CAPÍTULO 4
—Pensé que yo era la de la mala suerte —comentó Tamara, apoyándose contra la pared.
—Hoy me llevé el premio.
Lucy no solía fumar; no cigarros, al menos, pero cuando lo hacía se aseguraba de que fuera después de haber bebido. Esa noche consideró que la mezcla de ambos venenos era necesaria. Tamara parecía dispuesta a acompañarla.
Llevaban poco menos de una hora ahí, y las dos habían llegado al mutuo acuerdo de no someterse a sus circunstancias. Joaquín, aquel por quien Tamara perdía el sueño, estaba presente esa noche, ajeno a la intensa mirada de la chica, porque en esos momentos su atención había sido robada por alguien más. Tamara se mordía la lengua cada vez que miraba en su dirección, no podía evitarlo. Era tortura; vana, vil e irremediable. Empinó el vaso —el tercero de la velada—, dejándolo vacío en el acto.
Ah, y Lucy... ella estaba teniendo una noche de mierda, y no por Lucas. No, esta vez era por Damián, pero aún más por la maldita de Giselle.
Desde la terraza, los ojos de Lucy la observaban con una ira glacial. Giselle se rio de algo que Damián había dicho, luego le rozó el brazo sutilmente —si-como-no— y por último le dio un empujoncito, arrinconándolo contra la pared.
Desde que habían entrado a la universidad, Lucy tuvo sospechas de ella. Era un presentimiento detrás de la nuca que se desataba cada vez que la veía. Con Damián siempre era encantadora y alegre, pero con ella era más bien reservada y distante. Martina dijo una vez que era porque Lucy podía llegar a ser un poco intimidante, y bueno, ella jamás se esforzó por llevarse bien con Giselle. Aunque ahora agradecía haber sido una zorra con ella, porque todos sus presentimientos estaban siendo justificados.
Lucy sintió que unos brazos finos la abrazaban por atrás, sacándola de su amargado ensimismamiento. Se giró para ver como Florencia le sonreía, y junto con ella venían Enzo y Martina.
—Carajo —suspiró Martina, revolviéndose el pelo—. Vinimos para relajarnos y mira qué desastre.
—No es culpa de ustedes —se disculpó Tamara, sonriendo lo mejor que pudo—. Pero tranquilos, que en una hora Lucy y yo nos olvidaremos hasta de nuestros nombres.
Lucy chocó su vaso con el de Tamara, de acuerdo con el plan.
—Siempre podemos adelantar el proceso. —Enzo jugueteó con un porro entre los dedos—. ¿Quién hace los honores?
Tamara era la única que no fumaba, era deportista, decía, pero era difícil tomarla en serio si bebía como camionero. Lucy no le dio más que dos pitadas, sabedora que una tercera la dejaría fuera de juego.
Y todo mejoró. Florencia era muy divertida cuando fumaba, hacía y decía cosas que seguramente no reconocería al día siguiente, y Enzo salía con cada disparate. Martina era otro caso: ella siempre se ponía a llorar, sin excepción. En ese minuto las lágrimas le corrían por la cara porque Enzo no había querido sostenerle el vaso (no era capaz, estaba muy ido), y ella pensó que él ya no quería seguir siendo su amigo.
Lucy rio hasta creer que moriría por no respirar.
Con todo su esfuerzo se encaminó al baño, lamentando haberle dicho a los demás que podía ir por su cuenta. Sus pasos eran traicioneros no solo por los tacones, sino por lo resbaloso que estaba el piso. Varios la saludaron en el camino, en su mayoría compañeros de clase, y uno que otro desconocido. Se quedó lo más quieta que pudo en lo que hacía la fila al baño, revisando los mensajes en su teléfono. El único que le interesó fue el de Ivonne, que decía que ya iba en camino. Su cita tuvo que haber sido todo un éxito si es que la pelirroja aún no llegaba.
Cuando fue su turno, entró al baño y se quedó estática mirando su reflejo en el espejo, echándose a reír. Estaba muy ebria, por lo que todo fue un desafío: hacer pipí, subirse los pantalones, lavarse las manos, arreglarse el maquillaje...
Alguien golpeó y ella dijo que estaba ocupado, pero era porque no quería salir todavía. Se había quedado sentada en el inodoro, jugando Clash Royale.
—¡Qué está ocupado...! —chilló ante la insistencia.
Se estaba poniendo de pie cuando un golpe embistió la puerta y la abrió. Sus ojos verdes se abrieron desmesuradamente al ver una cara que se le hizo familiar, y tuvo que pestañear un par de veces para darse cuenta de que no era Damián, sino Lucas.
Él la miró de arriba abajo, y a ella se le cortó la respiración. Era tan atractivo que no podía quitarle la vista de encima.
—¿Te sientes bien? —le preguntó. Parecía preocupado.
Lucy asintió, tambaleándose. Lucas le ofreció la mano y ella estiró la suya, más anhelante por sentir el contacto que por aceptar su ayuda. El agarre fue firme y delicado.
La gente que esperaba por entrar al baño empezó a reclamar, siendo ignorados por los dos. Con una rapidez que Lucy no pudo seguir, Lucas la sacó de ahí y le pasó el brazo por los hombros, guiándola lejos.
—Llevabas mucho tiempo ahí dentro —comentó él una vez que llegaron a la cocina—, pensé que estabas vomitando o peor...
—Perdona —dijo ella, sentándose con esfuerzo sobre la encimera—, me quedé en el teléfono y me distraje.
Lucas le dio un vaso con agua y se apoyó a su lado, ambos perdidos en las luces neón que venían desde el patio. Sin ellas habrían estado completamente a oscuras. Lucy se llevó el vaso a los labios, mirando de reojo al chico en lo que bebía. Desde su posición podía ver sus hombros anchos, de nadador, su cuello firme y el corto pelo negro. Se moría por saber si era tan suave como se veía.
—Disculpa por no haberte hablado —dijo de repente, asustando a Lucy. Ella casi tenía su mano en la cabeza de él—. Lo pensé y creí que era mala idea hablar sobre... eso.
—De cuando te besé —remarcó ella, poniéndolo nervioso.
—Shh, no lo digas tan alto —pidió Lucas, pero eran los únicos ahí en ese minuto.
—Lo siento, Lucas...
Aún sentía su cuerpo liviano, con una extraña sensación de irrealidad, pero Lucy era consciente de que le debía una disculpa al chico. Su estado de ebriedad le confería, al menos, la ausencia de vergüenza.
—No debí hacerlo —continuó—. Sé que no es excusa, pero mi cuerpo solo se movió. Lo siento.
—Estabas pasada de copas, lo entiendo.
Lucy negó, dejando el vaso de lado.
—No tanto como ahora —dijo, mirándolo a los ojos—. No quiero darte problemas, en especial con Damián.
Él se le quedó viendo.
—¿Fue por despecho? —preguntó bajito, como si no quisiera ser escuchado. Ella lo hizo.
—No —contestó —. Tuve ganas y no me controlé.
Él resopló.
—Casi suena como si yo te gustara.
Lucy no lo negó, pero tampoco lo confirmó. ¿Le gustaba? No se conocían lo suficiente como para decir que sí, aunque no podía quitarle la vista de encima. Tristemente, todo aquello que le atraía de él era también lo que le había atraído de Damián. Eran distintos, Lucy podía darse cuenta, pero sus semejanzas pesaban más que sus contrastes. Eran buenos genes.
Un angustiante pensamiento hizo que ella apretara los dientes. ¿Había besado a Lucas porque extrañaba a Damián? ¿Era eso? Lucy y él se veían todo el tiempo en clases, y estaba segura de que "amor" no era la mejor palabra para describir lo que sentía, "rabia" pegaba más. Soltó un bufido. Solo de pensar en su ex se enojaba.
¿Qué carajos era entonces?
—No lo dije para molestarte —habló Lucas, incómodo—. Lo siento.
—¿Qué? —Lucy asumió que había puesto mala cara—. No, no. Estaba pensando en el beso del otro día.
—¿Por qué? —Lucas la encaró, avergonzado.
Ella se detestó por no analizar lo que decía antes de hablar. Estaba haciendo un lío.
—Tampoco entiendo por qué lo hice, ¿de acuerdo? No es que vaya por la vida haciendo ese tipo de cosas, y no sé por qué tuviste que ser tú, no dejo de darle vueltas al asunto. No me gusta que pienses que fue por despecho o porque te confundí con Damián, pues no es el caso. Lo único que lamento del beso fue que te hice sentir mal, y si hay alguna forma de compensarte dilo y...
—¿No te hizo sentir culpa...?
Ahí estaba. Eso era lo que él cargaba.
Lucy lo miró con pena, consciente de que era la responsable.
—Tú no hiciste nada —finiquitó, severa y rotunda—. Si vas a culpar a alguien que sea a mí, por favor.
—Claro que tengo culpa si no puedo dejar de pensar en ti —murmuró, sonrojado.
Él estaba de frente a ella, con ambos brazos apoyados en la encimera, rodeándola. La forma en que la miraba parecía rogar por una sentencia, fuese castigo o misericordia. Las manos de Lucy subieron, tímidas, y descansaron detrás de su cuello—al fin pudo tocarle el precioso cabello negro—. Él se le acercó, como pidiendo permiso, y juntó su boca a la de Lucy. Esta vez había sido mutuo.
La aferraba por la espalda, atrayéndola a sí, y ella estaba encantada con el contacto. Habría seguido si Lucas no se hubiera detenido abruptamente. Él respiraba tan rápido como ella.
—Ahora estamos a mano —susurró él, aún muy cerca de su cara.
Sin que ella pudiera decir palabra alguna, Lucas la dejó y salió de la cocina. Lucy quedó ahí, perpleja y sorprendida, intentando darle sentido a lo que acaba de pasar. El corazón le latía como loco, y aún podía sentir los labios de Lucas sobre los suyos. Se los tocó y el beso se le hizo aún más real. Había sido apasionado y demandante, no como el que ella le había dado a él en su momento.
Dimensionó donde estaba, y quienes estaban. ¿Nadie los había visto, cierto? Mierda.
Se puso de pie de un salto y se arregló el pelo y la ropa. La angustia de que Damián o algún conocido los pudiera haber pillado la puso nerviosa. No. Al diablo con ellos. Lucy respiró y se mentalizó; aunque hubiera sido así, ella no le debía cuentas a nadie, menos a su ex, quien seguramente estaba por ahí con la idiota de Giselle.
Regresó al patio con el fin de buscar a sus amigos, pero unas manos fueron más rápidas y la atraparon antes de dar un paso. Para gran alivio de Lucy era Ivonne, quien la miraba como si le hubiera salido un tercer ojo.
—¿Dónde andabas? —preguntó—. Todos estábamos buscándote.
—Fui al baño. —No era mentira, pensó Lucy—. La fila era larga y alguien no quería salir.
—Ya. —Ivonne no le creyó mucho, pero tampoco le importaba. Le sonrió—. Ven, los demás quieren jugar. Es en pareja, así que tú vas conmigo.
Al volver se encontró con que sus amigos estaban peor de cuando se fue. Mejor, así se evitaría preguntas que ni ella podía responder. Empezaron a beber otra vez, a fumar, a reír y a llorar (Martina), al punto que Lucy pudo verdaderamente relajarse. En lo que se divertían, ella no podía evitar mirar a sus alrededores, tanto con la esperanza de volver a encontrarse con Lucas como con el terror de toparse con Damián.
Ni siquiera era medianoche, y faltaban por los menos otras tres horas antes de que regresaran a casa, por lo que todo podía pasar. Era un presentimiento que no solo acarreaba Lucy, sino sus amigas también.
Y no tardaron en entender el porqué.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro