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CAPÍTULO 3


En lo que Tamara hacía equilibrio con su maqueta ("La ópera de Sídney" de JørnUtzon a escala), introdujo la llave en el picaporte y consiguió abrir la puerta. La casa estaba helada y a oscuras.

—Ahg, no hagas ruido...

—¡Pero qué...! —Tamara chilló, asustada, dándole con el codo al interruptor y encontrándose a Ivonne a medio despertar—. Estúpida, que me infartas.

—Je, perdón —dijo la otra, divertida por la reacción—. Es que tengo prueba la semana que viene y me puse a estudiar aquí porque me llegaba el sol.

Tamara vio por la ventana y vio las farolas encendidas. Su reloj indicaba que eran más de las ocho de la noche.

—Parece que me quedé dormida. —Reía Ivonne, estirándose en el sillón.

—¿Tú crees? —Tamara dejó lo que llevaba sobre la mesa del comedor, cansada—. Hace hambre, ¿qué tenemos para cenar?

Revisó el refrigerado y se deprimió al ver dos zanahorias y un frasco de mermelada casi a punto de terminarse. Aunque claro, estaba lleno de latas de bebidas y cervezas. Prioridades.

—Tengo unos m&m's en mi pieza —comentó Iv al ver las miserables provisiones—. Aunque siempre podemos pedir comida a domicilio.

—Estamos a fin de mes y mi saldo está entrando a números rojos. No puedo gastar más.

—Entonces esto te va a gustar —comentó la otra, buscando algo en su teléfono y enseñándoselo—. En unas semanas será la casa abierta de la universidad y necesitan staff, ¿te gustaría? Yo ya me inscribí.

Tamara le agarró la cabeza y besó su frente.

—Qué suerte, el año pasado me hice buen dinero con esto.

—Sí, aunque es una lata estar paseando a tanta gente por el campus.

Se habían hecho las nueve de la noche cuando las otras tres regresaron. Florencia, quien fue la única en ver el chat del grupo, llegó con dos pizzas de microondas para alimentar a Tamara e Iv, quienes hasta entonces se estaban llenando con chocolates medio derretidos y coca-cola.

—Tienes mala cara, ¿pasó algo? —le preguntó Lucy a Martina, que llevaba buen rato distraída.

—¿Tanto se me nota? —La chica dejó de juguetear con las puntas quemadas de su pelo y suspiró, enterrándose en el sillón—. Hoy se formaron las parejas del trabajo de fin de año y el profesor dijo que sería por orden de listado.

—¿Con quién fuiste asignada?

—Una chica llamada Danielle. Es la persona más retraída que he conocido, incluso Flo es más extrovertida que ella.

Era mucho decir. Florencia era tan tímida que cada vez que hablaba con alguien del sexo opuesto tartamudeaba y se le ponía la cara roja. Tenía solución, aunque para eso Flo debía dejar de estar sobria.

—En fin. —Martina se alzó de hombros y sacó un trozo de pizza—. ¿Qué han hecho ustedes? Digan lo que sea, todo mejorará mi humor de perros.

Se miraron entre sí, ninguna con ganas de compartir sus secretos. Los acaramelados ojos de Martina se posaron en Lucy, pero para su alivio un celular vibró sobre la mesa y atrajo la mirada de sus amigas. Era una notificación nueva, la que venía acompañada del logo de una llama que todas supieron reconocer. Ivonne tomó su teléfono sin sentirse cohibida por las demás.

—¿Es una nueva presa? —preguntó Tamara, echándole un vistazo encima.

—Así es —contestó ella, enseñándoles la pantalla—. Me juntaré con él el mañana en la tarde, así que tienen prohibido darle Match. A menos que no lleguemos a nada, en ese caso se los cedo.

Ivonne era la única que tenía descargada la app, así que en realidad no había competencia.

—Tiene cara tierna, como un osito —comentó Martina, revisando las fotos del muchacho en cuestión—. ¿Es menor?

—Sí, un año. En el amor la edad es solo un número.

Pero Ivonne no estaba enamorada de él, como tampoco lo estuvo de quienes lo antecedieron. No es que ella fuera una enemiga de las relaciones, o que detestara la idea, es solo que había alcanzado un punto en su vida en el que era felizmente soltera. Ella estaba bien con eso, incluso disfrutándolo. «Cuando llegue el indicado sentaré cabeza, antes nah», decía, nunca sometida a la presión.

—Ahora que yo abrí mi corazón con ustedes, les toca —dijo, señalándolas con el dedo índice—. ¿No hay voluntarias? ¿Elijo yo entonces?

Sus agudos ojos negros se posaron en Tamara, quien terminaba de empinarse su bebida.

—¿Qué quieres saber?

—Tengo curiosidad. —Sonrió Iv, traviesa—. ¿De verdad nunca más te volviste a juntar con ese tipo? ¿Cuál era su nombre...?

—Joaquín —contestó Florencia. Tamara la miró con los ojos entrecerrados—. Perdón...

—Ya te había dicho que no —dijo ella—. Nunca fue nada serio.

Pero eso era mitad verdad y mitad mentira, y Tamara temía que Ivonne ya lo supiera y, ah, carajo, ¿a quién quería engañar? Por supuesto que ella ya lo sabía, lo tenía escrito en la cara.

Miró a las demás, cada una aguantando mejor la risa. Tamara sintió que las mejillas y el cuello le ardían por la vergüenza.

—La próxima vez dile que guarde su bici en el patio. Afuera se la podrían robar —comentó Martina, y todas estallaron a carcajadas.

—Pues sí, aún nos juntamos algunas veces —confesó, roja hasta las orejas—. Pero no esperen que venga a cenar con nosotras, no tenemos ese tipo de relación.

—Bueno, él se lo pierde —dijo Lucy.

Las demás la siguieron interrogando en lo que Lucy contestaba una llamada. Tuvo mucha suerte de que las chicas estuvieran interesadas en Tamara, de otra forma podrían haberse dado cuenta de quien era el que la buscaba.

—Hola.

—Hola Lucy, ¿cómo estás? —le contestó con una voz grave y lenta, casi sensual.

—Bien, gracias..., ¿qué tal tú, Marco?

Él dejó escapar un agradable suspiro en lo que le respondía. Lucy, sin esfuerzo alguno, podía imaginárselo al otro lado del teléfono.

—¿Has tenido tiempo para pensar en la propuesta que te hice? —preguntó él, anhelante.

Lucy, hasta ese mismísimo instante, no sabía qué decirle. Cuando Marco le habló el día anterior a ella por poco no se le cayó el teléfono de las manos. Uno de los motivos fue que ella creyó que era Lucas, y otro fue que no se esperaba leer un mensaje como aquel.

Apretó los labios, insegura de qué responder. Si no la hubiera llamado, Lucy habría dejado pasar todo como una broma.

—¿Por qué yo? —soltó por fin—. Disculpa, es solo que no entiendo por qué necesitas que sea yo. Cualquier otra en tu clase podría ayudarte.

—La cosa es que los modelos asignados no coinciden con la idea que quiero plasmar. No hay caso, cuando recreo la imagen en mi cabeza no puedo evitar pensar en tu rostro. Necesito que seas tú, por favor.

Aunque Marco parecía decirlo de manera seria y profesional, Lucy sospechaba que él intentaba darle otro sentido a propósito.

No había hablado con él en casi un mes y, de repente, Marco la necesitaba a ella como un náufrago necesita hallar tierra firme. Lucy vaciló, y antes de rehusarse a hacerlo, él le pidió que lo meditara un poco más, que incluso estaba dispuesto a pagarle por hora.

—¿Qué tendría que hacer? —preguntó, aún sin convencerse.

—No es nada extraño, lo prometo. Lo que necesito es que poses sobre un taburete un rato, eso es todo.

Lucy se avergonzó por lo que iba a preguntar a continuación, pero le urgía saberlo.

—Sería con ropa, ¿cierto?

Marco soltó una carcajada y ella amenazó con cortar la llamada, haciendo que él se fuera tranquilizando.

—Sí, con ropa —aseguró —. Idealmente deportiva, para poder trazar bien la silueta.

Pasaron unos segundos antes de que alguno de los dos volviera hablar. Lucy se masajeó el puente de la nariz, y suspiró.

—Está bien —dijo, escuchando como él se alegraba—. Pero solo puedo los sábados, ¿es un problema?

—¡Para nada! Reservaré una de las salas de la escuela para este sábado si te parece bien. Pienso que será más cómodo para ti hacerlo aquí que fuera de la universidad.

Y así era. Lucy se lo agradeció y se despidió de él. Se quedó con el celular apoyado contra los labios, analizando si acaba de tomar una buena decisión o una muy mala.

—¡Lucy! —oyó que la llamaban desde el comedor, y se asustó al suponer que habían escuchado su conversación.

Vio como Martina se asomaba a la cocina.

—¿Qué haces aquí a oscuras? Ven, estamos haciendo una votación familiar.

—¿Sobre qué? —preguntó ella, dándole alcance.

Se respondió sola en cuanto regresó con las demás. Ivonne parecía decidida a convencer a Tamara y Florencia de acompañarla a la fiesta que habría al día siguiente en la casa de unos compañeros.

—Todas o nada —dijo Tamara—. Voy si Lucy y Flo van.

—¿Vamos? —le susurró Martina a Lucy—. Me haría bien para desestresarme, por fis.

—Agh, bien. Yo voy. —Se sumó Lucy, dejando la palabra final a la pobre de Florencia.

La presión social era su talón de Aquiles.

—Está bien —cedió, y por ende Tamara también.

Ivonne y Martina celebraron, mientras las otras tres, derrotadas, se iban a sus dormitorios a descansar. Ese día Lucy se durmió con cientos de ideas en la cabeza. Martina tenía razón, quizás salir y distraerse era lo mejor que podían hacer. Ni siquiera necesitaba beber para pasarlo bien.

Aunque claro, Lucy cambió de idea en un santiamén cuando llegaron a la fiesta al otro día. Aquello solo podía ser una mala broma o, incluso, una cámara secreta en tiempo real, con ella como protagonista.

Cuando se encontró con Lucas y Damián ahí, Lucy se encomendó al mismísimo Dioniso. Si iba a enfrentar la peor noche de su vida, entonces no quería estar sobria para recordarla.



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