibró. Otro match. Aunque tenía los dedos con pegamento, desbloqueó la pantalla para saber cual de todos era, sonriendo al ver su foto. Quizás la idea de Ivonne no era tan mala y conocer a gente nueva la ayudaría a ampliar sus horizontes... Quizás.
«Ni siquiera tienes que juntarte con ellos», recordó que le dijo. «Conversa y diviértete. No seremos jóvenes y tontas para siempre, por desgracia».
Escuchó que alguien introducía la llave en la puerta de entrada y se preocupó al oír las voces de sus amigas del otro lado. Estaban armando un escándalo.
—Deja todo lo que estás haciendo —le dijo Martina no bien cruzó el umbral. Lucy y Florencia venían con ella—. Tenemos un 33-12.
Código rojo: Alguno de los padres venía a la casa.
—¿Quiénes vienen?
—Mi papá y mi hermano —contestó Florencia, subiendo a saltos la escalera—. Me avisaron recién, llegan en unos veinte minutos.
—¡¿Qué?!
Los castaños ojos de Tamara miraron el desastre que tenía sobre la mesa del comedor, la pila de loza sucia en el fregadero y, más preocupante que cualquiera de los anteriores, el pequeño altar que habían construido para el Dios Dionisio en la esquina bajo la escalera. Cuando Ivonne llegó con la estatuilla un año atrás, las chicas le dieron su propio espacio, ornamentándolo con vasitos de shots, botellas de licor caras (y vacías) y luces led. Era precioso, pero una blasfemia a ojos de sus padres, quienes confiaban que sus hijas se dedicaban de lleno a los estudios. Su casa era incluso conocida como "La residencia de las vírgenes", ya que era el hogar idílico para niñas bien portadas de familias conservadoras, y la antigua dueña se enorgullecía de eso. Era una señora mayor, devota a la religión y fanática de los chismes, y de las chicas la única que alcanzó a conocerla fue Tamara porque entró a la universidad un año antes que las demás. Se mudó con su marido a una casita en la playa y la residencia pasó a manos de su hija, quien no estaba ni enterada de lo que las cinco hacían bajo su techo, y gracias a eso vivían felices.
Hasta que ocurría un 33-12.
—¡Hay que sacar la estatuilla! —gritó Florencia desde el segundo piso en lo que ordenaba su dormitorio a toda prisa.
—Estoy en ello —dijo Martina.
Lucy ayudaba a Tamara a llevar la maqueta hasta su dormitorio, y luego entre las cuatro limpiaron, ordenaron y escondieron cualquier cosa que pudiera meter en problemas a Florencia. Con cualquiera de los otros padres podrían haber sido más relajadas, pero con el de Flo no. Era detective antinarcóticos, un hombre serio y meticuloso, que les daría el sermón de sus vidas si llegaba a descubrir que fumaban marihuana, en especial a su hija, que casi era una santa de devoción a sus ojos.
—¿Alguna le avisó a Iv?
—La llamé, pero no contesta —respondió Lucy—. Le dejé un mensaje de todas formas.
—¿Por qué vienen tu papá y tu hermano, Flo? —preguntó Tamara en lo que barría.
—Vienen de regreso de la capital y quieren pasar a verme. Dicen que traen dulces.
—No me importan los dulces. —Martina agarró el primer aerosol que había en la estantería, esparciéndolo—. Lo que yo quiero es anticipación en sus visitas.
—Serás simia. —Lucy detuvo a Martina en seco, quitándole la botella—. Esto es veneno para las moscas, no aromatizante.
El error hizo que las otras dos empezaran a reírse.
Unos pocos minutos después llegaron las visitas y Florencia fue a su encuentro. Su padre la abrazó afectuosamente en lo que entraba y saludaba a las demás, y detrás de él venía Alejandro cargando unas cuantas bolsas que le entregó a su hermana. Se parecía mucho a Florencia, y solo por eso ya era bonito, en especial por los relucientes ojos grises que compartían. De no haber sido por su personalidad tan estricta y estoica, muchas mujeres habrían caído por él, incluidas las ahí presentes.
—Les trajimos algunas cosas para endulzar la vida —dijo el padre de Florencia.
—Gracias, señor —dijo Lucy en nombre de todas—. Nosotras tenemos que seguir estudiando, así que los dejamos.
Era una mentirita para que pudieran quedar a solas. Cada una se fue a su dormitorio a hacer lo suyo: Tamara a continuar con su maqueta, Martina a hacer un informe y Lucy a pensar sobre lo que había pasado esa tarde con Damián. De no haber sido por la visita sorpresa, seguramente habría caído presa de la angustia, por lo que agradecía la distracción. Después de haberle dado la cachetada ni siquiera fue capaz de responderle el teléfono a Damián, quien no tardó en llamarla y llenarla de mensajes. Ahora al menos tenía una excusa para no haber contestado. Saber que debía verlo a él y a Giselle el resto de la semana hacía que se le apretara el estómago.
Escuchó un golpe en la puerta y vio a Martina asomándose.
—Tamara nos habló en el chat del grupo—dijo, enseñándole el celular—. Pregunta si viste su pegamento en lo que la ayudabas con la maqueta.
—No, no lo vi, quizás quedó en el comedor.
—Va a tener que esperar a que se vayan las visitas o salir a buscarlo.
La cosa es que Tamara lo necesitaba mucho. Si no pegaba los pilares no podía continuar con el piso siguiente, y eso la estaba retrasando. No quería salir y molestar, así que le envió un mensaje a Florencia para que se lo entregara si es que llegaba a verlo.
Puso música de fondo y se entretuvo mejorando el diseño de algunos de sus planos cuando llamaron a su puerta. Abrió, confiando que sería ella, pero se encontró con Alejandro en cambio. En su mano sostenía la condenada botella.
—Florencia me pidió que te la entregara —explicó—, ella está preparando té.
—Ah, gracias. —Le sonrió —. ¿Cómo has estado?
—Bien, ¿tú?
—Con muchos pendientes, pero no me quejo —dijo, apuntando su trabajo.
—¿La ópera de Sídney?
—¡Sí! —exclamó ella, aliviada de que por fin alguien la reconociera—. No sé qué estaba pensando cuando elegí hacerla, me está robando mis mejores años de vida.
Las comisuras de los labios de Alejandro se elevaron suavemente, y Tamara se avergonzó de haber reaccionado así.
—¿Tu padre sigue dando clases en el centro deportivo?
—Sí, claro —contestó ella—. Ahora está trabajando con la sección femenina de karate, aunque a veces también ve a la infantil.
—Él me enseñó bastante, aun así, nunca pude ganarte.
—¿Te digo un secreto? Tú eras el más difícil de todos, como el enemigo final en un videojuego. —Rio ella—. Flo me contó que ahora trabajas en un bufete, con terno y corbata. Quien creería que eres cinturón negro.
—Lo mismo va para ti.
Florencia le avisó que el té estaba listo y se despidió de Tamara. Antes de que ella cerrara la puerta, Alejandro sacó una tarjeta de su bolsillo y se la tendió.
—¿Por si un día me meten presa? —preguntó.
—Para cuando quieras.
Se quedó sola y guardó la elegante tarjeta en su billetera. Confiaba en que no llegaría el día que necesitara un abogado, aun así, se alegraba de tener el número de uno. Y una vez que Ivonne se titulara, esperaba contar con dos.
Iba a retomar su trabajo, pero una llamada de su mamá la tomó por sorpresa. Conversaron un rato y cuando Tamara cortó se quedó con la vista estática en un mensaje que acababa de recibir. Era breve y puntual, y su emisario resultaba ser el hombre por el que lloró durante el fin de semana.
«¿Quieres que nos juntemos?», leyó, y a Tamara se le aceleró el corazón. Su mente decía no, pero todo el resto de su cuerpo dudaba. Joaquín no la estaba invitando a cenar con él o a pasar el rato. No. Ese escueto mensaje era para algo casual y pasajero; algo que seguramente haría que se arrepintiera después.
Las otras veces que se negó fue porque tenía algún certamen o estaba apretada con los horarios de la universidad, nada más. ¿Qué pasaría si se rehusaba solo por hacerlo? ¿Le importaría? Albergaba la esperanza de que sí, pero no estaba segura.
«No, no puedo», escribió indecisa. El abanico de respuestas que Joaquín podía darle le generaban ansiedad. Cerró los ojos y lo envió, lamentando que él estuviera en línea cuando lo hizo. Bloqueó la pantalla y lanzó el móvil a los pies de la cama al ver que le estaba escribiendo de regreso.
Sonó una sola vez.
La curiosidad la superó y tomó otra vez su celular. No tuvo la necesidad de entrar al chat porque la respuesta que obtuvo era apenas una frase que se podía leer desde la miniatura.
«Oh, entiendo».
Nada más. Los ojos de Tamara empezaron a escocerle, ¿Qué estaba esperando? Joaquín no iba a insistir en que se vieran, o a indagar por qué no podían juntarse, a él no le interesaba. Deseó en vano que llegara otro mensaje, pero después de una hora se rindió, sintiéndose fatal por haber imaginado que sería diferente.
Le resultaba increíble como su corazón se rompía en mil pedazos y aun así querer a Joaquín con cada uno de los trocitos. Dolía, y era triste porque estaba segura de que a él ni le interesaba. Era cierto que le advirtió desde un principio que no buscaba nada formal... pero ella no pudo evitar fallar con el acuerdo que tenían. Era un amor unidireccional.
Suspiró, apretando los labios para no seguir llorando. No quería continuar así, le hacía mal, y aunque doliera a horrores debía seguir adelante con su vida. Con algo de suerte, un día todo lo que estaba sintiendo quedaría en el pasado y sería una experiencia más. Una de las malas, pero experiencia, al fin y al cabo.
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