CAPÍTULO 6
Cuando Tamara regresó a casa por la mañana rogó que no hubiese nadie del otro lado de la puerta. Cruzó los dedos para que todas sus amigas siguieran dormidas, pues no se hallaba en condiciones de soportar sus bromas.
Débil. Eso había sido: débil. Cuando salió del apartamento de Joaquín poco rato antes, sintió que había tomado una mala decisión, como otras tantas veces. ¿Qué iba a hacer? Siempre era lo mismo con él, y una parte de ella se odiaba por eso, mientras que la otra no podía evitar ceder, porque por mucho que lo negara estaba enamoradísima de él.
Y le gustaba cuando él la buscaba, cuando reían juntos, cuando sin darse cuenta la abrazaba al quedarse dormido. Solo entonces sentía que estaba bien, que en realidad era mutuo, para despertar como ese día, sintiéndose tonta y fuera de lugar.
Lo que necesitaba en ese momento era una ducha caliente o echarse a dormir para no tener que pensar más. Con aquello en mente estiró la mano, pero no alcanzó a tomar el pomo de la puerta cuando este giró y abrió.
Lucy apareció ahí, viéndose pésimo, pese a que se notaba que se había arreglado para salir. Ella miró con sorpresa a Tamara, saludándola y diciéndole que iba con prisa. En un silencioso acuerdo ninguna interrogó a la otra, en cambio, Tamara le dio su bufanda para que se abrigara, ya que la mañana estaba fresca. Lucy se lo agradeció con una malograda sonrisa y entonces partió.
No es que no le interesara lo que le pasaba a Tamara, al contrario, pero la conocía lo suficiente para saber que ella no quería hablar en ese momento. Lo haría más tarde, después de llorar, creyendo que las demás no se darían cuenta, cuando en realidad le daban espacio para poder consolarla luego.
«¿Con qué cara podría aconsejarla yo?», pensó Lucy, haciendo memoria de lo que había pasado la noche anterior. Jugó con fuego y se quemó. No, peor que eso, ella creó un incendio. No pudo quitarse a Lucas de la cabeza ni siquiera al dormir, y ahí estaba ahora, caminando a la universidad con los ojos hinchados por apenas haber podido pegar ojo.
Su celular sonó y leyó el mensaje de Marco. Chasqueó la lengua, maldiciendo el momento en el que accedió a ser su modelo. No podía arrepentirse ya, no era esa clase de persona, aunque se moría de ganas por hacerlo.
La facultad de arte estaba muy adentrada en el campus, cerca del jardín botánico. A Lucy le gustaba esa zona porque rara vez tenía la necesidad de ir hasta allí, y de no haber ido justa en la hora (y con frío) se habría detenido a apreciarla mejor. Cuando llegó no supo a dónde dirigirse, así que se quedó plantada en lo que esperaba a que Marco fuera a buscarla.
—¡Lucy! —llamó él desde el segundo piso.
A contraluz Marco le pareció un ángel. Lucy tuvo que entrecerrar los ojos porque la claridad que se colaba por la ventana hacía que le doliera la vista, cortesía de una mala resaca.
—¿Cómo estás? —preguntó una vez que estuvo a su lado.
—Bien, gracias —mintió. Estaba de la mierda.
Él se le quedó viendo con una curiosa sonrisa y luego resopló. La invitó a seguirlo al estudio que tenía reservado y, sin necesidad de haber entrado, Lucy reconoció el olor de aceites y pintura. Era tal como se lo imaginaba, aunque más solitario de lo esperado. Solo estaban los dos, pero no se sentía incómodo.
—Puedes dejar tus cosas en el casillero. —Indicó él —. ¿Qué te parece un café mientras te explico lo que haremos?
—Me parece soñado.
Marco aportaba la cuota de energía de la que ella carecía. No solo le sirvió un buen café, sino que también le dio un bizcocho de chocolate que la ayudó a resucitar.
—Me regresó el alma al cuerpo —dijo Lucy, respirando el vapor que salía de su taza.
—Me imaginé que no habías tomado desayuno —dijo, deteniéndose detrás de un largo lienzo—. Ven, Lucy, aquí está el boceto inicial.
Lucy esperaba ver una que otra línea trazada a diestra y siniestra, en cambio, se encontró con que Marco ya había comenzado a pintar el cuadro; al menos la periferia de este. Era la primera mano, señaló él, y que lo que importaba era la zona central, donde Lucy sería la protagonista.
—El tema es la mitología fantástica —explicó—. Técnica libre. Yo elegí al óleo porque es mi fuerte.
Ella no tenía idea de a qué se refería, solo asintió.
—Veo que ya empezaste a pintar el bosque, porque es un bosque, ¿cierto? —preguntó, y Marco dijo que sí—. ¿Dónde entro yo entonces?
—Aquí —apuntó el centro de la obra—. Quiero que te sientes en la reposera simulando que es una roca, yo te iré guiando. La idea es que parezca que hay un elfo descansando ahí.
—¿Elfa de Harry Potter o del Señor de los Anillos? —preguntó, desconfiada. Marco rio fuerte.
—Del Señor de los Anillos.
Él encendió el aire acondicionado para temperar la sala y Lucy se quitó el abrigo. Iba con ropa deportiva ajustada, como él le había pedido. La reposera no era exactamente cómoda, pero serviría; con lo cansada que estaba hasta el suelo habría sido un lecho de plumas. Se recostó como Marco le dijo y dejó que él la acomodara. Sus dedos estaban fríos, y le dieron un escalofrío cuando le despejaron el cabello de la cara. Lucy había evitado mirarlo a los ojos por el recuerdo de la fiesta de aniversario de la universidad, aunque supuso que la vergüenza era solo de ella porque él no se mostraba tímido o cohibido en su presencia. Se permitió espiarlo en lo que él se sentaba tras el lienzo; se veía concentrado en su trabajo, y Lucy no pudo evitar sonrojarse cada vez que él la miraba, estudiándola.
Dado el minuto, los bonitos ojos ambarinos de Marco se encontraron con los de ella. La atravesaron.
—Entrecierra los ojos, como si estuvieras por quedarte dormida —le pidió en un tono suave.
Eso era fácil, pensó ella, y de lleno los cerró. Su cabeza aprovechó entonces de darle otra mala pasada y hacerle recordar cosas que había estado evitando. Lucas, Damián, Martina dándole vuelta cerveza encima, Lucas otra vez...
Lucy se preguntaba si de haber estado sin una gota de alcohol habría sabido comportarse mejor, sospechaba que sí, pero no lo daba por sentado. Lo de esa noche fue distinto a la primera vez, ya que había sido mutuo. Todavía no podía creerlo.
No era el momento de pensar en eso, se dijo, despejando la mente tanto como se le hizo posible. Su respiración se fue haciendo cada vez más pausada y el cuerpo más liviano, sin darse cuenta de que se estaba quedando dormida de verdad.
Al despertarse se sintió desorientada y adolorida. Tuvo que pestañear un par de veces antes de recordar donde se encontraba. Se incorporó y notó que la habían tapado con una chaqueta que no era suya, sin señales de que Marco estuviera pintando.
—Por aquí —dijo él, asustándola. Estaba con un cuadernillo al otro lado de la reposera.
—¿Qué hora es?, ¿Por qué no me despertaste?
—Te veías perfecta así —contestó, enseñándole el dibujo que hizo de ella—, aunque habría sido mejor si no hubieras babeado.
Lucy se llevó la mano a la boca, dándose cuenta tarde de que era broma.
—Es casi mediodía —dijo él, poniéndose de pie y ayudándola a levantarse—, ven a ver el lienzo.
Había dormido más de una hora y a Lucy la abochornaba la idea de haber roncado, pero su vergüenza se convirtió prontamente en sorpresa al ver el cuadro. En ese tiempo Marco no solo la había dibujado, sino que también había empezado a pintar, aunque todavía le quedaba mucho trabajo por delante.
—Lucy, ¿hay algo que te preocupe? —preguntó, tomándola desprevenida.
—¿Por qué lo dices?
Él se alzó de hombros, como si fuera obvio. Sentía que podía leerla cual libro abierto.
—¿Es por un hombre? —indagó, ignorando la incomodidad de Lucy—, ¿dos, tal vez?
—Basta —pidió ella, sonrojada. Él le sonrió travieso.
—Me olvidaste muy rápido —continuó, burlón—, ¿no toqué tu corazón?
Lucy recordó cómo es que había caído engatusada por Marco la noche que se conocieron. Era seductor, carismático, y sus ojos brillantes y amables te hacían sentir que te preferían a ti por sobre el resto del mundo. Así de peligrosos eran.
Lamentablemente para Marco, la cabeza de Lucy ya tenía bastante en qué pensar, haciéndola inmune a sus encantos. Ella lo alejó de sí y le devolvió la chaqueta con la que la había abrigado.
Él fingió quedar herido, haciéndola reír.
—Eres una rompecorazones.
—Mira quien habla.
Él la despidió en la entrada de la facultad, ya que se quedaría trabajando un rato más, pero no sin antes pedirle regresar la semana siguiente. El cuadro estaba en sus inicios y todavía quedaban pendientes los detalles finos. Lucy accedió siempre que no tomara más de dos horas, pues pronto entraría en periodo de exámenes.
—Es una excusa muy pobre para volver a verme —bromeó ella.
—La próxima semana tendré preparada una mejor. —Le siguió el juego—. Gracias por hoy, Lucy.
Se dio media vuelta y partió de regreso a casa. Estar con Marco le hizo inesperadamente bien, un rato, hasta que se vio sola en su dormitorio y se encontró con la sudadera de Lucas dándole la bienvenida. Revisó su teléfono y no vio ningún mensaje de él, aunque la consolaba ver que su última conexión había sido poco después de despedirse esa madrugada. Ahora se sentía parte de una ilusión, pero en el minuto, su beso había sido de lo más intenso; el segundo, no el primero en la cocina.
Escuchó ruido en la habitación de al lado, la de Florencia, y fue a ver qué tal. Estaba con Tamara, las dos viendo una película. Era evidente que había llorado.
—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Lucy, pero la otra negó.
—Veremos Shrek, ¿te unes? —invitó Florencia, haciendo espacio en la cama.
—Depende, ¿cuál de todas?
—La segunda —respondieron al mismo tiempo.
—Entonces sí. —Era la única que valía la pena por el musical final.
Iban como a la mitad cuando Tamara se quedó dormida. Flo y Lucy se miraron con complicidad, las dos sabiendo que su amiga lo estaba pasando mal.
—¿Qué te dijo? —le preguntó Lucy, susurrando.
—Está enganchadísima de Joaquín, pero él no quiere nada serio. Se lo dijo desde el principio.
—Si ella lo sabe no podemos echarle la culpa a él. —Suspiró—. No es un mal tipo, pero es cruel de su parte darle esperanzas.
—No se me ocurre cómo ayudarla.
—Me temo que en este caso solo nos queda esperar a que ella decida cortar con él. Hasta entonces podemos ver las películas de Shrek las veces que quiera.
Florencia la dejó dormir en su cama en lo que ella iba a almorzar. Lucy regresó por su teléfono antes de bajar con ella y se detuvo en seco al ver por fin una notificación en la pantalla. Pero la sangre se le heló cuando leyó que el remitente era Damián, y que en un escueto y tortuoso mensaje ponía:
«De tantos, ¿Por qué mierda tenía que ser Lucas?»
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