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CAPÍTULO 5


—Deja eso, no es nuestro.

Tamara le quitó de las manos una botella a Florencia, quien entre risas la recuperó. Las dos habían partido en la misión de encontrar algo para comer, pero a esas horas ya casi no quedaba nada decente. Por no regresar con las manos vacías, Flo propuso tomar la botella de cerveza que estaba en el refrigerador, alegando que no tenía nombre y, por ende, podía ser de ellas.

—¿Cómo es que tienes tanta fuerza si eres tan pequeña? —se quejó Tamara, intentando sostener a su amiga—. Suficiente, no más alcohol para ti, malo eso, caca.

—Sí. —Flo le dio la razón—. Cerveza mala, te voy a beber para que no le hagas daño a nadie más.

A Tamara no le quedó más que reírse. Florencia se convertía en otra persona cuando bebía. Logró convencerla de dejar la botella en su lugar, con la promesa de conseguir comida, aun si debía salir a comprarla.

Estaban por regresar con los demás cuando una voz conocida las alarmó. Era Damián, y no venía solo. Si bien no tenían la necesidad de esconderse de él, por impulso las dos se metieron en el estrecho almacén que había junto al refrigerador. Estaban apretadas, esforzándose por no empujar algo que hiciera ruido y las delatara. Una de las escobas le dio a Florencia en la cabeza, y Tamara tuvo que taparle la boca para que no se quejara.

—¿Por qué tienes que irte tan temprano? —preguntó una mujer. Tamara entreabrió la puerta para espiar, reconociendo a Giselle.

—Tengo planes mañana temprano —contestó el otro, sacando un vaso de la alacena.

—Podrías quedarte un rato más. Te podemos pasar a dejar si quieres. 

Damián suspiró. 

 —Gracias, Gise, aun así, prefiero irme. La verdad es que no me siento muy bien.

—¿Es porque Lucía está aquí?

Florencia y Tamara cruzaron miradas, atentas.

—¿Lucy? No, claro que no. —Rio él, divertido con la idea—. Fui al gimnasio ayer y me duele el cuerpo, eso es todo. ¿Qué te hizo pensar eso?

—No sé, solo me preocupaba que te sintieras incómodo, ya que es tu ex.

—Ella debe sentirse más incómoda que yo —comentó Damián, amable—. Gracias por preocuparte por mí de todas maneras Gise, eres una buena amiga.

«Amiga». Si no fuera porque Florencia y Tamara eran del equipo de Lucy, se habrían sentido muy mal por Giselle. Tenían que admirarle el hecho de no dejarse entristecer por sus palabras, que a cualquier otra le habrían echado las esperanzas por la borda. En cambio, Giselle le animó a seguir pasándola bien esa noche y con eso se lo llevó de regreso a la sala de estar.

Tamara y Flo suspiraron de alivio al verse fuera del almacén, estirándose.

—Bueno, con esto quedan confirmadas las intenciones de la chica —comentó Tamara, sobándose el cuello—. Lucy tenía razón con ella.

—Pero parece que Damián no le interesa, ¿qué piensas?

—Ni idea, no lo conozco lo suficiente como para saberlo. Enzo puede que esté al tanto, podrías preguntarle.

Tamara se lo tiró con doble intención, disfrutando al ver que a su amiga se le ponían las mejillas como tomates. Era tierno y agobiante que a Florencia le gustara tanto Enzo y no se lo dijera, y también que él no se diera cuenta. Si no fuera por su fama de despistado, Tamara creería que el chico ya lo sabía. Era el único que aún parecía no enterarse.  

Las dos dejaron de lado su búsqueda de comida y regresaron con el grupo. Decidieron mantener en secreto lo que acababan de oír, al menos hasta que hubiera una mejor instancia para decírselo a Lucy. 

El patio estaba atiborrado de personas, y acaparando toda una esquina se encontraban sus amigos jugando "verdad o reto". La única que no participaba era Ivonne, que estaba fumando no lejos de ahí. A Tamara se le apretó el estómago al reconocer a Joaquín. Cuando él le devolvió la mirada, primero se sorprendió, y luego le sonrió en saludo. Ella intentó hacer lo mismo, pero estuvo segura de que le salió fatal.

—Bien, es turno de Martina. Dinos, ¿has comprado ropa interior sexy para tu pareja alguna vez?

Quien preguntaba era Yuri, el dueño de casa, un tipo animado que le gustaba ser el anfitrión de cada fiesta que podía, fuese en su residencia o la de alguien más. Las chicas siempre lo invitaban cuando hacían algo, y él nunca fallaba.

—He comprado más que solo ropa. —Rio ella—. Les puedo dejar el dato de la tienda si les interesa. Como respondí me toca elegir a alguien... Enzo, dime, ¿has sido detenido por la policía alguna vez? 

Enzo la maldijo. Sí, cuando tenía diecisiete años, por orinar en la vía pública, sin notar que había un autopatrulla estacionado en la esquina. Damián, Lucy, Martina, Florencia y otros tantos de sus compañeros de clases lo vieron y lo abandonaron a su suerte, aunque tuvieron la amabilidad de llamar a sus padres. Aún le daba vergüenza la anécdota, y evitaba mencionarla tanto como podía, y eso Martina lo sabía.

—Reto —contestó, bebiendo de su vaso.

—Muéstranos la foto más vergonzosa que tengas de ti mismo. —Lucy lo miró divertida, y él arrugó el ceño. Ambos sabían perfectamente a cuál se refería.

Enzo nunca quiso disfrazarse de SailorMoon, ¡solo tenía cinco años y su mamá lo vistió así!

—No, el castigo lo pongo yo —dijo Martina para la tranquilidad de Enzo—. Vas a tener que sacarte cuatro prendas.

—¿Las puedo elegir yo?

—Bueno.

Lo primero que se sacó fue el piercing de la oreja, que se metió al bolsillo del pantalón, después se quitó la sudadera y el collar que siempre usaba. La cuarta prenda la dudó, y terminó sacándose la camiseta. Pensó en dar uno de sus calcetines, pero recordó que no eran de los mejorcitos de su armario.

—Mierda que frío —dijo, cruzando los brazos—. ¿Cuándo puedo volver a ponerme la ropa?

—Una vez que terminemos de jugar. Te conviene no aceptar más retos o quedarás en bolas —le aconsejó Yuri —. ¿A quién eliges? 

Enzo miró a sus alrededores y apuntó a Joaquín. 

—¿A cuántas chicas has besado hoy?

La cara de Joaquín se coloreó en distintos tonos de carmín, cosa que no pasó desapercibida para Tamara. Quería saber, y al mismo tiempo no hacerlo.

—Reto.

—Pues bien. De aquí a lo que acabe el juego tienes que hablar con acento extranjero.

Estuvieron buen rato así, hasta que Enzo empezó a estornudar por el frío. Florencia le había cuidado la ropa en el entretanto, lamentando que el chico se vistiera. Cada uno fue a lo suyo, quedando Lucy, Yuri y alguno de los amigos de él ahí. Ya no estaba tan ebria como antes, por lo que se dio cuenta cuando Tamara y Joaquín fueron juntos al interior de la casa —mala cosa—, e Ivonne estaba con Florencia y Enzo, seguramente bromeando a costa de ambos.

Y entonces, en su pacífico campo de visión, apareció Giselle. Fue incómodo para las dos porque sin planearlo habían terminado muy cerca, tanto así que a Lucy no le quedó duda de que ella y sus amigas estaban hablando pestes. Ni siquiera necesitaba escucharlas porque sus caras las delataban; más de una vez Lucy las pilló mirándola de arriba a abajo. Para colmar su paciencia, Damián llegó también, siendo capturado por Giselle. Lucy bebió de su vaso al ver que Lucas lo iba acompañando. Era el momento de fingir demencia a niveles monumentales o huir, pero su orgullo se lo impedía. Si se iba pensarían que era por su ex y, joder, que no era por él, sino por su primo.  

—La muy maldita parece estar haciéndolo a propósito —comentó Martina al ver a Giselle reírse a carcajadas—. ¿Quieres que entremos?

—Nah, paso. Aquí hay comida.

—¿Lucy?

De eso no tenía escapatoria. Lucy se giró y le sonrió a Damián, fingiendo no haberse dado cuenta antes de su presencia. Solo por el placer de molestar a Giselle, Lucy le sonrió y le dijo que le alegraba verlo, dándose un abrazo amistoso. Sentía que Giselle la taladraba con los ojos.

Martina hizo algo parecido.

—Ha pasado mucho tiempo. —Fue y chocó su vaso con el de él—. ¿Cuánto ha sido? ¿Un año ya?

—Más o menos —contestó Damián, tímido —, aunque Lucy y yo nos vemos casi todos los días en la facultad.

—Nunca te metas con compañeros de clase —soltó Lucy, haciendo reír a los demás. Aquello era una indirecta muy directa para Giselle.

—Casi olvido que habían salido juntos —comentó Yuri—. ¿Cuánto tiempo fue? 

—Seis años —contestaron al unísono. Había sido incómodo.

—Éramos compañeros desde el kínder —agregó Martina, al rescate—. Enzo, Flo, Lucy y yo. Ivonne llegó después, cuando ya éramos grandes. Recuerdo que a todas las niñas les gustaba Damián porque era el mejor estudiante, y eso hacía que Enzo se pusiera celoso.

—Y él era el peor estudiante —dijo Lucy, riendo—. De alguna manera siempre terminaban castigándolo.

—Y nosotros éramos arrastrados con él —sonrió Damián.

La conversación fluyó mejor de lo esperado, al punto que Lucy incluso se olvidó de la presencia de Giselle. No así de la de Lucas, quien se limitaba a escuchar en silencio sobre sus recuerdos de infancia. Aunque sabía lo peligroso que era, Lucy no podía evitar mirar en su dirección, y el corazón se le aceleraba cada vez que sus ojos se encontraban, así fuera un mísero instante. 

Todo iba bien, demasiado para la suerte de Lucy, por lo que cuando sintió el pecho frío y húmedo no se vio tan sorprendida como los demás. Por regla general, si las cosas empezaban a salirle bien, algo malo lo compensaba, y en ese momento era la cerveza que le habían derramado encima.

Y quiso pelear, porque carajo, tirar la bebida sobre alguien era de los más nefastos clichés. Si se iba a levantar bronca, esperaba que al menos fuera con más originalidad.

—Lucy, lo siento, fue sin querer.

Ahí estaba su originalidad: La tonta que le había dado vuelta el vaso era Martina, no Giselle o alguien de su séquito.

Lucy bajó la mirada hasta su busto, y lamentó de corazón haberse puesto aquella camiseta blanca. Se le estaba trasluciendo absolutamente todo, desde las clavículas hasta el ombligo. Entre dejársela puesta o quitársela no habría habido diferencia alguna.

Antes de que ella pudiera subir y bajar a Martina a improperios, a sus manos llegó la sudadera de Lucas. Acababa de sacársela y tendérsela, y ella la tomó por inercia. Seguía tibia.

—Mierda, te está chorreando la camiseta.

—Lo noté, gracias —dijo Lucy, muy tranquila para el terror de Martina—. Voy a tener que sacármela.

—Usa mi dormitorio —sugirió Yuri—. Es el primero a la derecha. Segundo piso.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Martina, nerviosa. Lucy le dio un empujoncito y le sonrió.

—Ya cálmate, no estoy enojada. Espérame aquí, no tardo. —Luego se giró hacia Lucas —. Gracias por darme tu sudadera, ¿está bien si te la devuelvo otro día?

—Claro, no hay problema.  

Lucy se dirigió al segundo piso, pasando a toda prisa para que nadie se detuviera a verle el sostén. El dormitorio de Yuri estaba sin llave, pero debió de haberlo estado. Una pareja salió de ahí cuando Lucy encendió la luz, haciéndola reír. No era su intención interrumpirlos.

Se quitó la camiseta y la estrujó. Su sostén estaba en las mismas condiciones, por lo que se aseguró de que la puerta estuviera cerrada y también se lo sacó. Vaya noche.

Esperó un rato antes de colocarse la sudadera de Lucas para no mojarla. Se la llevó a la nariz y le agradó sentir su olor en la prenda. 

Dio un salto casi olímpico cuando alguien golpeó la puerta, apresurándola a vestirse.

—Lucy, soy yo.

Ella reconoció su voz, por lo que no dudo en abrir. Como si lo hubiera invocado, Lucas estaba de pie al otro lado del umbral mirándola de una forma que a Lucy se le hizo difícil descifrar. Había preocupación en sus ojos, y también necesidad. Ella casi podía verse reflejada en esos luceros oscuros.

No se dijeron nada, no lo precisaban. Fue como la primera vez que ella lo besó a él, un impulso físico y cálido, esta vez iniciado por él. Apasionado, demandante y cómplice. El tipo de beso que solo compete a los amantes.

Por eso resultó funesto que Damián lo viera.

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